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Es el letrero lo que me provoca esto. No los letreros verdes y blancos de la autopista que nos llevan desde la autopista hasta la I-4, o los letreros marrones y blancos que nos guían a lo largo de World Drive. Durante todo este tiempo, Charlie, Gillian y yo hemos mantenido una relativa calma. Conversaciones triviales en el coche, buscar emisoras en la radio, mirar a través de las ventanillas para divisar el famoso parque de atracciones. Es el típico viaje a Disney World. Pero cuando el letrero rosa, morado y azul se eleva en la distancia… cuando las enormes letras azules forman un arco a través de los ocho carriles de una carretera perfectamente asfaltada… cuando aparecen las estilizadas palabras «Reino Mágico» y el coche pasa directamente debajo de ellas, los tres giramos nuestras cabezas hacia el cielo y permanecemos en silencio. Gillian tiene la boca exageradamente abierta. La respiración agitada de Charlie se vuelve lo suficientemente sonora como para que yo lo advierta. Y la tensa excitación en mi propio pecho hace que me sienta como si un elefante acabara de sentarse sobre mi corazón.

Miro a Charlie para asegurarme de que se encuentra bien. Dibuja una sonrisa que sé que es falsa. Yo le sonrío a mi vez, de la misma manera. Hicimos exactamente lo mismo la primera vez que vinimos aquí, cuando él estaba tan excitado que vomitó en la montaña rusa, y yo tenía miedo de encontrarme con el Capitán Garfio. Dieciséis años más tarde, estoy cansado de tener miedo.

Estamos vigilando a Blancanieves. Observando la forma en que se mueve y con quién habla. Me apoyo contra la pared. Gillian está a mi lado, fingiendo mantener una conversación. Charlie, más nervioso de lo habitual, pasea entre la multitud. Pero no hacemos otra cosa que mirar… estudiar… tomar notas mentalmente. Naturalmente, Blancanieves no tiene ni idea de que estamos allí y, mientras permanecemos protegidos por las sombras detrás del Castillo de la Cenicienta, tampoco los chicos que andan a la caza de un autógrafo ni los padres que toman fotografías a todo lo que se mueve y que en este momento la rodean se fijan en nosotros. En ese momento, el enjambre de personas tiene seis niños de profundidad, lo que hace difícil que podamos perderla.

Desde el instante en que entramos en el parque fuimos en busca de los personajes. En Main Street, a través del castillo y hacia la Tierra de la Fantasía. Pero no fue hasta que oímos el grito de un crío de seis años detrás de nosotros, «¡Mamá, mira!», que los tres nos giramos y vimos a la multitud. Allí estaba ella, en el centro de la tormenta: Blancanieves, el personaje más bello de todos. Para los niños, ella había aparecido de ninguna parte. Para nosotros, bueno… ésa es la cuestión. Si quieres encontrar el túnel de los empleados tienes que empezar por los empleados.

Uno por uno, ella permite que cada niño disfrute de su momento. Algunos quieren una firma; los más pequeños simplemente quieren cogerse de su falda y mirarla. A nuestro lado, un adolescente con el pelo como un estropajo lleva una camiseta negra con la leyenda «¿Por qué la llaman Temporada del Turista si no podemos dispararles?» Ése era Charlie cuando tenía quince años. Junto a él, dos hermanos, un chico y una chica, están enzarzados en una batalla a sopapos. Somos nosotros cuando teníamos diez años. Pero cuando Blancanieves les hace una seña, los tres no pueden evitar saludarla. Ocho minutos después de aparecer Blancanieves -justo cuando la multitud alcanza su masa crítica- un muchacho con un polo Disney se dirige hacia la parte posterior de la multitud y da la señal. Blancanieves alza la vista, pero nunca se sale de su personaje. Eso ha sido todo. Retrocede mientras lanza besos de despedida a la multitud; deja bien claro que ha llegado la hora de hacer mutis por el foro.

– ¿Por qué se marcha? -pregunta una chica de pelo rizado, obviamente disgustada.

– Llega tarde a su cita con el Príncipe Encantado -anuncia el muchacho del polo Disney con la mayor simpatía posible.

– Y una mierda -musita Charlie-. He oído que se divorciaron hace años. Ella se quedó con todo salvo el espejo.

Gillian le golpea en el brazo.

– No digas eso sobre…

– Shhhh… Ya vale -les digo.

