Capítulo 18

N o estaba en un hospital.

Pero sí en una cama, aunque no la mía. Estaba un poco más limpia, vendada y muy dolorida; de hecho, sentía un dolor atroz. Al menos, la limpieza y las vendas me sabían a gloria. Por lo demás, el dolor… Bueno, era de esperar, comprensible y finito. Al menos ya nadie podía hacerme más daño del que me habían hecho. Así pues, decidí que me encontraba en un estado excelente.

Tenía algunas lagunas en la memoria. No recordaba nada del tiempo transcurrido entre estar en la casa abandonada y la llegada a este nuevo lugar. Me venían destellos de lo ocurrido, sonidos de voces, pero no contaba con ningún relato coherente que los ordenase. Recordaba cómo se le desprendió la cabeza a Uno y sabía que alguien se había encargado de Dos. Deseaba que estuviese tan muerta como Uno. Pero no estaba segura. ¿De verdad había visto a Bill? ¿Quién era la sombra que iba detrás?

Oí unos chasquidos. Volví la cabeza muy levemente. Era Claudine, mi hada madrina, que estaba sentada junto a la cama, haciendo punto.

La estampa de Claudine haciendo punto me resultaba tan surrealista como la aparición de Bill en la cueva. Decidí volver a dormirme; una solución cobarde, lo admito, pero tenía derecho.

– Se pondrá bien -anunció la doctora Ludwig. Su cara pasó junto a mi cama, lo que vino a corroborar que no me encontraba en un hospital moderno.

La doctora Ludwig se hace cargo de los casos que no pueden acudir a un hospital normal porque el personal saltaría de miedo al verlos y el laboratorio no sería capaz de analizar adecuadamente las muestras de sangre. Pude ver el áspero cabello castaño de la doctora al pasar junto a la cama de camino a la puerta. Tenía una voz grave. Pensé que sería una hobbit… Bueno, en realidad no, pero se le parecía mucho. Aunque lo cierto es que llevaba zapatos, ¿verdad? Me pasé un rato intentando recordar si alguna vez le había mirado a los pies.

– Sookie -me llamó, al tiempo que sus ojos aparecían a la altura de mi hombro-. ¿Funciona la medicación?

No estaba segura de si era su segunda visita, o de si me había desmayado durante unos instantes.

– No me duele tanto -contesté. La voz me salió raspada y muy baja-. Me siento un poco entumecida. Eso es… excelente.

Asintió con la cabeza.

– Sí-dijo-. Teniendo en cuenta que eres humana, has tenido mucha suerte.

Curioso. Me sentía mejor que cuando estaba en la casa, pero nunca habría dicho que pudiera considerarme afortunada. Intenté encontrar argumentos para apreciar mi buena suerte. No di con ninguno. Estaba desubicada. Mis emociones estaban tan maltrechas como mi cuerpo.

– No -repliqué. Intenté negar con la cabeza, pero ni los calmantes fueron capaces de disimular los dolores de mi cuello. Los pinchazos eran insistentes.

– No estás muerta -señaló la doctora Ludwig.

Pero había estado condenadamente cerca; prácticamente tenía un pie en la tumba. El rescate había llegado justo a tiempo. Si me hubieran liberado antes de ese momento, me habría reído todo el trayecto hasta la clínica sobrenatural, o dondequiera que me encontrase. Pero había tenido la muerte demasiado cerca (tanto como para ver todos los poros del rostro de la parca), y había sufrido demasiado. Esta vez no sería lo mismo.

Mi estado físico y emocional habían sido cortados, cercenados, pinchados y mordisqueados hasta quedar en carne viva. No estaba segura de si podría volver a la normalidad previa a mi secuestro. Eso le dije a la doctora Ludwig, con palabras mucho más sencillas.

– Están muertos, si eso te sirve de consuelo -dijo.

Por supuesto, eso me consolaba bastante. Deseaba no haber imaginado esa parte; temía que sus muertes hubiesen sido una dulce fantasía.

– Tu bisabuelo decapitó a Lochlan -explicó. Así parecía llamarse Uno-. Y Bill el vampiro le arrancó el cuello a su hermana Neave. -Esa era Número Dos.

– ¿Dónde está Niall ahora?

– Librando una guerra -respondió de modo sombrío-. Se acabaron las negociaciones y las maniobras. Ahora sólo hay muerte.

– ¿Y Bill?

– Resultó malherido -me informó la pequeña doctora-. Ella lo hirió con su filo antes de desangrarse por completo. Y le devolvió el mordisco. El cuchillo era de plata y también tenía fragmentos de ese material en los dientes. Ahora la plata está en su sistema.

– Se curará -dije.

Ella se encogió de hombros.

Pensé que el corazón se me hundiría en el pecho y atravesaría la cama. No era capaz de contemplar la cara de tanta tristeza.

Me estremecí cuando mis pensamientos palparon más allá de Bill.

– ¿Y Tray? ¿Está aquí?

Me miró en silencio durante un instante.

– Sí -dijo finalmente.

– Quiero verlo. Y a Bill también.

– No. No te puedes mover. Bill se encuentra en su descanso diurno. Eric vendrá esta noche. De hecho, dentro de un par de horas, y vendrá acompañado de al menos otro vampiro. Eso ayudará. El licántropo está demasiado malherido como para molestarlo.

No asimilé eso último. Mi mente iba por delante de mí. Era una carrera endemoniadamente lenta, pero empezaba a pensar con más claridad.

– ¿Sabes si alguien se lo ha contado a Sam? ¿Cuánto tiempo he estado fuera? ¿Cuánto trabajo he perdido?

La doctora Ludwig se encogió de hombros.

– No lo sé. Supongo que lo sabrá. Parece estar al tanto de todo.

– Bien. -Intenté cambiar de posición y me quedé sin aliento-. Necesito levantarme para ir al baño -le advertí.

– Claudine -dijo la doctora Ludwig, y mi prima dejó las agujas de tejer y se levantó de la mecedora. Por primera vez, me di cuenta de que mi preciosa hada madrina parecía haber pasado por una trituradora de madera. Tenía los brazos al descubierto, llenos de magulladuras, cortes y tajos. Su cara era un desastre. Me sonrió, no sin dolor.

Cuando me cogió en sus brazos, noté el gran esfuerzo que hacía. Normalmente, Claudine habría levantado un becerro entero sin esfuerzo.

– Lo siento -dije-. Puedo caminar, estoy segura.

– No te preocupes -contestó Claudine-. Mira, ya casi estamos.

