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– ¿Por dónde quieren empezar? -pregunta Gillian cuando entramos en la casa rosa desteñido de su padre.

– Por donde usted quiera -dice Charlie mientras yo avanzo a través de la atestada sala de estar. Preparada como si se tratase de un mercadillo, la habitación está llena de… bueno… un poco de todo. Estanterías colmadas de libros de ingeniería y ciencia ficción cubren dos de las cuatro paredes estucadas de blanco, pilas de papeles sepultan un viejo sillón de mimbre, y al menos siete cojines diferentes -incluido uno con forma de flamenco y otro con forma de ordenador portátil- están colocados de cualquier manera sobre el sofá de cuero manchado.

En el centro de la habitación, una mesa baja modelo Woodstock está oculta debajo de mandos a distancia; fotografías desteñidas; un destornillador eléctrico; un puñado de billetes y monedas; figuras de plástico de Happy y Bashful de Blancanieves y los 7 enanitos; una pila de portavasos de Sun Microsystems y al menos dos docenas de patas de conejo pintadas de colores imposiblemente brillantes.

– Estoy impresionado -dice Charlie-. Esta habitación es un desastre incluso mayor que la mía.

– Espere a ver el resto -dice Gillian-. Mi padre era puramente función sobre forma.

– ¿O sea que todo este material era de él?

– La mayor parte -contesta Gillian-. He intentado examinarlo para decidir qué hacer con él… pero no resulta tan sencillo deshacerse de la vida de alguien.

Ese comentario golpea justo en la cabeza. A mi madre le llevó casi un año deshacerse del cepillo de dientes de mi padre. Y eso que le odiaba.

– Por qué no empezamos por allí -propone, conduciéndonos hacia la habitación que su padre utilizaba como oficina. En su interior encontramos una encimera de formica negra en forma de L que se proyecta desde la pared posterior y cubre la parte derecha de la habitación. La mitad está cubierta con papeles y documentos; la otra mitad con herramientas y piezas electrónicas: cables; transistores; un soldador en miniatura; un juego de alicates; un juego de destornilladores de joyería; e incluso algunas herramientas dentales para trabajar con pequeñas conexiones eléctricas. Encima del escritorio hay una fotografía enmarcada de Gepetto, de la película Pinocho, de Disney.

– ¿Qué hay de ese fetiche de Disney? -pregunta Charlie.

– Era donde trabajaba… quince años como ingeniero en Orlando.

– ¿De verdad? ¿Alguna vez diseñó alguna atracción que valiera la pena?

– Sinceramente, no lo sé; apenas le veía cuando era pequeña. El solía enviar una muñeca Minnie de peluche para mi cumpleaños, pero eso era todo. Esa fue la razón de que mi madre le abandonara, nosotras éramos su segundo trabajo.

– ¿Cuándo regresó a Miami?

– Creo que hace cinco años, se despidió de la Disney y encontró trabajo en una compañía local dedicada a los juegos de ordenador. El sueldo era la mitad, pero afortunadamente tenía un buen puñado de acciones preferentes de la Disney. Así fue como pudo comprarse esta casa.

– ¿No era un pez gordo en la Disney, verdad? -pregunto.

– ¿Papá? -pregunta con esa sonrisa absolutamente cautivadora-. No, a pesar de su licenciatura en ingeniería, no era más que una abeja obrera. Lo más cerca que estuvo de la acción fue cuando unió los sistemas informáticos de modo que, cuando la estación meteorológica central de la Disney ve que amenaza lluvia, todas las tiendas de regalos del parque reciben inmediatamente la orden de sacar paraguas y ponchos de Mickey. Las estanterías se llenan de ellos antes de que caiga la primera gota.

– Eso está muy bien.

– Bueno, sí… tal vez… aunque conociendo a mi padre, su papel podría haber sido un tanto… sobrevalorado.

– Bienvenida al club -digo, asintiendo-. Nuestro padre era un…

– ¿Nuestro padre? -exclama-. ¿Ustedes son hermanos?

Charlie me golpea con la mirada y yo me muerdo la lengua.

– ¿Qué? -pregunta Gillian-. ¿Cuál es el problema?

– Nada -le digo-. Es sólo que… después de lo que sucedió ayer… estamos intentando pasar desapercibidos. -Mientras pronuncio estas palabras, advierto que ella sopesa cada una de ellas. Pere, al igual que Charlie en sus mejores días, Gillian lo deja correr-. Está bien -dice-. Jamás diré una sola palabra.

– Sabía que no lo haría -le digo con una sonrisa.

– ¿Podemos continuar con lo que estábamos haciendo? -interrumpe Charlie-. Aún nos queda toda una casa por revisar.


Veinte minutos más tarde, estamos perdidos entre papeles. Charlie examina las pilas que hay sobre el escritorio, yo me encargo de los cajones y Gillian está trabajando en el archivador que hay en una rincón de la habitación. Hasta donde sabemos, la mayor parte de todo ese material es inservible.

– Escucha esto -me dice Charlie, revolviendo una pila de boletines científicos-. The Institute of Electrical and Electronics Engineers Lasers and Electro-Optics Society Journal.

– ¿Preparado para sentir vergüenza? -le pregunto-. «Querido Martin, si Abby viviese al otro lado del mar, qué gran nadador serías. Feliz Día de San Valentín. Tu amiga Stacey B.»

– ¿Crees que esa tarjeta supera a la Sociedad de Láser y Electro-Óptica?

– ¡Es una tarjeta de San Valentín de la década de los cincuenta! -exclamo, agitando la mohosa tarjeta en el aire. Delante de mí, en el último cajón del escritorio hay miles de tarjetas-. Guardaba cada postal, nota de agradecimiento y tarjeta de cumpleaños que le enviaban. ¡Desde que nació!

– Aquí sólo hay periódicos y revistas viejos -dice Gillian, cerrando el archivador-. Desde Engineering Management Review hasta el boletín de los empleados de la Disney, pero nada que nos pueda ser útil.

– No lo entiendo -dice Charlie-. ¿Conserva todo lo que ha pasado alguna vez por sus manos, pero no tiene una sola factura de teléfono o un extracto del banco?

– Me imagino que eso es lo que guardaba aquí… -digo, abriendo el cajón del archivador que hay encima de las tarjetas de cumpleaños. En su interior, una docena de carpetas de archivador vacías se balancean en sus colgadores de metal.

– Debieron llevárselos junto con el ordenador -dice Gillian.

– Entonces eso es todo… estamos muertos -exclama Charlie.

– No digas eso -le recrimino.

– Pero si los tíos del Servicio ya han revisado esto…

– ¿Entonces qué? ¿Deberíamos rendirnos y largarnos de aquí? ¿Debemos suponer que se lo han llevado todo?

– ¡Se lo han llevado todo! -grita Charlie.

¡No, no lo han hecho! -digo-. Echa un vistazo a tu alrededor, Duckworth tenía cosas metidas en todas partes: quince patas de conejo de diferentes colores. Y puesto que no tenemos ni la más remota idea de qué es lo que los tíos del Servicio se dejaron atrás, no pienso abandonar esta casa hasta que haya revisado cada posavasos, destrozado cada cajón y rebanado las cabezas de plástico de Happy y Bashful para ver si tienen algo escondido en su interior. Ahora, si tienes alguna idea mejor, me encantaría oírla, pero como has dicho antes, ¡tenemos toda una casa que revisar!

Charlie retrocede, sorprendido por mi reacción, pero con la misma rapidez se encoge de hombros y continúa la búsqueda.

– Tú encárgate de la cocina; yo buscaré en el baño.

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