Capítulo 15

La protección vampírica, por llamarla de alguna manera, estaba esperándome después del trabajo. Bubba estaba apostado junto a mi coche cuando salí del Merlotte's. Sonrió al verme, y me alegré de darle un abrazo. No muchos se habrían alegrado de ver a un vampiro deficiente mental con debilidad por la sangre de gato, pero Bubba me caía bien.

– ¿Cuándo has vuelto a la ciudad? -pregunté. El Katrina lo había pillado en Nueva Orleans y le había hecho falta una larga recuperación. Los vampiros se habían mostrado encantados de recogerlo, ya que había sido uno de los humanos más famosos hasta ser convertido en un depósito de cadáveres de Memphis.

– Una semana, o así. Qué alegría verla, señorita Sookie. -Los colmillos de Bubba se alargaron para demostrarme cuánto se alegraba. Volvieron a ocultarse casi con la misma rapidez. Bubba mantenía su talento-. He viajado, he estado con amigos. Pero esta noche estaba visitando al señor Eric en Fangtasia y me preguntó si quería trabajar un poco cuidando de usted. Le dije: «La señorita Sookie y yo somos buenos amigos, y me encantaría». ¿Tiene ya otro gato?

– No, Bubba, no tengo otro. -Y a Dios gracias.

– Bueno, yo me he traído sangre en una nevera -dijo, señalando un enorme Cadillac blanco que había costado sangre, sudor y mucho dinero restaurar.

– Oh, el coche es precioso -apunté, y estuve a punto de preguntarle si era suyo cuando aún vivía. Pero a Bubba no le gustaban las referencias a su anterior estado de existencia; lo enfurecían y lo confundían (con mucha sutileza, se conseguía que cantase de vez en cuando. Una vez le oí entonar Blue Christmas. Inolvidable).

– Me lo regaló Russell -dijo.

– Oh, ¿Russell Edgington? ¿El rey de Misisipi?

– Sí. ¿No es todo un detalle? Dijo que como es rey de mi Estado natal, quería regalarme algo especial.

– ¿Cómo le va? -Russell y su marido Bart habían sobrevivido a la explosión en el hotel de Rhodes.

– Ahora está muy bien. Él y el señor Bart se han curado del todo.

– Me alegra mucho saberlo. Bueno, ¿tienes que seguirme hasta casa?

– Sí, señorita, ése es el plan. Si deja la puerta trasera abierta, antes del amanecer me meteré en el escondite de su dormitorio de invitados. Me lo ha dicho el señor Eric.

Así pues, resultaba doblemente positivo que Octavia se hubiese mudado. No sé cómo habría reaccionado si le hubiese dicho que el hombre de Memphis tendría que dormir en su armario durante todo el día.

Al llegar a casa, Bubba aparcó su fabuloso coche justo detrás del mío. Vi que la camioneta de Dawson también estaba aparcada. No me sorprendió. Dawson trabajaba ocasionalmente como guardaespaldas, y se encontraba en la zona. Como Alcide había decidido que quería ayudar, Tray Dawson era la elección más obvia, al margen de su relación con Amelia.

Tray estaba sentado en la cocina cuando Bubba y yo entramos. Por primera vez desde que lo conocía, el hombretón pareció desconcertado. Pero fue lo bastante inteligente como para no decir nada.

– Tray, te presento a mi amigo Bubba -dije-. ¿Dónde está Amelia?

– Está arriba. Tengo que hablar contigo de ciertos asuntos.

– Ya me imaginaba. Bubba está aquí por lo mismo. Bubba, te presento a Tray Dawson.

– ¡Qué hay, Tray! -Bubba le estrechó la mano entre risas, porque había hecho un pareado. Su transición de los vivos a los no muertos no había ido bien. Su chispa vital era tan débil y las drogas se habían extendido tanto por su organismo cuando lo convirtieron en el depósito, que Bubba tuvo suerte de acabar como acabó.

– Hola-dijo Tray con cautela-. ¿Cómo te va… Bubba?

Me alegró que Tray se ciñera al nombre.

– Muy bien, gracias. Tengo sangre en la nevera ahí fuera, y la señorita Sookie tiene TrueBlood en el frigorífico, o al menos solía tener.

– Sí, aún me queda-dije-. ¿Te apetece sentarte, Bubba?

– No, señorita. Creo que cogeré una botella y me iré al bosque. ¿Bill sigue viviendo al otro lado del cementerio?

– Sí.

– Siempre es bueno tener amigos cerca.

No estaba segura de poder considerar a Bill como un amigo, nuestra historia era demasiado compleja para ello. Pero sí lo estaba, y completamente, de que me ayudaría si me encontrase en peligro.

– Sí -dije-. Está muy bien.

Bubba hurgó en la nevera y apareció con dos botellas. Las alzó hacia Tray y hacia mí, y cogió la puerta con una sonrisa.

– Por Dios bendito -dijo Tray-. ¿Es quien creo que es?

Asentí mientras me sentaba frente a él.

– Eso explica por qué tanta gente dice que lo ha visto -respondió-. Bueno, escucha, él vigila ahí fuera y yo aquí dentro. ¿Te parece bien?

– Sí. Supongo que has hablado con Alcide.

– Sí. No quiero meterme en tus asuntos, pero me habría gustado saber todo esto de tu boca. Sobre todo por lo que le comentaste a Amelia de Drake. Está molesta porque cree haber colaborado con el enemigo sin saberlo. De haber sabido de tus problemas, nos habríamos encargado de que no se fuese de la lengua. Lo habría matado en cuanto se me hubiese presentado. Nos habríamos ahorrado muchos problemas. ¿Lo has pensado?

Tray no era de los que se iban por las ramas.