Cuando completamos la misión me volvió a coger y me devolvió a la cama.

– ¿Qué te ha pasado? -le pregunté. La doctora Ludwig se había ido sin decir palabra.

– Me tendieron una emboscada -respondió con su voz más dulce-. Unos estúpidos duendes y un hada. Se llamaba Lee.

– ¿Eran del grupo de Breandan?

Asintió y retomó la labor de punto. Estaba confeccionando un pequeño jersey. Me pregunté si sería para un elfo.

– Así es -dijo-. Pero ya no son más que un amasijo de huesos y carne. -Parecía bastante satisfecha a ese respecto.

A este paso, Claudine nunca se convertiría en un ángel. No sabía muy bien cómo funcionaba la progresión, pero reducir a otros seres a la suma de sus partes elementales no era precisamente el mejor camino.

– Bien -afirmé-. Cuantos más seguidores de Breandan muerdan el polvo, mejor. ¿Has visto a Bill?

– No -dijo Claudine, demostrando su escaso interés.

– ¿Dónde está Claude? -pregunté-. ¿Está a salvo?

– Está con el abuelo -explicó ella, y por primera vez parecía preocupada-. Están intentando encontrar a Breandan. El abuelo piensa que si elimina la cabeza, a sus seguidores no les quedará más remedio que dejar la guerra y jurarle lealtad.

– Oh -dije-. Y tú no has ido porque…

– Estoy cuidando de ti -dijo llanamente-. Y no creas que he escogido la alternativa menos peligrosa; apuesto a que Breandan está buscando este sitio. Debe de estar muy enfadado. Ha tenido que entrar en el mundo humano, que tanto odia, ahora que sus mascotas asesinas han muerto. Adoraba a Neave y a Lochlan. Llevaban siglos con él y eran amantes suyos.

– Agh -dije de corazón, o puede que desde las entrañas-. Oh, qué asco. -Ni siquiera era capaz de imaginar qué tipo de «amor» serían capaces de hacer. Lo que yo había visto no se le parecía en nada-. Y nunca te acusaría de optar por el camino menos peligroso -añadí, después de recuperarme de la náusea-. Todo el mundo es peligroso. -Claudine me dedicó una mirada llena de intención-. ¿Qué tipo de nombre es Breandan? -pregunté después de observar un rato a Claudine mientras hacía punto a gran velocidad y con mucho garbo. No estaba muy segura de cómo acabaría siendo el rizado jersey verde, pero el efecto no era malo.

– Irlandés -dijo-. Todos los antiguos de esta parte del mundo son irlandeses. Claude y yo teníamos nombres irlandeses también. Me parecía una estupidez. ¿Por qué no escoger por nosotros mismos? Nadie es capaz de deletrearlos o pronunciarlos correctamente. Mi antiguo nombre suena a gato escupiendo una bola de pelo.

Permanecimos en silencio durante unos minutos.

– ¿Para quién es el jersey? ¿Es que vas a tener un crío? -pregunté con mi nueva voz ronca y baja. Intentaba que sonase a broma, pero no conseguí pasar de escalofriante.

– Sí -contestó, alzando la cabeza para mirarme. Le brillaba la mirada-. Voy a tener un bebé, un hada pura.

Estaba desconcertada, pero intenté disimularlo con la mayor sonrisa de la que mi cara era capaz.

– ¡Eso es genial! -dije. Me preguntaba si sería una grosería preguntar sobre la identidad del padre. Probablemente sí.

– Sí -dijo seriamente-. Es maravilloso. No somos una raza muy fértil, y la enorme cantidad de hierro que hay en el mundo ha reducido nuestra natalidad drásticamente. Cada siglo que pasa somos menos. Soy muy afortunada. Es una de las razones por las que nunca me acuesto con humanos, aunque a veces me encantaría; algunos son deliciosos. Pero no me gustaría desperdiciar un ciclo fértil con un humano.

Siempre había creído que era su anhelado ascenso al estado angelical lo que le impedía acostarse con sus numerosos admiradores.

– Entonces, el padre es un hada-señalé, tanteando con sigilo el tema de la identidad paterna-. ¿Hace mucho que sales con él?

Claudine se rió.

– Sabía que era mi momento de fertilidad. Sabía que era un hombre fértil; no estábamos demasiado emparentados. Nos encontramos deseables el uno al otro.

– ¿Te ayudará a criar al bebé?

– Oh, sí, estará ahí para cuidarlo durante sus primeros años.

– ¿Podré conocerle? -pregunté. De un modo extrañamente remoto, estaba encantada con la felicidad de Claudine.

– Por supuesto… Si ganamos esta guerra y el tránsito entre ambos mundos sigue siendo posible. Casi siempre está en el mundo feérico -explicó Claudine-. No le va demasiado la compañía humana. -Lo dijo como si hablase de alguien que es alérgico a los gatos-. Si Breandan se sale con la suya, el mundo feérico quedará sellado, y todo lo que hayamos construido en este mundo habrá desaparecido. Las cosas maravillosas que han inventado los humanos y que nosotros podemos usar, el dinero que hemos invertido para financiar esos inventos…, todo desaparecerá. Sería pernicioso hasta para los humanos. Invierten tanta energía y tanta deliciosa emoción. Son sencillamente… divertidos.

El nuevo tema de conversación me distraía mucho, pero me dolía la garganta, y, al no poder responder, Claudine perdió interés en la conversación. A pesar de volver a su tarea con las agujas, me preocupó percatarme de que, al cabo de los minutos, cada vez se mostró más inquieta y alerta. Se oían ruidos en el pasillo, como si la gente se moviese por el edificio con mucha prisa. Claudine se levantó y se asomó por la estrecha puerta. A la tercera vez que lo hizo, la cerró y echó el pestillo. Le pregunté qué pasaba.

– Problemas -dijo-. Y Eric.

«Nunca cambiará», pensé.

– ¿Hay más pacientes aquí? ¿Es esto como un hospital?

– Sí-respondió-. Pero Ludwig y sus asistentes están evacuando a los pacientes que pueden caminar.

Estaba todo lo asustada que las circunstancias permitían, pero mis agotadas emociones empezaron a reavivarse a medida que me contagiaba de su preocupación.

Al cabo de media hora, alzó la cabeza y estuve segura de que escuchaba atentamente.

– Eric está de camino -avisó-. Tendré que dejarte con él. No puedo cubrir mi olor como el abuelo. -Se levantó y abrió la puerta.

