En la sala de interrogatorios de la comisaría, el motero, Brian Daniels, parecía tener más interés en la gasa de la parte trasera superior de su brazo, que en la detective Heat.
– Estoy esperando -dijo ella. Pero él la ignoró mientras se contorsionaba enganchando la barbilla en el hombro para volverse y ver el vendaje bajo la manga rasgada por la parte de atrás de su camiseta.
– ¿Esta mierda sigue sangrando? -preguntó. Se volvió para poder verlo en el espejo, pero estaba demasiado lejos para que funcionara y lo dejó, dejándose caer en la silla de plástico.
– ¿Qué ha pasado con los cuadros, Brian?
– Doc. -Sacudió su cabello gris plomo. Cuando lo ficharon se quitó la goma de la cola de caballo y el pelo le colgaba por la espalda como una cascada contaminada-. Brian es para Hacienda y para Tráfico. Llámeme Doc.
Ella se preguntó cuándo habría sido la última vez que aquel pedazo de mierda había pagado algún impuesto o la cuota del carné de conducir. Pero Nikki se guardó el pensamiento para sí y se ciñó al guión.
– Cuando se fueron del Guilford anoche, ¿adonde llevaron la colección de arte?
– No tengo ni idea de qué demonios está hablando, señorita.
– Estoy hablando sobre lo que había en ese furgón.
– ¿Sobre las mantas? Todas suyas -resopló, se rió y se hizo un nudo para mirar de nuevo la herida que se había hecho con el alambre de espino en el brazo.
– ¿Dónde estuvo anoche entre las doce y las cuatro?
– Maldita sea, ésta era mi camiseta preferida.
– ¿Sabe una cosa, Doc? No sólo es usted un pésimo tirador, sino que también es estúpido. Después de su numerito de circo de esta mañana, tiene los cargos suficientes en su contra como para hacer que su estancia en Sing Sing parezca un fin de semana en el Four Seasons.
– ¿Y?
– Y… ¿Quiere ver cómo aumenta su condena? Siga actuando como un gilipollas. -La detective se levantó-. Le daré un poco de tiempo para que reflexione sobre ello. -Alzó su expediente-. A juzgar por esto, ya sabe lo que es el tiempo -dijo, y salió de la habitación para que él se pudiera quedar allí sentado imaginando su futuro.
Rook estaba solo en la oficina abierta cuando ella entró, y no parecía muy contento.
– Oye, gracias por dejarme tirado en la pintoresca Long Island City.
– Ahora no, Rook. -Ella pasó apresuradamente de largo y se dirigió hacia su mesa.
– Tuve que hacer todo el camino hasta aquí sentado en el asiento de atrás de un coche patrulla. ¿Sabes qué significa eso? La gente de los otros coches me miraban como si estuviera detenido. Tuve que saludarlos con la mano un par de veces para que vieran que no llevaba esposas.
– Lo hice para protegerte.
– ¿De qué?
– De mí.
– ¿Por qué?
– Pues por no escuchar, para empezar.
– Me cansé de estar allí de pie, solo. Imaginé que ya habríais terminado, así que fui a ver cómo había ido.
– E interferiste con mi sospechoso.
– Pues claro que interferí. Ese tipo quería dispararte.
– Soy policía. La gente nos dispara. -Encontró el archivo que buscaba y cerró de un golpe el cajón-. Tienes suerte de que no te pegaran un tiro.
– Llevaba chaleco. Y, por cierto, ¿cómo podéis aguantar esas cosas? Son demasiado cerrados, sobre todo para esta humedad.
Ochoa entró dándose golpecitos con su cuaderno en el labio superior.
– No hay ninguna fisura en ningún lado. He comprobado las coartadas de nuestros principales sospechosos. Están todas confirmadas.
– ¿La de Kimberly Starr también? -preguntó Heat.
– La suya vale para dos. Estaba en Connecticut con su doctor amor en la casita que él tiene en la playa, así que dos menos. -Cerró su cuaderno y se volvió hacia Rook-. Oye, tío, Raley me contó lo que dijiste cuando apuntabas a ese motero.
Rook miró a Nikki.
