– Amelia, ¿qué funciona contra las hadas? -pregunté. Había dormido toda la noche del tirón y me sentía mucho mejor gracias a ello. El jefe de Amelia había salido de la ciudad, por lo que ella tenía la tarde libre.
– ¿Te refieres a un repelente para hadas? -quiso saber.
– Sí, o que incluso les cause la muerte -dije-. Prefiero eso a que me maten ellas a mí. Tengo que defenderme.
– No sé mucho sobre hadas, como son tan escasas y reservadas… -explicó-. No estaba segura de que aún existiesen hasta que te oí hablar de tu bisabuelo. Necesitas una especie de spray anti hadas, ¿eh?
De repente, tuve una idea.
– Ya sé, Amelia -dije, sintiéndome muy feliz por primera vez en días. Fui a hurgar en la nevera. Estaba segura de que había una botella de ReaLemon-. Ahora lo único que tengo que hacer es comprar una pistola de agua del Wal-Mart -añadí-. No es verano, pero seguro que tienen algo en el departamento de juguetería.
– ¿Y eso servirá?
– Sí, es un hecho sobrenatural poco conocido. El mero contacto es fatal. Tengo entendido que si lo ingieren el resultado es incluso más rápido. Si puedes metérselo a un hada en la boca abierta, tendríamos un hada muerta en un instante.
– Parece que estás metida en problemas bien gordos, Sookie. -Amelia había estado leyendo, pero ahora el libro reposaba sobre la mesa.
– No te diré que no.
– ¿Quieres que hablemos de ello?
– Es complicado. Difícil de explicar.
– Ya conozco la definición de «complicado».
– Perdona. Bueno, puede que no sea seguro para ti conocer los detalles. ¿Podrías ayudar? ¿Funcionarían tus palabras contra las hadas?
– Consultaré mis fuentes -dijo Amelia, con ese aire de sabiduría que sacaba cuando no tenía ni idea de algo-. Llamaré a Octavia si fuera necesario.
– Te lo agradecería. Y si necesitas ingredientes para los conjuros, el dinero no será un problema. -Esa misma mañana había recibido en el buzón un cheque de los fondos de Sophie-Anne. El señor Cataliades había saldado la deuda que ella tenía contraída conmigo. Pensaba ingresarlo en el banco por la tarde, ya que la oficina estaría abierta.
Amelia tomó una profunda bocanada de aire y se quedó atascada. Aguardé. Como es una emisora de pensamientos muy clara, sabía de lo que quería hablar, pero para mantener la relación en cierto pie de igualdad, guardé silencio hasta que se decidiera a hablar.
– Tray, que tiene algunos amigos en la policía, aunque no demasiados, me ha dicho que Whit y Arlene niegan que hubieran matado a Crystal. Ellos… Arlene dice que planeaban dar ejemplo contigo de lo que le pasa a la gente que frecuenta a seres sobrenaturales; se inspiraron en la muerte de Crystal.
El buen humor se me evaporó. Sentí que un tremendo peso caía sobre mis hombros. Oírlo en voz alta lo hacía más terrible si cabe. No se me ocurría qué decir.
– ¿Qué ha oído Tray que pueden hacer con ellos? -pregunté finalmente.
– Depende de quién disparara la bala que hirió a la agente Weiss. Si fue Donny, bueno, está muerto. Whit puede decir que le estaban disparando y que devolvió el fuego. Puede decir que no sabía nada de ningún plan para hacerte daño. Que estaba visitando a su novia y que dio la casualidad de que tenía unas piezas de madera en la camioneta.
– ¿Y qué hay de Helen Ellis?
– Le dijo a Andy Bellefleur que se pasó por la caravana para recoger a los críos, porque, como habían sacado tan buenas notas, les había prometido llevarlos al Sonic a tomar un helado como premio. Aparte de eso, dice que no sabe nada. -El rostro de Amelia expresaba un profundo escepticismo.
– Así que Arlene es la única que habla. -Sequé la bandeja para hornear. Había hecho galletas por la mañana. Terapia de cocina, barata y satisfactoria.
