Algo bueno había tenido la llamada de Macdonald: mi enfado me había inyectado una buena ráfaga de adrenalina. Me sentía cargada de energía conforme conducía en dirección a Belmont.
Eran ya más de las ocho. El cielo de septiembre estaba totalmente oscuro, y en la oscuridad hacía frío. Tenía que haber cogido una chaqueta al salir, pero estaba demasiado disgustada para pensar correctamente. También tenía que haber cogido la pistola, aunque no creía que Vinnie estuviese siguiéndome para tenderme una emboscada.
Llegué a la funeraria un cuarto de hora antes de que acabara el velatorio. Era un pequeño edificio de piedra, con una discreta placa que lo identificaba como capilla. Todavía había unos cuantos coches dispersos en el aparcamiento cuando llegué. Corrí con mis tacones hasta la entrada principal, por si acaso cerraban el velorio a las nueve en punto.
La puerta se cerró con un suave chasquido. Más allá de un pequeño vestíbulo con un paragüero y un perchero, había una amplia sala de recepción cubierta con una espesa alfombra color lila. Las oscuras paredes artesonadas, de donde colgaban unos cuantos grabados piadosos, creaban una atmósfera victoriana de severo duelo. Me di cuenta de que andaba de puntillas, aunque mis zapatos no hacían ningún ruido sobre la densa alfombra lila. Nadie salió a recibirme, pero no podían haberme oído entrar.
Una pequeña tarjeta cuadrada en una vitrina al otro extremo de la sala de recepción me informó de que el velatorio de Donnelly era en la Capilla C. Un pasillo a la derecha conducía a una serie de cuartos. No comprobé sus etiquetas, pero me dirigí hacia la única puerta donde se veía luz.
Había un puñado de mujeres sentadas en sillas plegables junto a la puerta, hablando pero en voz baja en deferencia al féretro abierto que ocupaba la pared opuesta. Me miraron, constataron que no me conocían, y volvieron a su conversación. Reconocí a las hijas de la señora Donnelly por la foto que me había dado el señor Seligman, aunque no sabía quién era Shannon y quién era Star.
Un hombre se materializó desde un rincón.
– ¿Ha venido al velatorio de la señora Donnelly, señorita?
Era bajito, y su cráneo completamente calvo le hacía representar unos cincuenta años. Aunque más de cerca vi que debía de ser más joven que yo. Asentí con la cabeza, y me acercó a ver a la señora Donnelly. La habían amortajado con un traje sastre blanco, con un elegante estampado en azules; verdes, y tenía la cara tan perfectamente maquillada como se la maquillaba ella misma en los tiempos en que había hablado con ella. Eso de vestir a los muertos para enterrarlos, desde el sostén hasta las medias, les resta dignidad. El maquillaje, incluida la raya y la sombra en sus párpados cerrados, me hacían imposible imaginarla como otra cosa que una muñeca de porcelana en exhibición.
Sacudí la cabeza, cosa que el joven tomó por una señal de respeto. Me volvió a acompañar hasta el otro extremo de la habitación y me pidió que firmara en el registro de los visitantes. En ese momento, una de las hijas de la señora Donnelly se apartó del grupo y su charla y se acercó a estrecharme la mano.
– ¿Conocía usted a mi madre? -hablaba en voz baja, pero su voz tenía el inconfundible deje gangoso de los suburbios de Chicago.
– La conocí por cuestiones de trabajo. Hablaba mucho de usted y de su hermana, estaba muy orgullosa de ustedes. Y desde luego, conozco a Bárbara Feldman.
– Ah, la hija del tío Saúl -sus ojos azules, ligeramente protuberantes como los de su madre, me miraron con renovado interés-. Nos llevaba demasiados años para jugar con nosotras cuando éramos pequeñas. Conocíamos mejor a Connie.
Su hermana, al ver que seguíamos hablando; se acercó a nosotras. Ni siquiera viéndolas juntas pude determinar quién era la mayor: a eso de los treinta, un año más o menos no se nota tanto como a los tres años.
Alargué la mano.
– Soy V. I. Warshawski, una conocida del trabajo de su madre.
Me estrechó la mano sin decir su nombre. Estas jóvenes generaciones no tienen modales.
– También conoce al tío Saúl, Star.
Eso resolvió el problema del nombre: había estado hablando con la mayor, Shannon.
