Capítulo 1

– Los vampiros de raza blanca no deberían vestir nunca de ese color -entonó el locutor de televisión-. Hemos estado filmando en secreto a Devon Dawn, que sólo hace diez años que es vampira, mientras se arreglaba para pasar una noche en la ciudad. ¡Mirad ese conjunto! ¡No le queda nada bien!

– ¿En qué estaría pensando? -preguntó una ácida voz femenina-. ¡Hay que estar anclada en los noventa! Mira qué blusa, si es que podemos llamarla así. Y su piel… está pidiendo a gritos algo de contraste, ¿y qué color se pone ella? ¡Marfil! Hace que su piel recuerde a una bolsa de basura.

Hice una pausa mientras me ataba la zapatilla para ver lo que pasaba a continuación mientras los dos expertos en moda vampírica seguían atacando a su víctima indefensa -oh, disculpad, la afortunada vampira- que estaba a punto de recibir un cambio radical sin haberlo pedido. Sentiría además el placer adicional de enterarse de que sus amigos la habían entregado a la policía de la moda.

– No creo que esto vaya a terminar bien -dijo Octavia Fant. A pesar de que mi compañera de piso me había colado en cierto modo a Octavia en casa (aferrándose a una invitación casual que le hice en un momento de debilidad), el arreglo no estaba saliendo hasta ahora del todo mal.

– Devon Dawn, te presento a Bev Leveto, de El vampiro con más estilo, y yo soy Todd Seabrook. ¡Tu amiga Tessa nos ha llamado para decirnos que necesitabas ayuda con tu forma de vestir! Te hemos estado filmando en secreto durante las dos últimas noches y… ¡Aaaghh! -Una mano blanca aferró el cuello de Todd, que desapareció, dejando en su lugar un enorme punto rojo. La cámara siguió filmando, hechizada, mientras Todd caía al suelo, antes de seguir la lucha entre Devon Dawn y Bev.

– Dios mío -dijo Amelia-. Parece que Bev va a ganar.

– Tiene sentido de la estrategia -opiné-. ¿Os habéis dado cuenta de que dejó entrar primero a Todd?

– La tengo inmovilizada -anunció Bev, triunfal desde el televisor-. Devon Dawn, mientras Todd recupera el habla, le echaremos un vistazo a tu armario. Una chica que va a vivir para toda la eternidad no puede permitirse ser tacaña. Los vampiros no pueden quedarse anclados en su pasado. ¡Tenemos que ser vanguardistas con nuestro estilo!

Devon Dawn lloriqueó.

– Pero ¡a mí me gusta mi ropa! ¡Forma parte de mi ser! Me has roto el brazo.

– Se curará. Escucha, no querrás que se te conozca como la pequeña vampira que no supo adaptarse, ¿verdad? ¡No puedes dejarte llevar por el pasado!

– Supongo que no.

– ¡Bien! Ahora te soltaré. Y por la tos que oigo puedo decir que Todd se encuentra mejor.

Apagué el televisor y me até la otra zapatilla, meneando la cabeza ante la nueva adicción americana hacia los reality shows vampíricos. Saqué mi abrigo rojo del armario. Su color me recordó que yo misma tenía verdaderos problemas con un vampiro; en los dos meses y medio transcurridos desde la conquista de Luisiana por parte de los vampiros del reino de Nevada, Eric Northman había estado de lo más ocupado consolidando su posición dentro del nuevo régimen y evaluando lo que quedaba del antiguo.

Ya era muy tarde para charlar sobre todo lo que por fin había conseguido recordar acerca de nuestros intensos y extraños días juntos, aquellos en los que perdió la memoria temporalmente debido a un conjuro.

– ¿Qué vais a hacer esta noche mientras yo esté en el trabajo? -pregunté a Amelia y a Octavia, ya que lo que menos falta me hacía era otra ronda de conversaciones imaginarias. Me puse el abrigo. El norte de Luisiana no sufre las horribles temperaturas del auténtico norte, pero esa noche rondaba los cuatro grados, y haría incluso más frío cuando saliese del trabajo.

– Salgo a cenar con mi sobrina y sus hijos -dijo Octavia.

Amelia y yo intercambiamos miradas de sorpresa mientras la cabeza de la mujer mayor se centraba en la blusa que estaba remendando. Era la primera vez que se veía con su sobrina desde que se mudó de su casa a la mía.

