Capítulo 19

Heat, Raley, Ochoa y Rook cruzaron el vestíbulo del Guilford hacia los ascensores. Cuando las puertas se abrieron, Nikki puso la palma de la mano sobre el pecho de Rook.

– No tan rápido, ¿adónde crees que vas?

– Con vosotros.

Ella negó con la cabeza.

– De eso nada. Tú esperas aquí abajo.

Las puertas automáticas intentaron cerrarse. Ochoa metió un hombro en medio para mantenerlas abiertas.

– Vamos, hice lo que me dijiste. Pensé como un detective y me merezco estar ahí cuando la detengáis. Me lo he ganado. -Cuando los tres detectives estallaron en carcajadas, Rook retrocedió un pelín-. ¿Y si me quedo en el vestíbulo?

– Me dijiste que esperarías en el vestíbulo cuando detuve a Buckley.

– De acuerdo, fui impaciente una vez.

– Y en nuestra redada en Long Island City, ¿qué hiciste después de que yo te hubiera dicho que esperaras?

Rook golpeó con la punta del zapato el borde de la alfombra.

– Mira, esto empieza a sonar más a intervención que a detención.

– Te prometo que no te haremos esperar mucho. Después de todo -dijo ella con fingida solemnidad-, te lo has ganado.

Se metió en el ascensor con los Roach.

– Precisamente por eso puede que dedique todo mi artículo a otra persona.

– Me rompes el corazón -afirmó ella mientras las puertas se cerraban en sus narices.

Cuando la detective Heat entró por la puerta principal del apartamento, se encontró a Noah Paxton solo en la sala.

– ¿Dónde está Kimberly?

– No está aquí.

Raley y Ochoa entraron detrás de Nikki.

– Registrad todas las habitaciones -ordenó ella. Ochoa desapareció con Raley por el pasillo.

– Kimberly no ha vuelto -dijo Paxton-. Ya lo he comprobado.

– Nos gusta hacer las cosas por nosotros mismos. Somos así de graciosos -ironizó Heat.

Echó un vistazo a la habitación llena de obras de arte, colgadas como siempre lo habían estado, desde el suelo hasta el techo. Nikki se maravilló ante la imagen.

– Los cuadros. Vuelven a estar aquí.

Noah parecía compartir su asombro.

– Yo tampoco lo entiendo. Estoy intentando imaginarme de dónde diablos han salido.

– Tranquilo, ya no tiene que fingir más, Noah. -Vio cómo las arrugas fruncían su frente-. Nunca salieron del Guilford, ¿verdad? Escuchamos la llamada que le hizo no hace ni veinte minutos.

– Entiendo -admitió, y se quedó pensando unos segundos, sin duda recapitulando su parte de conversación, preguntándose si él podría ser un accesorio detrás del hecho-. Le dije que estaba loca -dijo.

– Eso es ser un buen ciudadano.

Él extendió las palmas de las manos hacia ella.

– Le pido disculpas, detective. Sabía que debía llamarla. Supongo que aún sigo teniendo mi instinto de protección por la familia. He venido a hacerla entrar en razón. Aunque ya sea demasiado tarde. -Nikki se encogió de hombros-. ¿Cuándo descubrió que había sido ella la que los había robado? ¿Durante la llamada?

– No. Las sirenas de alarma sonaron cuando oí que nuestra viuda en duelo había comprado un piano y se había ido de la ciudad para la entrega. ¿Le parece Kimberly el tipo de persona que dejaría encargados de cambiar de lugar sus preciosas antigüedades a una cuadrilla de trabajadores y a una niñera tarada? -Nikki se acercó al Steinway y presionó una tecla-. Lo cotejamos con el jefe de mantenimiento del edificio. Confirmó que los transportistas del piano habían llegado aquí por la mañana con una caja enorme, pero no recordaba haberlos visto bajar con ninguna. Perdió el norte con toda la confusión del apagón, supongo.

Noah sonrió y sacudió la cabeza.

– Caray.

– Lo sé, bastante retorcido, ¿verdad? Nunca salieron del edificio.

– Qué ingenioso -dijo Paxton-. No me suena nada a Kimberly Starr.

– Bueno, no era tan lista como se creía.

– ¿Qué quiere decir?

Nikki le había dado vueltas y vueltas en la cabeza, así que lo tenía más claro que el agua. Ahora se llevaría con ella a Noah en su viaje.