Se disparan unos cuantos flashes, se firma un último autógrafo y un padre que ruega, «Por favor, sólo una más… ¡Katie, sonríe!», toma una última foto.

Luego, como si fuese una estrella de cine que se despide de sus admiradores, Blancanieves se aleja de la multitud, que sigue protestando hasta que…

– ¡Winnie Pooh! -grita un niño y todo el mundo se gira. A diez metros de distancia aparece mágicamente la familiar figura del oso con la camisa roja e inmediatamente es abrazado por todos los pequeños. Debo concederle a Disney que saben sin duda cómo distraer a la gente. La muchedumbre echa a correr. Nosotros no nos movemos. Y es entonces cuando descubrimos la vieja puerta de madera. Blancanieves y el muchacho del polo se dirigen directamente hacia allí -detrás del Castillo de la Cenicienta, a la izquierda de la fuente de la Cenicienta- justo debajo de los arcos, en la esquina posterior de la tienda del tesoro de Tinker Bell. Por la forma en que se halla apartada del camino principal, es casi como unos lavabos. Pero en ninguna parte dice «Hombres» o «Mujeres». No tiene ningún rótulo. Una vieja puerta sin adornos justo delante de nuestras narices. Perfectamente diseñada para que pase desapercibida.

El muchacho del polo Disney echa una última mirada por encima del hombro y comprueba que no haya curiosos rezagados. Los tres miramos hacia otra parte. Convencido de que nadie está mirando, abre la puerta y acompaña a Blancanieves al interior. Un segundo después los dos han desaparecido.

– Ábrete sésamo -dice Charlie.

– ¿Crees que eso es todo? -pregunta Gillian.

– Esa es la cuestión, ¿verdad? -pregunto, avanzando hacia la puerta.

– ¡Espera! -grita Gillian, cogiéndome de la parte posterior de la camisa-. ¿Qué estás haciendo?

– Buscando algunas respuestas.

– Pero si hay un guardia…

– …entonces diremos, «Vaya, nos hemos equivocado de puerta» y nos marcharemos. -Me libero de su mano y continúo hacia la puerta.

– ¿De pronto te preocupa nuestra seguridad? -le pregunta Charlie.

Gillian no le contesta. Tiene la vista clavada en mí.

– Oliver, esto no es algo que debamos hacer a la ligera -añade cuando doy otro paso.

Pero no la escucho. Acabo de viajar tres horas con la promesa de que recuperaría mi vida. Todo está en esas cintas. No pienso marcharme de aquí sin ellas. Cojo el pomo con fuerza y miro hacia atrás. La muchedumbre sigue concentrada en Pooh. Es ahora o nunca…

Abro la puerta de par en par y me vuelvo hacia Gillian y Charlie. Ambos dudan, pero también saben que no hay demasiadas alternativas. Tan pronto como Gillian da el primer paso, Charlie la sigue. No estoy seguro de si mi hermano sospecha algo de ella o simplemente está asustado. En cualquier caso, los tres nos deslizamos hacia el interior de aquel lugar.

Apenas iluminado por un fluorescente, el rellano de la escalera está oscuro y desierto. Ahí no hay nadie, ni guardias ni rastro de Blancanieves. Compruebo las paredes y el techo. Tampoco hay videocámaras. Tiene sentido cuando lo piensas por un momento: esto es Disney World no Fort Knox.

– Echa un vistazo a esto -susurra Charlie, mirando por encima de la barandilla de metal que hay a nuestra izquierda.

Me coloco entre Gillian y él para comprobarlo con mis propios ojos: escaleras pavimentadas que descienden serpenteando cuatro plantas. La entrada al subterráneo.

– Si tuviese seis años, ¿sabes las pesadillas que me provocaría esto? -pregunta Charlie.

No le contesto y comienzo a bajar la escalera. No puede estar demasiado lejos.

– Tómatelo con calma -me advierte Gillian mientras descendemos en espiral hacia las profundidades.

Al llegar abajo nos encontramos con otra puerta, pero a diferencia de la que había arriba, ésta no hace juego con el ambiente medieval de los Tesoros de Tinker Bell. Se trata simplemente de una puerta estándar, corriente. La abro y asomo la cabeza a un pequeño pasillo. A mi derecha, perpendicular a nosotros, docenas de personas se cruzan en un pasillo más grande. Disfraces brillantes pasan rápidamente ante nosotros. El eco de las voces rebota en el cemento. Aquí está la acción. Es hora de participar en ella.