– Sí, pero puede retractarse en cualquier momento. Estaba muy nerviosa cuando declaró, pero se calmará. Aunque quizá sea demasiado tarde. O al menos eso podemos esperar.
Yo tenía razón; Arlene era el eslabón más débil.
– ¿Tiene abogado?
– Sí. No podía permitirse a Sid Matt Lancaster, así que se ha quedado con Melba Jennings.
– Buena jugada -dije, pensativa. Melba Jennings era apenas un par de años mayor que yo. Era la única chica negra de Bon Temps que había ido a la facultad de Derecho. Mostraba una fachada de piedra y era combativa hasta el extremo. Se sabía que otros colegas habían hecho lo increíble para evitarla si la veían venir-. Eso le hará parecer menos fanática.
– No creo que vaya a engañar a nadie, pero Melba es como una pit bull. -Melba había estado en la agencia de seguros de Amelia en representación de un par de clientes-. Será mejor que vaya a hacer mi cama -dijo, levantándose y estirándose-. Eh, Tray y yo nos vamos al cine a Clarice esta noche. ¿Te apetece venir?
– Siempre intentas incluirme en tus citas. Espero que no te estés aburriendo ya de Tray.
– Ni hablar -respondió Amelia, algo sorprendida-. De hecho, creo que es genial. Pero es que Drake, el colega de Tray, le ha estado presionando. Te vio en el bar y quiere conocerte.
– ¿Es licántropo?
– Sólo un tío normal. Pero cree que eres bonita.
– No salgo con tíos normales -dije, sonriente-. Nunca acaba funcionando bien. -De hecho solía ser un desastre. Imaginad cómo es saber lo que vuestra pareja piensa de vosotras cada minuto.
Además, estaba Eric y nuestra relación indefinida, por íntima que fuera.
– Guárdate la carta en la manga por si acaso. Es muy mono, y con mono quiero decir que está buenísimo.
Cuando Amelia subió las escaleras, me serví una taza de té. Intenté leer, pero no podía concentrarme en el libro. Al final, deslicé el marcapáginas y me quedé mirando al vacío, pensando en un montón de cosas.
Me preguntaba dónde estarían los hijos de Arlene en ese momento. ¿Con su vieja tía, que vivía en Clarice? ¿O seguirían con Helen Ellis? ¿Le caía tan bien Arlene como para quedarse con sus hijos?
No podía desprenderme de la molesta sensación de responsabilidad por la situación de los críos, pero era una de esas cosas que tendría que sufrir sin más. La auténtica responsable era Arlene. No podía hacer nada por ellos.
Como si pensar en niños hubiese agitado los hilos del universo, en ese instante sonó el teléfono. Me levanté y lo cogí en la cocina.
– Diga -dije con entusiasmo.
– ¿Señorita Stackhouse? ¿Sookie?
– Sí, soy yo -contesté.
– Soy Remy Savoy.
El ex de mi difunta prima Hadley y padre de su hijo.
– Qué alegría oírte. ¿Cómo está Hunter? -Hunter era un niño «dotado», Dios lo bendiga. Había recibido el mismo «don» que yo.
– Está bien. Eh, en cuanto a eso…
– Dime. -íbamos a hablar de telepatía.
– Pronto necesitará orientación. Va a empezar la guardería. Se darán cuenta. Quiero decir que, aunque lleve un tiempo, tarde o temprano…
– Sí, se darán cuenta. -Abrí la boca para sugerirle a Remy que me trajese a Hunter el próximo día que librase o a proponerle que yo fuera a verlo a Red Ditch. Pero entonces recordé que era el objetivo de un grupo de hadas homicidas. No era el mejor momento para una visita familiar, ¿y quién me garantizaba que no me seguirían hasta la casa de Remy? Hasta el momento, ninguna de ellas sabía nada de Hunter. Ni siquiera le había hablado a mi bisabuelo sobre el talento especial del niño. Si el propio Niall no lo sabía, cabía la posibilidad de que ninguno de los hostiles hubiese averiguado la información.
Así que lo mejor era no correr riesgos.
– Estoy deseando que nos veamos y nos vayamos conociendo más. Prometo que le ayudaré todo lo que pueda -dije-. Es sólo que ahora mismo me es imposible. De todas formas, como aún le queda algo de tiempo antes de empezar la guardería, ¿qué te parece de aquí a un mes?
