El descansillo está en silencio. Cierro con llave la puerta del piso detrás de mí y miro con cautela a mi alrededor. Le he dicho a Liz que prepare una habitación segura como han dicho en la tele y que se encierre en ella con los niños. La sala de estar es el lugar obvio. Ella ha cerrado las cortinas y ha bajado el volumen de la tele. Desde fuera parece que no hay nadie dentro.
Abro la puerta de entrada y el chirrido habitual hace eco por todo el vacío edificio.
– ¿Hay alguien ahí? -sisea una voz desde la oscuridad, escaleras arriba. Me quedo clavado e intento no dejarme llevar por el pánico. ¿Qué debo hacer? Quiero seguir adelante y hacer como que no he oído nada, pero no puedo. Mi familia está en este edificio y no los puedo dejar sabiendo que hay alguien más con ellos. Puede ser cualquiera. Pueden estar esperando a que me vaya para llegar a Lizzie y a los niños. Pero ¿por qué habrían gritado como lo han hecho? Dejo ir la puerta, que vuelve a chirriar al cerrarse. Doy unos pocos y lentos pasos, de vuelta a la oscuridad y, por un segundo, me asalta la idea de volver al piso. Sé que con eso no voy a conseguir nada. En algún momento tengo que salir para ir a buscar a Harry.
– ¿Quién anda ahí? -pregunto a mi vez, maldiciéndome por mi estupidez. Estoy actuando como un personaje de una mala película de terror. Se supone que tienes que huir del monstruo, me digo, no acercarte a él.
– Aquí arriba -responde la voz.
Levanto la vista hacia lo alto de la escalera, al rellano del primer piso. Una cara me mira entre las barras metálicas de la barandilla. Se trata de uno de los hombres de la vivienda del último piso. No sé si es Gary o Chris. Empiezo a subir las escaleras con precaución. Casi he llegado al descansillo cuando los escalones bajo mis pies se vuelven pegajosos. El suelo está cubierto de pegajosos charcos de sangre. El hombre está tendido en el suelo delante de mí, agarrándose el pecho. Gime y se gira sobre la espalda. El vaquero y la camiseta están empapados de sangre. Vuelve la cabeza hacia un lado y consigue saludarme. Se relaja, aliviado porque finalmente hay alguien con él, supongo. Está hecho un verdadero desastre y no sé por dónde empezar. ¿Hay algo que pueda hacer por él o ya es demasiado tarde?
– Gracias, tío -boquea, alzándose sobre los codos-. He estado aquí durante horas. He oído cómo entraba alguien hace un rato y estaba intentado conseguir… -Deja de hablar, y sin fuerzas, cae sobre su espalda. El esfuerzo es demasiado. Su voz suena ahogada y rasposa. Debe tener sangre en la garganta. ¿Qué se supone que debo hacer? Dios santo, no tengo ni idea de cómo ayudarlo.
– ¿Quieres que intente llevarte escaleras arriba? -le pregunto inútilmente. Él mueve la cabeza y traga para aclararse la garganta.
– No vale la pena -gruñe mientras intenta levantarse de nuevo. Le pongo una mano en un hombro para calmarlo-. Me gustaría un trago -dice-. ¿Puedes subir al piso y traerme una cerveza?
Sus ojos giran en las órbitas durante un segundo y me pregunto si se ha ido. Me levanto con rapidez y subo las escaleras hasta el piso que comparte con el otro hombre. Sigo un delgado rastro de sangre seca a lo largo del pasillo y hasta la sala de estar del piso, que está sorprendentemente limpia y bien arreglada. En realidad no sé por qué esperaba otra cosa. En medio de la habitación hay una mesa volcada y a su lado una lámpara rota. También hay una cámara de vídeo sobre un trípode al lado de un ordenador y una tele grande. Parece como si les gustase filmarse.
Tienen un caro sofá de cuero y… y me doy cuenta que estoy aquí, examinando el piso, mientras uno de sus ocupantes yace al final de las escaleras. Forzándome a moverme, voy a la cocina y cojo una botella de cerveza de una nevera bien surtida. La abro y corro de vuelta al lado del hombre que está en el rellano del primer piso.
– Aquí tienes -le digo mientras le acerco la botella a la boca. No sé cuánto ha conseguido tragar. La mayor parte parece que corre por su barbilla. Cuando retiro la botella veo que tiene el cuello cubierto de sangre, que procede de sus labios. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? Intento moverlo pero no es buena idea. Gime de dolor en cuanto lo toco. Este pobre bastardo se está muriendo y no hay nada que yo pueda hacer para ayudarlo. No tiene sentido preguntarle quién le ha hecho esto o si hay alguien con el que puedo contactar: la rápida salida de su amante/amigo/socio esta mañana temprano era una clarísima admisión de culpa. Me siento fatal aquí a su lado, intentando pensar en una excusa para irme cuando se está muriendo a mis pies. Pero ¿qué puedo hacer?
– Voy a buscar ayuda -digo en voz baja, agachándome cerca de él, pero teniendo cuidado de no mancharme con su sangre-. Voy a ir a buscar a alguien que sea capaz de ayudarte.
Se lame los labios cubiertos de sangre, traga y niega con la cabeza.
– Ahora ya es demasiado tarde -resuella. Cada gesto le cuesta muchísimo esfuerzo y le provoca grandes dolores. Desearía que se callase y que se quedase tendido, pero no lo va a hacer. Tiene algo más que decir. Exhausto, vuelve a girar la cabeza hacia mí y me mira directamente a la cara.
– No hable más y… -empiezo a decir.
– Intenté ir a por él -explica sin aliento-. El jodido llevaba un cuchillo encima. Me dio primero.
– ¿Qué?
– Intenté ir a por él pero me estaba esperando…
– ¿Qué estás diciendo? ¿Te atacó? ¿Era un Hostil?
Niega con la cabeza.
– Lo ves todo tan claro cuando te ocurre. Tenía que matarlo. Era él o yo. Tenía que matarlo antes…
Me levanto y empiezo a alejarme. Dios santo ¿es él el Hostil? Él es el que empezó el jaleo que oímos la pasada noche. Él fue el que perdió el control. Joder, he estado aquí perdiendo el tiempo con un jodido Hostil.
Se lame de nuevo los labios ensangrentados y traga una vez más.
– Colega, se trata de ellos -murmura- o nosotros. Ellos son los que odian. Estate preparado…
No sé de qué demonios está hablando ahora y no quiero escuchar nada más. Necesito alejarme de este enfermo pedazo de mierda. Le doy la espalda y corro escaleras abajo, con la certeza que no hay manera de que llegue a alcanzar a mi familia en las condiciones en que se encuentra. Pienso en rematarlo pero eso me haría tan perverso como él y, además, dudo que fuera capaz de hacerlo. Miro atrás y lanzo una última mirada a esa escoria que está en el rellano. No le queda mucho. Estará muerto para cuando haya vuelto y eso no será demasiado pronto.
Corro hacia el coche y arranco el motor.