Eric apareció sin hacer un ruido; un instante estaba mirando a la puerta y al siguiente él ocupaba el espacio. Claudine recogió sus cosas y se marchó, manteniéndose tan alejada de Eric como se lo permitía la estancia. Las fosas nasales del vampiro se dilataron ante el delicioso aroma del hada. Claudine desapareció y Eric se acercó a la cama, mirándome fijamente. No me sentía especialmente contenta, así que deduje que hasta el vínculo estaba bajo mínimos, al menos por el momento. La cara me dolía tanto cada vez que cambiaba de expresión que no hacía falta que nadie me dijera que estaba cubierta de moratones y cortes. La visión de mi ojo izquierdo estaba horriblemente borrosa. No necesitaba un espejo para saber el aspecto tremendo que presentaba. En ese momento, me daba todo igual.

Eric empleó todas sus fuerzas para no manifestar la ira que lo corroía, pero no se le dio muy bien.

– Putas hadas -dijo, y su labio se torció en un gruñido.

Creo que era la primera vez que le oía jurar.

– Están muertos -susurré, procurando emplear el menor número de palabras.

– Sí. No merecían una muerte tan rápida.

Asentí (cuanto pude) para mostrar mi total acuerdo. De hecho, merecería la pena devolverles a la vida para volver a matarlos lentamente.

– Te voy a mirar esas heridas -dijo Eric. No quería sobresaltarme.

– Vale -respondí, a pesar de saber que el panorama sería bastante lamentable. Lo poco que llegué a ver al levantarme el camisón cuando fui al baño me pareció tan horrible que no quise examinarme más a fondo.

Con una pulcritud clínica, Eric dobló poco a poco las sábanas. Llevaba puesto el típico camisón de hospital (una podía imaginarse que en un hospital para seres sobrenaturales habría algo más exótico), que, por supuesto, me llegaba justo por encima de las rodillas. Tenía las piernas llenas de marcas de mordeduras, marcas profundas. Incluso había puntos donde faltaba la carne. Al verme las piernas, recordé la «Semana de los tiburones», en el Discovery Channel.

Ludwig había vendado las más feas, y estaba segura de que había puntos bajo la gasa blanca. Eric permaneció absolutamente quieto durante un largo instante.

– Levántate el camisón -ordenó, pero cuando se dio cuenta de que mis brazos y manos estaban demasiado débiles como para cooperar, lo hizo él.

Se habían ensañado con las partes más blandas, así que el panorama era desagradable, de hecho asqueroso. Tras una fugaz mirada, tuve que apartar la vista. Mantuve los ojos cerrados, como una cría cuando se enfrenta a una película de terror. No me extrañaba que me doliese tanto. No volvería a ser la misma persona, ni mental, ni físicamente.

Al cabo de un largo instante, Eric volvió a taparme y me dijo:

– Vuelvo enseguida -y oí que salía de la habitación. Volvió al poco tiempo con un par de botellas de TrueBlood. Las dejó en el suelo, junto a mi cama.

– Hazme sitio -pidió, y yo alcé la mirada hacia él, confundida-. Hazme sitio -repitió, impaciente. Entonces me di cuenta de que no podía, y él puso un brazo bajo mi espalda y otro bajo mis rodillas para apartarme al otro lado de la cama. Afortunadamente, era más ancha que las camas de hospital habituales y no tuve que volverme de costado para hacerle hueco.

– Te voy a alimentar -dijo Eric.

– ¿Qué?

– Te voy a dar sangre. Si no, la curación llevará semanas. No tenemos tanto tiempo. -Lo dijo con tanto frío aplomo, que sentí que los hombros al fin se me relajaban. No me había dado cuenta de la gravedad de mis heridas. Eric se mordió la muñeca y la puso ante mi boca-. Toma -continuó, como si no tuviese otra alternativa.

Deslizó su brazo libre bajo mi cabeza. No iba a ser nada divertido o erótico, como un pellizco mientras haces el amor. Y, por un momento, me pregunté por qué no cuestionaba nada de lo que estaba pasando. Pero había dicho que no teníamos tiempo. Por una parte, sabía lo que eso significaba, pero, por la otra, estaba demasiado débil como para hacer algo más que considerar el tiempo como un hecho fugaz e irrelevante.

Abrí la boca y tragué. Me dolía tanto y me sentía tan sobrecogida por el estado de mi cuerpo, que no me pensé dos veces si era apropiado o no lo que estaba haciendo. Sabía que los efectos de la ingesta de sangre vampírica serían rápidos. Su muñeca se curó una vez, y la reabrió.

– ¿Estás seguro de lo que haces? -le pregunté mientras se mordía por segunda vez. La garganta me ardía de dolor y no tardé en lamentar haber pronunciado una frase entera.

– Sí -dijo-. Sé dónde está el límite. Y me alimenté bien antes de venir. Necesitas poder moverte. -Se comportaba de un modo tan práctico que empecé a sentirme un poco mejor. No podría haber soportado su lástima.

– ¿Moverme? -La idea me inundó de ansiedad.

– Sí. En cualquier momento los seguidores de Breandan podrían encontrar este sitio… Y lo harán. En estos momentos estarán rastreando tu olor. Hueles a las hadas que te lastimaron, y saben que Niall te quiere tanto como para matar a los de su especie por ti. Darte caza les haría muy, muy felices.

Ante la idea de más problemas, dejé de beber y empecé a llorar. La mano de Eric me acarició con dulzura, pero dijo:

– Para ya. Tienes que ser fuerte. Estoy muy orgulloso de ti, ¿me oyes?

– ¿Por qué? -Puse la boca en su muñeca y volví a beber.

– Sigues de una pieza. Sigues siendo una persona. Neave y Lochlan han dejado a hadas y vampiros hechos unos harapos, literalmente harapos… Pero tú has sobrevivido, y tu alma y tu personalidad siguen intactas.

– Me rescataron. -Tomé aire y volví a su muñeca.

– Habrías sobrevivido a mucho más. -Eric se inclinó para coger una de las botellas de TrueBlood y se la bebió de un trago.

– No lo habría deseado. -Volví a respirar hondo, consciente de que la garganta aún me dolía, pero no tanto-. Apenas me quedaban ganas de vivir después de…

Me besó en la frente.

– Pero sobreviviste. Y ellos están muertos. Y eres mía, y serás mía. No te pondrán una mano encima.

– ¿De verdad crees que vienen hacia aquí?