– ¿Sabía que Matthew había cambiado de opinión acerca de lo de vender su colección?

– No, no tenía ni idea.

– Bueno, pues así era. El mismo día que lo mataron vino una mujer de Sotheby's llamada Barbara Deerfield para tasarla. Fue asesinada antes de volver a su oficina.

– Eso es terrible.

– Creo que su asesinato estaba relacionado con el de Matthew.

Su cara se ensombreció.

– Es una tragedia, pero no entiendo la conexión.

– Yo tampoco la entendía. Seguí dándole vueltas, ¿por qué iba a matar nadie a una tasadora de arte? Luego descubrí que la colección de Starr estaba formada por falsificaciones.

Nikki vio cómo la cara de Noah Paxton palidecía.

– ¿Falsificaciones? -Dejó vagar la mirada por las paredes. Nikki vio que se fijaba en una obra de arte situada al lado del corredor abovedado. La que estaba cubierta por una sábana.

– Falsificaciones, Noah -repitió ella, captando de nuevo su atención-. Toda la colección.

– ¿Cómo puede ser? Matthew pagó un dineral por esos cuadros y se los compró a reputados marchantes -dijo él. Paxton estaba recuperando el color, y un poco más a medida que se ponía más nervioso-. Le puedo asegurar que cuando los compramos no eran falsificaciones.

– Lo sé -admitió la detective-. Las fotos de archivo del seguro lo confirman.

– Entonces, ¿cómo puede ser que ahora sean falsificaciones?

Nikki se sentó en el reposabrazos de un sofá que costaba más que el coche de la mayoría de la gente.

– La tasadora tomó sus propias fotos de la colección, a modo de notas. Nos dimos cuenta de que su cámara y sus fotos no se correspondían con las fotos del seguro. Ella había documentado una habitación llena de falsificaciones. -Heat se detuvo para dejarlo digerir aquello-. En algún momento, entre la compra y la tasación, alguien cambió las obras de arte.

– Es increíble. ¿Está segura?

– Completamente. Y Barbara Deerfield habría llegado a la misma conclusión si hubiera vivido para analizar sus fotos. De hecho -dijo Nikki-, yo diría que la razón por la que mataron a Barbara Deerfield fue que alguien no quería que se supiera que la Colección Starr de sesenta millones de dólares era falsa.

– ¿Está diciendo que Matthew intentaba endosarle a alguien unas falsificaciones?

Nikki negó con la cabeza.

– Matthew nunca habría contratado a un tasador si supiera que se trataba de falsificaciones. ¿Después de todo el dinero y el ego que había invertido en este pequeño Versalles? Le habría dado un ataque si hubiera llegado a enterarse.

Los ojos de Noah se abrieron como platos cuando se dio cuenta.

– Dios mío, Kimberly…

Nikki se puso en pie y dio un paseo hasta el óleo de John Singer Sargent de las dos inocentes niñas, disfrutando de él con un sólo vistazo.

– Kimberly fue más rápida que otra persona robando la colección de arte -dijo-. He detenido a un segundo grupo de personas que entraron aquí más tarde, durante el apagón, y lo único que se encontraron fueron las paredes vacías.

– Todos se han tomado muchas molestias para robar algo que no vale nada.

– Kimberly no sabía que los cuadros no valían nada. La viuda de Starr pensó que se estaba cobrando su recompensa multimillonaria por haber tenido un matrimonio de mierda.

– Obviamente, los otros ladrones también pensaron que tenían valor -dijo Paxton, señalando los cuadros-. De otro modo, ¿por qué iban a intentar robarlos?

Nikki se alejó de la pintura y se volvió hacia él.

– No lo sé, Noah. ¿Por qué no me lo dice usted?

Se tomó su tiempo antes de responder, mientras la miraba evaluando si se trataba de una pregunta retórica o de algo que olía peor. Era imposible que le gustara la mirada que ella le dirigía, pero se inclinó por la retórica.

– Serían meras suposiciones.

Si la sesión de aquella mañana en el forense había sido teatro, para Nikki esto era jujitsu brasileño y ella estaba boxeando. Un mano a mano.

– ¿Conoce a un tal Gerald Buckley?

La boca de Paxton adquirió forma de «U» al revés.

– No me suena.

