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– ¿Cómo dices? -pregunto, mientras Charlie se coloca a mi lado.

– No estoy bromeando -dice Shep-. Tres partes, un millón para cada uno.

– Debes estar de coña -dice Charlie.

– De modo que fuiste tú quien envió la primera carta -digo.

Shep permanece en silencio.

Charlie también. Sus dientes aletean sobre el labio inferior. La mitad es incredulidad y la otra mitad es…

El rostro de Charlie se enciende.

– … es pura adrenalina.

– Éste podría ser el mejor día de mi vida -exclama Charlie.

Este chico sería incapaz de guardarle rencor a nadie aunque lo tuviese pegado en el pecho. Yo soy diferente.

Volviéndome hacia Shep, añado:

– ¿Acabas de estar aquí acusándonos de cometer un delito y ahora esperas que nos estrechemos las manos y seamos socios?

– Escucha, Oliver, puedes darme la lata todo lo que quieras, pero debes comprender que si me delatas yo haré lo mismo con vosotros.

Inclino la cabeza hacia un lado.

– ¿Me estás amenazando?

– Eso depende de cuál quieres que sea la consecuencia de todo esto -dice Shep.

Parado delante de mi escritorio, observo a Shep atentamente. En el fondo tal vez yo no sea un ladrón, pero tampoco soy un imbécil.

– Todos estamos aquí por la misma razón -dice Shep rápidamente-. De modo que podéis ser unos cabrones testarudos o bien podéis compartir los beneficios y largaros con un poco de pasta en los bolsillos.

– Yo voto por los beneficios -interrumpe Charlie.

– Olvídalo -digo, dirigiéndome hacia la puerta-. No soy tan estúpido.

Shep me alcanza y me agarra del brazo. No con demasiada fuerza, sólo para detenerme.

– No se trata de nada estúpido, Oliver. -Tan pronto como Shep acaba la frase el tono fanfarrón ha desaparecido. Y también el servicio secreto-. Si quisiera echarte a ti la culpa… o entregarte a la policía… estaría hablando con Lapidus en este mismo momento. En cambio, estoy aquí.

Aunque me quito su mano de encima, Shep tiene toda mi atención.

Mira el diploma de la Universidad de Nueva York que cuelga de la pared y lo estudia cuidadosamente.

– ¿Acaso creéis que sois los únicos que tenéis ese sueño? Cuando entré a trabajar en el servicio secreto pensé que iría directamente a la Casa Blanca. Tal vez comenzaría con el vicepresidente… me abriría camino hacia la primera dama. Es una vida agradable cuando piensas en ello. Pero de lo que no me di cuenta fue de que, antes de entrar en el servicio de Protección, habitualmente tienes que tirarte cinco años en Investigaciones: falsificaciones, delitos financieros, todo el trabajo anónimo que nunca trasciende.

»De modo que ahí estoy, unos años después de haber salido de la Universidad de Brooklyn, en nuestra oficina de Miami en Florida. En cualquier caso, en el camino de Miami a Melbourne había un amplio tramo de carretera sin iluminación. Los traficantes de drogas aterrizaban allí con sus avionetas, lanzaban bolsas de lona llenas de dinero y drogas y luego sus socios las recogían y las llevaban en coche hasta Miami.

»Noche tras noche fantaseaba con la idea de atrapar a esos tíos y, cada vez, el sueño era el mismo: en el cielo veía las luces rojas de un avión que se acercaba. Instintivamente, apagaba las luces de mi coche, reducía la velocidad y me topaba con una bolsa color caqui con diez millones de dólares en metálico. -Volviéndose hacia nosotros, Shep añade-. Si alguna vez sucedía, pensaba meter la bolsa llena de pasta en el maletero, tirar la placa y seguir conduciendo.

»Naturalmente, el único problema fue que jamás encontré ese avión. Y después de que me denegaran cuatro ascensos consecutivos y de que apenas me llegara para sobrevivir con la paga del gobierno, comprendí que no quiero trabajar hasta el día en que me entierren. Vi lo que eso le hizo a mi padre… cuarenta años por un simple apretón de manos y una placa de oro falso. En la vida tiene que haber algo más que eso. Y con Duckworth… un tío muerto con tres millones de dólares… tal vez no sea tanto como tiene la mayoría de los clientes de este banco, pero os diré una cosa… para tíos como nosotros… esto es lo mejor que podemos conseguir.

Charlie asiente de un modo casi imperceptible. La forma en que Shep habla de su padre… hay algunas cosas que no puedes inventarte.

– ¿Y cómo sabemos que no jugarás a Coge el Dinero y Corre? -le pregunto.

– ¿Qué os parece si os dejo que escojáis el destino de la transferencia? Podéis comenzar desde cero… poner el dinero en la compañía fantasma que queráis. Quiero decir… con vuestra anciana madre aquí… no os escaparéis por dos millones de pavos. Ésa es la única garantía que necesito -dice Shep, ignorando a Charlie y observando mi reacción. Sabe perfectamente a quién tiene que convencer.

– ¿Y realmente crees que funcionará? -pregunto.