– Mejor no hablemos de eso -dijo.
Pero Ochoa continuó con un ronco susurro:
– «Adelante. Necesito practicar». ¿Mola, eh?
– Sí, mucho -dijo Heat-. Rook es como nuestro propio Harry el Sucio. -El teléfono de su mesa sonó y ella contestó-. ¿Heat?
– Soy yo, Raley. Ya está aquí.
– Voy para allá -dijo.
El viejo portero se quedó con Nikki, Rook y Roach en la cabina de observación, mirando a través del cristal a los hombres de la fila.
– Tómese su tiempo, Henry -dijo Nikki.
Él se acercó un paso más a la ventana y se quitó las gafas para limpiarlas.
– Es difícil. Como ya dije, estaba oscuro y llevaban gorras.
En la sala de al lado había seis hombres de pie mirando hacia un espejo. Entre ellos, Brian «Doc» Daniels y los otros dos hombres de la redada del taller de coches de aquella mañana.
– No se preocupe. Sólo queremos saber si le suena alguno. O no.
Henry se volvió a poner las gafas. Pasó un rato.
– Creo que reconozco a uno de ellos.
– ¿Lo cree o está seguro? -Nikki había visto cómo muchas veces las ansias de ayudar o de vengarse llevaban a la gente a hacer malas elecciones. Advirtió de nuevo a Henry-: Asegúrese.
– Ajá, sí.
– ¿Cuál de ellos?
– ¿Ve a ese tío zarrapastroso con una venda en el brazo y el pelo largo gris?
– Sí.
– Pues el que está a su derecha.
Detrás de él, los detectives agitaron la cabeza. Había identificado a uno de los tres policías infiltrados en la ronda de reconocimiento.
– Gracias, Henry -dijo Heat-. Gracias por haber venido.
Ya de vuelta en la oficina abierta, los detectives y Rook estaban sentados de espaldas a sus mesas, lanzándose con pereza una pelota Koosh. Era lo que hacían cuando estaban bloqueados.
– No vamos a permitir que el motero se nos escape, ¿verdad? -dijo Rook-. ¿No podéis detenerle por atacar a la detective Heat?
Raley levantó la mano y Ochoa le lanzó la pelota a la palma.
– El problema no es retener al motero.
– Es conseguir que nos diga dónde están los cuadros. -Ochoa levantó la mano y Raley le devolvió la pelota. Tenían la técnica tan perfeccionada que Ochoa no tuvo ni que moverse.
– Y quién lo contrató -añadió Heat.
Rook levantó la mano y Ochoa le lanzó la bola.
– ¿Y cómo conseguís que un tío como ése hable si no quiere?
Heat levantó la mano y Rook le envió un lanzamiento fácil de coger.
– He ahí la cuestión. Se trata de encontrar el punto sobre el que puedes ejercer presión. -Agitó la pelota en la mano-. Puede que se me haya ocurrido una idea.
– Nunca falla. Es el poder de Koosh -dijo Raley.
– El poder de Koosh -repitió Ochoa, levantando la mano.
Nikki lanzó la pelota y le dio a Rook en la cara.
– Ajá -dijo ella-. Nunca lo he probado antes.
Nikki Heat tenía un nuevo cliente en la sala de interrogatorios, Gerald Buckley.
– Señor Buckley, ¿sabe por qué le hemos pedido que venga a hablar con nosotros?
Buckley tenía las manos cruzadas, fuertemente enlazadas sobre la mesa que estaba delante de él.
– No tengo ni idea -dijo con una mirada escrutadora. Heat se dio cuenta de que se había teñido las cejas de negro.
– ¿Sabe que hubo un robo en el Guilford la pasada noche?
– Éramos pocos y parió la abuela. -Se humedeció los labios y se rascó la nariz de bebedor con el reverso de un nudillo-. Seguro que durante el apagón, ¿no?
– ¿Qué quiere decir?
– Bueno, no sé. Ya saben. No es políticamente correcto decirlo, así que sólo digo que a «ciertos tipos» les gusta desbocarse en cuanto bajan la guardia. -Él sintió los ojos de ella sobre él y no logró encontrar un lugar seguro al que mirar, así que se concentró en toquetear una antigua costra en el dorso de la mano.