– Creo que sí te estás metiendo en mis asuntos, Tray. En calidad de amigo mío y novio de Amelia, te digo lo que creo que puedo sin poner en peligro vuestra vida. Jamás se me ocurrió que los enemigos de Niall tratarían de obtener información mía a través de mi compañera de piso. Y no sabía que no fueras capaz de distinguir un hada de un humano. -Tray dio un respingo-. Puede que no quieras responsabilizarte de mi seguridad, teniendo en cuenta que tu novia está bajo el mismo techo que la mujer a la que tienes que proteger. ¿Es un conflicto demasiado grande para ti?

Tray se me quedó mirando fijamente.

– No, quiero el trabajo -contestó, y por muy licántropo que fuese, supe que su verdadero objetivo era proteger a Amelia. Como vivíamos juntas, podía matar dos pájaros de un tiro protegiéndome a mí-. Más que nada porque a ese Drake le debo una. Nunca supe que era un hada, y no sé cómo consiguió engañarme. Tengo buen olfato.

El orgullo de Tray estaba herido. Eso podía comprenderlo.

– El padre de Drake puede ocultar su olor, incluso de los vampiros. Quizá Drake pueda hacer lo mismo. Además, no es un hada puro. Es medio humano, y su nombre auténtico es Dermot.

Tray asimiló la información y asintió. Supe que él se sentía mejor. Intenté averiguar si se podía decir lo mismo de mí.

Tenía mis recelos en cuanto al acuerdo. Pensé en llamar a Alcide para explicarle por qué pensaba que Tray no era el guardaespaldas ideal, pero decidí reprimirme. Tray Dawson era un gran luchador y haría todo lo posible por mí… hasta el momento en que tuviese que escoger entre Amelia y yo.

– ¿Y bien? -dijo, y me di cuenta de que llevaba demasiado tiempo callada.

– El vampiro puede vigilar por la noche y tú de día -sugerí-. No debería tener problemas mientras esté en el bar. -Volví a colocar mi silla y salí de la cocina sin decir nada más. Debo admitir que, lejos de aliviarme, me sentía más preocupada. Creía haber hecho bien en solicitar un activo extra de protección, pero ahora estaría preocupada por los hombres que me ofrecían ese extra.

Me preparé para meterme en la cama sin prisas, admitiendo que albergaba la esperanza de que Eric hiciese su aparición. Me habría encantado contar con su particular terapia de relajación para dormir. Probablemente me pasaría toda la noche tumbada a la espera del siguiente ataque. Pero resultó que, como estaba tan cansada de la noche anterior, me quedé dormida antes de lo que esperaba.

En vez de mis habituales sueños aburridos (clientes que no paran de llamarme mientras me apresuro para que me dé tiempo, la aparición de moho en el baño), esa noche soñé con Eric. En mi sueño era humano y caminaba conmigo bajo el sol. Por curioso que parezca, se dedicaba a vender pisos.

Cuando miré el reloj a la mañana siguiente, era muy temprano, al menos para mí: las ocho. Me levanté con una sensación de alarma. Me pregunté si había tenido una pesadilla de la que no me acordaba. Quizá mi sentido telepático había captado algo, incluso mientras dormía, algo maligno, algo torcido.

Me tomé un momento para analizar mi propia casa, que no era precisamente mi manera favorita de empezar el día. Amelia se había ido, pero Tray estaba allí, y tenía problemas.

Me puse la bata y las chanclas y me asomé al pasillo. En cuanto abrí la puerta oí que lo estaba pasando mal en el cuarto de baño más cercano.

Algunos momentos deberían ser completamente privados, y esos en los que vomitas son los primeros de la lista. Pero los licántropos suelen tener una salud de hierro, y ése era el tipo al que habían enviado para protegerme y se encontraba claramente (perdonad por la expresión) enfermo como un perro.

Aguardé hasta notar una pausa en los sonidos.

– Tray, ¿puedo hacer algo para ayudarte? -pregunté.

– Me han envenenado -dijo, tosiendo.

– ¿Llamo a un médico? ¿A uno humano? ¿O a la doctora Ludwig?

– No -contestó, tajante-. Estoy intentando deshacerme del veneno. -Boqueó después de otro ataque de náuseas-. Pero es demasiado tarde.

– ¿Sabes quién te ha envenenado?

– Sí. La nueva novia… -Se quedó en silencio unos segundos-. En el bosque. La nueva zorra de Bill el vampiro.

Tuve una reacción instintiva.

– No estaba con ella, ¿verdad?

– No, ella… -Más ruidos horribles-. Parecía venir desde su casa, dijo que era su…

Yo sabía sin un asomo de duda que Bill no tenía nueva pareja. Aunque me abochornaba un poco admitirlo, estaba segura de que eso era así porque sabía que él aún ansiaba recuperarme. Y que no pondría esos anhelos en peligro permitiendo que otra compartiese su lecho o que merodease por los bosques a riesgo de encontrarse conmigo.

– ¿Qué era? -pregunté, apoyando la frente contra la fría puerta de madera. Empezaba a cansarme de gritar.

– Una colmillera. -Noté cómo la mente de Tray se retorcía entre las brumas del malestar-. Al menos parecía humana.

– Igual que Dermot. Y bebiste algo que te ofreció. -Podía parecer cruel por mi parte resultar incrédula, pero es que… ¡hay que ver!

– No pude evitarlo -dijo muy lentamente-. Tenía mucha sed. Tuve que beber.

Había sido objeto de un hechizo de compulsión.

– ¿Y qué fue lo que bebiste?

– Sabía a vino -gimió-. ¡Maldita sea, debía de ser sangre de vampiro! ¡Ahora puedo saborearla en la boca!