– Oh -respondió Remy algo desconcertado-. Esperaba poder llevarlo durante mi día libre.
– Tengo unos problemas aquí que me gustaría resolver antes. -Si es que seguía viva después de resolverlos… pero no quería imaginar nada. Busqué una excusa plausible y, por supuesto, la encontré-. Mi cuñada acaba de morir -le dije a Remy-. Te llamaré cuando no esté tan ocupada con los detalles del… -No sabía cómo culminar la frase-. Prometo que será más pronto que tarde. Si no te pilla en un día libre, quizá Kristen podría traerlo. -Kristen era la novia de Remy.
– Es que ella es parte del problema -explicó. Parecía cansado, pero también un poco divertido-. Hunter le dijo a Kristen que sabía que no le gustaba mucho, y que debería dejar de pensar en su padre sin la ropa puesta.
Respiré hondo, traté de no reírme, pero no lo conseguí.
– Lo siento -dije-. ¿Cómo lo está llevando Kristen?
– Se puso a llorar. Luego me aseguró que me quería, pero que mi hijo era un bicho raro, y se fue.
– El peor escenario posible -dije-. Eh… ¿Crees que se lo contará a otras personas?
– No veo por qué no debería.
Aquello me sonaba deprimentemente familiar: sombras de mi dolorosa infancia.
– Remy, lo siento -dije. Por lo poco que lo conocía, Remy me parecía un buen tipo, y me constaba que estaba dispuesto a darlo todo por su hijo-. Si te sirve de algo, te confesaré que yo sobreviví a todo eso.
– Tú sí, pero ¿y tus padres? -Su voz me llegó con un tinte de sonrisa.
– No -respondí-. No obstante, lo suyo no tuvo nada que ver conmigo. Quedaron atrapados en una riada repentina cuando volvían a casa una noche. Llovía a mares, la visibilidad era muy mala, el agua era del mismo color que la carretera y, al pasar bajo un puente, la riada se los llevó. -Algo hizo un chasquido en mi cerebro, una especie de señal que me indicó la importancia de ese pensamiento.
– Lo siento, sólo bromeaba -dijo Remy, abrumado.
– No te preocupes. Son cosas que pasan -señalé, de la manera en que lo haces cuando no quieres que la otra persona haga un mundo de tus sentimientos.
Lo dejamos en que le llamaría en cuanto tuviese algo de «tiempo libre» (o lo que venía a ser «cuando nadie intentara matarme», pero le ahorré los detalles a Remy). Colgué y me quedé sentada en el banco de la cocina, junto a la encimera. Era la primera vez que pensaba en la muerte de mis padres en mucho tiempo. Sólo tenía unos tristes recuerdos, y eso era lo más triste de todo. Jason tenía diez años y yo siete, así que mis recuerdos no eran precisos. Claro que habíamos hablado de ello varias veces a lo largo de los años, y nuestra abuela nos había contado la historia muchas veces, sobre todo a medida que se hacía mayor. Siempre era la misma. La lluvia torrencial, la carretera que llevaba a la hondonada por la que pasaba la corriente, el agua negra… y barridos hacia la oscuridad. Encontraron la camioneta al día siguiente, y sus cuerpos uno o dos días más tarde.
Me vestí para ir a trabajar automáticamente. Me recogí el pelo hacia arriba en una coleta extra tirante, asegurándome de que cada mechón de pelo quedaba en su sitio. Mientras me calzaba, Amelia bajó corriendo las escaleras para decirme que había consultado sus libros de referencia.
– La mejor forma de acabar con un hada es con hierro. -Su rostro estaba iluminado por el triunfo. Odié ser una aguafiestas. Los limones eran incluso mejores, pero era complicado colarle un limón a un hada sin que ésta se diese cuenta.
– Sí, ya lo sabía -dije, intentando no sonar deprimida-. Te agradezco el esfuerzo, pero necesito poder liquidarlas. -Para poder echar a correr. No estaba segura de poder regar otra vez el camino de grava.