– Oliver, he estado estudiando este asunto durante casi un año -dice Shep hablando cada vez más rápido-. En la vida sólo existen dos crímenes perfectos, y quiero decir perfectos, en los que no pueden echarte el guante: uno es aquel en el que te matan, que no es una opción demasiado recomendable. Y el otro es cuando nadie sabe que se ha cometido un crimen. -Agita en el aire su antebrazo en forma de salchicha y señala los papeles de trabajo que tengo encima del escritorio-. Eso es lo que nos han puesto en bandeja de plata. Es lo bueno de todo este asunto, Oliver -dice, bajando el tono de voz-. Nadie lo sabrá jamás. Ya sea que los tres millones de dólares vayan a parar a Duckworth o a las arcas del gobierno, el dinero saldrá de todas formas del banco. Y puesto que se supone que ya no está aquí, no tenemos por qué huir o renunciar a nuestras vidas. Todo lo que tenemos que hacer es darle las gracias al desmemoriado millonario muerto. -Hace una pausa antes de acabar con su argumentación y añade-. La gente espera durante toda la vida y jamás consigue una oportunidad como ésta. Es incluso mejor que el avión y la bolsa llena de billetes; el banco se pasó los últimos seis meses tratando de ponerse en contacto con su familia. Nada. Nadie lo sabe. Nadie salvo nosotros.

Es un buen argumento. De hecho, es un argumento irrefutable… y la mejor garantía de que Shep mantendrá la boca cerrada. Si da el soplo estará arriesgando también su parte.

– ¿Qué me dices, Oliver? -pregunta.

El reloj estilo art déco que cuelga de la pared fue el regalo de Lapidus del año pasado. Alzo la vista y estudio el minutero. Aún disponemos de dos horas y media. Después, la oportunidad habrá desaparecido. El dinero será transferido a una cuenta del estado. Y lo único que me quedará será un apretón de manos, un reloj y ochenta mil dólares en facturas del hospital.

– No está mal querer algo más -dice Charlie-. Piensa en lodo lo que podríamos hacer por mamá… todas las deudas.

Nuevamente en mi sillón, respiro profundamente y extiendo las palmas de las manos encima del escritorio.

– Sabes que lo lamentaremos -digo.

Ambos sonreímos. Dos críos.

– ¿Hacemos el trato? -pregunta Shep, extendiendo la mano.

Estrecho la mano de Shep y miro a mi hermano.

– ¿Y qué hacemos ahora?

– ¿Conoces alguna buena compañía fantasma? -contesta Shep.

Ése es mi departamento. Cuando Arthur Mannheim se divorció de su esposa, Lapidus y yo creamos una compañía de valores y abrimos una cuenta en un banco de la isla de Antigua en una hora y media. Es el truco sucio favorito de Lapidus y uno que yo conozco a la perfección. Cojo el teléfono.

– No, no, no, no -me reprende Shep, apartando mi mano del aparato-. Ya no puedes seguir llamando personalmente a esa gente. Todo lo que tocas, todo lo que haces… todo es un vínculo, como si fuese una huella digital. Por eso necesitas un intermediario, y no cualquier imbécil de la calle; necesitas un profesional que pueda proteger tus intereses de modo que nadie te vea jamás a ti. Alguien a quien puedas enviarle mil dólares y decirle: «Haz esta llamada telefónica por mí y no hagas preguntas…»

– Como un abogado de la mafia -dice Charlie.

– Exactamente -Shep sonríe-. Como un abogado de la mafia.

Antes de que pueda hacer otra pregunta, Shep se levanta y sale de mi despacho. Treinta segundos más tarde regresa con un listín telefónico debajo de cada brazo. Uno es de Nueva York y el otro de Nueva Jersey. Los arroja sobre mi escritorio y aterrizan con un ruido seco.

– Es hora de encontrar a los tartamudos -dice Shep.

Charlie y yo nos miramos. No lo seguimos.

– Los habéis visto en todos los listines telefónicos -explica Shep-. Las primeras entradas alfabéticas en cada categoría. AAAAAA Floristería. AAAAAA Lavandería Automática. Y el más patético y desesperado de todos los tartamudos, los que están dispuestos a hacer cualquier cosa por un pavo: AAAAAA Abogados.

Asiento. Charlie sonríe. Ahora lo entendemos. Sin pronunciar palabra, nos concentramos en los listines. Yo me encargo de Nueva York; Charlie de Nueva Jersey; Shep lee por encima de nuestros hombros. Pasando las páginas tan rápidamente como puedo, voy directamente a la sección de Abogados. El primero que encuentro es «A Abogados Expertos en Accidentes».

– Demasiado especializados -dice Shep-. Queremos un picapleitos general, no un cazador de ambulancias.

Mi dedo recorre la página. «AAAAA Abogados». En la línea siguiente se lee: «Todas sus necesidades: precios asequibles.»

– No está mal -dice Shep.

– ¡Lo tengo! -grita Charlie. Shep y yo le hacemos señas de que baje la voz-. Lo siento… lo siento -dice en una voz apenas audible. Hace girar el listín telefónico y lo lanza sobre el escritorio, golpeando el otro listín y haciendo que caiga sobre mi regazo. Su dedo índice señala el lugar exacto. Lo único que dice es «A». Debajo, el texto sólo contiene una palabra: «Abogado.»

– Sigo votando por el mío -digo-. Tiene que gustarte la garantía de un precio asequible.

– ¿Estás colocado? -pregunta Charlie-. Lo. Único. Que. Usa. El. Mío. Es. Una. A.

– El mío tiene cinco A. Todas en fila.

Charlie me mira fijamente.

– El mío es de Nueva Jersey.

– Tenemos un ganador -anuncia Shep.

Esta vez, Charlie es quien se abalanza sobre el teléfono. Shep le golpea en los nudillos.

– Desde aquí no -dice. Mientras se dirige hacia la puerta, añade-. Por eso Dios inventó los teléfonos públicos.

– ¿Estás loco? -pregunto- ¿Los tres metidos en una cabina telefónica? Sí, eso sí que es discreto.

– ¿Tienes una idea mejor?

– Trabajo con gente rica todos los días -digo, pasando por delante de Shep y echando un vistazo al reloj-. ¿Crees que no conozco los mejores lugares para ocultar dinero al gobierno?

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