– Creo que Tray y yo nos pasaremos por el bar -dijo Amelia a toda prisa para disimular la pequeña pausa.

– Entonces os veré en el Merlotte's. -Hacía años que trabajaba allí de camarera.

– Oh, me he equivocado con el color del hilo -se quejó Octavia, y desapareció por el pasillo, camino de su habitación.

– ¿Entonces ya no te ves mucho con Pam? -le pregunté a Amelia-. Tray y tú cada vez vais más en serio. -Me metí la camiseta blanca en los pantalones negros. Eché una mirada al viejo espejo que había sobre la repisa de la chimenea. Tenía el pelo recogido en la coleta de rigor para el trabajo. Localicé un pelo rubio sobre el abrigo y lo quité.

– Lo de Pam no fue más que una locura, estoy segura de que ella piensa lo mismo. Tray me gusta de verdad -me explicaba Amelia-. No parece preocuparle el dinero de mi padre ni tampoco molestarle que yo sea una bruja. Y me vuelve loca en la cama. Así que la cosa va viento en popa. -Amelia me dedicó esa sonrisa que ponen los gatos cuando están a punto de comerse al canario. Puede que tuviese el aspecto de la típica ama de casa de barrio residencial: pelo corto y brillante, una preciosa sonrisa blanca, ojos claros… pero el sexo le interesaba, y de formas muy variadas desde mi punto de vista.

– Es un buen tipo -comenté-. ¿Ya lo has visto en forma de lobo?

– No, pero lo estoy deseando.

Capté algo de la transparente mente de Amelia que me desconcertó.

– ¿Falta poco? ¿Para la revelación?

– ¿Te importaría dejar de hacer eso? -Amelia solía tener muy en cuenta mi habilidad para leer la mente, pero ese día se le olvidó-. ¡Tengo que guardar los secretos de otras personas, ya lo sabes!

– Lo siento -dije. Y así era, pero al mismo tiempo me sentía un poco apenada. Veía lógico poder relajar las ataduras de mi habilidad en mi propia casa. Después de todo, ya tenía que luchar contra ellas todos los días en el trabajo.

– Yo también lo siento -contestó Amelia al momento-. Escucha, tengo que arreglarme. Luego nos veremos.

Subió a paso ligero las escaleras hasta el piso de arriba, que apenas había sido utilizado hasta que ella vino de Nueva Orleans, unos meses antes. A diferencia de la pobre Octavia, se había librado del Katrina.

– Hasta luego, Octavia. ¡Que lo pases bien! -dije antes de salir por la puerta trasera para coger el coche.

Mientras recorría el largo camino que atravesaba el bosque hasta Hummingbird Road, cavilé acerca de las probabilidades de Amelia y Tray Dawson como pareja. Tray, que era licántropo, trabajaba como mecánico de motos y guardaespaldas. Amelia era una prometedora bruja en ciernes, y su padre era inmensamente rico, incluso después del Katrina. El huracán había dejado intacta la mayor parte del material de su almacén y le había proporcionado trabajo suficiente para décadas.

Según se desprendía de la mente de Amelia, ésa iba a ser la gran noche. No aquella en la que Tray le pediría matrimonio, sino la noche en la que daría a conocer que era un hombre lobo. La naturaleza dual de Tray era un plus para mi compañera de habitación, que se sentía profundamente atraída por todo lo exótico.

Atravesé la entrada de los empleados y fui derecha al despacho de Sam.

– Hola, jefe -le saludé al verlo tras el escritorio. Sam odiaba llevar los libros de contabilidad, pero no le quedaba otra. Quizá eso le proporcionara una distracción necesaria. Parecía preocupado. Tenía el pelo más revuelto que de costumbre, y sus ondas de rubio rojizo le enmarcaban su estrecho rostro con una especie de halo.

– Prepárate, hoy es la gran noche -dijo.

Estaba tan orgullosa de que me lo hubiera dicho y de que reflejara tanto mis propios pensamientos que no pude evitar una sonrisa.

– Estoy preparada. Estaré a la altura. -Dejé el bolso en el profundo cajón de su escritorio y fui a ponerme el delantal. Venía a relevar a Holly, pero cuando intercambiamos unas palabras sobre los clientes de nuestras mesas, le sugerí que quizá debería quedarse esa noche.