La sangre de vampiro seguía siendo la droga de moda en el mercado negro, y las reacciones humanas variaban tanto que tomarla era como jugar a la ruleta rusa, en más de un sentido. Los vampiros odiaban a los drenadores que recopilaban la sangre porque a menudo los dejaban expuestos a la luz del sol. Por ello, los vampiros también despreciaban a los consumidores de dicha sangre, ya que eran quienes conformaban el mercado. Algunos consumidores se volvían adictos a los efectos de éxtasis que producía la sangre, y a veces llegaban a intentar hacerse con el material directamente de la fuente en una especie de ataque suicida. De vez en cuando, se volvían frenéticos y mataban a otros humanos. En todo caso, era muy mala prensa para los vampiros, que intentaban integrarse en la sociedad.

– ¿Y por qué lo hiciste? -pregunté, incapaz de ocultar la rabia en mi voz.

– No pude evitarlo -dijo, y la puerta del baño se abrió finalmente. Retrocedí dos pasos. Tray tenía mal aspecto y olía aún peor. No llevaba más que los pantalones del pijama, y la amplia superficie de vello pectoral estaba justo a la altura de mis ojos. Estaba cubierto de diminutas pústulas.

– ¿Cómo que no?

– No pude… no beber. -Sacudió la cabeza-. Y luego volví y me metí en la cama con Amelia. No dejé de dar vueltas toda la noche. Me levanté cuando el R… Bubba entraba y se metía en el armario. Dijo algo de una mujer que le habló, pero ya me sentía bastante mal y no recuerdo qué contó exactamente. ¿La ha mandado Bill? ¿Tanto te odia?

Levanté la mirada y me encontré con sus ojos.

– Bill Compton me quiere -dije-. Nunca me haría daño.

– ¿A pesar de que ahora te tiras al rubio alto?

Amelia no podía callarse nada.

– A pesar de que ahora me tire al rubio alto -respondí.

– Amelia dice que no puedes leer la mente de los vampiros.

– No, no puedo. Pero algunas cosas saltan a la vista.

– Ya. -Aunque Tray no tenía fuerzas suficientes para parecer escéptico, hizo un buen intento-. Tengo que meterme en la cama, Sookie. Hoy no podré cuidar de ti.

Eso ya lo veía.

– ¿Por qué no intentas ir a casa y descansar en tu propia cama? -le propuse-. Tengo que ir a trabajar y siempre habrá alguien cerca.

– No, hay que cubrirte.

– Llamaré a mi hermano -dije, sorprendiéndome a mí misma-. Ahora no tiene que trabajar y es una pantera. Debería poder vigilarme la espalda.

– Vale. -Tray tenía que estar hecho una mierda para no discutir, sabiendo que no era ningún fan de Jason-. Amelia sabe que no me siento bien. Si hablas con ella antes que yo, dile que la llamaré esta noche.

El licántropo se arrastró hasta su camioneta. Esperaba que estuviera lo bastante bien como para conducir hasta casa. Le expresé mi preocupación, pero se limitó a saludar con la mano mientras se alejaba por el camino.

Con una extraña sensación de entumecimiento, contemplé cómo se marchaba. Por una vez había optado por el camino de la prudencia; había llamado a mis protectores para que me ayudaran. Pero la cosa no había funcionado nada bien. Alguien que no podía atacarme en casa (asumí que por las buenas artes mágicas de Amelia), se las había arreglado para asaltarme de otra manera. Murry había aparecido fuera, y ahora algún hada se había encontrado con Tray en el bosque, obligándolo a beber sangre de vampiro. Eso podría haberlo vuelto loco; podría habernos matado a todos. Supongo que para las hadas eran todo ventajas. Aunque no había perdido la cabeza ni nos había matado a mí ni a Amelia, se había puesto tan malo que estaría alejado del negocio de guardaespaldas un tiempo.

Atravesé el pasillo para ir a mi habitación en busca de algo de ropa. Iba a ser un día duro, y siempre me sentía mejor si estaba vestida a la hora de lidiar con una crisis. No sé por qué, pero hay algo en el momento de ponerme la ropa interior que me hace sentir más capaz.

Cuando estaba a punto de entrar en mi habitación, sufrí el segundo sobresalto de la mañana. Algo parecía haberse movido en el salón. Me detuve en seco y tomé una larga y entrecortada bocanada de aire. Mi bisabuelo estaba sentado en el sofá, pero me llevó un horrible instante reconocerlo. Se levantó, mirándome con cierto asombro al verme respirar con pesadez y poner la mano sobre el pecho.

– Hoy no tienes buen aspecto -observó.

– Sí, bueno, es que no esperaba visitas -dije, recuperando el aliento. Él tampoco parecía estar muy bien, cosa que resultaba toda una novedad. Tenía la ropa manchada y raída y, a menos que me equivocase mucho, estaba sudando. Mi bisabuelo y príncipe feérico presentaba un aspecto menos que impecable por primera vez desde que lo conocía.

Entré en el salón mirándolo fijamente. A pesar de la temprana hora, ya iba por la segunda puñalada de ansiedad del día.

– ¿Qué ha pasado? -pregunté-. Parece que acabas de salir de una pelea.

Titubeó por un instante, como si intentase seleccionar una de muchas noticias.

– Breandan ha tomado represalias por la muerte de Murry -dijo Niall.

– ¿Qué ha hecho? -pregunté, llevándome las manos secas a la cara.

– Capturó a Enda anoche y ahora está muerta -dijo. Por su voz, deduje que no fue una muerte rápida-. No llegaste a conocerla, era muy tímida con los humanos. -Se echó atrás un largo mechón de pelo, tan rubio que parecía blanco.

– ¿Breandan ha matado a un hada? Las hadas femeninas no abundan, ¿verdad? ¿No lo convierte eso en un acto especialmente horrible?

– Esa era la intención -dijo Niall con voz desolada.

Por primera vez, me di cuenta de que los pantalones de mi bisabuelo estaban manchados de sangre a la altura de las rodillas, razón por la cual probablemente no se había acercado para abrazarme.

