Capítulo 18

Mientras volvían de la oficina forense, Nikki no necesitó darse la vuelta para saber que Rook estaba enfadado en el asiento trasero. Aunque se moría de ganas de hacerlo, porque ver su tormento le habría producido un malévolo placer.

Ochoa, que iba sentado atrás con él, le preguntó:

– Eh, Holmes, ¿te encuentras mal? ¿Te mareas?

– No -respondió Rook-. Aunque tal vez haya pillado un resfriado cuando me mandaron al pasillo en el momento en que Buckley iba a hablar.

Heat tuvo la tentación de girarse con cara de pena.

– ¿Un poco de teatro? Me echaste a patadas durante la última escena.

Raley frenó en el semáforo de la Séptima Avenida y dijo:

– Cuando algo está a punto de destaparse, cuantos menos, mejor. Y lo último que quieres es que haya un periodista delante.

Nikki se apoyó en el reposacabezas y echó un vistazo al termómetro digital del JumboTron del Madison Square Garden. Treinta y siete grados.

– De todos modos, seguro que sabes qué nombre dijo Buckley, ¿no, Rook?

– Dímelo y te diré si es el que pensaba.

Eso provocó algunas risitas entre dientes dentro del Crown Victoria.

Rook resopló.

– ¿Cuándo se ha convertido esto en una novatada?

– No es ninguna novatada -dijo ella-. Quieres ser como los detectives, ¿no? Haz lo que nosotros hacemos y piensa como uno de nosotros.

– Menos como Raley -advirtió Ochoa-. Él no piensa bien.

– Incluso te ayudaré un poco -se ofreció Heat-. ¿Qué sabemos? Sabemos que los cuadros eran falsos. Sabemos que habían desaparecido cuando el equipo de Buckley llegó allí. ¿Continúo, o ya te lo imaginas?

El semáforo cambió y Raley siguió conduciendo.

– Estoy desarrollando una teoría -dijo Rook.

Al final, ella acabó por apoyar el codo sobre el asiento para mirarlo a la cara.

– Eso no es exactamente decir un nombre.

– Vale, está bien -dijo, e hizo una pausa-. Agda -soltó-. Rook esperó una respuesta, pero sólo obtuvo miradas de asombro, así que llenó el silencio-. Tenía vía libre para acceder al apartamento ese día. Y he estado pensando en su entrevista. No me trago su pose de niñera ingenua ni los inocentes masajitos de hombros. Esa cría se estaba tirando a Matthew Starr. Y creo que él la abandonó como hizo con el resto de sus amantes, sólo que ella se enfadó lo suficiente como para querer vengarse.

– ¿Entonces fue Agda quien lo mató? -preguntó Heat.

– Sí. Y robó los cuadros.

– Interesante -dijo, y se quedó pensando un momento-. Y supongo que también te habrás imaginado por qué Agda mató a la tasadora de arte. Y cómo se llevó los cuadros.

Los ojos de Rook perdieron contacto con los suyos y descendieron hacia sus zapatos.

– Aún no he atado todos los cabos, todavía es una teoría.

Ella miró alrededor para sondear a sus compañeros.

– Es un proceso. Lo aceptamos.

– ¿Pero tengo razón?

– No lo sé, ¿la tienes? -dijo, y se pasó el resto del camino mirando hacia delante para que él no viera su sonrisa.


Rook y los detectives Raley y Ochoa tuvieron que apresurarse para seguir el ritmo de Heat cuando llegaron a la comisaría. En cuanto entró en la oficina abierta, Nikki se fue directa a su mesa y abrió el archivador.

– Vale, ya lo tengo -dijo Rook cuando llegó tras ella-. ¿Cuándo empezó Agda a trabajar para la familia Starr?

– Hace dos años -contestó Heat, sin molestarse en mirarlo a la cara. Estaba ocupada buscando entre las fotos de un archivo.

– ¿Y cuándo dijo Casper que habían vendido los cuadros? Es verdad, hace dos años -dijo Rook. Esperó un poco, pero ella siguió mezclando su baraja de fotografías-. Y Agda se llevó los cuadros del Guilford porque no trabaja sola. Creo que nuestra sueca podría formar parte de alguna red de robo de arte. Una red internacional de robo y falsificación.

– Ajá…

– Es joven, guapa, se introduce en los hogares de la gente rica y tiene acceso a sus obras de arte. Es su hombre topo. Mujer. Niñera.

