Mientras le seguía vacilante en la oscuridad, le convencí de que me dijera su nombre -León Garrison. Estaba encargado de la seguridad nocturna y era jefe de un equipo que trabajaba en el Rapelec. Su empresa, LockStep, estaba especializada en la vigilancia de edificios en construcción. Me pareció que parte de su irritación contra mí era orgullo herido por el hecho de que alguien hubiese entrado en el recinto para morir sin que él se enterara. Aún le fastidió más que yo consiguiera entrar igualmente inadvertida. Cuando le expliqué que había gritado un par de veces intentando despertar a alguien, no se entusiasmó tampoco.
Me llevó hasta abajo en un montacargas que corría por el exterior del edificio, moviendo las palancas con una taciturna eficiencia. Cuando salimos, proyectó la luz de la linterna frente a él haciendo arcos de círculo, iluminando rollos de cable, tablones, pedazos sueltos de hormigón. A medio paso de él, podía ver los obstáculos a tiempo para evitarlos. Tuve la sensación de que eso le decepcionaba.
Se detuvo bruscamente frente a un profundo hueco cuadrado.
– ¿Entiende algo de construcción? -preguntó.
– No.
Eso le levantó el ánimo, lo suficiente para que me explicara que lo último que se pone son los ascensores, hasta que no están construidos todos los pisos del edificio y el mecanismo queda instalado arriba. Las plataformas suspendidas sobre las que descansan llegan bastante más abajo, deben ser capaces de amortiguar los ascensores si los cables se rompen o si ocurre algún otro accidente fatal.
Este edificio tenía cuatro series de ocho ascensores cada una. Garrison recorrió todas ellas cuando descubrió el cuerpo de Cerise, mirando en cada una para cerciorarse de que no le esperaba alguna otra sorpresa desagradable. Cuando llegamos a la de marras, la enfocó con la linterna para que pudiera ver la plataforma que soportaba la grúa, unos veinte pisos más arriba. La grúa ocupaba el espacio donde se instalarían los ascensores una vez terminada la construcción.
Entre la profundidad del hueco y la plataforma de la grúa que oscilaba suavemente sobre mi cabeza, me asaltaron las náuseas. Al dar un paso atrás desde el borde, capté una sonrisita satisfecha en la cara de Garrison: estaba intentando impresionarme.
– De todas formas, ¿por qué miró ahí dentro? -traté de que mi voz sonara firme, no como si estuviera a punto de devolver.
– Tuvimos un incendio en una de las plataformas la semana pasada. Los tíos suelen tirar basura ahí dentro sólo porque es un hoyo abierto. Alguien tiró una colilla y lo que había empezó a arder. Sólo compruebo qué clase de basura se amontona ahí dentro.
Le pedí que volviera a alumbrar el hueco con la linterna. Habían clavado en uno de los lados una serie de tablas sin desbastar, para poder bajar y subir si se quería, pero no era nada fácil meterse dentro. Era difícil de creer que Cerise, o cualquier otro yonqui, se tomara tanto trabajo sólo por buscar un sitio solitario para chutarse.
– ¿Cada cuánto los comprueba?
– Normalmente, sólo una vez cada noche. Lo hice al empezar mi ronda. Desde el incendio, lo primero que miro son los huecos.
– ¿Así que la vio y llamó al 091?
Se rascó la cabeza por debajo del casco.
– Exactamente, llamé primero a August Cray. Es el responsable de la obra por la noche. Vino aquí, echó un vistazo, y me dijo que llamara a la policía. Luego llamó al contratista.
– ¿A Wunsch & Grasso?
– Tendrá que preguntarle a Cray, en este proyecto hay un montón de contratistas trabajando. Necesitan enterarse si ocurre algo especial en la obra, y supongo que se puede decir que un cadáver es algo bastante especial.
Pareció ostentar otra vez una sonrisa satisfecha, aunque era más bien difícil de determinar en la oscuridad. Me pregunté dónde estaría ese tal Cray cuando yo llamaba desde el tercer piso. De todas formas, llamó a alguien de Wunsch & Grasso, tal vez al propio Ernie. Luego, Ernie llamó a su colega Furey y le pidió que se asegurase de que la obra estaba limpia, de que no les fueran a hacer algún tipo de publicidad adversa o pedirles responsabilidades. Eso era plausible, incluso probable, pero no explicaba por qué habían llamado a Bobby y por qué estaba cabreado por ello.