– Sí. La gente que le queda a Breandan encontrará este sitio tarde o temprano, si no lo hace Breandan en persona. No tiene nada que perder y sí un orgullo que mantener. Me temo que será más pronto que tarde. Ludwig ha evacuado a casi todos los pacientes. -Giró un poco la cabeza, como si escuchase algo-. Sí, la mayoría se ha ido.

– ¿Quién más queda?

– Bill está en la habitación de al lado. Clancy le ha estado dando sangre.

– ¿No pensabas darle tú?

– Si tú resultabas irrecuperable… no, no le habría dado.

– ¿Por qué? -pregunté-. Vino a rescatarme. ¿Por qué enfadarse con él? ¿Dónde estabas tú? -La rabia me laceraba la garganta.

Eric se sobresaltó apenas un milímetro, toda una reacción en un vampiro de su edad. Apartó la mirada. No podía creer que estuviese diciendo esas cosas.

– Tampoco es que estuvieses obligado a venir a rescatarme -continué-, pero no hubo un momento, ni uno, en el que no desease que acudieras. Recé por que así fuera, pensé que me oirías…

– Me estás matando -me dijo-. Me estás matando. -Se estremeció a mi lado, como si apenas pudiera encajar mis palabras-. Te lo explicaré -añadió con voz queda-. Lo haré. Lo comprenderás. Pero ahora no queda tiempo. ¿Notas mejoría?

Pensé en ello. No me sentía tan mal como antes de tomar la sangre. Los agujeros de mi piel picaban de forma insoportable, lo que significaba que se estaban curando.

– Noto que estoy curándome -dije cuidadosamente-. Oh, ¿sigue Tray Dawson aquí?

Me miró con expresión muy seria.

– Sí, no han podido evacuarlo.

– ¿Por qué no? ¿Por qué no se lo ha llevado la doctora Ludwig?

– No sobreviviría a la evacuación.

– No -dije, pasmada a pesar de todo lo que había soportado.

– Bill me habló de la sangre de vampiro que ingirió. Esperaban que enloqueciera y te hiciera daño, pero que te dejara sola ya les fue de bastante ayuda. Lochlan y Neave se retrasaron; los encontraron un par de guerreros de Niall, les atacaron y tuvieron que luchar. Después, decidieron vigilar tu casa. Querían asegurarse de que Dawson no venía a socorrerte. Bill me llamó para decirme que él y tú fuisteis a casa de Dawson. Para entonces, él ya estaba en sus manos. Se divirtieron con él antes de…, antes de atraparte.

– ¿Tan mal está? Creía que los efectos de la sangre de vampiro ya se habrían pasado. -No podía imaginarme a ese hombretón, el licántropo más duro al que conocía, sufriendo una derrota.

– La sangre de vampiro que usaron no era más que un vehículo para el veneno. Nunca lo habían intentado con un licántropo, supongo, porque hizo falta mucho tiempo para que surtiese efecto. Y después practicaron sus artes en él. ¿Puedes levantarte?

Traté de convencer a mis músculos para realizar el esfuerzo.

– Creo que todavía no.

– Te llevaré yo.

– ¿Adonde?

– Bill quiere hablar contigo. Tienes que ser valiente.

– Mi bolso -dije-. Necesito coger algo.

Sin decir nada, Eric cogió el bolso de suave tela, ahora dañado y manchado, y lo dejó a mi lado. Con gran concentración, fui capaz de abrirlo y hurgar dentro. Eric arqueó las cejas al ver lo que sacaba, pero oyó algo fuera que mudó su expresión en alarma. Se incorporó, deslizó los brazos bajo mi cuerpo y se irguió con la misma facilidad que si llevase un plato de espaguetis. Se detuvo ante la puerta y yo conseguí girar el pomo. Empujó la puerta con un pie y salimos al pasillo. Comprobé que nos encontrábamos en un viejo edificio, una especie de pequeña empresa que había sido reconvertida a su actual función. Había puertas por todo el pasillo, así como una sala de control enmarcada en una cabina de cristal a medio camino. Pude ver a través del cristal que en el otro extremo había una especie de almacén en penumbra. La escasa luz bastaba para delatar que estaba vacío, salvo por algunos desechos, como estanterías desvencijadas y repuestos de maquinaria.

Giró a la derecha para entrar en la habitación del fondo del pasillo. De nuevo, hice los honores con el pomo, aunque esta vez no resultó tan agónico.

Había dos camas en la habitación.

Bill estaba en la de la derecha, y Clancy estaba sentado en una silla de plástico justo al lado. Estaba alimentando a Bill igual que Eric lo había hecho conmigo. La piel de Bill estaba gris. Le sobresalían los pómulos. Era el retrato mismo de la muerte.

Tray Dawson estaba en la otra cama. Si Bill parecía estar muriéndose, Tray parecía estar muerto ya. Su rostro estaba azulado. Le habían arrancado una oreja de un mordisco. Tenía los ojos muy cerrados. Había sangre reseca por todas partes. Y eso era apenas lo que podía ver en su cara. Sus brazos reposaban sobre la manta, ambos entablillados.

Eric me depositó junto a Bill. Sus ojos se abrieron, y al menos eran los mismos: marrones oscuro e insondables. Dejó de beber de Clancy, pero no se apreciaba ninguna mejoría.

– La plata ha entrado en su sistema -dijo Clancy en voz baja-. El veneno ha llegado hasta cada rincón de su cuerpo. Necesitará cada vez más sangre para eliminarlo.

Quise preguntar si se recuperaría, pero no fui capaz, no con Bill postrado ahí delante. Clancy se levantó de su sitio junto a la cama y emprendió una conversación susurrada con Eric; una muy desagradable a tenor de los gestos de Eric.

– ¿Cómo estás, Sookie? -preguntó Bill-. ¿Te curarás? -Su voz flaqueó.

– Era justo lo que quería preguntarte yo a ti -contesté. Ninguno de los dos teníamos la fuerza suficiente para entablar una conversación duradera.

– Vivirás -dijo, satisfecho-. Puedo oler que Eric te ha dado sangre. Te habrías curado de todas formas, pero ayudará a cicatrizar. Lamento no haber llegado antes.

– Me salvaste la vida.

– Vi cómo te secuestraban -explicó.

– ¿Qué?

– Vi cómo te secuestraban.

– Tú… -Quería preguntarle por qué no los detuvo, pero me pareció horriblemente cruel.