– ¿Y por qué una red internacional de falsificación iba a ser lo suficientemente tonta como para robar un puñado de cuadros falsos?

– No eran falsificaciones cuando las robaron -señaló él, y cruzó los brazos bastante satisfecho consigo mismo.

– Ya -dijo la detective-. ¿Y no crees que se habrían dado cuenta si su niñera hubiera salido del apartamento con un cuadro? ¿O que habrían notado el sitio vacío en la pared?

Él se quedó pensativo, cerrado en banda.

– Tienes preguntas para todo, ¿no?

– Rook, si nosotros no le buscamos los tres pies al gato, los abogados de la defensa lo harán. Por eso necesito construir un caso.

– ¿No lo he hecho ya por ti?

– ¿No te has dado cuenta de que sigo construyéndolo? -Encontró la fotografía que estaba buscando y la metió en un sobre-. Roach.

Raley y Ochoa se acercaron a su mesa.

– Cogeréis el Roachmóvil para hacer un viajecito fuera de la ciudad con esta foto de Gerald Buckley. Id al lugar que mencionó en la oficina forense. No debería de ser difícil de encontrar. Enseñad la foto a ver si alguien lo conoce y volved aquí de nuevo, inmediatamente.

– ¿Fuera de la ciudad? ¿Cómo me he perdido eso? Ah, ya, otra vez la exclusión de Buckley -dijo Rook-. Déjame adivinar. ¿Vais a comprobar si Agda mintió sobre lo de la universidad y si en realidad estaba en otro lugar con los cuadros?

– Raley, ¿tienes un mapa?

– No necesito ningún mapa.

– No, pero Rook sí -dijo Heat-. Está perdido.

Cuando Raley y Ochoa se fueron, retiró el archivo de su mesa. Rook todavía seguía rondándola.

– ¿Qué vamos a hacer?

Nikki señaló una silla.

– ¿Vamos? Nosotros, es decir, tú, vas a aparcar tu trasero de Premio Pulitzer y te vas a quitar de mi camino mientras intento conseguir unas cuantas órdenes judiciales.

Rook se sentó.

– ¿Órdenes de arresto? ¿En plural?

– Órdenes de registro, en plural. Necesito dos y una más para pinchar un teléfono -dijo. Miró el reloj y murmuró un juramento-. Ya es mediodía, y las necesito inmediatamente.

– Creo que puedo serte útil, si tienes prisa.

– No, Rook.

– Si está tirado.

– He dicho que no. Mantente al margen de esto.

– Si ya lo he hecho antes.

– Ignorando mis instrucciones.

– Y consiguiéndote tu orden judicial -contraatacó. Echó un vistazo a su alrededor, para cerciorarse de que la oficina abierta estaba vacía, y bajó la voz-. Después de lo de la otra noche, ¿no podríamos pasar de esto?

– Ni se te ocurra.

– Deja que te ayude.

– No. Nada de llamar al juez Simpson.

– Dame una buena razón.

– Porque ahora que el juez y yo somos colegas de póquer -dijo ella, sonriendo, mientras cogía el teléfono-, lo puedo llamar yo misma.

– Te acuestas conmigo y luego te burlas de mis teorías y me robas a todos mis amigos -se quejó Rook, echándose hacia atrás y cruzándose de brazos-. Precisamente por eso no pienso presentarte a Bono.


Horace Simpson se materializó con las órdenes judiciales acompañadas de una amonestación judicial en la que le recomendaba que volviera a llevar su trasero a la mesa de póquer de Rook para que él pudiera recuperar sus pérdidas. Y pensar que durante años la detective había tenido que dar mil vueltas para llegar a los jueces.

Tener las órdenes de búsqueda en sus manos resultó ser la parte fácil. Instalar el sistema de escuchas telefónicas requería tiempo, lo que implicaba varias horas de espera. No Nikki Heat. Irrumpió en la oficina abierta procedente de la oficina del capitán Montrose y cogió el bolso.

– ¿Y ahora qué?

– El capitán me ha cedido una patrulla. Vamos a ejecutar mis órdenes de registro -dijo. Cuando él se levantó para ir con ella, ella continuó-: Lo siento, Rook, estamos en una fase crítica. Esto es sólo para policías.

– Vamos, me quedaré en el coche, te lo prometo. Hace calor, pero sólo necesito que me dejes una rendija de la ventanilla abierta. Dicen que es peligroso, pero yo soy fuerte, me llevaré agua.