Me clavó una mirada inquisitiva. Holly se estaba dejando crecer el pelo sin teñirlo más, de modo que ahora parecía que hubiese impregnado las puntas de su cabello en alquitrán. Su color natural, que ya asomaba varios centímetros por la raíz, resultaba ser un bonito castaño claro. Hacía tanto tiempo que se lo teñía de negro que casi se me había olvidado.

– ¿Será algo tan bueno como para dejar esperando a Hoyt? -inquirió-. Él y Cody se llevan de maravilla, pero la madre de Cody no dejo de ser yo. -Hoyt, el mejor amigo de mi hermano Jason, era la última adquisición de Holly. Ahora era su acólito.

– Deberías quedarte un rato -le dije, con un significativo arqueo de las cejas.

– ¿Los licántropos? -preguntó Holly. Asentí, y su rostro se iluminó con una sonrisa-. ¡Madre mía! Arlene las va a pasar canutas.

Arlene, nuestra compañera y ex amiga, había sido captada hacía meses por uno más de la larga lista de hombres que habían pasado por su vida. Ahora era la mano derecha de Atila el Huno, sobre todo en lo que a vampiros concernía. Incluso se había unido a la Hermandad del Sol, iglesia que lo era sólo de nombre. En ese momento estaba de pie junto a una de sus mesas, manteniendo una seria conversación con su hombre, Whit Spradlin, una especie de directivo de la Hermandad con un trabajo parcial en una de las franquicias de Home Depots de Shreveport. Tenía una buena calva y algo de barriga, pero para mí eso no era un problema. Su ideología política, sí. Iba con un colega, por supuesto. Esta gente de la Hermandad parecía ir en manadas por la vida, exactamente igual que otro grupo minoritario al que estaba a punto de conocer.

Mi hermano Jason también estaba sentado a una mesa, junto con Mel Hart. Mel trabajaba en el taller mecánico de Bon Temps y era más o menos de la edad de Jason, unos treinta y uno. Delgado y de complexión robusta, Mel tenía el pelo largo y castaño claro, barba y bigote, y una cara bonita. Últimamente se le veía mucho con Jason. Supuse que mi hermano había tenido que llenar el hueco que había dejado Hoyt. Jason no estaba cómodo sin un colega cerca. Esa noche, ambos tenían citas. Mel estaba divorciado, pero Jason seguía casado, al menos sobre el papel, así que no se esperaba de él que tuviese relaciones con otras mujeres en público. Tampoco es que ninguno de los presentes fuese a culparle de nada. Habían pillado a Crystal, la mujer de Jason, poniéndole los cuernos con un tipo del pueblo.

Oí que Crystal -y el bebé que esperaba- se había vuelto a su pequeña comunidad de Hotshot para quedarse con su familia. (En realidad, ella podía entrar en cualquier casa allí y encontrar parientes. Así era aquel lugar). Mel Hart había nacido en Hotshot también, pero era uno de los raros miembros de la tribu que había decidido vivir en otro sitio.

Para mi sorpresa, Bill, mi ex novio, estaba sentado con otro vampiro, Clancy. Al margen de su condición de no vivo, Clancy no era santo de mi devoción. Ambos tenían delante sendas botellas de TrueBlood. Creo que Clancy nunca se había dejado caer por el Merlotte's para tomar un trago por casualidad, y ciertamente nunca en compañía de Bill.

– Hola, chicos, ¿otra ronda? -pregunté, invirtiendo en ello mi mejor sonrisa. Siempre me siento un poco nerviosa cuando estoy cerca de Bill.

– Por favor -respondió Bill educadamente, mientras Clancy empujaba su botella vacía hacia mí.

Fui detrás de la barra para coger dos botellas de TrueBlood de la nevera, las abrí y las metí en el microondas (quince segundos es lo mejor). Agité las botellas suavemente y puse los tibios brebajes sobre la bandeja con servilletas nuevas. La helada mano de Bill tocó la mía cuando le puse su botella delante.

– No dudes en llamarme si necesitas ayuda en casa -me dijo.

Sabía que lo decía con la mejor de las intenciones, pero no dejaba de poner de relieve mi estatus de soltera. La casa de Bill estaba cerca de la mía, al otro lado del cementerio, y ya que se pasaba las noches despierto, estaba segura de que sabía que no tenía compañía masculina.

– Gracias, Bill -contesté, forzándome a sonreírle. Clancy se limitó a mofarse.