– Sé que su madre esperaba que ustedes tomaran el relevo en el negocio del señor Seligman. ¿Les parece que lo querrán hacer ahora que su madre ha… nos ha dejado? -iba a decir ha muerto, la palabra exacta, pero me acordé a tiempo de que a mucha gente no le gusta utilizarla. Las dos hermanas intercambiaron unas miradas en parte divertidas, en parte de complicidad.
– El tío Saúl ha sido muy bueno con nosotras -dijo Shannon-, pero su negocio es hoy día demasiado pequeño, realmente. Nuestra madre sólo permanecía allí por afecto hacia él. No había mucho que hacer allí, ni siquiera para ella.
Yo no sabía muy bien lo que estaba buscando, pero algo llevó a la señora Donnelly a no querer enseñar fotos de sus hijas a nadie que tuviese relación con el incendio del Indiana Arms. No podía preguntarles por las buenas si conocían a Vinnie Bottone, o si tenían algo que ver con los incendios contratados.
Lancé una cautelosa sonda.
– Pero, según creo, les dio participación en propiedades inmuebles.
– ¿Usted está interesada en comprar? -preguntó Shannon-. ¿Por eso conoció a mi madre?
– Más bien en vender -dije-. ¿Trabajan ustedes en alguna firma que esté interesada en comprar?
– Yo no, pero puede que Star sí.
Star parpadeó fugazmente.
– Yo no trabajo exactamente para una sociedad de bienes raíces, Shannon, lo sabes. No es más que una sociedad de control.
– ¿"Farmworks, Inc."? -inquirí sin darle importancia.
Star se me quedó mirando boquiabierta.
– Mi madre debió apreciarla mucho si le dijo eso, pero ni siquiera recuerdo que ella mencionara su nombre.
– Las cosas se saben -dije con vaguedad-. ¿Fue a través de usted como Farmworks entró en relación con Seligman?
– No me parece muy respetuoso estar aquí hablando de negocios delante de mi madre -Star indicó con la vista el féretro abierto de la señora Donnelly-. Puede pasarse por la oficina si quiere, aunque no creo que tengamos nada que le interese.
– Muchas gracias -les estreché la mano a ambas hermanas-. Siento mucho la muerte de su madre. Llámenme si puedo ser de alguna ayuda.
Volví la cabeza conforme salía de la capilla ardiente, esperando ver alguna señal de consternación, pero ambas se habían vuelto a unir al pe queño círculo de amigas. Cuando iba por la alfombra lila el joven calvo me alcanzó.
– No ha firmado en el registro, señorita: a la familia le gustaría saber quién ha estado aquí.
Cogí el bolígrafo que me ofrecía. Firmé con cierta malicia "V Bottone" en letras grandes y gruesas. El joven me dio las gracias en voz baja y sobria. Le dejé parado junto a un grabado de una Pietá.
Eran las diez cuando regresé a mi casa. El Chevy se comportaba bien mientras lo mantenía a menos de ochenta. Tal vez no fuera nada importante.
Era algo tarde para una visita de buena vecindad, pero las luces del salón de Vinnie aún estaban encendidas. Subí las escaleras de dos en dos, y me puse unos vaqueros antes de volver a bajar. Al salir me acordé de la pistola. Si Vinnie era de verdad un pirómano, tal vez fuese buena idea no ir desarmada a hablar con él. Entré otra vez corriendo, me la metí en la cintura, y volví a salir.
Cuando llegué abajo, estaba jadeando, pero por suerte Vinnie tardó unos minutos en contestar a mi llamada. Estaba a punto de bajar al vestíbulo para llamar por el telefonillo, cuando por fin oí descorrer un cerrojo. Llevaba unas sandalias y unos vaqueros con una camiseta de los Grateful Dead: no sabía que pudiera llevar ropa cómoda.
Al verme, su cara lisa y redonda se arrugó, ceñuda.
– Tenía que haber sabido que sólo tú podías venir a molestarme a estas horas. Si intentas venderme coca, o crack, o cualquiera de esas cosas con que traficas, no me interesa.
– No vendo, compro -metí mi pierna derecha entre la puerta y el marco justo a tiempo para impedirle cerrármela en las narices-. Y más vale que tengas algo bueno que ofrecerme, o la siguiente visita será la de los detectives de la policía.
