Capítulo 14

Esa noche mantuve los oídos mentales bien abiertos, así que no puede decirse que lo pasara bien. Después de años de práctica y algo de ayuda de Bill, había aprendido a bloquear la mayoría de los pensamientos de los humanos que me rodeaban. Pero esa noche fue como volver a los viejos malos tiempos, cuando no paraba de sonreír para ocultar la confusión que me causaba el constante bombardeo de murmullos mentales.

Cuando pasé junto a la mesa donde Bud Dearborn y su buen amigo Sid Matt Lancaster tomaban unas cestas de pollo y unas cervezas, oí: «Lo de Crystal no es una gran pérdida, pero nadie crucifica a nadie en la parroquia de Renard… Tenemos que resolver este caso» y «Entre nuestros clientes hay auténticos licántropos. Ojalá Elva Deane viviese para verlo; le habría encantado». Sid Matt pensaba en sus hemorroides y el cáncer que se le extendía.

Oh, vaya, no lo sabía. Cuando volví a pasar junto a la mesa, di unas palmadas en el hombro del venerable abogado.

– Avísame si necesitas algo -dije, para encontrarme con la mirada despistada de una tortuga. Se lo podía tomar como quisiera, siempre que supiera que estaba dispuesta a ayudarle.

Cuando lanzas la red tan lejos, recoges mucha morralla. A lo largo de la noche descubrí que Tanya estaba meditando establecerse definitivamente con Calvin, que Jane Bodehouse creía tener clamidia y se preguntaba quién era el responsable y que Kevin y Kenya, oficiales de policía que siempre solicitaban el mismo turno, vivían juntos. Dado que Kenya era negra y Kevin no podía ser más blanco, el asunto a él le estaba causando problemas con sus amigos, pero se mantenía firme. El hermano de Kenya tampoco estaba muy contento acerca de su situación doméstica, pero no hasta el punto de querer darle una paliza a Kevin, ni nada parecido. Les sonreí ampliamente cuando les llevé sus bourbons con cola, y ellos me devolvieron el gesto. Era tan raro ver a Kenya romper en una sonrisa que casi suelto una carcajada. Perdía cinco años cuando lo hacía.

Andy Bellefleur llegó con su nueva esposa, Halleigh. Ella me caía bien, y nos saludamos con un abrazo. Estaba pensando que quizá estuviese embarazada y que era demasiado pronto para tener familia, pero Andy era algo mayor que ella. El posible embarazo no estaba planeado, así que le preocupaba cómo se tomaría Andy la noticia. Como estaba en plena proyección esa noche, intenté hacer algo nuevo. Centré mi sentido en el vientre de Halleigh. Aunque, incluso si de verdad estaba embarazada, puede que fuese demasiado temprano para que el pequeño cerebro enviase señales.

Andy pensaba que Halleigh había estado muy callada durante los últimos dos días, y le preocupaba que le pasara algo. También le inquietaba la investigación de la muerte de Crystal, y cuando sintió que Bud Dearborn ponía los ojos en él, deseó haber escogido otro lugar de Bon Temps en el que pasar la noche. El tiroteo en la caravana de Arlene lo tenía obsesionado.

Las demás personas del bar pensaban en las cosas más típicas.

¿Y en qué consisten los pensamientos más típicos? Bueno, son muy, muy aburridos.

La mayoría de la gente piensa en sus problemas económicos, qué necesitan comprar, las tareas domésticas pendientes, el trabajo… Y se preocupan mucho por sus hijos. Meditan asuntos relacionados con sus jefes, mujeres y compañeros de trabajo, así como de los demás miembros de sus iglesias.

En general, el noventa y cinco por ciento de lo que oigo son cosas que nadie se molestaría en escribir en un diario.