Apartándome de la escalera, echo a andar por nuestro pasillo y giro bruscamente a la izquierda en el pasillo principal, donde estoy a punto de chocar con una chica muy delgada que lleva un disfraz de Pinocho, excepto por la cabeza del muñeco.

– Cuidado -me previene mientras piso sus enormes zapatos de gomaespuma.

– Lo lamento… -Recupero el equilibrio, paso junto a la chica y veo a Blancanieves a su derecha, pero es alguien diferente, con el pelo castaño recogido en la nuca, una peluca negra en la mano y chicle en la boca.

– Kristen, ¿participas en el desfile esta noche? -pregunta Blancanieves, enmascarando sin demasiado éxito su acento de Chicago.

– No, ya he terminado por hoy -contesta Pinocho.

Me vuelvo cuando pasan a mi lado, pero advierto que Charlie y Gillian me observan fijamente.

«Por favor… tómatelo con calma», me suplica Charlie con la mirada, claramente acobardado.

Asiento y continúo avanzando por el pasillo. Ambos me siguen a pocos pasos, pero saben lo que se necesita para ser invisibles. Hazlo rápido y nunca dejes de moverte. Es igual que cuando conseguía meter a Charlie a hurtadillas en las películas prohibidas para menores. En el momento en que tienes el aspecto de que la cosa no va contigo, pues la cosa no va contigo.

Al llegar a lo que parece ser un túnel subterráneo para peatones, echo un vistazo al pasillo de cemento, que tiene aproximadamente el ancho de dos coches. Somos engullidos inmediatamente por la colorida marea de empleados de Disney que llevan toda clase de prendas, desde botas vaqueras y sombreros de la Frontera, hasta camisas plateadas y futuristas de la Tierra del Mañana, y las simples camisas con cuello y sin adornos del personal de conserjería. Me quito la corbata, la guardo en el bolsillo y me desabrocho el botón superior de la camisa. Soy sólo otro empleado de Disney camino del vestuario.

– Enemigos a las diez -me advierte Charlie.

Siguiendo esa dirección alzo la vista hacia la izquierda y diviso a dos policías que patrullan el túnel. Mierda. Llevo la mano instintivamente hacia la parte posterior de mis pantalones y compruebo que el arma de Gallo aún sigue ahí. Por si acaso.

– No están armados -añade Charlie, sabiendo lo que estoy pensando.

Cuando la policía de Disney se acerca a nosotros, me doy cuenta de que tiene razón. Llevan placas de metal y camisas azules, pero hasta ahí llega el uniforme. Echo un rápido vistazo a sus pistoleras. Ninguno lleva armas. Aun así, ello no significa que podamos enfrentarnos a ellos. Cuando uno de ellos mira en mi dirección, bajo la vista al suelo. Concéntrate en lo tuyo, no levantes la vista, me digo. Treinta segundos bastan. Los polis se alejan sin volver a mirarnos y alzo la cabeza para encontrarme nuevamente con el laberinto. El problema es que no tengo la más remota idea de adónde voy.

Acelero el paso y trato de cubrir la mayor distancia posible, avanzando por el amplio pasillo, inhalando el aire húmedo y subterráneo. Por la cinta color morado desteñido que cubre la mitad inferior del pasillo, yo diría que este lugar no ha recibido una mano de pintura en los últimos diez años. Tal vez se trate del cuartel general de todos los empleados del Reino Mágico, pero igual que la moqueta industrial barata que utilizamos en las zonas del banco no destinadas a los clientes, Disney mantiene su dinero perfectamente controlado. Con todo, los tornillos y las tuercas del parque se encuentran sin duda en este lugar: conductos del aire acondicionado encima de nuestras cabezas, tuberías a lo largo de las paredes y puerta de metal tras puerta de metal marcadas con rótulos como «Mantenimiento», «Control de residuos/AVAC» y «Peligro: Alto Voltaje». Justo encima de nosotros, los niños abrazan al bueno de Pooh, y los padres se maravillan ante la limpieza que exhibe el paraíso. Aquí abajo, Pinocho es una chica y el conducto de los desperdicios retumba de tal manera que lo sientes en los dientes. Ese es el material de la magia.