– Tienes que quitarte esa ropa -le aconsejé-. Por favor, Niall, métete en la ducha mientras echo tu ropa a lavar.

– Tengo que irme -dijo, prueba de que ni siquiera había oído lo que le había dicho-. He venido para avisarte en persona a ver si así te tomas la situación con la seriedad que se merece. Una poderosa magia rodea la casa. Sólo he podido aparecer aquí porque ya había estado antes. ¿Es cierto que los vampiros y los licántropos te están protegiendo? Tienes protección extra; puedo sentirlo.

– Tengo guardaespaldas las veinticuatro horas del día -mentí, ya que no quería que se preocupase por mí. Estaba hasta el cuello con sus problemas-. Y sabes que Amelia es una poderosa bruja. No te preocupes.

Se quedó mirándome, pero no creo que me viese en absoluto.

– Tengo que irme -dijo abruptamente-. Quería asegurarme de que estabas bien.

– Vale… Muchas gracias. -Estaba buscando una forma de redondear esa respuesta tan escueta, cuando Niall desapareció de repente de mi salón.

Le había dicho a Tray que llamaría a Jason. No estaba segura de lo sincera que había sido al respecto en ese momento, pero ahora sabía que no me quedaba más remedio. Tal como yo lo veía, el favor de Alcide había expirado; le había pedido ayuda a Tray y éste había quedado fuera del desempeño de su tarea. Ni en broma iba a solicitar que el propio Alcide viniera a cuidar de mí, y tampoco me encontraba cerca de ninguno de los miembros de su manada. Respiré hondo y marqué el número de mi hermano.

– Jason -dije cuando descolgó.

– Hermanita. ¿Qué pasa? -Parecía extrañamente sobresaltado, como si acabase de experimentar algo emocionante.

– Tray ha tenido que irse, y creo que hoy necesitaré algo de protección -dije. Hubo un prolongado silencio. No se apresuró a interrogarme, lo cual era muy extraño-. Me preguntaba si podrías acompañarme. Hoy mi idea era… -empecé, pero luego traté de imaginar cuál era. Resultaba difícil tener una buena crisis cuando la vida real insistía en estar latente-. Bueno, tengo que ir a la biblioteca y recoger un par de pantalones en la tintorería. -No había comprobado la etiqueta antes de la compra-. Tengo que hacer el turno de día en el Merlotte's. Creo que eso es todo.

– Vale -dijo Jason-. Aunque esos recados no parecen muy urgentes. -Otra larga pausa, y entonces añadió de repente-: ¿Estás bien?

– Sí -dije con cautela-. ¿Por qué no iba a estarlo?

– Esta mañana ha pasado una cosa de lo más extraña. Anoche, Mel se quedó a dormir en mi casa, ya que estaba fatal cuando me lo encontré en el Bayou. Esta mañana, temprano, llamaron a la puerta. Fui a abrir y había un tipo muy raro, no sé, estaba como loco. Lo más curioso de todo es que se parecía mucho a mí.

– Oh, no -dije, sentándome de golpe en el taburete.

– No estaba bien, hermanita -continuó Jason-. No sé qué le pasaba, pero no estaba bien. Se puso a hablar como si supiésemos quién era. No paraba de decir locuras. Mel intentó interponerse entre él y yo, y lo arrojó a través de la habitación, llamándolo asesino. Podría haberse roto el cuello si no hubiese aterrizado en el sofá.

– Entonces Mel está bien.

– Sí, está bien. Bastante cabreado, pero ya sabes…

– Claro. -Los sentimientos de Mel no era lo que más me importaba en ese momento-. Bueno, ¿y qué hizo después?

– Dijo no sé qué chorrada sobre que ahora que estaba cara a cara conmigo comprendía por qué mi bisabuelo no quería saber nada de mí, y que todos los mestizos deberíamos estar muertos, pero que estaba claro que éramos parientes, y había decidido que debía saber lo que pasaba a mi alrededor. Dijo que era un ignorante. No entendí gran cosa, pero sigo sin saber lo que era. No era vampiro, y, por su olor, sé que no era ningún cambiante.

– Estás bien, eso es lo importante, ¿verdad?-¿Me habría equivocado al mantener a Jason fuera de todo el asunto de las hadas?

– Sí -dijo, en un tono de voz de repente cauto y afectado-. No vas a contarme de qué va todo esto, ¿verdad?

– Ven a casa y hablaremos de ello. Y, por favor, no abras la puerta a nadie a menos que estés seguro de quién se trata. Ese tipo es peligroso, Jason, y no le importa a quién le haga daño. Creo que Mel y tú habéis sido muy afortunados.

– ¿Estás con alguien?

– No, desde que Tray se marchó.

– Soy tu hermano e iré siempre que me necesites -afirmó Jason con una inesperada dignidad.

– Te lo agradezco mucho -dije.

Al final fueron dos por el precio de uno. Mel vino con Jason. Resultó extraño, ya que tenía algunas cosas familiares que hablar con mi hermano, y me era imposible con Mel delante. Con un tacto que no me habría esperado de él, le dijo a Jason que tenía que irse a casa a por una bolsa de hielo para el hombro, que presentaba un feo moratón. Cuando Mel se fue, invité a Jason a que se sentase al otro lado de la mesa de la cocina, y le confesé:

– Tengo algunas cosas que contarte.

– ¿Sobre Crystal?

– No. Aún no sé nada de lo suyo. Es sobre nosotros. Sobre la abuela. Te va a costar creerlo. -Le advertí justamente. Recuerdo el enfado que había sentido cuando mi bisabuelo me contó cómo mi abuelo y hada mestizo Fintan había conocido a mi abuela, y cómo ella había acabado teniendo dos hijos suyos, nuestro padre y nuestra tía Linda.

Ahora, Fintan estaba muerto (asesinado), como nuestra abuela y nuestros tíos. Pero nosotros vivíamos, y conservábamos una diminuta parte feérica, lo que nos convertía en objetivo de los enemigos de nuestro bisabuelo.