De vez en cuando, los chicos (y, en menor medida, las mujeres) piensan en sexo con alguien que ven en el bar; pero, honestamente, es algo tan común que puedo dejarlo de lado, a menos que estén pensando en mí. Eso es bastante asqueroso. Los pensamientos sexuales se multiplican conforme aumenta el consumo de alcohol; nada sorprendente.

Los que pensaban en Crystal y su muerte eran los agentes de la ley encargados de resolver el caso. Si alguno de los culpables del asesinato estaba en el bar, sencillamente no estaba pensando en ello. Y tenía que haber más de una persona implicada por fuerza. Un hombre solo no podía plantar la cruz; al menos no sin una gran preparación y un buen surtido de poleas. Tenía que ser algo sobrenatural para hacerlo solo.

Por ahí iban los pensamientos de Andy Bellefleur mientras esperaba su ensalada con pollo crujiente.

No podía sino estar de acuerdo con él. Seguro que Calvin ya había tenido en consideración esa posibilidad. Él había olfateado el cuerpo y no había dicho que hubiera detectado ningún animal cambiante. Pero entonces recordé que uno de los dos tipos que bajaron el cuerpo era sobrenatural.

Me encontraba en un callejón sin salida hasta que Mel entró en el bar. Mel, que vivía alquilado en uno de los dúplex de Sam, parecía un descarte del casting del musical de Robin Hood. Una alargada melena castaña, el bigote, la barba y los pantalones ceñidos le otorgaban ese aire teatral.

Me sorprendió al darme un abrazo a medias antes de sentarse, como si fuese una vieja amiga suya.

Quizá ese comportamiento obedecía a que él y mi hermano eran panteras… pero aquello seguía sin tener sentido para mí. Ninguna de las demás panteras se había portado de forma amable conmigo por culpa de Jason… Ni por asomo. En todo caso, la comunidad de Hotshot se había mostrado agradable conmigo cuando Calvin Norris sopesó la posibilidad de que yo fuera su pareja. ¿Se le habría ocurrido a Mel la misma posibilidad? Eso sería desagradable… e inoportuno.

Hice una pequeña incursión en la mente de Mel, donde no encontré pensamientos lujuriosos hacia mí. Y si yo le hubiera atraído, los habría tenido, ya que lo tenía justo delante. Pero Mel pensaba en lo que Catfish Hennessy, el jefe de Jason, había estado diciendo de él en el taller de Bon Temps ese día. La paciencia de Catfish se había acabado, y le había confesado a Mel que estaba pensando en despedir a Jason.

Mel estaba muy preocupado por mi hermano, bendito sea. Siempre me había preguntado cómo alguien tan egoísta como mi hermano había conseguido atraer siempre a amigos tan leales. Mi bisabuelo me había dicho que la gente con sangre feérica resultaba más atractiva para los demás humanos, así que puede que ahí estuviese la explicación.

Fui detrás de la barra para ponerle más té a Jane Bodehouse, que intentaba mantenerse sobria para recopilar una lista de los tipos que podrían haberle contagiado la clamidia.

Un bar no es buen sitio para iniciar un programa de sobriedad… Pero Jane, de todas formas, tampoco tendría probabilidades de éxito en otro lugar. Coloqué una rodaja de limón en el té y se lo puse a Jane, observando cómo le temblaban las manos mientras cogía el vaso y se bebía el contenido.

– ¿Quieres algo de comer? -pregunté, manteniendo la voz baja y tranquila. Sólo porque no hubiera visto nunca a un borracho reformarse en un bar no significaba que no pudiese ocurrir.

Jane negó con la cabeza en silencio. Su pelo castaño teñido ya se escapaba de la pinza que lo mantenía recogido, y su jersey negro estaba lleno de migajas de esto y aquello. Se había maquillado con mano temblorosa. Podía ver las capas mal aplicadas de pintura en sus labios. La mayoría de los alcohólicos de la zona se dejaban caer de vez en cuando por el Merlotte's, pero su base operativa estaba en el Bayou. Jane era nuestra única alcohólica «residente» desde la muerte del viejo Willie Chenier. Cuando ella estaba en el bar, siempre se sentaba en el mismo taburete. Hoyt incluso le había confeccionado un cartel propio durante una de sus noches de insomnio, pero Sam hizo que lo quitara.