– Qué curioso, Noah. Porque Gerald Buckley sí lo conoce a usted. Es el portero del turno de noche del edificio -informó ella al tiempo que veía cómo intentaba poner su cara más seria. Nikki lo encontró casi convincente; no estaba mal. Pero ella era mejor-. Le refrescaré la memoria. Buckley es el hombre que usted contrató para que llevara a cabo el segundo robo durante el apagón.

– Eso es mentira. Ni siquiera lo conozco.

– Bueno, eso es realmente extraño -dijo Ochoa desde el arco que daba al pasillo. Paxton estaba nervioso. No había visto volver a los otros dos detectives, y se estremeció cuando Ochoa habló-. Mi compañero y yo hemos dado un paseo hasta Tarrytown esta tarde. Hasta un bar que hay allí.

– Un lugar llamado… ¿Sleepy Swallow? -intervino Raley.

– Como sea -dijo Ochoa-. Suponemos que usted es cliente habitual, ¿no? Todo el mundo lo conoce. Y tanto el barman como una camarera identificaron al señor Buckley como alguien que había estado con usted durante mucho tiempo hacía unas cuantas noches.

– Durante el apagón -añadió Raley-. Alrededor de la hora a la que Buckley debería haber estado haciendo su turno de trabajo, que había cancelado.

– Buckley no es su hombre más fuerte -dijo Heat. La mirada de Noah estaba cada vez más perdida y volvía la cabeza de detective a detective a medida que hablaban, como si estuviera siguiendo la pelota en un partido de tenis.

– El tío se derrumbó como un castillo de naipes -añadió Ochoa.

– Buckley también dice que lo llamó y que le dijo que fuera inmediatamente al Guilford para dejar entrar a Pochenko por la puerta de la azotea. Eso fue justo antes del asesinato de Matthew Starr -dijo Nikki.

– ¿Pochenko? ¿Quién es Pochenko?

– Tranquilo. No se lo estoy poniendo difícil, ¿verdad? -dijo Heat-. Pochenko es una persona que usted aseguró no haber visto nunca en mi rueda de reconocimiento de fotos. Y eso que se las enseñé dos veces. Una aquí, y otra en su oficina.

– Está echando la caña a ver si pesca. Todo eso no son más que especulaciones. Se está basando en las habladurías de un mentiroso. De un alcohólico que está desesperado por conseguir dinero -dijo Paxton. Estaba de pie y un rayo de sol que entraba por las altas ventanas incidía sobre él directamente haciendo brillar su frente con la luz-. Sí, admito que me reuní con ese tal Buckley en el Swallow. Pero sólo porque me estaba estafando. Lo utilicé un par de veces para conseguir prostitutas para Matthew y estaba intentando extorsionarme para sacarme dinero. -Paxton levantó la barbilla y metió las manos en los bolsillos, lo cual significaba en el idioma del lenguaje corporal «ésa es mi versión y de ahí no me muevo», pensó Nikki.

– Hablemos de dinero, Noah. ¿Recuerda aquella pequeña transgresión suya que mis forenses descubrieron? ¿Aquella vez que amañó los libros para ocultar unos cuantos cientos de miles de dólares a Matthew?

– Ya le he dicho que eran para la universidad de su hijo.

– Supongamos por ahora que eso es verdad. -Nikki no lo creía, pero estaba aplicando otra regla de jujitsu: cuando te estás acercando para hacer una llave, no te dejes engañar por un agujero negro-. Sea cual fuere su razón, se las arregló para ocultar sus huellas devolviendo ese dinero hace dos años, justo después de que se vendiera uno de los cuadros de su colección, un Jacques-Louis David, exactamente por la misma cantidad. ¿Coincidencia? Yo no creo en las coincidencias.

Ochoa negó con la cabeza.

– Ni de broma.

– Decididamente, la detective no es amiga de las coincidencias -apuntó Raley.

– ¿Es así como empezó, Noah? ¿Necesitaba unos cuantos de los grandes e hizo que copiaran uno de los cuadros y lo sustituyó por el real, que luego vendió? Usted mismo dijo que Matthew Starr era un ignorante. El hombre nunca se dio cuenta de que el cuadro que usted puso en su pared era una falsificación, ¿verdad?

– Qué descarado -dijo Ochoa.

– Y se volvió más descarado aún. Cuando vio lo fácil que era seguir con eso, lo intentó con otro cuadro y con otro más y luego empezó a llevarse la colección obra a obra, a lo largo del tiempo. ¿Conoce a Alfred Hitchcock?

