18

Está oscuro. La casa está en silencio. Estoy cansado pero no puedo dormir. Son casi las dos de la madrugada.

– ¿Estás despierta? -pregunto en voz baja.

– Muy despierta -contesta Lizzie.

Giro sobre un lado y la abrazo. Ella hace lo mismo y se arrima. Está muy bien tenerla tan cerca de esta manera. Hacía mucho tiempo.

– ¿Qué vas a hacer por la mañana? -pregunta, su cara está tocando la mía. Puedo sentir su aliento en mi piel.

– No lo sé -contesto. Quiero quedarme en casa pero una parte de mí sigue pensando que debería volver al trabajo. Cuanto más rato permanecemos despiertos, más me convenzo a mí mismo de que será seguro volver mañana a la oficina. Maldito idiota. Hoy he visto cómo tiroteaban a la gente en el centro de la ciudad. Es imposible que pueda volver allí.

– Quédate -me dice en voz baja-. Quédate aquí, con nosotros. Deberías estar aquí, conmigo y con los niños.

– Lo sé, pero… -empiezo a murmurar.

– Pero nada. Te necesitamos aquí. Yo te necesito aquí. Estoy aterrorizada.

Sé que tiene razón. La abrazo con más fuerza y muevo la mano a lo largo de su espina dorsal. Lleva un camisón corto y deslizo mi mano por debajo para volver a sentir su espalda. Su piel es suave y cálida. Espero que gruña y se aparte de mí como hace habitualmente, pero se queda donde está. Ahora puedo sentir sus manos sobre mi piel.

– Quédate aquí conmigo -susurra de nuevo, moviendo lentamente la mano por mi espalda antes de introducirla entre mis piernas. Empieza a acariciármela y a pesar de todo el miedo, la confusión y la incertidumbre que sentimos los dos, se me pone dura en segundos. No puedo recordar la última vez que lo hicimos. Siempre parecía que había alguna razón para que no pudiéramos hacer el amor. Siempre se interponía algo o alguien.

– ¿Cuánto tiempo hace? -le pregunto, manteniendo la voz baja.

– Demasiado -contesta.

Lizzie se pone de espaldas y yo me coloco encima. Con delicadeza, la penetro y ella se agarra a mí con fuerza. Puedo sentir sus uñas clavándose en mi espalda. Me desea tanto como yo a ella. Ambos nos necesitamos esta noche. Ninguno de los dos dice una palabra. No es necesario hablar. No hay nada que decir.


Son las cuatro y media. No recuerdo lo que ha ocurrido. Me he debido quedar dormido. Sigue oscuro y la cama está vacía. Miro alrededor y veo a Lizzie de pie, en la puerta.

– ¿Qué ocurre?

– Escucha -susurra.

Me froto los ojos para quitarme el sueño y me siento. Oigo unos ruidos que vienen de arriba. Los sonidos son bajos y amortiguados. Algo está pasando arriba, en el otro piso ocupado. Se oyen voces -grandes voces- y después el sonido de unos cristales rotos.

– ¿Qué está pasando? -pregunto, aún adormilado.

– Empezó hace unos cinco minutos -me explica mientras las voces de arriba son cada vez más ruidosas-. No podía dormir. Pensé…

Un golpe repentino en el piso de arriba la interrumpe. Ahora todo el edificio está en silencio. Se trata de un silencio largo, incómodo y ominoso, que provoca que contenga la respiración.

El dormitorio está frío y empiezo a temblar a causa de la combinación de la baja temperatura y los nervios. Lizzie se gira para mirarme y está a punto de decir algo cuando otro ruido se lo impide. Es el ruido de un portazo. Segundos después, oímos unas rápidas e irregulares pisadas en el vestíbulo del edifico, seguidas del chirrido familiar de la puerta principal al abrirse. Empiezo a levantarme.

– ¿Adónde vas? -me pregunta.

– Sólo voy a ver… -empiezo a decir, aunque no estoy demasiado seguro de lo que estoy haciendo.

– No -me ruega-, por favor. Quédate aquí. Nuestra puerta está cerrada, al igual que las ventanas. Estamos seguros y también lo están los niños. Nadie más importa. No te involucres. Sea lo que sea que haya ocurrido ahí fuera, no te involucres…

No tengo intención de salir, sólo quiero ver qué ha ocurrido. Voy a la sala de estar. Oigo cómo arranca el motor de un coche y miro a través de las cortinas, asegurándome de que no me puedan ver. Uno de los hombres de arriba -no puedo ver cuál de ellos- se aleja a una velocidad increíble. No puedo discernir demasiados detalles, pero puedo ver que en el coche sólo va una persona, e inmediatamente empiezo a pensar en quién, o qué, se ha quedado arriba. Me doy la vuelta y veo que Lizzie está en la sala de estar, conmigo.

– ¿Quizá debería subir a ver…?

– Tú no vas a ninguna parte -replica entre dientes-. Como te he dicho, nuestras puertas y ventanas están cerradas. Estamos seguros y tú no vas a ninguna parte.

– Pero ¿y si ha ocurrido algo ahí arriba? ¿Y si hay alguien herido?

– Ése no es nuestro problema. No me preocupa. Sólo tenemos que pensar en los niños y en nosotros. No vas a ir a ninguna parte.

Sé que tiene razón. Por sentido del deber, descuelgo el teléfono y marco el número de emergencias. Señor, ni siquiera consigo que contesten.

Lizzie vuelve a la cama. Yo también iré en un par de minutos, pero sé que no me voy a volver a dormir en toda la noche. Estoy aterrorizado. Estoy aterrorizado porque, sea lo sea que hayamos visto que le ocurre al resto del mundo, de repente, parece que está más cerca.

Загрузка...