Eché un vistazo al cerebro de Jane durante un par de horribles minutos y pude ver el lento suceder de sus pensamientos detrás de sus ojos, así como las venas rotas de sus mejillas. La idea de acabar pareciéndose a Jane era motivación suficiente para espantar a cualquiera y mantenerlo sobrio.

Me volví y me encontré a Mel de pie junto a mí. Iba de camino al servicio de caballeros, pues ésa era la idea que tenía en la cabeza cuando miré.

– ¿Sabes que se hace en Hotshot con gente como ésa? -me preguntó en voz baja, señalando a Jane, como si ella no pudiese verle ni oírle (lo cierto es que estaba de acuerdo con él en eso; Jane se había replegado tanto sobre sí misma que no parecía muy al tanto de lo que pasaba en el mundo).

– No -dije, sobresaltada.

– Los dejan morir-respondió-. No les ofrecen agua, comida o cobijo si no son capaces de cuidar de sí mismos.

Estoy segura de que el horror me afloró en la cara.

– Al final es lo más humano -añadió. Lanzó un largo y escalofriante suspiro-. Hotshot tiene sus formas de librarse de los débiles.

Siguió su camino, con la espalda tensa.

Di una palmada en el hombro de Jane, pero me temo que en realidad no estaba pensando en ella. Me pregunté qué habría hecho Mel para merecer su exilio en un dúplex de Bon Temps. Yo, en su lugar, me habría alegrado de desembarazarme de los innumerables vínculos familiares y de la microscópica jerarquía de ese puñado de casas arracimadas en un viejo cruce, pero sabía que no era lo que sentía Mel.

Su ex mujer solía tomarse un margarita de vez en cuando en el Merlotte's. Pensé que podría averiguar algo más sobre el nuevo colega de mi hermano la próxima vez que Ginjer se dejase caer por allí.

Sam me preguntó un par de veces si me encontraba bien, y me sorprendió la fuerza de mi deseo de hablar con él acerca de todo lo que había pasado últimamente. Me asombraba la cantidad de veces que me había sincerado con Sam; de cuánto conocía sobre mi vida secreta. Pero también sabía que en ese momento tenía demasiadas preocupaciones propias. Habló por teléfono varias veces con sus hermanos durante la noche, lo cual era muy inusual en él. Parecía atosigado y preocupado, y sería muy egoísta por mi parte añadir peso a su lastre.

El móvil, que llevaba en el bolsillo del delantal, vibró un par de veces. En cuanto tuve un momento, me metí en el servicio de señoras y abrí los mensajes de texto. Uno era de Eric. «Protección en camino», decía. Eso estaba bien. Había otro mensaje, y era de Alcide Herveaux, el líder de la manada de Shreveport. «Tray ha llamado. ¿Problemas?», ponía. «Te debemos una».

Mis probabilidades de supervivencia habían aumentado considerablemente, y terminé mi turno mucho más contenta.

Había sido un acierto acumular favores con vampiros y licántropos. Puede que toda la mierda que había atravesado el otoño pasado mereciese la pena después de todo.

Aun así, tuve que admitir que mi proyecto para esa noche resultó estéril. Después de pedirle permiso a Sam, llené ambas pistolas de agua con el zumo de los limones que quedaban en la nevera (reservados para el té helado). Pensé que unos limones auténticos serían más potentes que el zumo de limón de casa. Así que me sentía un poco más segura, pero no había averiguado nada más sobre la muerte de Crystal. O los asesinos no habían estado en el bar, o no repasaban lo que habían hecho, o daba la casualidad de que no pensaban en ello cuando me asomaba a sus mentes. «O quizá», pensé, «todo a la vez».

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