– Sabía que no podría derrotarlos a los dos -dijo llanamente-. Si lo hubiese intentado, me habrían matado y probablemente también a ti. Sé muy poco sobre hadas, pero había oído hablar de Neave y su hermano. -Bill parecía agotado con tan sólo pronunciar esas pocas frases. Intentó girar la cabeza sobre la almohada para mirarme directamente a la cara, pero apenas lo consiguió unos centímetros. Su pelo negro parecía lacio y deslustrado, y su piel ya no lucía el brillo que tan bello me pareció la primera vez que lo vi.

– ¿Entonces llamaste a Niall? -pregunté.

– Sí -respondió, apenas moviendo los labios-. O al menos llamé a Eric para contarle lo que acababa de presenciar y para que él llamase a Niall.

– ¿Dónde estaba la casa abandonada? -pregunté.

– Al norte de aquí, en Arkansas -dijo-. Nos llevó un tiempo encontrar tu rastro. Si hubiesen cogido un coche, todavía, pero se desplazaron a través del mundo feérico, y con mi olfato y el conocimiento de Niall sobre las hadas y su magia, pudimos encontrarte. Al fin. Al menos pudimos salvarte la vida. Creo que fue demasiado tarde para el licántropo.

No sabía que había compartido cautiverio con Tray. Tampoco es que hubiera supuesto demasiada diferencia, pero quizá me habría sentido menos sola.

Probablemente por esa razón las hadas no me dejaron verlo. Apuesto a que a la pareja de hermanos se les escapaban pocas cosas acerca de la psicología de la tortura.

– ¿Seguro que está…?

– Cielo, míralo.

– Todavía no estoy muerto -murmuró Tray.

Intenté incorporarme e ir hacia él. Aún quedaba fuera de mis capacidades, pero al menos pude girarme para mirarlo. Las camas estaban tan juntas que no me costaba nada oírle. Creo que podía verme, más o menos.

– Tray -dije-. Lo siento mucho.

Sacudió la cabeza sin decir nada.

– Fue culpa mía. Debí saberlo…, la mujer en el bosque… no estaba bien.

– Hiciste lo que pudiste. Si te hubieras resistido, estarías muerto.

– Ya me estoy muriendo -contestó. Intentó abrir los ojos. Casi logró mirarme a la cara-. Por mi maldita culpa -concluyó.

No pude reprimir las lágrimas. Parecía que se había quedado inconsciente. Me giré de nuevo lentamente para mirar a Bill. Su color había mejorado ligeramente.

– Por nada les hubiese dejado que te hiciesen daño -dijo-. Su daga era de plata, tenía fundas de plata en los dientes… Conseguí cortarle el cuello, pero no se murió lo bastante deprisa… Luchó hasta el final.

– Clancy te ha dado sangre -dije-. Te pondrás bien.

– Puede -dudó, con la voz fría y tranquila de siempre-. Siento que me vuelven las fuerzas. Servirá para aguantar la pelea. Tendré tiempo más que suficiente.

Estaba tan asombrada que no pude decir nada. Los vampiros sólo morían por estaca, decapitación o por culpa de algunos extraños casos de SIDA. Pero ¿envenenamiento por plata?

– Bill -dije con urgencia, sintiendo cómo se me agolpaban en la mente tantas cosas que le quería decir. Había cerrado los ojos, pero los acababa de abrir para mirarme.

– Ya vienen -advirtió Eric, y todas esas palabras murieron en mi garganta.

– ¿La gente de Breandan? -pregunté.

– Sí -dijo Clancy brevemente-. Han localizado tu olor. -Incluso en ese momento se mostraba despectivo, como si se hubiera debido a mi debilidad haber dejado un olor que pudieran rastrear.

Eric extrajo un cuchillo muy largo de una funda que llevaba al muslo.

– Hierro -avisó sonriendo.

Bill también sonrió, aunque no fue una sonrisa muy agradable.

– Mata a tantos como puedas -dijo con voz más fuerte-. Clancy, ayúdame.

– No -rogué.

– Cariño -dijo Bill muy formalmente-. Siempre te he querido y será un orgullo morir a tu servicio. Cuando haya muerto, reza una plegaria en mi nombre en una iglesia de verdad.

Clancy se inclinó para ayudar a Bill a levantarse de la cama, lanzándome una mirada de lo más hostil durante el proceso. Bill se tambaleó sobre los pies. Estaba tan débil como un humano. Se quitó la bata del hospital para quedarse apenas con unos pantalones de pijama.

Yo tampoco quería morir en camisón de hospital.

– Eric, ¿te sobra un cuchillo para mí? -preguntó Bill, y, sin volverse de la puerta, el vikingo le lanzó una versión más corta de su propia arma, que más bien parecía una espada, según mi criterio. Clancy también iba armado.

Nadie dijo nada sobre intentar mover a Tray. Cuando lo miré, pensé que quizá ya se habría muerto.

En ese momento sonó el móvil de Eric, lo que me hizo dar un fuerte respingo. Descolgó con un escueto:

– ¿Sí?

Escuchó un instante y colgó. Casi estallé de risa ante la gracia que me hacía el hecho de que seres sobrenaturales se comunicasen con teléfono móvil. Pero cuando miré a Bill, con la tez gris, apoyado en la pared, pensé que nada volvería a ser divertido.

– Niall y sus hadas están en camino -dijo Eric con una voz tan tranquila que parecía estar leyendo un artículo de bolsa-. Breandan ha bloqueado los demás portales al mundo feérico. Ahora sólo queda una apertura. Lo que no sé es si llegarán a tiempo.

– Si sobrevivo a esto -añadió Clancy-, te pediré que me liberes de mis votos, Eric, y me buscaré otro señor. La idea de morir defendiendo a una humana me parece repugnante, por muy relacionada que esté contigo.

– Si mueres -replicó Eric-, lo harás porque yo, tu sheriff, te ordené luchar. Las razones no vienen al caso.

Clancy asintió.

– Sí, mi señor.

– Pero te liberaré, si sobrevives.

– Gracias, Eric.

Madre del amor hermoso. Ojalá ya estuviesen satisfechos, ahora que habían dejado las cosas claras.

Bill se tambaleaba sobre los pies, pero ninguno de ellos mostró más que aprobación por ello. No podía oír tan bien como ellos, pero la tensión en la habitación se hizo casi insoportable a medida que nuestros enemigos se acercaban.

Mientras contemplaba a Bill, aguardando con aparente calma a que la muerte irrumpiera para llevárselo, un destello me recordó lo que había sido para mí: el primer vampiro al que conocí, el primer hombre con el que me había acostado, el primer pretendiente al que había amado. Todo lo que vino después había empañado esos recuerdos, pero por un instante volví a verlo con claridad, y volví a quererlo.

