Capítulo 14

Raley volvió a la oficina abierta con su chaqueta deportiva colgando de un dedo. Su camisa azul claro estaba de dos colores por culpa del sudor.

– Os he traído un regalo de Sotheby's.

Nikki se levantó de la mesa.

– Adoro los regalos. ¿Qué es, un Winslow Homer? ¿La Carta Magna?

– Mucho mejor. -Le entregó un papel doblado-. Me han dejado imprimir una página del calendario de Outlook de Barbara Deerfield. Siento que esté toda arrugada. La humedad ahí fuera es brutal.

Nikki cogió la hoja como si pudiera sacar algo en limpio de ella.

– Está húmeda.

– Sólo es sudor.

Mientras desdoblaba la hoja y la leía, Ochoa giró en su silla de oficina y tapó su teléfono.

– Nunca he visto a un tío que sudara tanto como tú, colega. Darte la mano es como apretar el culo de Bob Esponja.

– Ochoa, eso se piensa pero no se dice. -Rook se levantó para mirar la hoja por encima del hombro de Nikki.

– Bien, tenemos nuestra… -Nikki pareció sentir que Rook se estaba acercando demasiado, así que le pasó la hoja y estableció cierta distancia-. Tenemos nuestra confirmación de que Barbara Deerfield tenía una cita para tasar las obras de arte en el apartamento de Matthew Starr la mañana que fue asesinado.

– Y la mañana que ella fue asesinada -añadió Rook.

– Probablemente. Aún estamos esperando la confirmación de la hora de su muerte por parte del Departamento Forense, pero podemos decir que es una suposición segura. -Nikki utilizó la punta fina del rotulador para meter la cita de tasación de Barbara Deerfield con Starr en la línea de tiempo de la pizarra, y luego le puso la tapa.

– ¿No vas a añadir también su muerte en la pizarra? -preguntó Rook.

– No, segura o no, aún es una suposición.

– Vale. -Y añadió-: Tal vez para ti.

Raley la informó de todo lo que se había enterado sobre la víctima gracias a sus compañeros de trabajo. Todo Sotheby's estaba consternado y horrorizado por las noticias. Cuando alguien desaparece te esperas lo mejor, pero ésta fue la confirmación de sus peores miedos. Barbara Deerfield tenía una buena relación con sus compañeros, todo indica que era una persona estable, adoraba sus trabajo, parecía disfrutar de una vida familiar feliz; con sus hijos en la universidad, y estaba muy emocionada planeando unas vacaciones a Nueva Zelanda con su marido.

– Tiene buena pinta -dijo Raley-. Allí ahora es invierno. Nada de sudores antiestéticos.

– Bueno, contrástalo con el punto de vista de su familia, de sus amigos y de sus amantes para curarnos en salud, pero mi instinto me dice que no va por ahí, ¿y a ti?

Raley estaba de acuerdo con ella y se lo hizo saber.

Ochoa colgó el teléfono.

– Era el Departamento Forense. ¿Qué queréis primero, las novedades o las novedades? -Vio la mirada de la detective Heat e inteligentemente decidió que ése no era momento para jueguecitos-. Hay dos resultados para ti. Primero, el tejido del balcón encaja con el de unos vaqueros de Pochenko.

– Lo sabía -dijo Rook-. Cabronazo.

Nikki ignoró su arrebato. El corazón se le estaba acelerando, pero actuó como si estuviera allí sentada, escuchando la información de la Bolsa de Tokio mientras esperaba el informe del tráfico en la radio. A lo largo de los años, había aprendido que cada caso tenía una vida. Éste no estaba aún cerca de ser resuelto, pero estaba entrando en la fase en la que por fin tenía datos consistentes para hacer una criba. Era necesario escuchar cada prueba, y la emoción, especialmente la suya, lo único que hacía era ruido.

– Y segundo, tenías razón. Había unas huellas por fuera de aquellas ventanas que daban a la salida de incendios. Y sabemos de quién.

– Claro -dijo Rook.

La detective se sentó un momento a reflexionar.

– Bien. Así que tenemos una pista que apunta a que Pochenko tiró a Matthew Starr por el balcón, y tenemos otra que nos dice que, en cierto momento, intentó sin éxito entrar por una ventana. -Volvió a la pizarra y escribió el nombre de Pochenko al lado de «tejido». En un espacio en blanco escribió «¿acceso?» y lo rodeó con un círculo.