Tray y Amelia entraron en el bar. Después de dejarla a ella sentada a una mesa, Tray se acercó a la barra, saludando a todo el mundo por el camino. Sam salió de su despacho para unirse al fornido hombre, que medía al menos doce centímetros más que él y era dos veces más grande. Se saludaron con una sonrisa. Bill y Clancy se pusieron alerta.

Los televisores repartidos por el local dejaron de emitir el partido del momento. Una serie de pitidos alertaron a los parroquianos de que algo estaba a punto de ocurrir en pantalla. El bar fue quedándose en silencio, con la salvedad de algunas conversaciones aisladas. «Informativo especial», apareció en pantalla, sobreimpreso ante un locutor de pelo corto y engominado y un rostro muy serio. Con voz solemne, anunció:

– Soy Matthew Harrow. Esta noche les presentamos este informativo especial desde Shreveport, donde, al igual que en todos los centros de emisión del país, contamos con un invitado.

La cámara amplió el enfoque para mostrar a una atractiva mujer. Su rostro me era ligeramente familiar. Dedicó a la cámara un gesto de saludo calculado. Vestía una especie de muumuu hawaiano, osada elección para salir en televisión.

– Les presento a Patricia Crimmins, que se mudó a Shreveport hace algunas semanas. Patty… ¿Puedo llamarte Patty?

– En realidad prefiero Patricia -dijo la morena. Recordé que era uno de los miembros de la manada que había sido absorbida por la de Alcide. Las partes de su cuerpo que no estaban cubiertas por el muumuu parecían fuertes y bien formadas. Sonrió a Matthew Harrow.

– Estoy aquí esta noche en representación de un pueblo que ha estado viviendo entre vosotros desde hace muchos años. Dado el éxito de los vampiros a la hora de darse a conocer, hemos decidido que ha llegado el momento de hablaros de nuestra existencia. Después de todo, los vampiros están muertos. Ni siquiera son humanos. Nosotros, sin embargo, somos gente normal, como vosotros, salvo por una leve diferencia. -Sam subió el volumen. Los parroquianos empezaron a removerse sobre sus asientos para ver lo que pasaba.

La sonrisa del locutor se había vuelto rígida y se notaba que estaba nervioso.

– ¡Qué interesante, Patricia! ¿Qué…, qué eres entonces?

– ¡Gracias por hacerme la pregunta, Mathew! Soy una licántropo. -Patricia tenía las manos entrelazadas sobre la rodilla. Sus piernas estaban cruzadas. Parecía tan vivaz como una vendedora de coches de segunda mano. Alcide había hecho una buena elección. Además, si alguien acababa con ella en el momento, bueno…, no dejaba de ser la nueva.

El Merlotte's iba conteniendo el aliento a medida que la noticia se extendía de mesa en mesa. Bill y Clancy se habían levantado para ponerse en la barra. Entonces me di cuenta de que habían ido para mantener la paz en caso necesario; Sam debió de pedírselo. Tray empezó a desabrocharse la camisa. Sam llevaba una camiseta de manga larga, y se la sacó por encima de la cabeza.

– ¿Quieres decir que te conviertes en loba durante la luna llena? -trinó Matthew Harrow, tratando de mantener la sonrisa y la expresión de interés. No se le dio muy bien.

– Y en otros momentos también -explicó Patricia-. Durante la luna llena, la mayoría de nosotros se ve obligada a transformarse, pero los que son cambiantes de purasangre pueden hacerlo en otros momentos también. Existen muchos tipos de cambiantes, y en mi caso el animal es el lobo. Somos los más numerosos de la doble estirpe. Ahora te enseñaré cómo funciona este increíble proceso. No te asustes. No me pasará nada. -Se descalzó, pero no se quitó el muumuu. Enseguida comprendí que lo llevaba puesto para no tener que desvestirse delante de la cámara. Patricia se arrodilló en el suelo, sonrió a la cámara una última vez y empezó a contraerse. El aire que la rodeaba tembló merced a la magia, y todos los presentes en el Merlotte's entonaron un asombrado murmullo.

Justo cuando Patricia inició su transformación en la televisión, Tray y Sam hicieron lo propio, allí, delante de todos. Llevaban ropa interior que no les importaba reducir a harapos. Todo el mundo se debatió entre ver como la bella mujer del televisor se convertía en una criatura de largos y blancos dientes y el espectáculo de que hicieran lo mismo las dos personas a las que conocían. Hubo exclamaciones por todo el bar, la mayoría de ellas irrepetibles en un círculo culto. La compañera de Jason, Michele Schubert, de hecho se levantó para ver mejor.

