Capítulo 12

Un instante después de que el agente especial Lattesta pidiera a los dos hombres que tiraran las armas, las balas volaron por el aire como el polen de pino en primavera.

A pesar de encontrarme expuesta, ninguno de los proyectiles me alcanzó, lo cual me pareció absolutamente asombroso.

Arlene, que no se echó al suelo tan deprisa como yo, recibió un balazo que le rozó el hombro. La agente Weiss recibió esa misma bala en el pecho. Andy disparó a Whit Spradlin. El agente especial Lattesta erró a Donny Boling con su primer tiro, pero acertó con el segundo. Llevó semanas reproducir la secuencia, pero eso fue lo que pasó.

Y, de repente, cesó el tiroteo. Lattesta llamó al 911 mientras yo aún estaba tirada en el suelo, contando los dedos de manos y pies para asegurarme de que seguía intacta. Andy también se apresuró a llamar al departamento del sheriff para informar del altercado, así como de que un oficial y varios civiles estaban heridos.

Arlene gritaba por su pequeña herida como si le hubiesen arrancado un brazo.

La agente Weiss yacía sobre la maleza, sangrando, con los ojos muy abiertos y llenos de miedo, y la boca cerrada con fuerza. La bala le había atravesado por donde había levantado el brazo. Pensaba en sus hijos y su marido, y en morir aquí, en medio de la nada sin poder volver a verlos. Lattesta le quitó el chaleco y presionó la herida mientras Andy fue rápidamente a detener a los dos de las escopetas.

Fui incorporándome con lentitud hasta quedar sentada. De ninguna manera sería capaz de levantarme. Permanecí sobre las agujas de pino, contemplando a Donny Boling, que estaba muerto. No quedaba el menor signo de actividad cerebral en él. Whit seguía vivo, aunque no en muy buen estado. Después de que Andy echara un vistazo a Arlene y le mandara guardar silencio, ella dejó de gritar y se limitó a sollozar.

He tenido miles de cosas por las que culparme a lo largo de mi vida. Añadí este incidente a la lista mientras contemplaba como se derramaba la sangre de Donny por su costado izquierdo hasta formar un charco en el suelo. Nadie habría recibido un balazo si me hubiese limitado a montarme en mi coche y largarme. Pero no, tenía que intentar cazar a los asesinos de Crystal. Y ahora sabía, demasiado tarde, que esos idiotas ni siquiera eran los responsables. Me dije que Andy había pedido mi ayuda, que Jason la necesitaba también… pero, en ese momento, no imaginaba que pudiera sentirme bien por esto en un largo plazo de tiempo.

Durante un fugaz momento sopesé echarme al suelo de nuevo, deseando estar muerta.

– ¿Estás bien? -preguntó Andy después de esposar a Whit y comprobar el estado de Donny.

– Sí -respondí-. Andy, lo siento. -Pero él ya había salido corriendo al jardín delantero para hacer señas a la ambulancia. De repente, había mucha más gente por todas partes.

– ¿Estás bien? -me preguntó una mujer con el uniforme de técnico sanitario de emergencia. Sus mangas estaban cuidadosamente dobladas y mostraban unos músculos que no sabía que las mujeres pudieran desarrollar. Se podía ver la contracción de cada uno de ellos a través de la piel color moca-. Pareces conmocionada.

– No estoy acostumbrada a ver gente tiroteada -dije, lo cual era en su mayoría cierto.

– Creo que será mejor que vengas a sentarte en esta silla -sugirió, y señaló una silla plegable de jardín que había conocido días mejores-. En cuanto haya revisado a los que sangran, volveré contigo.

– ¡Audrey! -la reclamó su compañero, un hombre cuya barriga sobresalía como un balcón-. Necesito que me eches una mano con esto. -Audrey salió corriendo en su ayuda mientras otro equipo de sanitarios emergió rodeando la caravana. Tuve más o menos la misma conversación con ellos.