– Y uno de esos enemigos -dije, después de contarle la historia familiar- es nuestro tío abuelo medio humano, Dermot. Les dijo a Tray y a Amelia que se llamaba Drake, supongo que porque suena más moderno. Dermot se parece mucho a ti, y es quien se presentó en tu casa. No sé qué se trae entre manos. Se unió a Breandan, el gran enemigo de Niall, a pesar de ser mestizo y, por ello, exactamente lo que Breandan más odia. Así que, cuando dijiste que parecía que estaba loco, creo que diste con la respuesta. Parece que quiere conectar contigo, pero también te odia.

Jason permaneció sentado, mirándome. Se había quedado completamente inexpresivo. Todos sus pensamientos estaban sumidos en una especie de atasco de tráfico. Finalmente dijo:

– ¿Me estás diciendo que intentó acercarse a ti a través de Tray y Amelia? ¿Y ninguno de los dos sabía lo que era?

Asentí. Hubo otro silencio.

– ¿Y por qué quería conocerte? ¿Quería matarte? ¿Por qué necesitaría conocerte primero?

Buena pregunta.

– No lo sé -admití-. A lo mejor sólo quería ver qué aspecto tengo. A lo mejor no sabe lo que de verdad quiere. -No daba con una razón convincente, y me pregunté si Niall aparecería para explicármelo. Probablemente no. Tenía una guerra entre manos, por mucho que ésta se estuviese librando lejos de la percepción humana-. No lo entiendo -pensé en voz alta-. Murry se presentó aquí mismo para matarme, y era un hada puro. ¿Por qué se comporta Dermot, que está en el mismo bando, de forma tan… indirecta?

– ¿Murry? -dijo Jason, y cerré los ojos. Mierda.

– Era un hada -respondí-. Intentó matarme. Ya es historia.

Jason sacudió la cabeza en aprobación.

– Vale, Sookie -dijo-. Veamos si lo comprendo. Mi bisabuelo no ha querido conocerme porque me parezco a Dermot, que es mi… tío abuelo, ¿verdad?

– Sí.

– Pero al parecer le caigo algo mejor a Dermot, porque lo cierto es que vino a mi casa e intentó hablar conmigo-

Tenía que dar crédito a Jason por esa interpretación de la situación.

– Sí-dije.

Jason se puso de pie de un salto y rodeó la cocina.

– Todo esto es por culpa de los vampiros -espetó. Me atravesó con la mirada.

– ¿Por qué lo dices? -Eso no me lo esperaba.

– Si no hubiesen salido a la luz, nada de esto estaría pasando. Mira todo lo que ha ocurrido desde que salieron por la tele. Mira cómo ha cambiado el mundo. Ahora hemos tenido que salir nosotros. Las siguientes serán las jodidas hadas. Y las hadas no traen nada bueno, Sookie; Calvin me ha advertido en su contra. Crees que son todo belleza, dulzura y luz, pero no es así. Me ha contado historias suyas que te pondrían los pelos de punta. Su padre conoció a un par de ellas. Por lo que dice, estaríamos mejor si estuviesen muertas.

No sabía si sorprenderme o enfadarme.

– ¿Por qué eres tan ruin, Jason? Lo que menos necesito es discutir contigo o escucharte decir cosas malas de Niall. No lo conoces. No lo… Además, también eres en parte hada, ¡recuérdalo! -Tenía la horrible sensación de que algo de lo que él había dicho era cierto, pero no era el momento para tener ese debate.

La expresión de Jason era sombría, cada rasgo de su cara reflejaba pura tensión.

– No quiero parentesco con ningún hada -dijo-. Él no me quiere, yo no le quiero. Y si vuelvo a ver a ese mestizo loco de nuevo, mataré a ese hijo de puta.

No sé qué le habría respondido, pero en ese momento entró Mel sin llamar, y ambos nos volvimos para mirarlo.

– ¡Lo siento! -se excusó, obviamente azorado y perturbado por la ira de Jason. Por un momento pareció pensar que Jason estaba hablando de él. Cuando ninguno de los dos lo hicimos parecer culpable con nuestras reacciones, se relajó-. Disculpa, Sookie. He olvidado mis modales. -Llevaba una bolsa de hielo en la mano y se movía lenta y dolorosamente.

– Lamento que te lastimara el visitante sorpresa de Jason -dije. Se supone que hay que agasajar a las visitas. No había pensado mucho en Mel, pero en ese mismo instante me di cuenta de que habría preferido la presencia de Hoyt, el antiguo mejor amigo de Jason, en vez de la del hombre pantera. No es que Mel me cayese mal, pensé. Era tan sólo que no lo conocía muy bien y no sentía la confianza automática que puedes sentir hacia la gente en un momento dado. Mel era diferente. Incluso para tratarse de un hombre pantera, resultaba muy difícil de leer, pero eso no significaba que fuese imposible.

Tras ofrecerle algo de beber, como mero gesto de cortesía, le pregunté a Jason si pensaba quedarse todo el día y acompañarme mientras hacía mis recados. Albergaba serias dudas respecto de una respuesta afirmativa. Jason se sentía rechazado (por el bisabuelo feérico al que nunca había conocido y al que no quería reconocer), y a mi hermano no se le daba bien lidiar con ese tipo de cosas.

– Te acompañaré -dijo, serio y rígido-. Primero deja que pase por casa para coger mi rifle. Lo necesito, y hace siglos que no lo pongo a punto. ¿Mel? ¿Vienes conmigo? -Jason sólo quería alejarse de mi presencia para calmarse. Pude leerlo con la misma claridad que una lista de la compra.

Mel se incorporó para acompañar a Jason.

– Mel, ¿qué opinas del visitante de Jason de esta mañana? -pregunté.