– ¿Por qué llamó para anular su turno en el Guilford ayer por la noche?
Levantó lentamente los ojos hasta toparse con los de ella.
– No entiendo la pregunta.
– Es una pregunta muy sencilla. Usted es portero del Guilford, ¿no?
– ¿Y?
– Anoche llamó al portero que estaba trabajando, Henry, y le dijo que no iba a ir al turno de noche. ¿Por qué lo hizo?
– ¿A qué se refiere cuando dice «por qué»?
– Pues exactamente a eso. ¿Por qué?
– Ya se lo he dicho, hubo un apagón. Ya sabe que esta ciudad se convierte en un maldito manicomio cuando la luz se va. ¿Cree que iba a salir así? Ni de broma. Por eso llamé para anular mi turno. ¿Por qué le da tanta importancia?
– Porque hubo un importante robo y cualquier cosa fuera de lo común, como rutinas alteradas o empleados que trabajan allí y que no aparecen, me interesa mucho. Eso, Gerald, es lo que tiene tanta importancia. -Miró hacia él y esperó-. Demuéstreme dónde estaba anoche y yo le estrecharé la mano y abriré esa puerta para usted.
Gerald Buckley se pellizcó dos veces las ventanas de la nariz e inhaló aire ruidosamente de la misma manera que ella había visto hacer a muchos cocainómanos. Él cerró los ojos durante cinco segundos y cuando los abrió dijo:
– Quiero un abogado.
– Por supuesto. -Ella tenía la obligación de satisfacer su petición, pero quería que hablara un poco más-. ¿Cree que lo necesita? -Aquel tío era un idiota y un yonqui. Si seguía hablando, ella sabía que caería por su propio peso-. ¿Por qué no hizo su turno? ¿Estaba usted en el furgón con los ladrones, o tenía demasiado miedo de que sucediera en su turno y de no ser capaz de hacerse el inocente a la mañana siguiente?
– No pienso decir nada más. -Maldita sea, estaba tan cerca-. Quiero un abogado. -Y, cruzándose de brazos, se reclinó en el asiento.
Pero Nikki Heat tenía un plan B. Ay, el poder de Koosh.
Cinco minutos más tarde estaba en la cabina de observación con Ochoa.
– ¿Dónde lo habéis puesto Raley y tú? -preguntó.
– ¿Sabes el banco que está al lado de la mesa de Asuntos Comunitarios, cerca de las escaleras?
– Perfecto -dijo ella-. Lo haré en dos minutos.
Ochoa salió de la cabina para ocupar su puesto, mientras Nikki retomaba el interrogatorio de Gerald Buckley.
– ¿Me ha conseguido un abogado?
– Puede irse. -Él la miró incrédulo-. ¿En serio? -preguntó.
Gerald se levantó y ella le abrió la puerta.
Cuando Nikki salió con Buckley a la oficina exterior de la comisaría, ella no miró hacia la mesa de Asuntos Comunitarios, pero pudo imaginarse a Ochoa y a Raley impidiendo que Gerald Buckley viera a Doc el motero, que estaba sentado allí, en el banco. La idea era que Doc viera a Buckley, no al revés. En lo alto de las escaleras, Nikki situó al portero de manera que le diera la espalda a Doc, y se detuvo.
– Gracias por venir, señor Buckley -dijo lo suficientemente alto. Sobre el hombro de Buckley apareció el hombre de los Roach. Ella fingió no ver la coronilla del motero intentando averiguar si ella estaba hablando con su Gerald Buckley.
Tan pronto como Heat descubrió un gesto de alarma en la cara del motero, cogió a Buckley por el codo y se lo llevó escaleras abajo, fuera de su vista. Mientras él continuaba bajando las escaleras, Nikki dio un paso atrás en el rellano y le gritó:
– Y gracias por su cooperación. Sé que es difícil, pero ha hecho lo correcto.
Buckley la miró como si estuviera loca y se marchó apresuradamente.