Mientras estaba allí de pie, pasándose el rotulador de una mano a otra, una nueva costumbre de la que se había dado cuenta, su mirada iba de la foto del anillo hexagonal a las marcas del torso de Matthew Starr.

– Detective Raley, ¿hasta dónde estás de visionar el vídeo de la cámara de vigilancia del Guilford?

– ¿Hasta las narices?

Ella le puso una mano en el hombro.

– Entonces vas a odiar tu siguiente tarea. -Retiró la mano y la secó discretamente en el muslo.

Ochoa se rió entre dientes y tarareó la canción de Bob Esponja.


Mientras Raley desenterraba y ponía el vídeo de vigilancia, Heat hizo su llamada de rigor y su ronda en el ordenador para comprobar los hurtos, asaltos y robos en cajeros automáticos para ver si los últimos informes le daban alguna idea de dónde podía estar Pochenko. No había ni rastro de él desde el robo en el supermercado. Un amigo de Nikki, un policía de Narcóticos que estaba infiltrado en los barrios rusos de Brighton Beach, tampoco había descubierto nada. Heat se dijo a sí misma que estas comprobaciones compulsivas eran un buen trabajo de detective, ya que el éxito dependía en gran medida de diligencias para tontos. Pero en el fondo de su corazón no le gustaba en absoluto la idea de que hubiera un hombre peligroso suelto por ahí, que se lo había tomado de forma personal con ella y se le había escabullido. Eso menoscababa la apreciada habilidad de la detective Heat para mantenerse al margen de los aspectos emocionales de su trabajo en un caso. Después de todo, se suponía que ella debía ser la policía, no la víctima. Nikki se permitió momentáneamente pisar el césped de lo puramente humano, y luego volvió al camino.

¿Adónde habría ido? Un hombre como ése, grande y llamativo, herido, a la fuga, sin poder volver a su casa, se tendría que convertir en carroñero en algún momento. A menos que tuviera algún sistema de apoyo y algún dinero escondido, su presencia se notaría en algún lugar. Tal vez los tenía. Tal vez. No le daba esa impresión. Colgó el teléfono tras la última llamada, y se quedó mirando fijamente a la nada.

– Quizá haya entrado en uno de esos reality shows en los que se llevan a los participantes a alguna isla desierta a comer bichos y gritarse unos a otros -observó Rook-. Ya sabes, algo así como «Soy un asesino idiota, sacadme de aquí».


– Solo y con sacarina, ¿no? -Nikki puso un café sobre la mesa de Raley.

– Vaya, gracias, te lo agradezco. -Raley estaba escudriñando el vídeo de vigilancia del vestíbulo del Guilford-. A menos que signifique que me voy a tener que pasar otra noche en vela así.

– No, esto no nos llevará mucho tiempo. Pásalo hasta Miric y Pochenko, y pónmelo a cámara lenta. -Raley tenía mucha experiencia en esa parte y encontró el punto exacto en el que entraban de la calle-. Bien, cuando veas a Pochenko, páralo.

Raley congeló la imagen e hizo un zoom sobre la cara del ruso.

– ¿Qué estamos buscando?

– Eso no -dijo ella.

– Pero querías que congelara este fotograma.

– Exacto. ¿Y qué hemos estado haciendo? Centrarnos sólo en su cara para identificarlo, ¿cierto?

Raley la miró y sonrió.

– Ah, ya lo pillo -retiró el zoom sobre la cara de Pochenko y reconfiguró la imagen.

A Nikki le gustó lo que estaba viendo.

– Exacto, ahí le has dado. Raley, lo pillas rápido. Sigue así, a partir de ahora te dejaré visionar todos los vídeos de las cámaras de vigilancia.

– Has calado mi intención de convertirme en el zar del vídeo de la comisaría. -Se movió con el ratón hasta la otra parte del fotograma congelado y lo arrastró para hacer un zoom. Cuando consiguió lo que quería, se recostó en la silla.

– ¿Qué tal así? -preguntó.

– No más llamadas, por favor. Tenemos un ganador.

La mano de Pochenko llenaba toda la pantalla. Y en ella se veía bastante bien su anillo hexagonal, el mismo que Lauren le había enseñado en el depósito.

– Guárdalo e imprímemelo, zar Raley.

Minutos después, Heat añadía la foto del anillo de Pochenko a la galería cada vez mayor de la pizarra. Rook estaba de pie, apoyado en la pared, asimilándolo, y levantó la mano.

– ¿Se me permite hacer una pregunta?