– ¿Por qué? ¿Me acusa él acaso del Asalto y robo de un tren?

– Alguien le preguntó una vez si se había cometido el crimen perfecto. Él dijo que sí. Y cuando el entrevistador le preguntó cuál había sido, él respondió: «Nadie lo sabe, por eso es perfecto».

Nikki se unió a Ochoa y Raley cerca del arco del pasillo.

– Pues tengo que adjudicárselo a usted; cambiar los cuadros reales por los falsos fue el crimen perfecto. Hasta que Matthew decidió vender de repente. Entonces su crimen dejaría de ser secreto. La tasadora era la primera que debía ser silenciada, así que contrató a Pochenko para que la matara. Y luego hizo que Pochenko viniera aquí y lanzara a Matthew por encima de la barandilla del balcón.

– ¿Quién es Pochenko? No deja de hablar de ese tío como si yo tuviera que saber quién es.

Nikki le hizo un gesto para que se acercara.

– Venga aquí.

Paxton dudó, miró la puerta principal, pero se acercó al arco del pasillo para unirse a los detectives.

– Eche un vistazo a esos cuadros. Fíjese bien en uno cualquiera, en uno que le guste.

Él se acercó a uno, le echó un vistazo superficial y se volvió hacia ella.

– ¿Y bien?

– Cuando Gerald Buckley lo delató, también nos dio la dirección del almacén en el que le hizo guardar las pinturas robadas. Hoy he conseguido una orden de registro para él. Y adivine qué he encontrado allí -preguntó, señalando la colección expuesta allí, bajo el brillo de la luz anaranjada de la puesta de sol-. La auténtica Colección Starr.

Paxton intentó mantener la compostura, pero se quedó de una pieza. Se volvió para mirar de nuevo el cuadro. Y luego el que estaba al lado de ése.

– Sí, Noah. Éstos son los cuadros originales que usted robó. Las copias están aún en la caja del piano, en el sótano.

Paxton se estaba volviendo loco. Caminaba de pintura en pintura temblando y respirando con dificultad.

– He de decir que el almacén que alquiló es de primera clase -continuó la detective Heat-. Climatizado, con tecnología punta antiincendios y muy seguro. Tienen las cámaras de seguridad con mayor definición que he visto en mi vida. Mire uno de los fotogramas congelados que he sacado de ellas. Es una foto pequeña, pero bastante nítida.

Paxton alargó una mano temblorosa. Nikki le pasó una foto sacada de la cámara de seguridad del almacén. Él empalideció aún más.

– Todavía tenemos que revisar sus archivos. Pero, por lo pronto, tienen un vídeo suyo llevando una obra de la colección de Matthew Starr a su almacén aproximadamente cada ocho semanas. Esta imagen suya en concreto fue tomada hace un mes; llevaba una pintura enorme -dijo, señalando hacia el otro extremo de la habitación a un lienzo de gran formato-. Es aquel de allí. -Paxton ni se molestó en volverse; se limitó a sostener la foto en sus manos-. Aunque ése no es mi cuadro favorito. Mi favorito es éste.

Asintió con la cabeza mirando hacia Ochoa, que tiró de la sábana que cubría el marco de la pared que estaba a su lado dejando al descubierto una instantánea de otro fotograma de la cámara de seguridad.

– Según el código de tiempo, fue tomada uno coma seis segundos después de la imagen que tiene en sus manos. Ése es un lienzo enorme, señor Paxton. Demasiado pesado y demasiado valioso para que un hombre se arriesgue a transportarlo solo. Y mire quién está doblando la esquina ayudándolo por el otro extremo.

Paxton se olvidó de la foto que tenía en sus manos y la dejó caer al suelo. Se quedó mirando fijamente con incredulidad la imagen enmarcada de la cámara de video-vigilancia colgada en la pared, donde se le veía transportando el cuadro ayudado por Vitya Pochenko.

Dejó caer la cabeza, y su cuerpo se encorvó. Se tambaleó hasta abrazarse a sí mismo en el respaldo de un sofá.

– Noah Paxton, queda usted detenido por los asesinatos de Matthew Starr y Barbara Deerfield. -Nikki le dio la espalda y se volvió hacia Raley y Ochoa-. Esposad…

– ¡Arma! -gritaron los Roach a la vez. Raley y Ochoa se llevaron las manos a las caderas. Nikki ya tenía la mano en su Sig, en su pistolera. Pero cuando se volvió de nuevo hacia Paxton, él la estaba apuntando con la pistola.

