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– ¡Brandt! ¿Cómo estás, viejo cabrón? -exclamó Gallo, su amplia sonrisa mostraba la flamante rotura en un diente delantero.

– ¡Jimmy, muchacho! -dijo Katkin, envolviendo a Gallo en un abrazo de oso. Mientras los llevaba a él y a DeSanctis a su despacho en Five Points Capital, Katkin preguntó-. ¿Qué es lo que ha traído a tu culo gordo hasta el sur?

Gallo miró a DeSanctis y luego nuevamente a Katkin.

– ¿Te importa si cierro la puerta, Brandt?

Katkin miró fijamente a su amigo.

– Si esto tiene que ver con Duckworth…

– ¿O sea que ya han estado aquí?

– ¿Esos dos chicos con el pelo teñido? A primera hora de la mañana. Te digo que yo sabía que algo no funcionaba bien. Entonces cuando recibí tu llamada…

– ¿Había alguien más con ellos? -interrumpió DeSanctis.

– ¿Quieres decir aparte de la hija?

Nuevamente, Gallo miró a su compañero.

– ¿Qué dijo ella? -le preguntó a Katkin.

– No mucho. El chico del pelo oscuro se pasó casi todo el tiempo tratando de sonsacarme. Todo lo que hizo la hija fue permanecer sentada. Muy guapa, por cierto; pelo ensortijado, aspecto descuidado, pero con fuego en la mirada. Me observaba como una gata, ¿sabes lo que quiero decir? No había nadie como su papaíto. ¿Por qué, crees que ella anda en algo?

– Eso es precisamente lo que estamos tratando de averiguar -explicó Gallo-. Hace tres días, una cuenta a nombre de Duckworth desapareció de un banco de Nueva York. Ahora, esta… esta hija tendrá que responder a algunas preguntas.

– ¿Tienes idea de adonde han podido ir? -preguntó DeSanctis-. ¿Algún otro contacto que puedas tener en relación a Duckworth?

Katkin se acercó a su mesa y consultó la base de datos en su ordenador.

– Lo único que tengo aquí es la dirección de su casa y algunas direcciones de antiguos trabajos…

– Neowerks -le interrumpió Gallo-. Eso es, casi me había olvidado de ese empleo…

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