– No sé de qué me estás hablando -dijo furioso.
Desde el salón alguien le llamó, preguntando quién estaba en la puerta.
– Si no quieres que tu amigo se entere de nuestra conversación, puedes venir a mi casa -le ofrecí-. Pero vamos a seguir hablando hasta que me expliques por qué estabas en el Hotel Prairie Shores el miércoles pasado.
Intentó empujar la puerta contra mi pierna. Yo empujé hacia él y me colé en el vestíbulo. Me fulminó con la mirada, sus ojos marrones como dos flechas envenenadas.
– ¡Sal de mi casa antes de que llame a la pasma! -siseó.
Un hombre alto y joven salió del salón y se quedó detrás de Vinnie, sobrepasándolo en más de diez centímetros. Era el mismo tipo que había visto salir del RX7 con Vinnie hacía una semana o dos.
– Soy V. I. Warshawski -dije, alargándole la mano-. Vivo arriba, pero aún no conozco muy bien al señor Bottone, tenemos unos horarios muy distintos.
– No hables con ella, Rick -dijo Vinnie-. Ha entrado a la fuerza y quiero que se largue. Es la que hemos…, la que despacha sus negocios en las escaleras a las tres de la madrugada.
Rick me miró con interés.
– ¡Oh! Es ella la que hemos…
Vinnie le interrumpió.
– No sé a qué ha venido a meterse aquí, pero si no se larga antes de diez segundos, quiero que llames a la bofia.
– Hazlo -le apremié, ferozmente cordial-, pero que sea el Distrito Central, no la comisaría local. Quiero que algunos de los que estaban en el incendio del Prairie Shores vengan a identificarle. Tu amigo Vinnie estaba allí y estoy segura de que alguien lo reconocerá.
– Estás delirando -gruñó Vinnie.
Pero yo sabía que tenía razón, la irritación había desaparecido de su rostro y parecía preocupado.
Aproveché mi ventaja.
– De hecho, estoy segura de que podrían identificar su voz con la de la cinta del aviso de incendio al 091.
– Estás mintiendo -soltó-. No graban ese tipo de llamadas.
– Claro que sí, Vinnie. Tienes que aprender un par de procedimientos policiales si quieres dedicarte al crimen. ¿Qué hiciste, obligar a Elena a que me llamara, luego la golpeaste y me esperaste en la oscuridad? ¿Me llamaste cuando viste que no reparaba en ella a la primera?
– ¡No!
– No me mientas, Vinnie, sé que estabas en ese incendio. La policía tiene una cinta con tu voz. Y Elena te reconoció. Ha vuelto a huir, pero te describió a una amiga cuando te vio merodeando por el Indiana Arms.
– No sé quién es esa Elena -aulló.
– Sabes, Vinnie, creo que deberías contarle lo que pasó.
Rick me miró.
– Vinnie cree que no has dejado de hostigarle. Si vais a ser vecinos, lo mejor es que aclaréis las cosas entre vosotros.
– ¿Pero tú de qué lado estás? -masculló Vinnie, pero no ofreció ninguna resistencia cuando su amigo le tomó de la mano y le empujó suavemente hasta el salón.
Les seguí. Su apartamento era una copia bastante fiel del mío en su distribución, pero su estilo y su presupuesto estaban muy por encima de mis medios. El salón estaba decorado todo de blanco, en diferentes texturas contrastadas. El largo muro opuesto a la escalera estaba cubierto por una tela abstracta en diferentes tonos de azul y verde. Era el único toque de color en la habitación: la biblioteca y la mesita baja eran de cristal o de metacrilato transparente, o algo parecido.
Me posé delicadamente en uno de los bajos y abultados sillones, esperando que mis vaqueros no dejasen en ellos ninguna raya de polvo reveladora. Vinnie se sentó lo más lejos de mí que pudo, en una silla a juego ante la ventana, mientras Rick se apoyaba en la pared junto a él.
– Bueno, dime qué ha pasado -le invité.
Como Vinnie no mostraba ninguna inclinación a responder, Rick habló por él.
– Fue hace una semana más o menos, ¿verdad? Estábamos durmiendo -se interrumpió para mirarme precavidamente, para ver si iba a escandalizarme ante su revelación. Cuando vio que no reaccionaba, prosiguió.
– La perra estaba ladrando como una loca, y nos despertó. El dormitorio está cerca del vestíbulo, ya sabes.