– La ha sacado del cojín del sofá -dijo Raley.

– Tírela, Paxton -ordenó Heat. No extendió la mano, pero dio un paso hacia él, intentando situarse en posición de desarme. Él dio dos pasos hacia atrás para ponerse totalmente fuera de su alcance.

– No lo haga -dijo él-, o dispararé. -Le temblaba la mano y Nikki temía que disparara sin querer, así que se quedó quieta. Además, Raley y Ochoa estaban detrás de ella. Si iba a por él, se arriesgaría a que una bala perdida le diera a alguno de ellos.

Su plan era ganar tiempo haciendo hablar a Paxton.

– Esto no va a funcionar, Noah. Nunca lo hace.

– Sólo va a ser horrible -dijo Ochoa.

– No sea estúpido -intervino Raley.

– Quietos -ordenó Paxton, dando otro paso atrás hacia la puerta principal.

– Sé lo que está haciendo, está intentando pensar en una escapatoria, pero no hay ninguna. -Detrás de ella, Nikki pudo oír los pasos amortiguados sobre la alfombra que sus dos detectives iban dando lentamente para acorralar a Paxton. Ella siguió hablando con él para darles tiempo-. Debe saber que hay un coche patrulla abajo y policías en el vestíbulo. Son los mismos que lo siguen desde esta mañana, cuando Buckley lo delató.

– Vosotros dos, quietos. Os juro que, como os mováis, empiezo a disparar.

– Haced lo que dice -dijo Heat. Se dio la vuelta para mirarlos-. ¿Me estáis oyendo, chicos? Lo digo en serio. -Nikki usó su giro para impedir que Paxton la viera desenfundar su Sig. Dejó caer la mano contra su costado y sujetó fuertemente el arma contra la parte de atrás del muslo cuando se volvió de nuevo hacia Paxton.

Entretanto, él había retrocedido un paso más. Tenía la mano libre sobre la manilla de la puerta.

– Todos atrás.

Se quedaron donde estaban. Nikki continuó intentando convencerlo hablando con él, aunque sujetaba su arma detrás de ella.

– Usted es experto en números, ¿no? ¿Cuántas posibilidades cree que tiene de llegar a la calle?

– Cállese, estoy pensando.

– No, no está pensando.

La mano le temblaba cada vez más.

– ¿Y qué más da? Estoy jodido.

– Pero no está muerto. ¿Quién prefiere que se ocupe de esto, su abogado o su funeraria?

Se lo pensó unos instantes, moviendo los labios en algún silencioso diálogo interno. Y justo cuando Nikki creyó que iba a entrar en razón, abrió la puerta principal de par en par. Ella levantó el arma, pero Paxton ya había salido disparado dejando la puerta atrás e iba corriendo por el pasillo.

Todo lo que sucedió después fue muy rápido. La puerta se cerró de un portazo mientras Nikki se abría paso hacia ella. Detrás oyó las pistolas que se desenfundaban, pasos y a Raley hablando por su walkie-talkie.

– El sospechoso mide metro ochenta. El sospechoso va armado, repito, va armado, lleva un revólver y está en el sexto piso. Detectives en persecución.

Heat pegó la espalda a la pared con los hombros a la altura del marco de la puerta y con su Sig Sauer levantada en posición isósceles.

– Cubridme -ordenó. Ochoa funcionó como un reloj. Se agachó, se apoyó en una rodilla sosteniendo su Smith & Wesson en la mano derecha y sujetando el pomo con la izquierda.

– Adelante.

Acto seguido, la detective Heat dijo:

– Ya.

Ochoa empujó la puerta para abrírsela. Nikki pivotó alrededor de la jamba, cuadrando su objetivo en la parte de arriba del pasillo. Se detuvo, aún en posición de combate, sacudió la cabeza y murmuró: «Madre…».

Ochoa y Raley salieron tras ella y se detuvieron también. Raley habló tranquilamente por la radio.

– A todas las unidades, tenemos un rehén.

Allí estaba Rook, de pie en medio del pasillo, mientras Paxton lo agarraba por detrás y le apuntaba con la pistola a la cabeza. Miró a Nikki tímidamente.

– Supongo que ha sido Noah -dijo.

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