– ¿Aparte del hecho de que consiguió lanzarme por los aires hasta el otro lado de la habitación y que se parecía tanto a Jason como para hacerme girar para asegurarme de que el que salía del baño era él? No mucho -dijo Mel. Se había puesto sus habituales pantalones sueltos y un polo, pero los cardenales azulados del brazo daban al traste con la pretendida elegancia. Se puso una chaqueta con sumo cuidado.

– Ahora nos vemos, Sookie. Pásate a recogerme -pidió Jason. Claro, quería que gastase yo mi gasolina, ya que eran mis recados los que íbamos a hacer-. Mientras, puedes llamarme al móvil.

– Claro. Te veo dentro de una hora.

Como la soledad no había sido la tónica dominante de mi vida en los últimos tiempos, lo cierto es que habría disfrutado de tener toda la casa para mí, de no ser por la preocupación que me inspiraba el hecho de que hubiera un asesino sobrenatural ansioso por echarme la mano encima.

No ocurrió nada. Me comí un cuenco de cereales. Finalmente decidí arriesgarme con una ducha a pesar de los recuerdos que tenía de Psicosis. Me aseguré de que todas las puertas que daban al exterior estuviesen bien cerradas y eché el pestillo en la del baño. Me di la ducha más rápida de la historia.

Nadie había intentado matarme aún. Me sequé, me maquillé un poco y me vestí para ir a trabajar.

Cuando llegó la hora de irse, permanecí un momento en la parte de atrás de la casa y escruté el espacio entre los peldaños y la puerta de mi coche, una y otra vez. Calculé que me llevaría diez pasos. Desbloqueé los seguros del coche con el mando a distancia. Respiré hondo varias veces y abrí la puerta de rejilla. Salté al porche, brinqué sobre las escaleras y, en una poco digna carrera, abrí la puerta del coche, me metí en el vehículo y cerré de un portazo. Miré a mi alrededor.

No se movió nada.

Estallé a reír, falta de aliento. ¡Tonta de mí!

Tanta tensión me trajo a la mente todas las películas de miedo que había visto. Me dio por pensar en Parque jurásico y los dinosaurios (pensé que quizá las hadas fuesen los dinosaurios del mundo sobrenatural) y no me habría sorprendido demasiado que un trozo de cabra se estrellase contra el parabrisas.

Eso tampoco ocurrió. Vale…

Introduje la llave y la giré, y el motor arrancó. No estalló. Y tampoco había ningún tiranosaurio visible por el retrovisor.

Hasta ahí, todo bien. Me sentí mejor en cuanto empecé a rodar lentamente por el camino, atravesando el bosque, pero llevaba los ojos bien abiertos. Sentí la tentación de llamar a alguien para dejar constancia de dónde estaba y lo que estaba haciendo.

Saqué el móvil del bolso y llamé a Amelia. Cuando lo cogió, dije:

– Voy de camino a casa de Jason. Oye, ¿sabías que un hada hechizó a Tray para que tomase sangre de vampiro?

– Estoy trabajando -contestó Amelia con voz cauta-. Sí, me ha llamado hace algunos minutos, pero tuvo que irse a vomitar. Pobre Tray. Al menos la casa está bien.

Amelia se refería a que sus protecciones mágicas habían aguantado. Bien, tenía derecho a sentirse orgullosa por eso.

– Eres la mejor -dije.

– Gracias. Escucha, estoy muy preocupada por Tray. Intenté volver a llamarlo pasados unos minutos, pero no lo cogió. Sólo espero que se haya quedado dormido, pero pensaba pasarme por su casa cuando saliera del trabajo. ¿Por qué no te reúnes conmigo allí? Podemos pensar en algo para cuidar mejor de ti.

– Vale -respondí-. Me pasaré esta noche, cuando salga de trabajar, puede que a eso de las cinco. -Con el teléfono aún en la mano, me detuve y salí del coche para comprobar el buzón, que se encontraba en la misma Hummingbird Road. A continuación volví a meterme en el coche a toda velocidad.

Había sido una estupidez. Podría haber pasado sin consultar el correo por un día. Es muy difícil romper ciertas costumbres, por banales que sean.

– Tengo mucha suerte de que vivas conmigo, Amelia -dije. Puede que me pasase de dramática, pero era una verdad como un templo.

Pero Amelia se había ido por otros derroteros mentales.

– ¿Has vuelto a hablar con Jason? ¿Se lo has contado… todo?

– Sí, no me quedó más remedio. No podemos hacer siempre las cosas a la manera de mi bisabuelo. Han pasado muchas cosas.

– Siempre pasan a tu alrededor -dijo Amelia. No parecía enfadada, y no me estaba condenando.

– No siempre -repliqué, tras un agudo instante de duda. «De hecho», pensé, mientras giraba a la izquierda al final de Hummingbird Road de camino a casa de mi hermano, «lo que dijo Jason de que todo había cambiado desde la revelación de los vampiros… es quizá algo con lo que estoy plenamente de acuerdo».

En un terreno más prosaico, me di cuenta de que casi no me quedaba gasolina. Tendría que hacer una parada en Grabbit Quik. Mientras llenaba el depósito, volví a darle vueltas a lo que Jason me había contado. ¿Qué es tan urgente como para que un hada mestizo que odia a la humanidad llame a la puerta de Jason? ¿Por qué le diría a Jason…? No debería estar pensando en eso.

Era una estupidez, y tenía que vigilar mis espaldas en vez de intentar arreglar los problemas de mi hermano.

Pero al cabo de unos minutos de repasar la conversación, empecé a albergar la sospecha de que lo comprendía todo un poco mejor.

Llamé a Calvin. Al principio no entendía lo que le estaba diciendo, pero luego accedió a reunirse conmigo en la casa de Jason.