Estaba muy orgullosa de Sam. Hacía falta mucho valor, ya que tenía un negocio que, en cierta medida, dependía de lo bien que él le cayera a los demás.

De un instante a otro, todo terminó. Sam, uno de los escasos cambiantes puros, adoptó su forma más familiar: un collie. Vino a sentarse ante mí y lanzó un alegre ladrido. Me incliné para acariciarle la cabeza. Sacó la lengua y me sonrió. La manifestación animal de Tray era mucho más espectacular. No es muy habitual ver un lobo enorme en el norte de Luisiana; y, las cosas como son, da bastante miedo. La gente se removía incómoda, y bien habrían podido salir corriendo de no haberse acercado Amelia a Tray y haberle rodeado el cuello con los brazos.

– Entiende lo que decís -dijo animosamente a la gente de la mesa más cercana. La sonrisa de Amelia era amplia y genuina-. Eh, Tray, llévales este posavasos. -Le dio uno de los posavasos del bar y Tray Dawson, uno de los luchadores más implacables, tanto en su forma humana como lupina, trotó por el establecimiento para dejarlo sobre el regazo de una clienta. Ella parpadeó varias veces, vaciló y finalmente rompió a reír.

Sam me lamió la mano.

– Dios bendito de mi vida -exclamó Arlene en voz alta. Whit Spradlin y su colega estaban de pie. Pero, si bien algunos parroquianos más parecían nerviosos, ninguno de ellos tuvo una reacción tan violenta.

Bill y Clancy contemplaron la escena con rostros inexpresivos. Obviamente, estaban listos para lidiar con cualquier problema, pero parecía que la Gran Revelación de los cambiantes no estaba yendo mal. La de los vampiros no fue tan tranquila, al ser la primera de las conmociones que la sociedad iba a sentir durante los años que seguirían. Poco a poco, los vampiros se habían convertido en una parte reconocida de Estados Unidos, si bien su ciudadanía aún estaba sujeta a ciertas limitaciones.

Sam y Tray pasearon entre los clientes habituales, dejando que los acariciaran como si fuesen animales domésticos normales. Mientras, el locutor de la televisión temblaba visiblemente frente a la bella loba blanca en la que Patricia se había convertido.

– ¡Mira, está tan asustado que tiembla y todo! -dijo D'Eriq, el ayudante de sala y cocina. Rió ostensiblemente. Los parroquianos del Merlotte's se relajaron lo suficiente como para sentirse superiores. A fin de cuentas, habían lidiado con el fenómeno con aplomo.

Mel, el nuevo colega de Jason, comentó:

– Nadie debería asustarse de una señorita tan guapa, aunque imponga un poco. -Y las risas y la relajación cundieron por el bar. Sentí alivio, aunque pensé que, irónicamente, muchos de ellos no se reirían tanto si Jason y Mel se hubieran transformado; eran hombres pantera, aunque Jason no pudiera transformarse del todo.

Pero después de las risas sentí que todo iría bien. Tras echar un cuidadoso vistazo alrededor, Bill y Clancy volvieron a su mesa.

Whit y Arlene, rodeados por un montón de ciudadanos que se estaban tomando esa enorme cucharada de información con aparente naturalidad, parecían muy desconcertados. Capté que Arlene estaba especialmente confundida acerca de cómo reaccionar. Después de todo, Sam había sido nuestro jefe desde hacía sus buenos años. A menos que estuviera dispuesta a perder su trabajo, no podía optar por la alternativa drástica. Pero también percibí su miedo y la creciente rabia que le iba a la zaga. Whit siempre mostraba la misma reacción ante las cosas que no comprendía. Las odiaba, y el odio es contagioso. Miró a su compañero de bebida y ambos se intercambiaron oscuras miradas.

Los pensamientos se agolpaban en la mente de Arlene como las bolas de la lotería en el bombo. Resultaba difícil prever cuál afloraría primero.

– ¡Jesús, acaba con todos ellos! -dijo Arlene, enardecida. La bola del odio había resultado ser la ganadora.

– ¡Vamos, Arlene! -protestaron algunas voces… Pero todos escuchaban.