Las cosas fueron un poco diferentes cuando Brian «Doc» Daniels volvió a la sala de interrogatorios. Nikki se aseguró de estar ya sentada cuando los Roach lo trajeron, y el Cola de Caballo de Hierro escrutó su rostro en busca de algún gesto delator antes de sentarse.
– ¿Qué pasa, qué le ha dicho ese tío?
Heat no respondió. Asintió con la cabeza hacia Raley y Ochoa, y salieron de la habitación. Cuando se fueron, el lugar se quedó en silencio.
– Vamos, ¿qué le ha dicho?
Nikki fingió abrir un expediente y echar un vistazo a la primera página.
Miró a Doc por encima del expediente.
– Sólo para aclararme, ¿considera amigo suyo a Gerald Buckley? -preguntó, sacudiendo la cabeza y cerrando el expediente.
– ¿Amigo? Ja. Un mentiroso, eso es lo que es.
– ¿Lo es?
– Buckley es capaz de decir cualquier cosa para salvar su culo.
– Eso es lo que sucede cuando las cosas empiezan a ir mal, Doc. La gente empieza a empujar a sus amigos y a su familia fuera del bote salvavidas. -Cuando le pareció bien, Nikki cruzó los brazos y se recostó en la silla-. Supongo que la pregunta es cuál de ustedes va a compartir el agua con los tiburones.
El motero estaba echando cuentas mentalmente.
– Dígame qué le ha dicho y yo le diré si es una patraña.
– Como si fuera a hacerlo.
– ¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Confesar?
Ella se encogió de hombros.
– Llamémosle cooperar.
– Sí, ya.
– Usted decide, Doc. Pero el más listo saldrá ganando en esto. Los fiscales van a querer una cabeza sobre la mesa. ¿De quién será, suya o de Buckley? -Ella cogió el expediente-. Tal vez Buckley sea hoy el más listo. -Nikki se puso de pie-. Nos veremos en la vista.
El motero se lo pensó un momento, pero no demasiado. Sacudió su mata de pelo y dijo:
– Bien, ahí va la pura verdad. Nosotros no robamos ningún cuadro. Cuando entramos en el piso, ya no había ninguno.
– Yo creo a ese tío -dijo Raley. Estaba recostado en la silla con los pies sobre un armario de archivos de dos cajones en medio de la oficina abierta.
Heat estaba de pie, delante de la pizarra, pasándose un rotulador de una mano a otra.
– Yo también. -Le quitó la tapa y rodeó la hora de llegada del furgón y la de partida en la línea de tiempo del robo-. Es imposible que pudieran mover todos esos cuadros en media hora. Supongamos que Henry se ha equivocado de hora y tardaron una hora entera. Aun así, es imposible. -Puso el rotulador en el alféizar de aluminio de la parte inferior de la pizarra-. ¿Sin que nadie los viera ni los oyera? Ya.
Desde su silla, Rook levantó la mano.
– ¿Puedo hacer una pregunta?
Heat se encogió de hombros.
– Adelante.
– Necesito practicar -añadió Raley, riéndose entre dientes. Nikki reprimió una sonrisa y asintió para que Rook continuara.
– ¿Dirigen Penn y Teller una banda de ladrones? Porque lo que está claro es que alguien se llevó todos esos cuadros.
Al otro lado de la oficina abierta, el detective Ochoa colgó el teléfono.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamó y luego barrió su mesa con los pies, lanzándose a través de la habitación sobre su silla con ruedas y deteniéndose al llegar al grupo-. Esto es la bomba. Ya tenemos los datos del registro del Volvo del depósito. -Miró hacia abajo y leyó sus notas, que era lo que Ochoa siempre hacía cuando tenía noticias y quería hacerlo bien-. El vehículo estaba registrado a nombre de Barbara Deerfield. He hecho algunas llamadas, incluyendo al Departamento de Desaparecidos. La empresa de Barbara Deerfield denunció su desaparición hace cuatro días.
– ¿Dónde trabajaba? -preguntó Heat.
– En Sotheby's.
Nikki soltó un juramento.
– La casa de subastas de arte…
– Exacto -dijo Ochoa-. Nuestra difunta era tasadora.