Al girar hacia el camino privado, vi a Jason en el jardín trasero de la bonita casa que mi padre había construido cuando se casó con mi madre. Se encontraba en pleno campo, más al oeste de la caravana de Arlene, y a pesar de ser visible desde la carretera, tenía un estanque y varios acres de terreno en la parte de atrás. A mi padre le encantaba cazar y pescar, afición que había heredado Jason. Había construido un campo de tiro provisional y pude oír los disparos del rifle.

Decidí atravesar la casa, y me aseguré de gritar al llegar a la puerta trasera.

– ¡Hola! -respondió Jason. Tenía una 30-30 en las manos. Perteneció a mi padre. Mel estaba detrás de él, sosteniendo una caja de cartuchos-. Hemos decidido que no nos vendrá mal practicar un poco.

– Buena idea. Quería asegurarme de que no pensarais que era el loco del hada.

Jason se rió.

– Sigo sin comprender lo que pretendía Dermot aporreando mi puerta de esa manera.

– Pues yo creo que lo comprendo -dije.

Jason extendió la mano sin mirar y Mel le puso unos cartuchos. Abrió el rifle y empezó a cargarlos. Miré hacia el caballete que había montado y caí en las botellas de leche vacías dispuestas en el suelo. Las había llenado de agua para que se mantuviesen estables. Ahora, el agua se derramaba fuera por los agujeros.

– Buen disparo -señalé. Respiré hondo-. Eh, Mel, ¿me puedes contar algo de los funerales de Hotshot? Nunca he presenciado uno, y tengo entendido que el de Crystal tendrá lugar en cuanto les devuelvan el cuerpo.

Mel parecía sorprendido.

– Ya sabes que hace años que no vivo allí-protestó-. No es lugar para mí. -Salvo por los cardenales en vías de desaparición, no parecía que nadie lo hubiese lanzado de un extremo a otro de una habitación, y mucho menos que lo hubiera hecho un hada enloquecida.

– Me pregunto por qué te zarandearía a ti en vez de a Jason -dije, y sentí que los pensamientos de Mel se erizaban de miedo-. ¿Te duele?

Movió un poco el hombro derecho.

– Pensé que me había roto algo, pero creo que sólo será un poco de dolor. Me pregunto qué era. Seguro que no uno de nosotros.

Me di cuenta de que no había respondido a mi pregunta.

Jason parecía orgulloso de no haberse puesto a parlotear.

– No es del todo humano -dije.

Mel parecía aliviado.

– Es bueno saberlo -continuó-. Me hirió más en el orgullo cuando me zarandeó. Quiero decir que soy un hombre pantera de purasangre, y aun así no parecía más que un saco de patatas.

Jason se rió.

– Pensé que venía a matarme, que ya era fiambre. Pero cuando tumbó a Mel, el tipo se limitó a hablar conmigo. Mel se hizo el inconsciente, y el tipo va y se pone a hablar conmigo, contándome el favor que me ha hecho…

– Fue extraño -convino Mel, pero parecía incómodo-. Ya sabes que me habría incorporado si se hubiese puesto a pegarte, pero me dio la impresión de que sería mejor quedarme en el sitio mientras no pareciese que iba a agredirte.

– Mel, espero que de verdad te encuentres bien -dije, con voz preocupada, y me acerqué un poco más-. Deja que eche un ojo a ese hombro. -Extendí la mano y Jason frunció el ceño.

– ¿Por qué necesitas…? -Una horrible sospecha creció en su expresión. Sin añadir una sola palabra más, Jason se puso detrás de su amigo y lo sujetó con fuerza, asiendo fuerte con cada mano un brazo de Mel bajo los hombros. Mel hizo un gesto de dolor, pero no dijo nada, ni una palabra; ni siquiera fingió indignarse o sorprenderse, lo cual casi bastó de por sí.

Puse una mano en cada lado de su cara y cerré los ojos, contemplando sus pensamientos. En ese momento, Mel pensaba en Crystal, no en Jason.

– Ha sido él. -Abrí los ojos para encontrarme con la cara de mi hermano sobre el hombro de Mel. Asentí.

Jason lanzó un aullido poco humano. El rostro de Mel pareció derretirse, como si todos los músculos y los huesos le estuviesen cambiando. Ya apenas parecía humano.

– Deja que yo te mire -solicitó Mel.

Jason estaba confundido, ya que Mel me miraba a mí; no podía mirar a ninguna otra parte, tal como lo sujetaba Jason. Mel no se resistía, pero cada músculo bajo su piel empezaba a hacerse notar. No se quedaría quieto para siempre. Me agaché para coger el rifle, aliviada por que Jason lo hubiera recargado.

– Quiere mirarte a ti, no a mí -le dije a mi hermano.

– Maldita sea -se quejó Jason. Su respiración era pesada y entrecortada, como si hubiese estado corriendo. Sus ojos estaban muy abiertos-. Tienes que decirme por qué.

Di un paso atrás y alcé el rifle. A esa distancia, ni yo podía fallar.

– Dale la vuelta para que pueda hablar contigo cara a cara.

Ambos me presentaban su perfil cuando Jason lo hizo girar.

Jason reforzó su presa del hombre pantera, pero sus caras estaban ya a escasos centímetros.

Calvin apareció por la casa. Iba acompañado de Dawn, la hermana de Crystal. Los seguía un joven de unos quince años. Recordé que lo había conocido en la boda. Era Jacky, el primo mayor de Crystal. Los adolescentes apestan a emociones y confusión, y Jacky no era ninguna excepción. Pugnaba por ocultar el hecho de que estaba nervioso y excitado. Mantener ese aire de frialdad estaba acabando con él.

Los tres recién llegados asimilaron la escena. Calvin agitó la cabeza con expresión solemne.

– Hoy es un mal día -dijo tranquilamente, y Mel se sacudió al oír la voz de su superior.