– Esto va en contra de la naturaleza de Dios -dijo Arlene en voz alta e iracunda. Agitó su melena roja teñida con vehemencia-. ¿Queréis que vuestros hijos vayan con estas cosas?

– Nuestros hijos siempre han estado con esas cosas -respondió Holly con la misma fuerza-. Lo que pasa es que no lo sabíamos. Y nadie hasta ahora les ha hecho ningún daño -añadió levantándose también.

– Dios se enfurecerá con nosotros si no acabamos con ellos primero -afirmó Arlene, señalando a Tray dramáticamente. Tenía el rostro casi tan rojo como el pelo. Whit la contemplaba con aprobación-. ¡No lo comprendéis! ¡Iremos todos al infierno si no recuperamos nuestro mundo de sus manos! ¡Mirad a quién han puesto ahí para que los humanos nos comportemos! -Su dedo se agitó para señalar a Bill y a Clancy, aunque, como éstos ya habían vuelto a sentarse, el efecto no fue precisamente el que buscaba.

Posé mi bandeja sobre la barra y di un paso atrás, con las manos convertidas en puños.

– Todos nos llevamos bien aquí en Bon Temps -dije, manteniendo la voz tranquila-. Pareces ser la única molesta, Arlene.

Horadó el bar con la mirada, tratando de cruzarse con los ojos de algunos parroquianos. Los conocía a todos. Arlene estaba genuinamente desconcertada porque hubiera más gente que no compartiera su reacción. Sam se sentó frente a ella. Alzó sus preciosos ojos caninos para mirarla a la cara.

Me acerqué un paso a Whit, por si las moscas. Estaba decidiendo qué hacer, si lanzarse contra Sam o no. Pero ¿quién se le uniría para pegar a un collie? Hasta él vio lo absurdo de la situación, y eso hizo que odiara a Sam aún más.

– ¿Cómo has podido? -le gritó Arlene a Sam-. ¡Me has estado mintiendo todos estos años! ¡Pensé que eras humano, no una maldita criatura sobrenatural!

– Es humano -expliqué-. Es sólo que, además, también tiene otro rostro.

– Y tú -dijo, escupiendo las palabras-. Tú eres la más extraña e inhumana de todos.

– Ya vale -me defendió Jason. Se había puesto de pie a toda prisa y, tras un instante de titubeo, Mel se unió a él. Su cita parecía alarmada, a pesar de que la amiga de Jason se limitó a sonreír-. No te metas con mi hermana. Ha hecho de canguro de tus hijos, te ha limpiado la caravana y ha aguantado tu mierda durante años. ¿Qué clase de amiga eres?

Jason no me miró. Yo estaba helada de asombro. Era un gesto muy poco típico de él. ¿Habría madurado algo por fin?

– Soy de la clase que no quiere estar cerca de seres sobrenaturales como tu hermana -contestó Arlene. Se arrancó el delantal y, antes de irse al despacho de Sam a grandes zancadas para coger su bolso, le dijo al collie-: ¡Dejo este trabajo!

Puede que una cuarta parte de los presentes se mostrara alarmada y molesta. Y la mitad estaba fascinada con todo este drama. Eso dejaba a otra cuarta parte por decidirse. Sam gimió como un perrito triste y escondió el hocico entre las patas. En cuanto eso provocó la risa de todos, el incómodo momento se esfumó. Vi como Whit y su colega salían por la puerta delantera, y me relajé en cuanto su ausencia fue un hecho.

Por si Whit aprovechaba el momento para sacar una escopeta de su camioneta, miré a Bill, que se deslizó por la puerta tras él. Al segundo estaba de vuelta, haciendo un gesto con la cabeza para indicar que los de la Hermandad se habían largado.

En cuanto la puerta trasera se cerró tras Arlene, el resto de la noche fue bastante tranquila. Sam y Tray se metieron en el despacho del primero para volver a la forma humana y vestirse. Sam volvió después a su puesto tras la barra como si nada hubiese pasado, y Tray volvió a sentarse a la mesa con Amelia, quien le plantó un buen beso. Durante un tiempo, la gente se mantuvo alejada de ellos y hubo un buen número de miradas de soslayo; pero al cabo de una hora, el ambiente del Merlotte's parecía haber vuelto a la normalidad. Me encargué de atender las mesas de Arlene, y procuré mostrarme especialmente agradable con quienes aún no se habían decidido del todo acerca de los recientes acontecimientos.