Entonces la puerta se quebró, haciéndose añicos, y vi el brillo de la hoja de un hacha acompañado de muchos gritos de arenga que desde el otro lado se dirigían a quien ostentaba el arma.

Decidí levantarme igualmente. Prefería morir de pie que en la cama. Al menos me quedaba valor para eso. Quizá por haber ingerido la sangre de Eric, sentía el ardor de su corazón antes de la batalla. Nada estimulaba a Eric más que la perspectiva de un buen combate. Pugné por ponerme de pie. Descubrí que podía caminar, al menos un poco. Había unas muletas de madera apoyadas en la pared. No recordaba que existiesen muletas de madera, pero nada en ese hospital era típicamente humano.

Cogí una muleta por la parte inferior y la sopesé para comprobar si podía levantarla. La respuesta más obvia era: «Probablemente no». Había muchas posibilidades de que me cayera al hacerlo, pero una actitud activa era mucho mejor que una pasiva. Mientras tanto, contaría con las armas que había sacado del bolso, y la muleta al menos me mantendría de pie.

Todo ocurrió más deprisa de lo que puedo expresar con palabras. A medida que iban despedazando la puerta, las hadas iban arrancando los trozos de madera. Al final, el hueco fue lo suficientemente amplio como para permitir que cupiera una, un hombre alto y delgado de pelo muy liviano, cuyos ojos verdes brillaban ante el frenesí del inminente combate. Intentó asestar un espadazo a Eric, pero éste lo paró y le hizo al otro un tajo en el abdomen. El hada se estremeció y se dobló sobre sí mismo, permitiendo que Clancy lo decapitara con su filo.

Apreté la espalda contra la pared y trabé la muleta bajo el brazo. Agarré mis armas, una en cada mano. Bill y yo estábamos codo con codo, pero, poco a poco, avanzó y se puso delante de mí deliberadamente. Lanzó su cuchillo contra el siguiente hada que intentó atravesar la puerta y logró clavárselo en el cuello. Bill extendió la mano hacia atrás y se hizo con la paleta de mi abuela.

La puerta casi había desaparecido, pero los asaltantes parecían retroceder. Otro hada se abrió paso entre las astillas, sorteando el cuerpo del primero que intentó entrar, y algo me dijo que debía de ser Breandan. Su melena roja estaba recogida en una trenza, y su espada lanzó un chorro de sangre cuando la levantó para asestar un golpe sobre Eric.

Eric era más alto, pero la espada de Breandan era más larga. El hada ya estaba herido, pues tenía la camiseta manchada de sangre en un costado. Vi algo brillante, puede que una aguja de punto, sobresaliendo del hombro de Breandan, y tuve la certeza de que la sangre de su espada pertenecía a Claudine. La rabia se abrió paso por mi ser y de ella me serví para mantenerme arriba cuando todo me invitaba a caer.

Breandan saltó hacia un lado a pesar de los intentos de Eric de mantenerlo a raya. En ese momento, una guerrera muy alta saltó por la puerta para ocupar el lugar que acababa de abandonar Breandan. Blandía una maza (una maza, por el amor de Dios), que estaba dispuesta a descargar sobre Eric. El vampiro la esquivó, y el arma siguió su trayectoria para golpear a Clancy en un lateral de la cabeza. Al instante, su pelo rojo se hizo más rojo aún, y cayó al suelo como un saco de arena. Breandan saltó sobre Clancy para enfrentarse a Bill al tiempo que su espada cercenaba la cabeza de Clancy. La sonrisa de Breandan resplandeció.

– Eres tú -dijo-. El que mató a Neave.

– Le arranqué la garganta -amenazó Bill con una voz que se me antojó más poderosa que nunca. Pero seguía tambaleándose.

– Veo que ella también te ha matado -dijo Breandan, relajando su guardia una fracción-. Sólo me queda hacer que te des cuenta.

Tras él, olvidado en el rincón de la cama, Tray Dawson realizó un esfuerzo sobrehumano y apresó la camiseta del hada. Con un gesto descuidado, Breandan se giró un poco y atravesó el cuerpo del indefenso licántropo con la espada. Al sacarla de nuevo, volvía a estar teñida de un vivo rojo. Pero en el segundo que le llevó hacer eso, Bill le clavó la paleta de hierro bajo el brazo alzado. Cuando se volvió, su expresión era de absoluto desconcierto. Miró la empuñadura, preguntándose cómo era posible que hubiese acabado allí, y entonces la sangre empezó a manar de la comisura de sus labios.

Bill empezó a dejarse caer.

Todo se quedó en silencio durante un instante, pero sólo en mi mente. El espacio que tenía delante estaba despejado, y la mujer abandonó la lucha con Eric para saltar sobre el cuerpo de su príncipe. Lanzó un grito, largo y agudo, y como Bill ya no era una amenaza, dirigió su golpe hacia mí.

Le rocié con el zumo de limón de mi pistola de agua.

Ella volvió a gritar, pero esta vez de dolor. El zumo la había rociado en aspersión sobre el pecho y la parte superior de los brazos. La piel empezó a humear donde el limón había caído. Una gota debió de caerle en el párpado, ya que se echó la mano libre al ojo para frotarse la sensación de quemazón. Mientras hacía eso, Eric levantó su largo filo y le cercenó el brazo, para luego atravesarle el cuerpo.

Al instante siguiente, Niall ocupó la puerta, y los ojos me dolieron al verle. No llevaba el traje negro que acostumbraba a vestir cuando venía a visitarme al mundo humano, sino una especie de túnica larga y pantalones holgados remetidos en unas botas. Iba todo de blanco, y brillaba… con la salvedad de que estaba cubierto de sangre.

Se produjo un largo silencio. Ya no quedaba nadie más a quien matar.

Me dejé caer sobre el suelo, con las piernas tan endebles como gelatina. Estaba apoyada contra la pared, junto a Bill. No sabía si estaba vivo o muerto. Estaba demasiado conmocionada para llorar y demasiado horrorizada para gritar. Algunos de mis cortes se habían vuelto a abrir, y el olor de la sangre, mezclada con el de las hadas, llegó hasta Eric, que estaba aún enfervorecido por el combate. Antes de que Niall llegase hasta mi lado, Eric se había arrodillado junto a mí, lamiendo la sangre que manaba de un corte en mi mejilla. No me importaba; él me había dado la suya. Necesitaba recuperarse.