Por supuesto, matar al enemigo ganaba a la única alternativa que había: dejar que me alcanzara y que hiciera conmigo lo que quisiera.
Amelia estaba lista para su cita con Tray. Se había puesto tacones altos con sus vaqueros de diseño, algo inusual en ella.
– ¿Y esos tacones? -pregunté, y Amelia sonrió, mostrando sus perfectos dientes blancos.
– A Tray le gustan -dijo-. Con los vaqueros o sin ellos. ¡Deberías ver la lencería que llevo puesta!
– Creo que paso -me excusé.
– Si quieres que quedemos cuando salgas de trabajar, apuesto a que Drake seguirá por ahí. Va en serio con eso de conocerte. Y es mono, aunque puede que no de tu tipo.
– ¿Por qué? ¿Qué aspecto tiene ese Drake? -pregunté, medio en serio.
– Esa es la parte que pone los pelos de punta. Se parece horrores a tu hermano. -Amelia me miró, dubitativa-. Eso te ha descolocado, ¿eh?
Sentí que toda la sangre se me agolpaba en la cara. Ya me había puesto de pie para irme, pero me senté abruptamente.
– ¿Sookie? ¿Qué pasa? ¿Sookie? -Amelia revoloteaba a mi alrededor ansiosamente.
– Amelia -croé-, tienes que evitar a ese tío. Lo digo en serio. Tray y tú debéis alejaros de él. ¡Y, por el amor de Dios, nunca le respondas a ninguna pregunta sobre mí!
Por la culpabilidad de su expresión, supe que ya había respondido a unas cuantas. A pesar de ser una bruja lista, Amelia no siempre sabía cuándo la gente no era gente de verdad. Evidentemente, Tray tampoco la superaba, incluso a pesar de que el dulce olor de un hada mestiza debería haber alertado a un licántropo. Puede que Dermot tuviese la misma habilidad para enmascarar su olor que su padre, mi bisabuelo.
– ¿Quién es? -preguntó Amelia. Estaba asustada, lo cual era bueno.
– Es… -Traté de formular la mejor explicación-. Quiere matarme.
– ¿Tiene algo que ver con la muerte de Crystal?
– No creo -dije. Quise dar cancha a una posibilidad más racional, pero mi cerebro no daba para más.
– No lo entiendo -replicó Amelia-. ¡Llevamos meses, bueno no, semanas, llevando una vida de lo más normal y, de repente, me vienes con esto! -Levantó las manos.
– Puedes volver a Nueva Orleans si quieres -contesté con voz frágil. Amelia sabía que podía irse cuando quisiera, pero yo quería dejar claro que no la estaba inmiscuyendo en mis problemas a menos que ella quisiera participar. Por así decirlo.
– No -dijo con firmeza-. Me gusta este sitio, y de todos modos mi casa de Nueva Orleans no está lista aún.
Siempre decía lo mismo. No es que quisiese que se marchase, pero no veía la razón de retrasar su partida. Después de todo, su padre era un constructor inmobiliario.
– ¿No echas de menos Nueva Orleans?
– Claro que sí-respondió Amelia-. Pero me gusta estar aquí, y me gusta mi pequeña suite de arriba, me gusta Tray, me gustan mis pequeños trabajos y tirar para adelante. Y me gusta estar fuera del alcance de mi padre, qué digo, me encanta. -Me dio una palmada en el hombro-. Tú vete al trabajo y no te preocupes. Si no se me ha ocurrido nada para mañana, llamaré a Octavia. Ahora que sé lo que se trae este Drake, le daré largas. Y Tray también. Nadie da largas como Tray.
– Es muy peligroso, Amelia -dije. No podía enfatizarlo más.
– Sí, sí, ya lo he pillado -me tranquilizó-. Pero ya sabes que tampoco soy una monjita de la caridad, y Dawson puede enfrentarse al mejor de ellos.
Nos abrazamos y me permití sumergirme en su mente. Era cálida, ajetreada, curiosa y… vanguardista. Amelia Broadway no era de las que se afincan en el pasado. Me palmeó la espalda para indicarme que se separaba de mí y eso hicimos.