¿A no ser que los muchachos hubiesen utilizado su relación con Boots para que el condado interviniera en la investigación? Pero eso no tenía sentido, lo que querrían sería echar tierra al asunto, y el implicar a Boots y al condado tendría el efecto contrario. Sondeé a Garrison todo lo que pude, pero no sabía a quién había llamado Cray ni por qué el municipio había mandado al jefe de su sección de homicidios.
– ¿Ha visto todo lo que necesitaba? -preguntó abruptamente Garrison-, no quiero que la pasma envíe a otro relevo esta noche diciendo que se han olvidado otra puñetera cosa. Hay mucho trabajo que hacer aquí.
– Esto debería ser suficiente -dije-. Creo que podrá estar a salvo de la policía al menos durante las próximas doce horas.
– Más vale -apagó la linterna y se dirigió al montacargas-. Supongo que más vale que le diga a Cray que ha estado aquí, le gusta saber quién hay en la obra por la noche.
Bajamos hasta el tercer piso.
– Va vestida un poco raro para una poli, ¿no?-dijo al bajar.
– Voy vestida raro para una obra -corregí-. Hasta los detectives tenemos vida privada. La muerte de Cerise Ramsay ha interrumpido la mía -el recuerdo de Bobby lanzando su reflector sobre Robin y yo me volvió a la cabeza. Ahora parecía más gracioso que en aquel momento. Reprimí una risita cuando Garrison llamó a la puerta de uno de los pequeños cubículos.
Cray resultó ser un blanco corpulento de cincuenta y pico años. Me observó suspicazmente mientras Garrison le contaba el motivo de mi visita.
– ¿No la has oído subir aquí? -preguntó el encargado de la seguridad.
– Estaba en el retrete -respondió brevemente Cray-. ¿Ya tiene lo que necesitaba? La próxima vez, llame antes.
Mostré una radiante sonrisa.
– Por supuesto que lo haré. ¿A quién llamó, a Ernie o a Ron, cuando Garrison le dijo lo del cadáver?
El ceño de Cray se acentuó.
– ¿Importa eso?
– Ya lo creo que importa. Una yonqui muerta no debería mover a un jefe de la pasma, y estoy intentando averiguar por qué.
– ¿Por qué no le pregunta eso a su jefe? -seguía poniendo un matiz grave y desagradable en su voz.
– ¿Al teniente Mallory? Ya se lo pregunté, y no me lo dijo. Y como precisión, no es mi jefe.
– A ver, un momento -Cray se levantó-. Enséñeme alguna identificación.
Saqué mi cartera y extraje la reducción plastificada de mi licencia de detective para enseñársela.
– ¿No es policía? ¿Nos ha hecho hacer todo esto y no es de la bofia? No te jode, debería hacerla trincar.
Volví a sonreírle.
– Puedo darle el número del teniente Mallory si quiere que sea él quien lo haga. Pero yo nunca dije que era del cuerpo. Le dije al señor Garrison que era detective. Podía haberme pedido mi identificación lo primero. Conozco a Ernie y a Ron, puedo llamar mañana y enterarme de a quién llamó.
– Entonces hágalo. Fuera de mi edificio. Rápido. Antes de que alguien tenga un accidente y deje caer una carga de acero sobre su preciosa cabecita.
Respiraba con dificultad. No veía ningún motivo para que estuviera tan excitado, pero me pareció que lo más prudente sería evacuar los locales. Una obra puede absorber muchos cadáveres en una sola noche.
De vuelta al Chevy me sentí repentinamente arrollada por una ola de agotamiento. Tenía los pies hinchados; me daban pinchazos dentro de los zapatos. Había sido verdaderamente estúpida sometiendo a los pobrecitos a tan rudo terreno. Me quité los zapatos y conduje en medias. El frío pedal del acelerador me hacía bien en la planta recalentada.
Una vez en casa, resistí a la tentación de tocar el timbre de Vinnie. No por nobleza de carácter, sino porque quería dormir y él era capaz de desquitarse de alguna horrible manera si le despertaba ahora.
Peppy gimió tras la puerta del señor Contreras cuando me oyó pasar, pero por suerte no se puso a ladrar. El viejo estaba lo bastante sordo como para seguir durmiendo con sus gemidos, pero no con sus ladridos. Una vez arriba, empecé a despojarme de la ropa en cuanto estuve dentro. Cuando llegué al dormitorio ya estaba desnuda. Me metí en la cama y me quedé dormida casi al instante.