La gente parecía animada a beber esa noche. Quizá sintieran aprensión por la otra forma corporal de Sam, pero desde luego no tenían ningún problema a la hora de acrecentar sus beneficios. Bill cruzó su mirada con la mía y alzó una mano para despedirse. Él y Clancy salieron del bar.

Jason trató de captar mi atención una o dos veces y su colega Mel me lanzó amplias sonrisas. Mel era más alto y delgado que mi hermano, pero ambos contaban con ese aspecto radiante y animoso de los hombres que no piensan y actúan conforme a sus instintos. A su favor, diré que Mel no parecía estar siempre de acuerdo con lo que decía Jason, al menos no de la misma forma que lo hacía Hoyt. Mel parecía un tipo legal, al menos de lo poco que lo conocía; y el hecho de que fuese uno de los pocos hombres pantera que no vivían en Hotshot también decía mucho a su favor, y puede que incluso fuese la razón de que él y Jason fueran tan buenos amigos. Eran como otros hombres pantera, pero también diferentes.

Sí volvía a hablar con Jason, tenía una pregunta reservada para él. En una noche tan importante para los cambiantes, ¿cómo era que no había aprovechado para llevarse una parte del protagonismo? Jason estaba demasiado agobiado con su naturaleza de hombre pantera, ya que a él lo habían mordido, no había nacido como tal. Eso quiere decir que había contraído el virus (o lo que sea) cuando otro hombre pantera lo mordió, en lugar de nacer con la habilidad, como era el caso de Mel. La forma alterada de Jason era humanoide, con pelo que le crecía por todo el cuerpo y rasgos y garras de pantera; escalofriante, según sus propias palabras. Pero no era un animal bello, y eso le pesaba como una losa. Mel era un purasangre, y resultaba tan impresionante como aterrador cuando se transformaba.

Puede que los hombres pantera tuviesen instrucciones de mantener su perfil bajo secreto porque esas criaturas eran sencillamente demasiado aterradoras. Si en el bar hubiese aparecido algo tan grande y letal como una pantera, la reacción de los parroquianos habría sido sin duda más histérica. Si bien las mentes de los cambiantes son difíciles de leer, pude sentir la decepción que atenazaba a las dos panteras. Estaba segura de que era decisión de Calvin Norris, su líder. «Bien pensado, Calvin», se me ocurrió.

Después de ayudar en el cierre del bar, abracé a Sam al pasar por su despacho para recoger el bolso. Tenía aspecto cansado, pero feliz.

– ¿Estás tan bien como pareces? -pregunté.

– Sí. Mi verdadera naturaleza por fin ha salido del armario. Es liberador. Mi madre me prometió que se lo contaría a mi padrastro esta noche. Estoy esperando saber de ellos.

Justo en ese momento, sonó el teléfono. Sam lo cogió, aún sonriente.

– ¿Mamá? -dijo. Entonces su expresión cambió, como si se la hubieran arrancado de un latigazo-. ¿Don? ¿Qué has hecho?

Me senté en la silla frente al escritorio y aguardé. Tray había venido para tener una última charla con Sam, y le acompañaba Amelia. Ambos permanecieron tensos en el umbral de la puerta, ansiosos por saber lo que había pasado.

– Oh, Dios mío -exclamó Sam-. Iré lo antes posible. Saldré esta noche. -Colgó el teléfono con mucha suavidad-. Don le ha disparado a mi madre -dijo-. Cuando se transformó le disparó. -Nunca había visto a Sam tan preocupado.

– ¿Ha muerto? -pregunté, imaginando la respuesta.

– No -respondió-. No, pero está en el hospital con la clavícula fracturada y una herida de bala en el hombro izquierdo. Casi la mata. Si no hubiera saltado…

– Lo siento mucho -dijo Amelia.

– ¿Qué puedo hacer para ayudarte? -me ofrecí.

– Encárgate del bar mientras esté fuera -me pidió, sacudiéndose la conmoción-. Llama a Terry. Él y Tray pueden repartirse un horario para la barra. Tray, sabes que te pagaré en cuanto vuelva. Sookie, el horario de las camareras está en la pared, tras la barra. Por favor, encuentra a alguien para cubrir los turnos de Arlene.

– Claro, Sam -dije-. ¿Necesitas ayuda para hacer las maletas? ¿Quieres que le eche gasolina a tu camioneta o algo?