La agente Weiss fue la primera en ser transportada al hospital, y deduje que el plan era estabilizarla en el hospital de Clarice y luego llevarla por aire hasta Shreveport. Metieron a Whit en la segunda ambulancia. Luego llegó una tercera para Arlene. El muerto tuvo que esperar a la llegada del forense.

Yo esperé a lo que viniera a continuación.

Lattesta se quedó mirando a los pinos con expresión ausente. Sus manos estaban manchadas de sangre de haber presionado la herida de su compañera. Se agitó mientras lo miraba. La motivación volvió a llenar su cara y los pensamientos volvieron a fluir. Andy y él empezaron a intercambiar impresiones.

Para entonces, el jardín estaba atestado de gente, todos ellos febrilmente activos. Los tiroteos con oficiales de policía implicados no son muy habituales en Bon Temps o en la parroquia de Renard. Y si encima había agentes del FBI, la tensión y la expectación se multiplicaban considerablemente.

Muchas más personas me preguntaron si estaba bien, pero ninguna parecía animada a decirme qué hacer o a sugerirme que me moviera, así que permanecí sentada en la destartalada silla con las manos sobre el regazo. Me dediqué a contemplar la actividad y procuré mantener la mente en blanco. Fue imposible.

Me preocupaba la agente Weiss, y aún sentía la fuerza de la enorme ola de culpabilidad que me había inundado, si bien ésta iba disminuyendo. Debería haber estado triste por la muerte del tipo de la Hermandad, pero no lo estaba. Al cabo de un rato, pensé que iba a llegar tarde al trabajo si todo ese elaborado proceso no progresaba. Sabía que era una preocupación trivial mientras contemplaba la sangre que manchaba el suelo, pero también sabía que a mi jefe no se lo parecería.

Llamé a Sam. No recuerdo qué le dije, pero recuerdo haberle convencido para que no viniese a recogerme. Le conté que había mucha gente en la escena del crimen, y que la mayoría iba armada. Después, no me quedó nada que hacer, más que perder la mirada en el bosque. Estaba conformado por una maraña de ramas caídas, hojas y una variedad de capas marrones, salpicadas por pinos de diversas alturas. La claridad del día hacía que los patrones sombríos resultaran fascinantes.

Mientras contemplaba las profundidades boscosas, me dio la impresión de que algo me devolvía la mirada. Varios metros por detrás del linde de árboles había un hombre de pie; no, no era un hombre, era un hada. No puedo leer a las hadas con mucha claridad; no son tan vacías como los vampiros, aunque sí lo más parecido.

Pero era fácil leer la hostilidad en su postura. Ese hada no era del bando de mi bisabuelo. No le habría importado verme tendida en el suelo desangrándome. Estiré la espalda, repentinamente consciente de que no tenía la menor idea de si todos esos policías serían suficientes para mantenerme a salvo de ese ser. Mi corazón volvió a galopar alarmado, respondiendo a la adrenalina con algo de pereza. Quería decir a la gente que estaba en peligro, pero sabía que si señalaba al hada ante cualquiera de los presentes, no sólo se desvanecería entre los árboles, sino que podría estar poniendo en peligro más vidas. Y eso ya lo había hecho suficiente por ese día.

Cuando me levanté de la silla plegable sin un verdadero plan en mente, el hada me dio la espalda y se desvaneció.

«¿Es que no puedo tener ni un momento de tranquilidad?». Al paso de ese pensamiento, tuve que inclinarme y cubrirme la cara con las manos porque me entró la risa, y no era de las sanas. Andy se acercó y se puso delante de mí, tratando de mirarme a la cara.

– Sookie -dijo, y por una vez su voz era amable-. Eh, chica, no te derrumbes. Tienes que hablar con el sheriff Dearborn.

No sólo hablé con él, sino que también tuve que hacerlo con un montón más de gente. Más tarde, no recordaría ninguna de esas conversaciones. Eso sí, conté la verdad siempre que me preguntaron.