En mi casa el dormitorio era exterior y la cocina daba al descansillo, pero en el primer piso era al revés, por la disposición de la escalera de servicio, lo sabía por todas las veces que había entrado en la cocina del señor Contreras para recoger a la perra.
– Nos levantamos y te vimos salir. Y Vinnie dijo que era la última vez que le despertabas en plena noche. Dijo que estabas haciendo algo ilegal y que habías burlado a los maderos, pero que él te iba a seguir, te iba a pillar con las manos en la masa y que iba a ir a la policía con pruebas tan gordas que te harían arrestar -inclinó la cabeza hacia un lado-. Sólo por curiosidad, ¿a qué te dedicas? No tienes pinta de camello ni de fulana.
No pude reprimir una sonrisa.
– Soy detective privada, pero eso no tiene nada que ver con la razón por la que lo he estado despertando. En realidad es una tía mía, incendiaron la casa donde vivía y ha venido unas cuantas veces a media noche a pedirme ayuda. Pero Vinnie reaccionó tan violentamente que no podía decidirme a confiar en él. ¿Y qué hicisteis cuando me visteis salir?
– Nos subimos al Mazda y te seguimos.
Rick tenía un porte sereno que me hizo preguntarme qué le veía a Vinnie. Pero no era la primera pareja mal combinada que veía. Volví a recordar mi cauteloso acercamiento por Indiana hasta el Prairie Shores. No creí que me estuvieran siguiendo.
– Te esperamos en Cermak -explicó Rick. Ninguno de los dos le hacíamos ningún caso a Vinnie, sentado y enconado en su camiseta de los Dead-. Si ibas a encontrarte de verdad con un camello, no quería que me pillaran en medio. Y ésa era la calle más tenebrosa que jamás he visto. Recorrimos Cermak varias veces en los dos sentidos; te vimos bajar por Indiana y desaparecer tras ese edificio, el que se incendió. Así que llegamos al extremo de la calle y nos quedamos observando, y al cabo de unos veinte minutos vimos que la casa ardía en llamas y vimos a un tipo salir corriendo. Eso nos asustó de verdad, pero pensamos que lo mejor que podíamos hacer era llamar al 091. ¿Es cierto que graban las llamadas?
Asentí distraídamente. Claro que eso podía ser un cuento urdido para aplacarme, pero la entonación era sincera. Vinnie parecía demasiado malhumorado, al menos, y eso de que no querían alejarse de la calle Cermak parecía auténtico.
– ¿Podéis describir al hombre que salió corriendo del edificio?
Rick sacudió la cabeza.
– Estaba oscuro, y llevaba ropa oscura. Creo que llevaba una chupa de cuero, pero estaba demasiado nervioso como para prestarle mucha atención. Estoy casi seguro de que era un blanco; creo que vi el reflejo de las luces en sus pómulos, pero no estoy seguro de que sea un recuerdo real.
– ¿Así que os quedasteis esperando a ver si alguien llegaba para apagar el fuego?
Parecía un tanto avergonzado.
– Sé que hubiésemos debido precipitarnos dentro del edificio en llamas para salvarte, pero no sabíamos en qué estabas metida, a lo mejor habías provocado tú misma el incendio, a lo mejor habías salido de la misma manera que habías entrado. Y el fuego se extendía rápido.
– Por el acelerador -dije distraídamente-. Pero Elena le dijo a la seño…, le dijo a alguien que había visto al hombre que incendió el Indiana Arms y que tenía unos ojos fabulosos. Y es lo mismo que dijo cuando vio a Vinnie la primera noche que lo despertó. Así que pensé que lo había reconocido y que tal vez le estuviese chantajeando.
Mi voz se fue desvaneciendo cuando Rick se echó a reír.
– A esto se le llama reconstrucción, Vinnie. ¡Vamos, alegraos! Tú creyendo que ella traficaba drogas ahí arriba, y mientras tanto ella dándote caza por pirómano. Quiero que os deis la mano y que os toméis un trago juntos.
Vinnie no quería y yo tampoco estaba de humor, pero Rick fue a la cocina y volvió con una botella de Georges Goulet. Resultaría grosero no tomarse al menos una copa. Al final, Rick y yo nos tomamos esa botella y parte de otra mientras Vinnie se fue mosqueado a la cama.