– No, está bien así. Tienes las llaves de mi caravana, ¿te importaría regarme las plantas? No creo que me ausente más de dos días, pero nunca se sabe.

– Claro, Sam. No te preocupes. Mantente en contacto.

Todos nos marchamos para que Sam pudiera ir a su caravana para hacer la maleta. Se encontraba en el aparcamiento, detrás del bar, así que al menos podría prepararlo todo rápidamente.

Mientras conducía a casa, traté de imaginar cómo habría podido hacer algo así el padrastro de Sam. ¿Tanto le había horrorizado la segunda naturaleza de su mujer? ¿Se había transformado ella fuera de su vista y lo había asustado al presentarse? Sencillamente no podía creer que se pudiera disparar a alguien a quien se quiere, alguien con quien se vive, sólo porque es algo más de lo que uno piensa. Puede que Don viera su segunda naturaleza como una traición. O quizá fuese porque se lo había ocultado. Visto así, podía comprender, en parte, su reacción.

Todo el mundo tenía secretos, y yo estaba en situación de conocerlos casi todos. Ser telépata no es nada divertido. Oyes el mal gusto, la tristeza, el asco, la belleza…, las cosas que todos queremos ocultar a los demás para que mantengan intacta la imagen que tienen de nosotros.

Los secretos que menos conozco son los míos.

Esa noche pensaba en la curiosa herencia genética por parte de padre que compartíamos mi hermano y yo. Mi padre nunca había sabido que su madre, Adele, tenía un secreto tan grande, uno que sólo había llegado a mi conocimiento el pasado mes de octubre. Los dos hijos de mi abuela, mi padre y su hermana Linda, no habían sido fruto de su largo matrimonio con mi abuelo.

Ambos habían sido concebidos mediante el enlace con un hada mestizo llamado Fintan. Según el padre de Fintan, Niall, la parte feérica de la herencia genética de mi padre era la culpable del encaprichamiento de mi madre por él, un modo de comportarse que había excluido a sus propios hijos de toda atención y afecto. Dicha herencia no parecía haber cambiado nada en la hermana de mi padre, Linda; sin duda no le había servido para esquivar la bala de cáncer que había acabado con su vida o para mantener a su marido junto a ella, mucho menos encaprichado. Sin embargo, Hunter, el nieto de Linda, era telépata, como yo.

Yo aún luchaba contra retazos de esta historia. Creía que el relato de Niall era auténtico, pero no podía comprender que el deseo de mi abuela por tener hijos fuese tan fuerte como para animarla a traicionar a mi abuelo. Eso sencillamente no encajaba con su carácter, y yo no alcanzaba a comprender por qué no lo había leído en su mente durante todos los años que habíamos estado juntas. Alguna vez debió de pensar en las circunstancias de la concepción de sus hijos. No había forma de que se despojara completamente de esos hechos y los ocultara en algún ático de su mente.

Pero mi abuela llevaba muerta más de un año, y ya no podría preguntarle nunca al respecto. Su marido había muerto años antes. Niall me dijo que mi abuelo biológico Fintan también había muerto. Se me ocurrió revisar las cosas de mi abuela en busca de alguna pista que apuntase hacia sus pensamientos, su reacción ante ese extraordinario evento de su vida, pero luego pensé: ¿para qué molestarse?

Tenía que lidiar con las consecuencias, tal y como me había tocado.

El rasgo de sangre feérica que recorría mis venas me hacía más atractiva para los seres sobrenaturales, al menos para algunos vampiros. No todos podían detectar ese rastro en mis genes, pero al menos solían interesarse en mí, por mucho que eso pudiera acarrear consecuencias negativas. O quizá todo eso de la sangre de hada fuese una tontería y los vampiros se sintieran atraídos por una joven razonablemente atractiva que los trataba con respeto y tolerancia.

Y en cuanto a la relación entre la telepatía y la sangre de hada, ¿quién sabe? No es que hubiera mucha gente a la que preguntar ni mucha literatura que consultar, ni siquiera la posibilidad de pedir que un laboratorio me hiciera unos análisis de este tipo. Quizá el pequeño Hunter y yo habíamos desarrollado ese rasgo por pura coincidencia… Sí, claro. Puede que el rasgo fuese genético, pero independiente de los genes feéricos.

Quizá sólo fuese que había tenido suerte.

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