Parte de la tensión de Jason se desvaneció cuando vio a los demás hombres pantera.

– Sookie dice que es el culpable -le contó a Calvin.

– A mí me basta -dijo éste-. Pero, Mel, deberías confesárnoslo tú mismo, hermano.

– No soy tu hermano -dijo Mel con amargura-. Hace años que no vivo entre vosotros.

– Fue tu elección -respondió Calvin. Caminó hasta tener la cara de Mel enfrente. Los otros dos lo siguieron. Jacky emitía gruñidos, y su intención de parecer frío había desaparecido. Su animal interior empezaba a manifestarse.

– No hay nadie en Hotshot como yo. Mejor estar solo.

Jason se quedó atónito.

– Hotshot está lleno de tíos como tú -replicó.

– No, Jason -dije-. Mel es gay.

– ¿Es que tenemos algún problema con eso? -le preguntó mi hermano a Calvin. Se ve que no había captado algunas de las connotaciones.

– Lo que haga nuestra gente en la cama nos parece bien siempre que hayan cumplido con sus deberes hacia el clan -declaró Calvin-. Los jóvenes purasangres están en la obligación de engendrar descendencia, al margen de cualquier consideración.

– Yo no podía -dijo Mel-. Simplemente no podía.

– Pero estuviste casado una vez -dije, y deseé no haber abierto la boca. Ahora era un asunto del clan. No había llamado a Bud Dearborn, sino a Calvin. Mi palabra era suficiente ante él, pero no ante un tribunal.

– Nuestro matrimonio no funcionó en ese terreno -dijo Mel. Su voz parecía casi normal-. A ella no le importaba. Tenía sus planes alternativos. Nunca tuvimos… sexo convencional.

Si eso me parecía desconsolador, sólo podía imaginar lo difícil que debió de ser para Mel. Pero al recordar el aspecto de Crystal cuando la bajaron de la cruz, toda mi simpatía se evaporó rápidamente.

– ¿Por qué le hiciste eso a Crystal? -pregunté. A tenor de la rabia que bullía en los cerebros que me rodeaban, sabía que el tiempo de las palabras se estaba acabando.

Mel miró a través de mí, a través de mi hermano, más allá de su líder y de la hermana y el primo de su víctima. Parecía centrado en las ramas de los árboles, desnudadas por el invierno, que rodeaban el quieto estanque marrón.

– Amo a Jason -dijo-. Lo amo. Y ella abusaba de él como una cría. Después se me insinuó. Vino aquí ese día… Me había pasado para pedirle a Jason que me ayudara a construir unas estanterías en la tienda, pero él no estaba. Ella llegó cuando yo estaba en el jardín escribiendo una nota para Jason. Empezó a decir… Dijo cosas horribles. Luego me propuso que hiciésemos el amor, y que si lo hacía, se lo diría a todo el mundo en Hotshot para que pudiera volver a vivir allí con Jason. Me dijo que tenía a su bebé en las entrañas, que si eso no me ponía cachondo. Y la cosa se puso peor. La plataforma de la camioneta estaba abierta porque la madera era muy larga y asomaba. Ella retrocedió hasta allí y se recostó encima. Podía verla. Era… Ella…, ella no paraba de decirme que era un mariquita, y que Jason nunca se fijaría en mí… Le di una bofetada con todas mis fuerzas.

Dawn Norris se dio la vuelta, como si fuese a vomitar. Pero apretó los labios en una fina línea y se estiró. Jacky no era tan duro.

– Así que no estaba muerta. -Mi hermano forzó las palabras entre dientes apretados-. Se desangró en la cruz. Perdió al bebé después de la crucifixión.

– Lo siento mucho -dijo Mel. Su mirada salió del estanque y los árboles, y se centró en mi hermano-. Pensé que el golpe la había matado…, te lo juro. Nunca la habría metido en casa si hubiese pensado que seguía viva. Nunca habría permitido que nadie se la llevara. Lo que hice ya fue suficientemente malo de por sí, ya que pretendía su muerte. Pero yo no la crucifiqué. Créeme, te lo ruego. Al margen de lo que pienses de mí por haberle hecho daño, jamás lo habría hecho. Pensé que si la llevaba a alguna otra parte, nadie te culparía a ti. Sabía que esa noche estarías fuera, y pensé que si la dejaba en otro sitio, tendrías una coartada. Supuse que pasarías la noche con Michele. -Mel sonrió a Jason, y resultó ser un gesto tan tierno que el corazón me dio un vuelco-. Así que la dejé en la plataforma de la camioneta, y entré en casa para tomar una copa. Cuando volví a salir, había desaparecido. No me lo podía creer. Pensé que se había levantado por su propio pie y se había ido. Pero no había rastro de sangre, y la madera también había desaparecido.

– ¿Por qué en el Merlotte's? -preguntó Calvin, y su voz surgió como un gruñido.

– No lo sé, Calvin -admitió Mel. Su expresión rozaba lo sublime, después de despojarse del peso de la culpa al confesar su crimen y su amor por mi hermano-. Calvin, sé que estoy a punto de morir, y te juro que no tengo la menor idea de lo que pasó con Crystal después de entrar yo en casa. Yo no le hice esas cosas horribles.

– No sé qué pensar de ello -dijo Calvin-, pero tenemos tu confesión y tendremos que proceder.

– Lo acepto -asintió Mel-. Jason, te quiero.

Dawn volvió la cabeza apenas una fracción y sus ojos buscaron los míos.

– Será mejor que te vayas -dijo-. Tenemos cosas que hacer.

Me marché con el rifle, y no me volví para mirar ni siquiera cuando las panteras empezaron a descuartizar a Mel. Aunque sí pude oírlo.

No gritó una sola vez.

Dejé el rifle de Jason en su porche y conduje hasta el trabajo. De alguna manera, tener guardaespaldas ya no parecía tan importante.

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