No mencioné haber visto un hada en el bosque porque nadie me preguntó: «¿Ha visto a alguien más esta tarde?». En cuanto tuve un instante libre de tristezas y sensaciones fuertes, me pregunté por qué había aparecido, por qué se había mostrado. ¿Me andaba siguiendo? ¿Tenía yo alguna especie de micrófono sobrenatural colocado?

– Sookie -dijo Bud Dearborn. Salí de mi trance con un parpadeo.

– ¿Señor? -Me levanté, con los músculos temblorosos.

– Ya puedes irte. Volveremos a hablar más tarde -dijo.

– Gracias -respondí, apenas consciente de lo que estaba diciendo. Me subí al coche totalmente entumecida. Me obligué a conducir a casa para ponerme el uniforme de camarera e irme al trabajo. Servir bebidas sería mucho mejor que quedarme sentada en casa dándole vueltas a los acontecimientos del día, si es que conseguía aguantar de pie tanto tiempo.

Amelia estaba en el trabajo, así que tenía la casa para mí mientras me enfundaba los pantalones del bar y la camiseta de manga larga con la insignia del Merlotte's. Estaba helada hasta la médula, y por primera vez deseé que Sam hubiese comprado jerséis para trabajar en el bar. Mi reflejo en el espejo del baño era horrible: estaba pálida como un vampiro, tenía unas enormes ojeras y supongo que mostraba el aspecto de una persona que ha visto a muchas otras sangrando en el mismo día.

La tarde se antojaba fría y tranquila mientras me dirigía hasta el coche. No tardaría en oscurecer. Como Eric y yo estábamos vinculados, siempre que oscurecía pensaba en él. Ahora que nos habíamos acostado, mis pensamientos se transformaron en anhelo. Intenté meterlo en la trastienda de mi mente mientras conducía hacia el bar, pero insistía en salir a flote.

Puede que se debiese a que el día había sido una pesadilla, pero me di cuenta de que estaba dispuesta a perder todos mis ahorros a cambio de ver a Eric en ese preciso instante. Caminé pesadamente hasta la puerta de los empleados, con la mano aferrada en la paleta que guardaba en el bolso. Pensaba que me podían atacar, pero estaba tan preocupada que se me olvidó proyectar mi sentido para detectar otras presencias, y no vi a Antoine a la sombra del contenedor hasta que se adelantó para saludarme. Estaba fumando un cigarrillo.

– La madre que…, Antoine me has dado un susto de muerte.

– Lo siento, Sookie. ¿Vas a plantar algo? -dijo, mirando la paleta que había sacado del bolso-. No hay mucho trabajo esta noche. Me he salido un momento a echar un pitillo.

– ¿Está todo el mundo tranquilo hoy? -Volví a guardar la herramienta sin dar explicaciones. Con un poco de suerte, lo achacaría a mi rareza en general.

– Sí, no ha venido nadie a sermonearnos y nadie ha muerto. -Sonrió-. D'Eriq no para de hablar de un tipo que se presentó antes y que asegura que es un hada. A pesar de que D'Eriq es un tipo simple, hay veces que puede ver cosas que otros no. Pero… ¿hadas?

– ¿Seguro que se refería a hadas…, como las de los cuentos? -Si creía que no me quedaba más energía para estar alarmada, me equivocaba. Recorrí el aparcamiento con la mirada, muy asustada.

– Sookie, ¿es verdad? -Antoine me miraba fijamente.

Me encogí débilmente de hombros. Pillada.

– Mierda -saltó Antoine-. Mierda, mierda. Éste ya no es el mismo mundo en el que nací, ¿eh?

– No, Antoine, no lo es. Si D'Eriq dice alguna cosa más, cuéntamelo, por favor. Es importante.

Podía tratarse de mi bisabuelo que venía a interesarse por mí, o de su hijo Dillon. O del señor Hostil que me había estado espiando desde el bosque. ¿Qué había removido tanto el mundo de las hadas? Durante años no vi ninguna. Y ahora no podía dar un paso sin temor a pisarlas.