– Estarás mejor aquí revisando tus pruebas. Tienes la pizarra para estudiar, tienes aire acondicionado y tienes tiempo, mucho tiempo. Recuerda, piensa como un detective -dijo, cruzando la sala y dándole la espalda.

– Podrías llevarme tranquilamente, sé adonde vas. -Eso hizo que ella se detuviera. Se dio la vuelta para mirarlo desde la puerta-. Al Guilford y a un almacén particular de Varick -dijo él. Ella miró su bolso.

– Has estado husmeando en mis órdenes, ¿verdad?

Ahora le tocaba sonreír a él.

– Me he limitado a pensar como un periodista.


Dos horas más tarde, Heat volvió y se encontró a Rook mirando fijamente la pizarra.

– ¿Se te ha ocurrido alguna idea más mientras estaba fuera?

– La verdad es que sí.

Ella se dirigió a su mesa y comprobó su buzón de voz. Estaba vacío. Nikki colocó bruscamente el auricular en su sitio con frustración y miró su reloj.

– ¿Estás bien? ¿Algún problema con tus órdenes de registro?

– Al contrario -dijo-. Sólo estoy ansiosa por lo de pinchar los teléfonos. Lo otro ha ido muy bien. Más que bien.

– ¿Qué has descubierto?

– Tú primero. ¿Cuál es tu nueva teoría?

– Bueno. He estado pensando en todo esto y ya sé quién ha sido.

– ¿No ha sido Agda?

– ¿Por qué? ¿Es Agda?

– Rook.

– Perdona, vale. Es un disparate. Paso de Agda. Pero he estado pensando en algo que dijo sobre el nuevo piano. -Eso captó el interés de Nikki, que se sentó apoyada en el extremo de su mesa, con los brazos cruzados-. ¿Me estoy acercando? -preguntó.

– No tengo todo el día. Al grano.

– Cuando la entrevistaste, Agda dijo algo sobre que el piano era precioso, que casi se había desmayado cuando lo habían sacado de la caja. -Hizo una pausa-. ¿Quién entrega pianos en cajas hoy en día? Nadie.

– Interesante. Continúa. -De hecho, ésas eran las aguas en las que ella estaba pescando, y Nikki tenía curiosidad por escuchar su versión.

– Sabemos que entregaron el piano porque lo vimos después del robo. Así que eso me lleva a preguntarme por qué meter una caja a menos que algo vaya a ir dentro de ella después de sacar el piano.

– Y entonces ahora crees que ha sido, ¿quién?

– Es obvio. La empresa de pianos es la tapadera de unos ladrones de arte.

– ¿Ésa es tu respuesta final? -La cara inexpresiva que ella puso hizo que Rook diera marcha atrás tan rápidamente que a Nikki le entraron ganas de echarse a reír a carcajadas. Pero mantuvo su cara de póquer.

– O… -continuó él-, déjame terminar. Has ejecutado unas órdenes de registro en el Guilford y en un almacén privado. Mantengo lo de la caja del piano, pero diría que ha sido… Kimberly Starr. Tengo razón, lo sé. Lo puedo ver en tu cara. A ver, dime que no tengo razón.

– No pienso decirte nada -dijo ella. Raley y Ochoa entraron en la oficina abierta. Heat volvió a empezar con ellos-. ¿Por qué iba a echar a perder la diversión?

– Raley y yo hemos estado enseñando la foto de Buckley -dijo Ochoa-. Dos personas lo han reconocido. No está mal.

– No está nada mal -dijo Nikki, atreviéndose a dejarse sentir la emoción de que el caso fuera cogiendo impulso-. ¿Y testificarán?

– Declararán -dijo Raley.

El teléfono de la mesa de Nikki sonó y ella se lanzó a por él.

– Detective Heat -dijo, y estuvo un rato asintiendo como si su interlocutor la pudiera ver-. Excelente. Genial. Estupendo. Muchísimas gracias. -Colgó y se dirigió hacia su equipo-: Ya han instalado el sistema de escuchas. Empieza el baile.

Por una vez, las cosas se estaban moviendo al ritmo de Heat.


Nikki y Rook estaban embutidos en la esquina de la diminuta sala, rodilla con rodilla, sentados en unas sillas metálicas plegables detrás del técnico de la policía que estaba grabando las llamadas. El ventilador del aire acondicionado silbaba, así que Heat había desconectado el aire para poder oír sin esa distracción, y allí dentro hacía un calor sofocante.

Un piloto azul parpadeaba en la consola.

