30

Oigo movimiento dentro del piso, fuera de la habitación segura. No sé cuánto tiempo he estado aquí tendido. Me debo haber quedado dormido. Me siento enfermo. Necesito beber algo. Me incorporo, dejo caer las piernas por encima de la barandilla y bajo. Me duele el cuerpo cuando me estiro y tambaleo por el pasillo.

Hay alguien en la cocina. Me acerco y veo a través de la puerta abierta que se trata de Harry. Está de pie ante el fregadero, de espaldas a mí, bebiendo o fregando algo. Doy un paso al frente, entro en la cocina y me paro. No sé por qué. Algo no va bien. No me quiero acercar. Puedo sentir algo en el aire que me inquieta. No, es algo más que eso, me hace sentir inseguro. Harry deja de hacer lo que estaba haciendo. ¿Sabe que estoy aquí? Por lo que parece una eternidad ninguno de los dos se mueve. Entonces se empieza a dar la vuelta con lentitud. ¿Él es…?

Dios santo. Miro profundamente en los ojos del anciano y me quedo helado de miedo. ¿Puede ser éste el mismo hombre? Me devuelve la mirada con ojos fríos y acerados, llenos de un odio y un desprecio inexplicables. Puedo sentir que su repugnancia por mí mana de él como un hedor y sé que por alguna inexplicable pero innegable razón me quiere ver muerto. Quiere destruirme. Mis piernas se aflojan a causa de los nervios cuando me doy cuenta que el odio ha llegado finalmente a mi hogar.

Harry se mueve de repente y yo reacciono con velocidad. Sólo da un paso adelante pero es suficiente y sé que mi vida está en peligro si no actúo ya. Me asalta un irresistible e instintivo deseo de supervivencia cuando me alejo de él. Miro hacia la derecha. Junto a la encimera se encuentra nuestro cuchillero de madera. Cojo el cuchillo del pan que tiene el mango negro y lo saco del taco de madera como si esgrimiese una espada. Con un solo movimiento cargo contra Harry y lo hundo profundamente en su carne, justo por encima de la cintura. Lo abrazo con el otro brazo y lo acerco a mí, forzando que la hoja penetre más y más en sus entrañas, girándolo a medida que va penetrando. Siento cómo se desliza el filo aserrado a través de la piel y corta músculos, venas y arterias, y lo empujo profundamente dentro de él hasta que ha desaparecido toda la hoja del cuchillo. Siento un flujo repentino de sangre caliente cuando mana sobre mi mano y suelto el cuchillo y le doy un empujón a Harry. Él se tambalea hacia atrás. Sus piernas tiemblan y se derrumba sobre el suelo, golpeando la parte de atrás de la cabeza contra la puerta del horno al caer. Estoy sobre él. Respira pero no va a durar mucho. Tengo que asegurarme de que está muerto.

Oigo un grito que viene del quicio de la puerta -un chillido agudo y ensordecedor- y me doy la vuelta para ver a Lizzie y a los niños. Me mira con la misma expresión fría de su padre y vuelvo a sentir el odio. Saco el cuchillo de las tripas del moribundo y lo esgrimo hacia ella, sabiendo que también ella debe morir. Ella se echa para atrás, sacando con ella a los niños de la cocina. Edward y Josh me miran enfadados, con tanto odio como su madre.

– ¡Papi! -grita Ellis.

Miro a la cara de mi pequeñina y sé al instante que ella no es como los otros. Ella es como yo. Ella no ha cambiado. Corro rodeando la mesa de la cocina para agarrarla pero es demasiado tarde. Su madre ya la ha cogido por el cuello y la ha alejado fuera de mi alcance. Su delgado rostro, cubierto de lágrimas, muestra miedo y aturdimiento, y sus ojos se abren de par en par cuando Liz la coge por la ropa y la aleja de mí. Ed me mira. Incluso Josh me desprecia. Mis hijos me desprecian y sé que también los tengo que destruir a ellos.

Me vuelvo a precipitar sobre Liz, sabiendo que la debo matar antes de que yo pueda resultar herido y ella pueda hacerle daño a Ellis. Ella grita a los niños que se muevan y corren por el pasillo hacia la sala de estar. Edward atraviesa la sillita de Josh en el vestíbulo y yo tropiezo con ella, cayendo de bruces. Antes de que me pueda levantar y llegar a la sala de estar, atrancan la puerta. Oigo cómo cierran los pestillos.

¿Qué demonios voy a hacer ahora? ¿Cómo ha ocurrido? ¿Cómo es posible que mi familia se haya vuelto contra mí con tanta rapidez? Tengo que olvidarlos y recuperar a Ellis. Ella no ha cambiado y sé que me necesita. Reúno fuerzas y me precipito contra la puerta. La golpeo con el hombro pero no se mueve. Vuelvo atrás y cargo una y otra vez, y la quinta vez que la golpeo siento cómo cede el pestillo. Intento abrir la puerta pero sólo se mueve unos centímetros. La han atrancado con muebles para impedir que entre. ¿Por qué me están haciendo esto?

Aporreo la puerta con los puños.

– Ellis -grito-. ¡Ellis!

La puedo oír. Está atrapada ahí dentro. Puedo oír cómo me responde a gritos. Me quiere a mí, no a ellos, y necesita estar conmigo. Ahí no está segura. Estoy desesperado. No puedo dejarla. Me vuelvo a lanzar sobre la puerta y la fuerza del impacto sacude todo mi cuerpo.

– ¡Ellis! -grito de nuevo. Casi no puedo oír su apagada respuesta.

Tiene que haber otro modo de llegar a ella. La ventana. Entraré por la ventana de la sala de estar. Me doy la vuelta y corro por el pasillo, paso al lado del cuerpo en la cocina y salgo al vestíbulo del edificio. Abro la puerta principal de un empujón y me precipito al frío y lluvioso mundo exterior. Ahora que estoy fuera me doy cuenta del ruido a mi alrededor. Puedo oír los helicópteros, los camiones militares, disparos y el sonido de gente como yo luchando por sobrevivir. Es como estar en medio de una zona de combate. Pero esto no es el ruido de una batalla, sino de cientos de combates. Cientos, probablemente miles de batallas libradas por gente como yo que ha sido atacada y traicionada.

Estoy junto a la ventana de la sala de estar. Miro adentro. Lizzie sigue apilando muebles contra la puerta. Edward me ve casi al instante y Lizzie mete a los niños en una esquina de la habitación. Ellis está atrapada detrás de Edward y Josh pero aún la puedo ver. Aún puedo ver su cara. Está llorando y pronunciando mi nombre.

Miro alrededor, buscando algo para romper los cristales. Hay unas baldosas rotas a medio camino de la puerta principal. Cojo una y la lanzo contra la ventana. Los cristales se rompen y el ruido es incómodamente alto. Ahora puedo oír de nuevo sus voces. Puedo oír a Lizzie que les grita que se mantengan alejados de mí. Me alzo sobre el alféizar y entro por la ventana, sintiendo cómo algunos fragmentos de cristal se hunden en mí y me cortan la piel. El dolor no importa.

Fuerzo mi cuerpo a través de la ventana, con la cabeza por delante, y caigo sobre la alfombra. Me levanto con rapidez pero no he afirmado bien los pies y estoy desequilibrado. Lizzie está corriendo hacia mí. Tiene algo en las manos: el tubo de metal de la aspiradora. Lo proyecta contra mí. Intento agacharme para evitarlo, pero soy demasiado lento y me golpea.

Un dolor abrasador y agudo cruza mi cara.

La sangre mana de mi nariz y me entra en la boca.

Boca abajo en la alfombra. No puedo…


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