Antoine me miró dubitativo.

– Claro, Sookie. ¿Estás metida en algún problema del que deba saber algo?

Hasta el cuello, si tú supieras…

– No, no. Sólo intento evitar un problema -dije, porque no quería que Antoine se preocupase, y sobre todo que compartiese la preocupación con Sam. Éste ya tenía bastante con lo suyo.

Lo cierto es que Sam había oído varias versiones de los acontecimientos que se produjeron en la caravana de Arlene, pero tuve que hacerle un rápido resumen mientras me preparaba para trabajar. Estaba muy irritado por las intenciones de Donny y Whit, y cuando le dije que el primero estaba muerto, él respondió:

– Whit tendría que haber ido detrás.

No estaba segura de haber oído bien. Pero cuando lo miré a la cara, pude ver que estaba muy enfadado, vengativo incluso.

– Sam, creo que ya ha muerto mucha gente -dije-. No les he perdonado, y puede que no pueda hacerlo nunca, pero no creo que ellos matasen a Crystal.

Sam se volvió con un bufido y quitó de en medio una botella de ron con tanta fuerza que pensé que iba a romperla.

A pesar de la ligera alarma, aquella noche no fue mal…, no pasó nada.

No apareció nadie anunciando de repente que era una gárgola y que quería su sitio en el país.

Nadie estalló en cólera. Nadie intentó matarme, avisarme de un peligro o mentirme; nadie me prestó especial atención. Volvía a formar parte del ambiente del Merlotte's, algo que en otros tiempos solía aburrirme. Recordé las noches anteriores a conocer a Bill Compton, cuando sabía de la existencia de los vampiros pero nunca había visto uno en persona. Recordé cómo anhelaba conocer alguno. Creí su propaganda, que aseguraba que eran víctimas de una especie de virus que los volvía alérgicos a varias sustancias (el sol, el ajo, la comida) y que sólo podían subsistir a base de la ingestión de sangre.

Esa última parte, al menos, había resultado ser cierta.

Mientras trabajaba me puse a pensar en las hadas. Eran diferentes de los vampiros y los licántropos. Aunque no supiera cómo lo hacían, podían huir a su propio mundo, un mundo que yo no deseaba conocer o visitar. Las hadas nunca habían sido humanas. Los vampiros, al menos, podían recordar lo que es ser humano, y los licántropos lo eran la mayor parte del tiempo, a pesar de tener una cultura diferente; ser un licántropo era como tener una doble nacionalidad, pensé. Era una diferencia capital entre las hadas y los demás seres sobrenaturales, y hacía de las primeras algo realmente temible. En el transcurso de la noche, mientras yo iba de mesa en mesa, esforzándome para tomar buena nota de los encargos y servirlos con una sonrisa, me pregunté en ocasiones si no habría sido mejor no conocer a mi bisabuelo. Y la idea me resultaba muy atractiva.

Le serví a Jane Bodehouse la cuarta copa e indiqué a Sam que teníamos que cortarle el grifo. Jane seguiría bebiendo, le sirviéramos o no. Su propósito de dejarlo no había durado ni una semana, aunque me habría sorprendido lo contrario. No era la primera vez que tomaba una decisión parecida, y los resultados siempre eran los mismos.

Al menos, si bebía aquí, nos podíamos asegurar de que llegara a casa de una pieza. «Ayer maté a un hombre». Quizá su hijo apareciera para llevársela; era un buen tipo que no sabía lo que era beber alcohol. «Hoy he visto cómo le disparaban a un hombre». Tuve que quedarme quieta un momento, porque la sala parecía ladearse por momentos.

Al cabo de un instante me sentí más asentada. Me pregunté si podría seguir así lo que quedaba de noche. Obligándome a poner un pie delante del otro y bloqueando las malas experiencias (ya era una experta en eso) pude seguir adelante. Incluso me acordé de preguntarle a Sam por su madre.

