21

Lizzie me pregunta si estoy bien pero no puedo contestar. Primero debo entrar la comida y después cerrar la maldita puerta, atrancarla detrás de mí y no volverla a abrir nunca más.

– ¿Estás bien? -pregunta de nuevo-. ¿Por qué has tardado tanto?

Corro de vuelta al coche y recojo las últimas cosas que habían caído porque se ha roto la caja de cartón. Paso a su lado y lo llevo todo a la cocina.

– Papá -gimotea Ed-, ¿podemos comer algo? Estoy hambriento…

No le hago caso a ninguno y me concentro en cerrar la puerta y asegurarme de que mi hogar y mi familia están seguros.

– Aparta -le gruño enfadado a Ellis, que está parada justo en medio del recibidor, impidiéndome pasar.

– ¿Qué ocurre? -vuelve a preguntar Lizzie desde el otro lado de la mesa de la cocina. Como no contesto empieza a desempaquetar la comida. Mira lo que he traído a casa y frunce el ceño-. ¿Para qué has traído esto? -pregunta mostrándome un tarro de miel-. A ninguno nos gusta la miel.

Toda la tensión y el miedo que se ha ido acumulando en mi interior durante la mañana sale de repente a la superficie. No es culpa de nadie, pero no puedo evitarlo.

– Sé que no le gusta a nadie -le grito-, a nadie le gustan estas jodidas cosas pero es todo lo que he podido conseguir. Tendrías que salir y ver cómo es. Ahí fuera es la locura. Todo el maldito mundo se está haciendo trizas así que no empieces a tocarme las narices y a decirme que a nadie le gusta la jodida miel.

Liz parece como si le hubiera dado un puñetazo en la cara. Se ha puesto blanca de la sorpresa. Los niños están con nosotros en la cocina, mirándonos con unos ojos asustados y muy abiertos.

– Yo sólo… -empieza a decir.

– Lo hago lo mejor que puedo -le grito-. Hay gente luchando en las calles. Acabo de ver como una niña ha matado a golpes a una mujer y nadie ha movido ni un dedo para ayudarla, ni yo tampoco. Es una jodida locura y no sé qué hacer. Lo último que necesito es que empieces a quejarte y a poner en cuestión lo que acabo de hacer cuando me siento como si acabara de arriesgar mi maldito cuello por todos nosotros. No pido demasiado, sólo un poco de espacio y un poco de gratitud y comprensión y…

Dejo de gritar. Liz está temblando. Está ahí de pie, con la espalda aplastada contra la cocina y está temblando de miedo. ¿Qué demonios le ocurre? Doy un paso para rodear la mesa y acercarme, y ella recula. Se sigue alejando de mí, camino de la puerta. Y entonces me doy cuenta de lo que está ocurriendo. Joder, cree que he cambiado. Cree que soy uno de ellos. Cree que soy un Hostil.

– No, no… -empiezo a decir, intentando acercarme-. Por favor, Lizzie…

Ella ha empezado a sollozar. Parece como si sus piernas estuvieran a punto de fallarle. «No me hagas esto, Liz, por favor no…»

– Atrás -dice en un tono casi inaudible-. No te acerques.

Intento hablar pero no me salen las palabras. «No me hagas esto». Me acerco.

– ¡Atrás! -vuelve a gritar, alejándose de mí. Llega a la puerta y empieza a empujar a los niños para que salgan de la cocina. No me quita los ojos de encima.

– No, Liz -digo, desesperado por que comprenda-, por favor. No he cambiado. Por favor, créeme. Siento mucho haberte gritado. No quería…

Se queda parada pero sigue insegura. Lo puedo ver en sus ojos.

– Si eres uno de ellos yo…

– No lo soy, Lizzie, no lo soy. Si fuera uno de ellos a estas alturas ya habría ido a por ti, ¿no te parece? -Lloro. No sé qué más puedo decir. Estoy empezando a sentir pánico pero no quiero que ella lo vea-. Por favor, no estoy enfermo. No soy como ellos. Estoy tranquilo. Estaba enfadado pero ahora estoy tranquilo, ¿o no? Por favor…

Puedo ver que está analizando frenéticamente todo lo que le acabo de decir. Los niños están espiando alrededor de la puerta, intentando ver lo que está ocurriendo. Dentro, yo sigo chillando pero me estoy controlando para bajar la voz y no gritar. Mi cabeza está sumida en todo tipo de pensamientos oscuros y terroríficos. Sólo me he enfadado, eso es todo. No soy un Hostil, ¿no lo soy?

– De acuerdo -murmura al fin-, pero si me vuelves a gritar así…

– No lo haré -la interrumpo-. He perdido la cabeza. No pensaba.

Aún no sé si me cree. Me está mirando de reojo y parece como si estuviera esperando que la atacara. Nunca le he hecho daño. Me siento aliviado cuando vuelve junto a la caja de alimentos y sigue desempaquetándolos. Cada par de segundos levanta la vista. Cada vez que me muevo veo que se queda parada y aguanta la respiración.

– ¿Qué ha ocurrido ahí fuera? -pregunta, al final lo suficientemente recuperada para hablarme de nuevo. No sé por dónde empezar. Entre los dos le damos de comer a los niños mientras le cuento lo de las colas en el supermercado y lo que he visto en O'Shea. Le hablo del saqueo y de la niña que ha atacado a la mujer y… y me vuelvo a dar cuenta de qué mal están las cosas.