– Rook, un día de éstos llamaré para hacer una pregunta a uno de tus amagos de comedia nocturna con micrófono abierto.

– Lo interpretaré como un sí.

Se dirigió hasta la pizarra y señaló las fotos de la autopsia de Matthew Starr donde se veía su torso.

– ¿Qué dijo exactamente tu amiga del Departamento Forense sobre los cardenales de los puñetazos y el anillo?

– Tiene nombre, se llama Lauren, y dijo que todos los cardenales del torso tenían la marca del anillo excepto uno. Mira. -Señaló cada uno de ellos-. Cardenales con el anillo: aquí, aquí, aquí y aquí.

Rook señaló uno de los cardenales.

– Menos éste de aquí, un puñetazo, la misma mano, sin la marca del anillo.

– Tal vez se lo quitó -aventuró Nikki.

– Disculpe, detective, ¿quién es aquí el especulador? -Nikki sacudió la cabeza. Odiaba que fuera tan mono. Lo odiaba. Él continuó-: Pochenko tenía el anillo puesto cuando él y Miric fueron a «sugerirle» a Starr que pagara su deuda, ¿no? -Rook dio un puñetazo al aire-. Pim, pam, pum. Dile a Raley que eche de nuevo un vistazo a ese vídeo y apuesto a que Pochenko sigue llevando el anillo al salir.

Heat gritó hacia el otro lado de la sala.

– ¿Raley?

Raley contestó con un «te odio» y volvió a poner el vídeo para revisarlo.

– Cuando se marcharon, la tasadora de arte llegó para su cita y se fue. Ésta es mi especulación -dijo Rook-. Este moratón de aquí, el que no tiene la marca, se lo hicieron después, cuando Pochenko volvió por la tarde para matar a Matthew Starr. Pochenko no llevaba puesto el anillo porque lo perdió durante la refriega en el coche mientras estrangulaba a Barbara Deerfield.

Heat se mordió el labio inferior, pensativa.

– Todo eso está muy bien, de hecho es muy probable.

– Entonces, ¿no crees que he justificado la hora de la muerte de Barbara Deerfield?

– En eso ya estoy de acuerdo contigo. Pero está desestimando un punto incluso más importante, señor reportero.

– Que es…

– Que es un gran por qué -dijo la detective-. Si hay una conexión entre esos dos asesinatos, ¿por qué Pochenko mató primero a Barbara Deerfield? Es una pregunta sobre el móvil. Si vas hacia atrás desde el móvil, normalmente te encuentras con un asesino.

Rook miró la pizarra, y luego de nuevo a ella.

– ¿Sabes? Mick Jagger nunca me hizo trabajar tanto.

Pero ella no pareció oírlo. Heat estaba centrada en Ochoa, que acababa de entrar en la sala.

– ¿Ya ha llegado? -preguntó. Ochoa levantó algunos papeles doblados-. Estupendo.

– ¿Qué pasa? -quiso saber Rook.

– Hay quien espera a que lleguen los barcos, yo espero órdenes judiciales. -Heat se encaminó hacia su mesa y cogió su bolso-. Si prometes ser un chico bueno esta vez, te dejaré venir para que veas cómo arresto a alguien.


Heat y Rook subieron las escaleras del lúgubre edificio de apartamentos y giraron en el rellano del segundo piso. Era un antiguo dúplex de arenisca de color café rojizo desvaído de Hell's Kitchen en el que a alguien se le ocurrió que podía invertir un poco de pintura, porque todo estaba pintado en lugar de arreglado. A aquella hora del día, el aire rezumaba una combinación de olor a desinfectante y comida. Y el calor sofocante no hacía más que convertirlo en una experiencia más táctil.

– ¿Estás segura de que él está aquí? -dijo Rook en un susurro. Aun así, su voz resonó como en la cúpula de una catedral.

– Segurísima -replicó ella-. Llevamos vigilándolo todo el día.

Nikki se detuvo en el apartamento 27. Habían pintado los números de latón por encima hacía mucho tiempo. Una gota fosilizada de esmalte verde claro formaba una lágrima al lado del 7. Rook estaba de pie justo en frente de la puerta. Nikki lo cogió por la cintura y lo echó hacia un lado.

– Por si dispara. ¿Nunca has visto Policías? -Ella se situó en el lado opuesto-. Y ahora espera aquí fuera hasta que yo dé vía libre.

– Para eso podía haber esperado en el coche.

– Aún puedes.

Él lo sopesó, dio medio paso hacia atrás y se apoyó en la pared con los brazos cruzados. Heat llamó.