Dormí profundamente, pero mis sueños estuvieron poblados por Elena y Cerise, que me perseguían por kilómetros y kilómetros de vigas de acero. Ya me creía a salvo, cuando un gigantesco hueco de ascensor se abría de repente ante mí. Justo cuando retrocedía, Cerise estaba allí con su mirada fija, desnuda como estaba en el depósito, con las trenzas enredadas, extendiendo los brazos y suplicándome que la salvara. Como ruido de fondo se oía la voz de Velma Riter resonando contra el acero, diciendo: "Ocúpate de tus asuntos, Vic, muchos piensan que eres como un grano en el culo".
Cuando el teléfono me despertó a las diez, me costó reaccionar. Manipulé torpemente el aparato hasta que pude coger correctamente el auricular.
– Dígame -farfullé con dificultad.
– ¿Puedo hablar con Victoria Warshawski, por favor?
Era la voz eficiente de una secretaria profesional. Conseguí percatarme de que se trataba de mí. Cuando me dijo que esperara, me enderecé para alcanzar una camiseta en caso de que fuera un cliente, no quería que me pillara desnuda.
– ¿Vic? Ernie Wunsch. Espero no molestarte, la chica me ha dicho que creía haberte despertado.
Cuando salía con LeAnn, era su chica; ahora ella era su mujer, y su secretaria se había convertido en su chica. Era un concepto demasiado confuso de asimilar con el cerebro tan embotado por el sueño, así que me conformé con gruñir.
– Hace unos minutos he recibido un mensaje del Rapelec diciendo que pasaste por allí en plena noche.
Volví a gruñir.
– ¿Algún problema en el que podamos ayudarte, Vic? Me cabrea un poco pensar que has andado por mi obra a mis espaldas.
– Espera un momento, Ernie. Vuelvo enseguida dejé el teléfono y fui al cuarto de baño. Me tomé mi tiempo y a la vuelta pasé por la cocina para cogerme un vaso de agua. Cuando volví a coger el teléfono, Ernie sí que estaba cabreado de verdad, pero yo me sentía un poco más despejada.
– Lo siento, Ernie, me has pillado haciendo algo cuando has llamado. Sabes que encontraron a una joven muerta en la obra anoche.
– Una yonqui negra. ¿Y eso en qué te interesa a ti?
– Era una protegida mía, Ernie. Le prometí a su madre que la cuidaría y he fracasado miserablemente -me imaginé el rostro enérgico y angustiado de Zerlina Ramsay y eso no me dio ningún ánimo.
– ¿Y?
– Y cuando supe que había muerto en el Rapelec, pensé que era mejor que fuera a mirar, ver si podía descubrir alguna razón por la que pudo ir allí.
– Si alguna vez quieres hablar otra vez con mi gente, Vic, ponte primero de acuerdo conmigo. Cray estaba furioso porque viniste aquí haciéndote pasar por una agente de policía. Faltó un pelo para que no te hiciese arrestar. Y si yo no hubiese sabido que era poner a Mickey en un jodido aprieto, lo hubiera hecho yo mismo. Si quieres jugar a los detectives, vete a hacerlo a otra parte -su voz sonaba francamente odiosa.
– Mientras juego a los detectives, Ernie, hay algo que puedes decirme: ¿por qué era tan importante para ti que fuera a investigar un verdadero jefazo? Si se lo hubieras dejado a los de a pie, simplemente hubieran dado el parte de una yonki muerta y probablemente yo ni siquiera me habría enterado.
Pero conforme formulaba la pregunta, parte de la respuesta se me reveló. Ernie llamó a Furey porque era colega y era de la pasma. Furey implicó a Bobby. No, eso no tenía sentido, Furey hubiese preferido mantener al margen a Mallory, para minimizar cualquier follón en el Rapelec. Bueno, tal vez metió la pata y no pudo evitar que Bobby se enterara. Pero eso no tenía sentido, porque Bobby estaba cabreado por tener que ir: alguien le había ordenado que fuese cuando él hubiera preferido no ir.
Mientras daba vueltas a todo eso en mi cabeza, Ernie dijo, recalcándolo:
– Tú aprende a ocuparte de tus asuntos, Vic. Le caerás mejor a todo el mundo.
Ya empezaba a ponerme negra ese sonsonete.
– Venga ya, Ernie, vete a jugar al coco con alguien que te tenga miedo. A mí no me impresionas ni así.