Pasé por el banco e hice una parada en el Wal-Mart. Después de buscar un poco, encontré dónde estaban las pistolas de agua. Me llevé dos de las de plástico transparente, una azul y la otra amarilla. Al pensar en el poder y la ferocidad de las hadas, y en el hecho de que hicieron falta todas mis fuerzas para abrir los paquetes y sacar las malditas pistolas, el método que había escogido para mi defensa me pareció de lo más ridículo. Iría armada con una pistola de agua de plástico y una paleta de jardinería.
Traté de despejar la mente de todas las preocupaciones que me acuciaban. No había mucho en lo que pensar… En realidad, sólo había cosas que temer. Puede que fuese el momento de hacerme con una de las hojas del libro de Amelia y mirar al frente. ¿Qué tenía que hacer esa noche? ¿Qué podía hacer para resolver alguna de las preocupaciones que se me agolpaban? Podía escuchar a la gente en el bar, en busca de alguna pista de la muerte de Crystal, tal como Jason me había pedido (lo habría hecho de todos modos, pero me parecía más importante que nunca rastrear a sus asesinos, ahora que el peligro parecía acechar de todas las direcciones). Me podía armar contra el ataque de un hada. Podía estar alerta contra más grupos de la Hermandad. Y también podía buscar otras formas de defenderme.
Después de todo, se suponía que estaba bajo la protección de la manada de licántropos de Shreveport debido a la ayuda que les había prestado. También estaba bajo la protección del nuevo régimen vampírico, después de salvar el culo de su líder. Felipe de Castro habría acabado hecho un montón de cenizas de no ser por mí, y, por cierto, Eric también. ¿No era el mejor momento del mundo para cobrarse esos privilegios?
Salí de mi coche en la parte trasera del Merlotte's. Miré al cielo, pero estaba nublado. Había pasado sólo una semana después de la luna nueva. Y estaba completamente oscuro. Saqué mi móvil del bolso. Encontré el número de Eric garabateado en el reverso de una de sus tarjetas de visita. Lo cogió al segundo tono.
– Sí -dijo, y por el tono de esa sola palabra supe que estaba acompañado.
Noté un ligero escalofrío por toda la columna al oír su voz.
– Eric -respondí, antes de empezar a desear haber concretado un poco mi solicitud de antemano-. El rey dijo que me debía una -proseguí, dándome cuenta de que era un poco directo al grano-. Estoy en auténtico peligro. Me preguntaba qué podría hacer al respecto.
– ¿Se trata de la amenaza que implica a tu vieja parentela? -Sí, definitivamente estaba con más gente.
– Sí. El, eh, enemigo ha tanteado a Amelia y a Tray para acercarse a mí. Parece que no sabe que lo reconocería, o quizá se le da muy bien fingir. Se supone que está en el bando contrario a los humanos, pero es medio humano. No comprendo su comportamiento.
– Ya veo -dijo Eric al cabo de una notable pausa-. Entonces necesitas protección.
– Sí.
– ¿Y la pides en calidad de…?
Si hubiera estado en compañía de sus propios secuaces, les habría dicho que se marcharan para que hablásemos sin tapujos. Como no lo había hecho, seguramente estaba con alguno de los vampiros de Nevada: Sandy Sechrest, Victor Madden o el propio Felipe de Castro, aunque esto era poco probable. Los negocios de Castro más lucrativos se encontraban en Nevada y requerían de su continuada presencia allí. Al fin me di cuenta de que Eric estaba intentando descubrir si se lo pedía como su amante y «esposa» o como alguien a quien le debía un gran favor.
– La pido en calidad de alguien que salvó la vida de Felipe de Castro -contesté.
– Presentaré tu petición a Victor, ya que en este momento se encuentra en el bar -dijo Eric suavemente-. Te volveré a llamar esta noche.
– Genial. -Consciente del excelente oído de los vampiros, añadí-: Te lo agradezco, Eric -como si fuésemos unos conocidos que se llevaban bien.
Esquivando mentalmente la pregunta de qué éramos el uno para el otro, guardé el móvil y fui corriendo a trabajar, ya que llegaba un par de minutos tarde. Ahora que había recurrido a Eric, me sentía mucho más optimista acerca de mis probabilidades de supervivencia.