– ¿Quién es? -dijo una voz sorda desde dentro.

– Policía de Nueva York. Gerald Buckley, abra la puerta, tenemos una orden judicial. -Nikki contó brevemente hasta dos, se volvió y abrió la puerta de una patada. Desenfundó y entró en el apartamento. Cuando la puerta rebotó, le dio un golpe con el hombro mientras entraba-. ¡Alto!

Pudo ver brevemente a Buckley desapareciendo en el vestíbulo. Se aseguró de que la sala estaba vacía antes de seguirlo, y en un breve lapso de tiempo, antes de entrar en el dormitorio, él ya había tenido tiempo para sacar una pierna por la ventana. A través de las cortinas pudo ver a Ochoa esperándolo en la escalera de incendios. Buckley se detuvo y empezó a entrar de nuevo. Nikki lo ayudó por sorpresa, pistola en mano y tirando de él hacia atrás por el cuello de la camisa.

– Caray -dijo Rook, impresionado.

Nikki se volvió y lo vio en el dormitorio, detrás de ella.

– Pensaba que te había dicho que te quedaras fuera.

– Ahí fuera huele fatal.

Heat volvió a centrar su atención en Buckley, que estaba tumbado boca abajo en el suelo, y le puso las manos detrás de la espalda.


Gerald Buckley, el deshonrado portero del Guilford, estaba al cabo de unos minutos sentado con las manos esposadas en su propia salita. Nikki y Rook se acomodaron cada uno a un lado de él, mientras los Roach buscaban su sitio.

– No sé por qué están obsesionados conmigo -dijo-. ¿A eso se dedican cada vez que hay un robo en algún sitio, a fastidiar a los tíos que trabajan allí por casualidad?

– No lo estoy fastidiando, Gerald -dijo Heat-. Lo estoy arrestando.

– Quiero un abogado.

– Y lo tendrá. Usted también va a necesitar uno. Su amigo el motero, ¿Doc? Él… No quiero decir «tiró la piedra», suena demasiado a Starsky y Hutch. -Las digresiones de Nikki le estaban molestando, lo que hizo que ella quisiera hacer aún más: desquiciarlo, tratar de que soltara la lengua-. Seamos más civilizados, digamos que él le ha implicado en una declaración jurada.

– Yo no conozco a ningún motero.

– Qué interesante. Porque Doc, que es motero, por cierto, dice que usted fue el que lo contrató para llevar a cabo el robo en el Guilford. Dice que lo llamó para que se diera prisa cuando hubo el apagón. Usted le pidió que reuniera un equipo para entrar en el apartamento de Starr y robar todas las obras de arte.

– Gilipolleces.

– Es difícil reunir un equipo para un trabajo grande avisando con tan poco tiempo, Gerald. Doc dice que no eran suficientes y que lo llamó para que fuera el cuarto para hacer el trabajo. Razón por la cual supongo que tuvo que llamar a Henry para decirle que no podía hacer su turno. Me encanta la ironía. Tuvo que llamarlo y decirle que no iba a poder ir a trabajar porque tenía que ir allí a hacer un trabajo. ¿Capta la ironía Gerald?

– ¿Por qué están destrozando mi casa? ¿Qué buscan?

– Algo que pueda complicarle la vida -dijo Heat. Raley apareció en el umbral de la puerta, levantó un revólver, y continuó la búsqueda-. Eso podría valer. Espero que tenga permiso, o esto podría convertirse en una visita incómoda.

– Zorra.

– Ya lo sabe -dijo ella, sonriendo. Giró la cabeza y se quedó allí sentada-. Tenemos mucho de que hablar.

Ochoa la llamó desde la sala de estar.

– ¿Detective Heat? -Raley vino a sustituirla con el prisionero y Nikki se disculpó.

Buckley miró a Rook.

– ¿Y usted qué mira? -preguntó.

– A un hombre haciéndose mucha caca.

Ochoa estaba de pie en el extremo del sofá y había abierto la puerta del mueble bar. Señaló hacia dentro.

– He encontrado esto escondido detrás del licor de menta y de unas botellas de ginebra -dijo, levantando una cámara con su mano enguantada. Una cámara réflex digital de las caras.

– Compruébalo. -Le dio la vuelta al cuerpo de la cámara para poder leer la pequeña etiqueta rectangular de inventario con el código de barras y un número de serie en la parte inferior. Y una frase impresa sobre el código, que decía: «Propiedad de Sotheby's».

Загрузка...