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Estamos aún a más de un kilómetro de casa y no sé que demonios está pasando. El tráfico se ha ido ralentizando de repente. Está completamente atascado, tanto por delante como por detrás. Es un domingo a última hora de la tarde, por amor de Dios. Las carreteras deberían estar vacías. Ya está oscureciendo. No quiero pasar toda la noche aquí sentado.

Se oyen unas sirenas. Miro por el retrovisor y veo que una oleada de luces azules que se aproxima. Un convoy de coches de policía y de bomberos se acercan también desde la otra dirección. Los conductores de los coches a nuestro alrededor intentan apartarse a un lado y se suben a las aceras para quitarse de en medio. Yo hago lo mismo.

– Me pregunto qué debe estar pasando -murmura Liz cuando nos subimos a la acera, cubierta de hierba.

– No lo sé -le contesto. Oigo un ruido proveniente del asiento trasero y me giro para ver a Ed y Ellis peleando con Josh, atrapado en su sillita-. Basta ya -les ordeno enfadado. Paran cuando se lo digo pero sé que volverán a empezar en cuanto mire hacia otro lado.

Los vehículos de emergencia retumban al pasar a nuestro lado y yo estiro el cuello para ver adónde van. A unos doscientos metros por delante giran a la izquierda. En la semioscuridad puedo ver las parpadeantes luces azules por los resquicios entre los edificios y las ramas de los árboles. Se han parado no demasiado lejos de aquí.

– Parece serio, ¿no? -dice Lizzie, manteniendo la voz baja para que no la oigan los niños.

Ahora parece que la gente ha apagado los motores. Algunos han empezado a salir de sus coches. No puedo seguir sentado detrás del volante si no puedo ir a ninguna parte. Yo también me decido a ir a echar un vistazo. Voy a ver cuánto tiempo vamos a estar aquí atascados.

– Vuelvo en un segundo -digo al parar el motor. Me quito el cinturón de seguridad.

– ¿Qué estás haciendo?

– Sólo voy a ver qué ocurre -respondo con rapidez.

– ¿Puedo ir yo también? -pregunta Ed. Vuelvo la cara hacia él mientras me bajo del coche.

– No, tú esperas aquí. Sólo será un minuto.

Ed se deja caer en el asiento y pone mala cara.

A Lizzie no le gusta que la deje con los chicos pero voy a ir de cualquier forma. Sigo a un grupo de tres personas de los coches alrededor del nuestro que están girando en la esquina. En las siguientes calles se está reuniendo una multitud. Al acercarme veo que un coche familiar de color azul oscuro ha perdido el control y se ha subido a la acera. Ha chocado contra una farola que ha caído sobre el camino de entrada de una casa y ha destruido una caravana que estaba allí aparcada. La policía está intentando acordonar la zona. Están empujando a la gente hacia atrás, pero yo consigo avanzar hasta situarme en la primera línea de la multitud. El coche está destrozado. El capó está aplastado y abollado, y el conductor está incrustado contra el volante. No se mueve. Los bomberos han sacado el equipo para cortar el metal y sacarlo de allí, pero nadie corre. Parece que es demasiado tarde.

Dos enfermeros y un agente de policía están inclinados sobre el frontal del coche. ¿Hay alguien más herido? Uno de los sanitarios, vestido de verde, se levanta para coger algo. Maldita sea, hay un cuerpo bajo el coche. No puedo ver mucho, sólo una pierna rota y girada en un ángulo extraño que asoma bajo lo que queda del capó. Pobre tipo. Fuera quien fuese, no tuvo la más mínimo oportunidad.

Me quedo de pie contemplando la escena del accidente hasta que la policía decide ampliar el cordón y me empuja hacia atrás. Me doy cuenta de que he dejado sola a Lizzie durante demasiado tiempo y rápidamente me doy la vuelta y empieza a caminar de regreso al coche. Tropiezo con un hombre de paseo con su perro que se ha parado de repente porque el perro se ha escapado hacia el seto de la izquierda.

– Perdone, colega -murmuró rápidamente.

– No se preocupe -responde mientras intenta controlar al perro y apartarlo de mi camino, pero el perro no hace caso-. Venga, muchacho -lo llama.

– Un feo accidente -digo.

Él mueve la cabeza.

– Eso no ha sido un accidente.

– ¿Qué?

Me mira a la cara y vuelve a mover la cabeza.

– He visto cómo ocurría -me explica-. Maldito idiota.

– ¿Quién?

– El tío que conducía el coche. Un idiota.

– ¿Por qué?

– De lo primero que me di cuenta es de un chico que pasó corriendo a mi lado -explica-. Salió de ninguna parte, casi me tira. Entonces llegó el coche y se subió a la acera, justo delante de donde yo iba paseando. El chico corría lo más rápido que podía pero no tenía nada que hacer. El conductor apretó el pedal y aceleró, atropellándolo y empotrándolo contra la pared. Estúpido hijo de puta. Parece que él también se ha matado.

Finalmente el hombre aparta al perro y sigo mi camino, intentando encontrar algún sentido a lo que acabo de escuchar. Este fin de semana ha estado repleto de acontecimientos extraños y terribles. Primero el concierto, después el ataque en el pub ayer y ahora esto. Y también está el hombre de la calle el jueves por la mañana. Vuelvo a pensar en las noticias que hemos visto en casa de Harry. ¿Qué demonios está pasando?

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