A mi derecha, un hombre negro vestido como un pájaro Tiki sale por una puerta que lleva el rótulo «Escalera n.º 5: La leyenda del Rey León». Un poco más adelante, de la «Escalera n.º 12: La vieja tienda de Navidad», sale un duende femenino rubio. Cada tres metros, la gente parece salir de ninguna parte y, no importa la tranquilidad que yo quiera aparentar, no puedo despojarme de la sensación de que estamos empezando a descubrirnos. Examino las tuberías que cubren el techo y busco cámaras de seguridad. Si alguien está vigilando, el tiempo se nos acaba. Y lo peor de todo, el tiempo corre a ciegas. Tres ratones ciegos.

Cuanto más avanzamos, más puertas de metal nos vemos obligados a atravesar; cuantas más puertas pasamos, más parece curvarse el pasillo; cuanto más se curva el pasillo, más intensa es la sensación que tengo de estar caminando en círculos. «Mantenimiento Oeste del Parque»… «Primeros auxilios»… «Área de descanso»… ¿Dónde diablos está el ACS?

– Esto es ridículo -dice Gillian finalmente-. Tal vez deberíamos separarnos.

– No -decimos Charlie y yo al unísono. Pero es evidente que necesitamos cambiar de estrategia.

Un poco más adelante, una mujer mayor vestida de peregrina sale de una habitación que lleva el rótulo de «Personal». Aparenta unos cincuenta años. Le hago señas a Charlie; él sacude la cabeza. Cuanto más mayores sean, más probabilidades hay de que nos pidan la tarjeta de identificación de Disney. Detrás de la peregrina hay una chica con tejanos y una camiseta Barnard. Charlie asiente. No es el mejor plan, pero debemos hacer algún movimiento. Ambos sabemos quién es el mejor cuando se trata de desconocidos.

– ¿Puedo hacerte una pregunta estúpida? -dice Charlie, acercándose a la señorita Barnard mientras trata de incrementar su encanto-. Habitualmente trabajo en EPCOT…

– Por eso te dejan conservar el pelo teñido -le interrumpe la chica.

Imperturbable, Charlie se echa a reír.

– ¿Por aquí no te dejan llevar el pelo teñido? -pregunta, pasándose la mano por los mechones rubios. Trata de parecer relajado, pero desde donde me encuentro con Gillian puedo ver el brillo del sudor en su nuca.

– ¿Estás de guasa? -pregunta ella -. Es una mala imagen.

– Sí, bueno, hay mucho que decir acerca de la mala imagen -bromea Charlie nerviosamente-. En cualquier caso, me han enviado aquí abajo para recoger algo de un lugar llamado DACS…

– ¿DACS?

– Creo que es una especie de sala de ordenadores.

– Lo siento, nunca he oído hablar de ese lugar -dice ella mientras yo me muerdo el interior del labio-. Pero si quieres puedes buscarlo en el plano.

«¿Plano?»

La chica señala por encima de su hombro. A la vuelta del pasillo desde «Personal».

– Eso sería genial -dice Charlie, dirigiéndose hacia allí-. Y si algún día te acercas por EPCOT…

«¡No bromees con ella!»

– … yo me encargo de la visita de la pelota de golf gigante.

– De acuerdo -dice ella con una amplia sonrisa Disney.

Charlie se despide agitando la mano; la señorita Barnard regresa al laberinto. Cuando se ha marchado, los tres giramos en la esquina del pasillo. Ahí está el plano mural. «Plano del Reino Mágico.»Estudio la disposición del parque y busco el signo de «Usted se encuentra aquí». Los túneles parten desde el Castillo de la Cenicienta como los rayos de una rueda y van por debajo de prácticamente todas las atracciones principales. Finalmente, el trazado recuerda la esfera de un reloj. La Frontera está a las nueve. La Tierra de la Aventura se encuentra a las siete. Para facilitar aún más las cosas, cada zona lleva un código de color. La Tierra del Mañana es azul, la Tierra de la Fantasía es morada. Nos encontramos en Main Street -violeta oscuro- que se corresponde con la tira del mismo color que recorre la pared. Posición seis en punto. Los Tesoros de Tinker Bell están a las doce. Hemos recorrido medio reloj.

Ya te he dicho que estábamos caminando en círculos -dice Gillian.

– Y mira lo que tenemos en el extremo del pasillo… -añade Charlie. Señala con el dedo hacia la parte superior del plano. Las letras saltan prácticamente de la pared y me muerden la garganta. DACS.

Justo delante de nosotros.

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