– Aléjate de ella, vampiro -dijo mi bisabuelo con una voz muy tranquila.

Eric alzó la cabeza, con los ojos cerrados de placer y se estremeció. Pero entonces se cayó a mi lado. Miró el cuerpo de Clancy. Todo el fervor de su cuerpo se evaporó en un segundo, y una lágrima roja se abrió paso por su mejilla.

– ¿Está Bill vivo? -pregunté.

– No lo sé -respondió. Se miró el brazo. También estaba herido: un feo tajo en el antebrazo izquierdo. Ni siquiera había visto cómo ocurrió. Vi que la herida empezaba a curarse a través de la manga raída.

Mi bisabuelo se acuclilló delante de mí.

– Niall -pronuncié con tremendo esfuerzo-. Niall, creí que no llegarías a tiempo.

Lo cierto es que estaba tan conmocionada que no sabía muy bien lo que estaba diciendo, ni a qué crisis me refería.

Por primera vez, seguir viva me pareció tan difícil que dudé si merecía la pena.

Mi bisabuelo me tomó en sus brazos.

– Ya estás a salvo -dijo-. Soy el único príncipe que queda. Nadie me podrá quitar eso. Casi todos mis enemigos están muertos.

– Mira alrededor -repliqué, apoyando la cabeza en su hombro-. Niall, mira todo lo que se ha perdido.

La sangre de Tray Dawson goteaba perezosa sobre la sábana hasta el suelo. Bill estaba hecho un ovillo junto a mi muslo derecho. Mi bisabuelo empezó a acariciarme el pelo mientras me abrazaba. Miré por encima de su brazo a Bill. Había vivido tantos años, sobrevivido a tantas adversidades. No había pestañeado al escoger morir por mí. Ninguna mujer, humana, hada, vampira o licántropo, podía quedar impasible ante ese hecho. Pensé en las noches que pasamos juntos, los ratos que pasamos hablando tumbados en la cama, y lloré, a pesar de sentirme demasiado cansada para siquiera producir lágrimas.

Mi bisabuelo se echó hacia atrás y me miró.

– Tienes que volver a casa -dijo.

– ¿Y Claudine?

– Está en la Tierra Estival.

Ya no podía soportar más malas noticias.

– Hada, he limpiado este sitio para ti -indicó Eric-. Tu bisnieta es mi chica, mía y sólo mía. Yo la llevaré a casa.

Niall atravesó a Eric con la mirada.

– No todos los cadáveres son de hadas -señaló Niall, apuntando con la mirada a Clancy-. ¿Y qué debe hacerse con él? -agitó la cabeza hacia Tray.

– Este tiene que volver a su casa -respondí-. Hay que enterrarlo como es debido. No puede desaparecer sin más. -No tenía la menor idea de qué habría preferido Tray, pero no podía dejar que las hadas arrojaran su cuerpo a cualquier hoyo. Se merecía algo mucho mejor. Y había que decírselo a Amelia. Oh, Dios, intenté estirar las piernas para levantarme, pero se me salieron los puntos y el dolor me recorrió como un calambre. Grité con los dientes apretados.

Miré al suelo cuando recuperé el aliento. Vi que Bill movió ligeramente uno de sus dedos.

– Está vivo, Eric -dije, y aunque el dolor era infernal, no pude evitar sonreír-. Bill está vivo.

– Eso es bueno -respondió Eric, aunque con demasiada calma. Abrió la tapa de su móvil y pulsó una tecla de marcación rápida-. Pam -ordenó-. Pam, Sookie está viva, y Bill también. Clancy no. Trae la furgoneta.

Aunque tengo una laguna temporal de ese momento, al final Pam llegó con una gran furgoneta. Tenía un colchón en la parte de atrás. Maxwell Lee y Pam cargaron con Bill y conmigo hasta el vehículo. Maxwell era un hombre de negocios negro que resultaba ser también un vampiro. Al menos ésa era la impresión que siempre daba. Incluso en esa noche de violencia y conflicto, Maxwell presentaba un aspecto impoluto y sereno. A pesar de ser más alto que Pam, nos introdujeron en la furgoneta con gran delicadeza, cosa que agradecí. Pam incluso me siguió la corriente con mis chistes, lo cual era todo un cambio agradable.

Mientras volvíamos a Bon Temps, escuché a los vampiros hablar en voz baja de la guerra de las hadas.

– Será una pena que abandonen este mundo -dijo Pam-. Me encantan. Son muy difíciles de cazar.

– Yo nunca he probado una -confesó Maxwell Lee.

– Ñam -dijo Pam; el «ñam» más elocuente que había oído nunca.

– Callaos -ordenó Eric, y ambos guardaron silencio.

Los dedos de Bill encontraron los míos y los aferraron -Clancy vive en Bill -dijo Eric a los otros dos. Recibieron la noticia envueltos en un silencio que me pareció muy respetuoso.

– Igual que tú vives en Sookie -susurró Pam.

Mi bisabuelo vino a verme dos días después. Tras abrir la puerta, Amelia se fue al piso de arriba a seguir llorando. Ella conocía la verdad, por supuesto, aunque el resto de la comunidad estaba espantada por que alguien hubiese irrumpido en casa de Tray para torturarlo. La opinión más extendida era que los asaltantes debían de pensar que Tray era un traficante de drogas, a pesar de que no se había encontrado parafernalia alguna relacionada con los estupefacientes durante los exhaustivos registros de la casa y el taller. La ex mujer de Tray y su hijo se encargarían de organizar el funeral, y lo enterrarían en la Iglesia de la Inmaculada Concepción. Haría todo lo posible para ir a apoyar a Amelia. Me quedaba un día para recuperarme algo más, pero me conformaba con poder estar tumbada en la cama vestida con un camisón. Eric no pudo darme más sangre para completar la curación. En los últimos días ya me había dado sangre dos veces, por no hablar de lo que habíamos compartido mientras hacíamos el amor. Dijo que nos habíamos acercado peligrosamente a un límite indefinido. Por otra parte, Eric necesitaba toda su sangre para curarse, e incluso recurrió a quitarle a Pam un poco. Así que dejé que el picor se adueñara de mis heridas mientras terminaban de curarse, si bien la sangre de vampiro había hecho el grueso del trabajo con las de las piernas.