Cuando colgaba, me pareció oírle murmurar: "Sigo sin entender qué es lo que Mickey ve en ti".
Y yo no podía entender qué veía en él un encanto como LeAnn. ¿Qué hacía ella cuando le echaba alguna bronca? Probablemente soltaría una risita y diría: "Oh, Ernie, no seas tan quejica".
Me fui renqueando hasta la cocina a por café, con los pies hipersensibles e hinchados por mi escapada de la noche anterior. ¿Estaba Ernie tan sulfurado porque sentía que había socavado su control sobre el proyecto en construcción? ¿O había algo específico en la muerte de Cerise que le estaba incordiando? No podía imaginarme qué podía ser, y no se me ocurría ninguna razón para embarcar a Bobby contra su voluntad en esa investigación. Pero aún tenía el cerebro embotado y distante, las ideas le resultaban difíciles de desmenuzar.
Resistí a la tentación de tomarme el café en el baño y pasarme la mañana remojando mis doloridos dedos en la bañera. Sé que, por poco apetecible que parezca, correr es el mejor antídoto para la mente turbia. Además, una perra grande como Peppy necesita correr para su salud mental, no era justo abandonarla a los tranquilos paseos que podía ofrecerle el señor Contreras.
Me esforcé en llegar hasta la salita para hacer mis estiramientos. Me llevaron más tiempo del habitual. Y aun así no me sentía totalmente en forma cuando me puse el chándal y bajé a grandes zancadas la escalera de servicio.
Peppy me oyó acercarme y corrió para saludarme. Siempre estaba dispuesta a pasar del sueño profundo a la acción intensa sin tomarse el tiempo de desentumecerse entre ambas cosas. Al reconocer mi sudor, entró en una especie de frenesí, bailando en repetidos círculos a mi alrededor, precipitándose abajo de las escaleras, y subiendo otra vez como una flecha para com probar mis progresos. El señor Contreras salió a su puerta trasera cuando pasábamos.
– Voy a sacar a Su Alteza Canina a dar un garbeo -dije.
Asintió con la cabeza sin hablar y volvió a su cocina. Aún se sentía ofendido. Apreté los dientes, pero no hice el intento de llamarlo. Aún no estaba lista para hacer las paces.
Subí por la senda hacia Belmont a paso lento, llamando a Peppy en las intersecciones, procurando no desgarrarme un músculo. En el puerto me sentí por fin lo suficientemente suelta como para correr a tope durante un kilómetro o así, pero a la vuelta reduje otra vez a un paso ligero.
Recogí a Peppy en su lugar habitual junto a la laguna. Había descubierto una familia de patos y se estaba zambullendo con la esperanza de alcanzarlos. Hasta que no se echaron a volar en dirección al lago, hizo como que no me oía llamarla: mi merecida réplica por haberla ignorado los últimos dos días. Luego vino hacia mí dando saltos, con la lengua fuera, mostrando perversamente los dientes: sabía que me estabas llamando, pero nunca podrás probarlo.
Mi cabeza estaba mucho más despejada conforme volvíamos a casa. Cuando llegué al apartamento, me sentía incluso lo suficientemente bien como para reconciliarme con el señor Contreras. Llamé a la puerta de la cocina, le dije que había estado ocupada en un caso hasta las cuatro, y le pregunté si tenía café hecho. Con eso me sentí totalmente virtuosa: su café es un pésimo brebaje recocido, y hubiese ahorrado tiempo haciéndome una cafetera nueva en lugar de quedarme de palique con él.
Admitió que le quedaba algo del desayuno y abrió la puerta, mirando severamente a la perra, y luego a mí.
– ¿Por qué has dejado que la princesa se metiera en el agua? Aparte de que afuera no hace más de quince grados, no han limpiado el agua de esa laguna desde 1850.
Característico. Para poder ser perdonada, tenía que aguantar una regañina. Enseñé los dientes en un sucedáneo de sonrisa.
– Ya sé, ya sé. Le supliqué una y otra vez, pero ya sabe cómo es, la señorita quiere hacer algo, y lo hace sin pedir permiso a nadie.
Me miró con agudeza.
– Me parece que conozco a una señorita de ésas, hum hum. Y uno no tiene más remedio que aguantarse hasta que están dispuestas a volverte a oír.
Sonreí con aire entendido.
– Eso es, así es exactamente. Bueno, ¿qué tal si tomamos ese café?