– Está mejor -dijo, cerrando la caja-. Mi padrastro también ha pedido el divorcio. Dice que ella no merece ninguna pensión porque no le habló de su auténtica naturaleza cuando se casaron.

A pesar de que siempre estaré del lado de Sam, sea el que sea, tenía que admitir (aunque estrictamente a mí misma) que podía entender a su padrastro.

– Lo siento -contesté inadecuadamente-. Sé que es un duro trance para tu madre y toda tu familia.

– La novia de mi hermano tampoco está muy contenta -dijo Sam.

– Oh, no, Sam, no me digas que le disgusta el hecho de que tu madre…

– Sí, y, por supuesto, también sabe lo mío. Mis hermanos se están acostumbrando. Ellos lo llevan bien… pero Deidra no se siente igual. Ni sus padres, supongo.

Palmeé el hombro de Sam, ya que no sabía qué más decirle. Esbozó una leve sonrisa y luego me abrazó.

– Aguantaste como una campeona, Sookie -dijo, y entonces la espalda se le puso rígida. Sus fosas nasales se dilataron-. Hueles al…, hay un rastro de vampiro -añadió, y toda la tibieza abandonó su voz. Me soltó y me dedicó una dura mirada.

Me había frotado bien y había usado todos mis productos habituales para la piel, pero el fino olfato de Sam había captado la marca que Eric había dejado.

– Bueno -empecé a decir, pero no seguí. Traté de organizar lo que quería contar, pero las últimas cuarenta horas habían sido agotadoras-. Sí-opté por confesar-. Eric estuvo en casa anoche. -Y así lo dejé. Se me estremeció el corazón. Pensé en explicarle a Sam lo de mi bisabuelo y el problema en el que estábamos metidos, pero él ya tenía suficiente en lo que pensar. Además, ya había bastante miseria en el ambiente por lo de Arlene y su arresto.

Estaban pasando demasiadas cosas.

Tuve otro episodio de mareo y náuseas, pero se pasó rápidamente, como la primera vez. Sam ni se dio cuenta. Estaba perdido en sus grises pensamientos, al menos hasta donde podía leer su complicada mente de cambiante.

– Acompáñame al coche -dije impulsivamente. Necesitaba ir a casa y dormir un poco, y no tenía la menor idea de si Eric aparecería esa noche o no. No me apetecía que surgiera nadie más para sorprenderme, como hizo Murry en su momento. No me apetecía que nadie quisiera llevarme hasta mi perdición o se pusiera a disparar a mi alrededor. Y tampoco quería más traiciones por parte de gente a la que apreciaba.

Tenía una larga lista de exigencias, y sabía que eso no era nada bueno.

Mientras sacaba mi bolso del cajón de Sam y daba las buenas noches a Antoine, que seguía limpiando la cocina, me di cuenta de que sólo quería volver a casa sin hablar con nadie más y dormir toda la noche del tirón.

Me pregunté si eso sería posible.

Sam no dijo nada más acerca de Eric, y pareció atribuir mi exigencia de escolta hasta el coche como un ataque de nervios tras el incidente de la caravana. Podría haberme quedado en la puerta del bar y haber escrutado el entorno con mis sentidos, pero tomar precauciones extra no estaba de más; mi telepatía y el olfato de Sam hacían buen equipo. Estaba ansioso por comprobar el aparcamiento; de hecho, pareció desilusionarse cuando anunció que no había nadie aparte de nosotros.

Mientras me alejaba, vi por el retrovisor cómo Sam se apoyaba sobre el capó de su camioneta, que estaba aparcada frente a su caravana. Tenía las manos en los bolsillos y clavaba la vista en la grava como si la odiase. Justo antes de girar, Sam dio unos golpes ausentes en el capó y se encaminó hacia el bar, con los hombros caídos.

Загрузка...