Gracias a eso, mi explicación de las heridas (un conductor desconocido me había atropellado y se había dado a la fuga) resultó plausible si no se examinaban demasiado de cerca. Por supuesto, Sam supo de inmediato que eso no era verdad. Le acabé contando todo lo que había pasado la primera vez que vino a verme. Los parroquianos del Merlotte's me mandaban sus mejores deseos, según me dijo Sam la segunda vez que vino a visitarme. Me trajo unas margaritas y una cesta de pollo del Dairy Queen. Cuando creía que no le veía, Sam me miró con ojos sombríos.

Niall acercó una silla junto a mi cama y me cogió de la mano. Puede que los acontecimientos de los últimos días hubiesen ahondado en una fracción las finas arrugas de su rostro. Puede que pareciese un poco triste. Pero mi real bisabuelo seguía siendo muy bello, regio, extraño, y, ahora que sabía de qué eran capaces los de su raza…, parecía aterrador.

– ¿Sabías que Lochlan y Neave mataron a mis padres? -pregunté.

Niall asintió tras una notable pausa.

– Lo sospechaba -dijo-. Cuando me dijiste que tus padres se habían ahogado, tuve que admitir la posibilidad. La gente de Breandan siempre fue muy afín al agua.

– Me alegro de que estén muertos -señalé.

– Sí, yo también -contestó sin más-. La mayoría de sus seguidores están muertos. He perdonado la vida a dos mujeres, porque son muy necesarias. A pesar de que una de ellas es la madre del hijo de Breandan, la he dejado vivir.

Parecía esperar un elogio por ello.

– ¿Y qué hay del hijo? -pregunté.

Niall agitó la cabeza, acompañada de su capa de pelo blanco.

Me quería, pero pertenecía a un mundo incluso más salvaje que el mío.

Como sí hubiera escuchado mis pensamientos, Niall dijo:

– Terminaré de bloquear el pasadizo a nuestro mundo.

– Pero por eso mismo se produjo la guerra -repliqué, confundida-. Era lo que Breandan quería.

– Creo que tenía razón, aunque con razones equivocadas. No hay que proteger a las hadas del mundo humano, sino a los humanos de nosotros.

– ¿Y eso qué significa? ¿Cuáles serán las consecuencias?

– Aquellos de nosotros que hayan estado viviendo entre los humanos tendrán que elegir.

– Como Claude.

– Sí. Tendrá que cortar sus vínculos con nuestro mundo secreto si quiere quedarse aquí.

– ¿Y el resto? ¿Los que ya están allí?

– Ya no volveremos. -Su rostro estaba inundado de pena.

– ¿Ya no volveré a verte?

– No, cielo mío. Es lo mejor.

Intenté formular una protesta, decirle que no era lo mejor, que era horrible no poder volver a hablar con él, dados los pocos familiares que me quedaban. Pero no conseguí que las palabras me llegaran a la boca.

– ¿Y Dermot? -pregunté, en vez de eso.

– No lo encontramos -admitió Niall-. Si ha muerto, se habrá reducido a cenizas en algún lugar desconocido. Si aún sigue por aquí, está siendo muy listo y sigiloso. Continuaremos buscándolo hasta que se cierre la puerta.

Me aferré a la esperanza de que Dermot estuviese en el lado feérico de esa puerta.

En ese momento llegó Jason.

Mi bisabuelo…, nuestro bisabuelo, se puso en pie de un salto. Pero, tras un instante, se relajó.

– Tú debes de ser Jason -dijo.

Mi hermano lo miró, inexpresivo. Jason había dejado de ser él mismo desde la muerte de Mel. El mismo número del diario local que se había hecho eco del horrible descubrimiento del cadáver de Tray Dawson también había informado de la desaparición de Mel Hart. No eran pocos los rumores que apuntaban a la relación entre ambos casos.

No sabía cómo se las habían arreglado los hombres pantera para tapar lo sucedido en la casa de Jason, y no quería saberlo. No sabía tampoco dónde se encontraba el cuerpo de Mel. Quizá se lo habían comido. A lo mejor estaba en el fondo del pozo de Jason; o quizá en medio del bosque.

Lo último era lo que sospechaba. Jason y Calvin le dijeron a la policía que Mel comentó que se iba de caza en solitario. Encontraron su camioneta en el aparcamiento de un coto donde tenía unas participaciones. Descubrieron manchas de sangre en la parte de atrás que hicieron sospechar a la policía que quizá Mel supiera algo sobre la horrible muerte de Crystal Stackhouse, y también se había oído decir a Andy Bellefleur que no le sorprendería que Mel se hubiese suicidado en el bosque.

– Sí, soy Jason -dijo mi hermano con tono grave-. Tú debes de ser… ¿mi bisabuelo?

Niall inclinó la cabeza.

– El mismo. He venido a despedirme de tu hermana.

– Pero no de mí, ¿eh? No soy lo bastante bueno.

– Te pareces demasiado a Dermot.

– Y una mierda. -Jason se dejó caer a los pies de la cama-. A mí Dermot no me pareció tan malo, bisabuelito. Es más, vino a avisarme sobre lo de Mel, a decirme que había matado a mi mujer.

– Sí -dijo Niall remotamente-. Puede que Dermot obrara a tu favor por vuestro parecido. ¿Sabes que ayudó a matar a vuestros padres?

Ambos nos quedamos mirando a Niall.

– Sí, las hadas del agua que seguían a Breandan empujaron la camioneta al arroyo, pero Dermot fue el único que pudo abrir la puerta y sacar a vuestros padres. Luego, las ninfas del agua los mantuvieron sumergidos.

Me estremecí.

– Pues me alegro de que te despidas -dijo Jason-. Me alegro de que te largues. Espero que no vuelvas nunca, y eso vale por todos los de tu especie.

El dolor se abrió paso por la cara de Niall.

– No puedo discutir tus sentimientos -respondió-. Sólo quería conocer a mi bisnieta. Pero no le he traído más que sufrimiento.

Abrí la boca, dispuesta a protestar, pero me di cuenta de que decía la verdad. Aunque no toda la verdad.

– Me trajiste la seguridad de que tengo una familia que me quiere -dije, y Jason hizo un ruido de sofoco-. Enviaste a Claudine para que me salvara la vida, y lo hizo, más de una vez. Te echaré de menos, Niall.

– El vampiro no es un mal hombre, y te quiere -dijo Niall. Se levantó-. Adiós.

Se inclinó para besarme en la frente. Había poder en su tacto, y de repente me sentí mejor. Antes de que Jason se armara para exponer sus objeciones, Niall le besó a él también en la frente, y sus tensos músculos se relajaron.

Y mi bisabuelo desapareció, antes de que pudiera preguntarle a qué vampiro se refería.

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