– Grabando -dijo el técnico.

Heat se puso los auriculares. El tono de llamada ronroneó en la línea. Su respiración se volvió superficial, como en la redada de Long Island City, sólo que esta vez no conseguía calmarse. El corazón le golpeaba el pecho con la cadencia de la música disco hasta que Nikki oyó el clic al descolgar y uno de los latidos dio un brinco.

– ¿Sí?

– Uso tu línea directa porque no quiero que la recepcionista sepa que te estoy llamando -dijo Kimberly Starr.

– Vale… -Noah Paxton parecía no fiarse de ella-. No entiendo por qué.

Nikki le hizo una señal al técnico para asegurarse de que estaba grabando. Él asintió.

– Estás a punto de hacerlo, Noah -continuó Kimberly.

– ¿Algo va mal? Tienes una voz rara.

Nikki entrecerró fuertemente los ojos para concentrarse, con la intención de limitarse a escuchar. Con los auriculares puestos, el sonido tenía la calidad de un iPod. No se le escapaba ningún matiz. El bufido del aire de la silla en la que Noah estaba sentado. Kimberly tragando saliva con dificultad.

Nikki esperó. Ahora quería palabras.

– Necesito tu ayuda con una cosa. Sé que siempre hiciste cosas por Matthew, y ahora quiero que hagas lo mismo por mí.

– ¿Cosas? -Seguía estando a la defensiva.

– Venga, Noah, corta el rollo. Los dos sabemos que Matt se metía en mucha mierda turbia que tú solucionabas. Ahora yo necesito de esos servicios.

– Te escucho -dijo él.

– Tengo los cuadros.

Nikki se sorprendió a sí misma apretando los puños de la tensión y aflojándolos. La silla de la oficina de Paxton crujió.

– ¿Qué?

– ¿No hablo lo suficientemente claro? Noah, la colección de arte. No la robaron, yo la cogí. La escondí.

– ¿Tú?

– No yo en persona. Unos tipos lo hicieron por mí mientras yo estaba fuera de la ciudad. Olvídalo. La cuestión es que los tengo y que quiero que me ayudes a venderlos.

– Kimberly, ¿te has vuelto loca?

– Son míos. No estaban asegurados. Merezco algo por todos los años que pasé con ese hijo de puta.

Ahora le tocó a Heat tragar con dificultad. Todo empezaba a encajar. El corazón se le iba a salir del sitio.

– ¿Qué te hace pensar que yo sabría cómo venderlos?

– Noah, necesito ayuda. Tú eras el que le sacaba las castañas del fuego a Matthew, ahora quiero que hagas lo mismo conmigo. Y si no me quieres ayudar, ya encontraré a alguien que lo haga.

– No tan rápido, Kimberly, frena -le recomendó él. Se oyó otro bufido neumático y Heat se imaginó a Noah Paxton levantándose tras su mesa en forma de herradura-. No llames a nadie. ¿Me oyes?

– Te oigo -dijo ella.

– Tenemos que hablar de ello. Todo esto tiene solución, sólo necesitas mantener la calma. -Hizo una pausa, y luego continuó-: ¿Dónde están los cuadros?

Una ola de expectación recogió a Nikki y la elevó hasta que se sintió repentinamente ingrávida en su cresta. Un hilo de sudor se curvaba alrededor de la almohadilla de vinilo de uno de sus auriculares.

– Los cuadros están aquí -dijo Kimberly.

– ¿Y dónde es aquí?

«Dilo -pensó Nikki-, dilo».

– En el Guilford. ¿Qué te parece, eh? Tanto buscarlos y al final no habían salido del edificio.

– Muy bien, escúchame. No llames a nadie, sólo tranquilízate. Tenemos que resolver esto cara a cara, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

– Bien. Espera ahí. Ahora mismo voy -dijo, y colgó.

Nikki se quitó los auriculares. Cuando Rook se quitó los suyos, dijo:

– Lo sabía. Tenía razón. Fue Kimberly. Ja, ja, ¿quién va a chocar esos cinco? -dijo, levantando la palma de la mano hacia ella.

– Nosotros no chocamos esos cincos.

Rook se quedó allí de pie.

– Oye, será mejor que lleguemos allí antes que Noah. Si esa mujer mató a su marido, ¿quién sabe qué será lo próximo que haga?

Nikki se levantó.

– Gracias por el consejo, detective Rook.

Él le abrió la puerta, y salieron dando grandes zancadas.

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