Ellis me sigue los pasos. Sigue sin darse cuenta de que todo va mal. Eso es bueno, decido. Estoy contento. Ahora que ya ha comido está rezongando para que la deje ver su DVD. La sigo hasta la sala de estar. Ella coge la película de la estantería y me la acerca. Enciendo la tele pero me quedo quieto antes de poner el DVD en el reproductor.

– La apagué hace casi una hora -dice Liz-. No podía seguir contemplando más de lo mismo. Seguían emitiendo lo mismo una vez y otra y otra y otra.

Me siento con las piernas cruzadas frente a la televisión y contemplo las imágenes que se suceden frente a mí. Dios santo, las cosas están realmente mal. He visto un montón de cosas raras en los últimos días pero lo que estoy viendo ahora me está metiendo el miedo en el cuerpo. Ahora me doy cuenta de hasta qué punto la situación se ha vuelto desesperada. Las noticias han desaparecido. Ya no hay reportajes ni presentadores. Todo lo que tenemos es una película de información pública que se repite continuamente. Mi estómago se retuerce de nervios una vez más.

– Quédense en casa -anuncia una profunda y tranquilizadora voz masculina mientras aparecen unas imágenes y unos gráficos muy simples, y más de lo mismo-. Permanezcan con su familia. Aléjense de las personas que no conocen…

Levanto la mirada hacia Lizzie y ella me la devuelve, encogiéndose de hombros.

– Todas son normas de sentido común. Nada que no hayamos escuchado antes.

– Mantengan la calma y no se dejen llevar por el pánico.

– ¿Qué? -protesto-. ¿Mantengan la calma y no se dejen llevar por el pánico? Maldita sea, ¿han visto lo que está ocurriendo ahí fuera?

– Va mejorando -dice Liz sarcástica-. Escucha la siguiente indicación.

– Las autoridades están trabajando para poner la situación bajo control. Se requiere su asistencia y cooperación para asegurar que esto ocurra con rapidez y con el mínimo de molestias posible. Los controles y las regulaciones temporales son necesarios para alcanzar ese objetivo. En primer lugar, si tiene que salir de casa, debe llevar encima algún tipo de identificación. En segundo lugar, con efecto inmediato se establece un toque de queda nocturno. No deben salir entre el anochecer y el amanecer. Cualquiera que se encuentre en las calles después de oscurecer será tratado apropiadamente…

¿Tratado apropiadamente? Dios santo, ¿qué se supone que significa eso? ¿Van a empezar a detener a la gente por estar fuera durante la noche?

– Cerciórense de que su hogar es seguro. Prepare una habitación segura para que usted y su familia puedan permanecer en ella. Cerciórense de que la puerta de la habitación segura y todos los puntos de acceso pueden ser cerrados y atrancados desde dentro.

– ¿Qué demonios es esto? -exclamo entre dientes.

– Papá, ¿puedes poner mi película? -suplica Ellis, impaciente.

– Si alguna de las personas que están con usted empieza a actuar de forma agresiva o desacostumbrada, deben aislarse de ella inmediatamente. Enciérrese con el resto de personas en su habitación segura. Expulse a la persona afectada de su propiedad si puede hacerlo sin correr ningún riesgo. Recuerde que esa persona puede ser un miembro de la familia, un ser amado o un amigo íntimo. Serán incapaces de controlar sus acciones y emociones. Serán violentos, y no los reconocerán ni mostrarán ningún remordimiento. Es de vital importancia que se proteja junto con los que se encuentren con usted.

– ¿Puedes ver por qué la apagué? -pregunta Lizzie-. Este tipo de cosas sólo lo empeoran todo.

– No lo puedo creer… -balbuceo, falto de palabras-. No me lo puedo creer…

– ¿Crees que ya saben lo que está pasando?

– Estoy seguro de que sí -respondo-. Lo han tenido que averiguar si están emitiendo cosas como ésta. Alguien tiene que saber lo que está pasando, y eso empeora las cosas, ¿no te parece?

– ¿De verdad? ¿Por qué? Me encojo de hombros.

– Porque la situación debe estar bien jodida si siguen sin decirnos nada. Todo esto me suena a que están intentando que todo el mundo se encierre en casa para mantener las cosas bajo control y lo que he visto esta mañana me hace pensar que quizá las cosas no están ahora mismo bajo control.

Liz me frunce el ceño por haber dicho palabrotas delante de Ellis. Me vuelvo de espaldas a la pantalla.

– … el primer síntoma será un súbito estallido de rabia e ira -prosigue en la tele la inquietante voz sin rastro de emoción-. Habitualmente esta rabia estará dirigida contra una persona en particular. Recuerde que los afectados pueden aparentar calma una vez que ha pasado el primer estallido de ira y violencia. Siga manteniendo la distancia. Sin tener en cuenta de quién se trata o de lo que diga, estas persona no tienen el control de sus acciones. Seguirán siendo una amenaza para usted y para su familia…

Lizzie pasa a mi lado y me arrebata de las manos el DVD de Ellis. Lo mete en el aparato y empieza la reproducción.

– Ya es suficiente -corta.

– Estaba mirando ese…

– ¿Irás a buscar a mi padre?

El alma se me cae a los pies. No quiero volver a salir del piso pero sé que no tengo alternativa.

– ¿Cuándo quieres que…? -empiezo a decir antes de que me interrumpa.

– Ve a buscarlo ahora mismo -contesta, mordiéndose nerviosamente las uñas-. Si no vas tú, iré yo.

La idea de dejar a Lizzie sola ahí fuera es peor que la idea de salir yo mismo. Odio hacerlo.


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