Heat y Rook siguieron a Noah Paxton un par de pasos por detrás mientras éste los guiaba a través de los despachos y cubículos vacíos del cuartel general de Promociones Inmobiliarias Starr. En claro contraste con la desbordante opulencia del vestíbulo, el ático de la torre Starr Pointe, de treinta y seis pisos, tenía el sonido hueco y el aspecto de un gran hotel sobre el que se hubiera ejecutado una hipoteca después de que los acreedores lo hubieran expoliado de todo lo que no estuviera clavado al suelo. El espacio tenía un aire fantasmagórico, como si se hubiera producido un desastre biológico. No de simple vacío, sino de abandono.
Paxton señaló una puerta abierta y entraron en su despacho, el único de los que Heat había visto que aún estaba en funcionamiento. Supuestamente, él era el director financiero de la empresa, pero sus muebles eran una mezcla de Staples, Office Depot y muebles de Lavender de segunda mano. Sencillo y funcional, pero no del estilo de un directivo de una empresa de Manhattan, ni siquiera de una empresa venida a menos. Y, por supuesto, nada adecuado a la marca de la casa Starr de ostentación y arrogancia.
Nikki Heat oyó una risita ahogada de Rook y siguió la mirada que el periodista dirigía a un póster de un gatito colgado de un árbol. Bajo sus patas traseras se podía leer la frase: «Aguanta, nene». Paxton no les ofreció café de su cafetera, que llevaba hecho cuatro horas; se limitaron a tomar asiento en unas sillas para invitados desparejadas. Él se acomodó en la curva interior de su mesa de trabajo con forma de herradura.
– Hemos venido para que nos ayude a entender el estado financiero del negocio de Matthew Starr -dijo la detective, haciendo que sonara trivial y neutral. Noah Paxton estaba tenso. Ella estaba acostumbrada a eso; la gente se ponía nerviosa delante de las placas, igual que las batas blancas de los médicos. Pero este tipo era incapaz de mantener el contacto visual, una señal de alarma de libro. Parecía distraído, como si estuviera preocupado porque hubiera dejado la plancha enchufada en casa y quisiera ir allí cuanto antes. Decidió hacerlo de forma suave. A ver qué dejaba caer cuando se relajara.
Él miró de nuevo su tarjeta de visita.
– Por supuesto, detective Heat. -Una vez más intentó sostener su mirada, pero sólo lo consiguió a medias. Hizo como que examinaba de nuevo la tarjeta-. Aunque tengo una duda -añadió.
– Adelante -dijo ella, alerta por si intentaba esquivar la pregunta o por si llamaba a la oficina abierta para que viniera un picapleitos.
– No quiero ofenderle, señor Rook.
– Jamie, por favor.
– Tener que responder a las preguntas de la policía es una cosa. Pero si pretende publicar una exclusiva mía en Vanity Fair o First Press…
– No se preocupe -lo tranquilizó Rook.
– Por respeto a la memoria de Matthew y a su familia, no pienso airear sus negocios en las páginas de ninguna revista.
– Sólo me estoy documentando para un artículo que estoy preparando sobre la agente Heat y su brigada. Cualquier cosa que diga sobre los negocios de Matthew Starr será extraoficial. Lo he hecho con Mick Jagger, podré hacerlo con usted.
Heat no daba crédito a lo que acababa de oír. El desgastado ego de un famoso periodista en acción. No sólo había dejado caer como quien no quiere la cosa un nombre, sino también un favor. Y lo que estaba claro era que eso no ayudaría a conseguir que Paxton estuviera predispuesto.
– Es un momento horrible para hacer esto -dijo, poniéndola a prueba, ahora que Rook había aceptado sus condiciones. Se alejó para analizar lo que quiera que estaba en su pantalla plana y luego volvió con ella-. No lleva muerto ni veinticuatro horas. Estoy en pleno… Bueno, ya se lo puede imaginar. ¿Qué le parecería mañana?
– Son sólo unas cuantas preguntas.
– Sí, pero los archivos están… Bueno, lo que quiero decir es que no lo tengo todo -chasqueó los dedos- a mano. Haremos una cosa. ¿Por qué no me dice lo que necesita para tenerlo listo cuando vuelva?
Vale. Había intentado ser amable. Pero él seguía sin cooperar y ahora creía que podía echarla de allí para fijar una cita de su conveniencia. Decidió que había llegado el momento de cambiar de táctica.
– Noah. ¿Le importa que le llame Noah? Quiero que esto continúe en un tono cordial mientras le digo lo que vamos a hacer, ¿de acuerdo? Esto es la investigación de un homicidio. No sólo le voy a hacer unas cuantas preguntas aquí y ahora, sino que espero que las responda. Y no me preocupa lo más mínimo si tiene sus números -chasqueó los dedos- a mano. ¿Sabe por qué? Porque mis contables forenses van a revisar sus libros. Así que decida ya lo cordial que va a ser esto. ¿Nos entendemos, Noah?
Tras una brevísima pausa, el hombre le hizo un resumen en una sola frase:
– Matthew Starr estaba arruinado.
Una declaración de hechos tranquila y moderada. ¿Qué más oyó Nikki Heat oculto tras ello? Franqueza, con toda certeza. Él la miró directamente a los ojos cuando lo dijo, ahora no había ningún tipo de evasión, sólo claridad. Pero había algo más, es como si se estuviera acercando a ella, mostrándole algún sentimiento más, y justo cuando se estaba devanando los sesos en busca de la palabra que lo definiera, Noah Paxton dijo como si estuviera con ella dentro de su mente:
– Qué alivio. -Eso era, alivio-. Por fin puedo hablar con alguien de esto.
Durante la hora siguiente, Noah hizo algo más que hablar. Desentrañó la historia de cómo una máquina de hacer dinero caracterizada por su personalidad había llegado a lo más alto pilotada por el ostentoso Matthew Starr, amasando capital, adquiriendo propiedades clave y construyendo edificios emblemáticos que permanecerían para siempre dibujados en la imagen mundial del skyline de Nueva York, y que luego había sido volada por los aires por el propio Starr. Era la historia de una caída en barrena desde lo más alto.
Paxton, que según los informes de la empresa tenía treinta y cinco años, se había unido a la compañía con su recién estrenado MBA casi en el momento de pleno apogeo de la empresa. Su firme gestión de la financiación creativa para dar luz verde a la construcción del vanguardista StarrScraper en Times Square lo había consolidado como el empleado de mayor confianza de Matthew Starr. Tal vez porque había decidido cooperar, Nikki miraba a Noah Paxton y le inspiraba confianza. Era sólido, competente, un hombre capaz de guiarte en medio de la batalla.
No tenía mucha experiencia con hombres como él. Los había visto, por supuesto, en el tren de la Metro-North en dirección a Darien al final del día, con las corbatas flojas, sorbiendo una lata de cerveza del vagón cafetería con algún compañero o vecino. O con sus esposas vestidas de Anne Klein, cenando un menú degustación antes de asistir a algún espectáculo de Broadway. Podría haber sido Nikki la que estuviera a la luz de las velas con el cosmopolitan de Absolut, poniéndolo al corriente de la reunión con los profesores y planificando la semana en el viñedo, si las cosas hubieran sido diferentes para ella. Se preguntó cómo sería tener un césped y una vida segura con un Noah.
– Esa confianza que Matthew tenía en mí -continuó- era un arma de doble filo. Yo guardaba todos los secretos. Pero también conocía todos los secretos.
El secreto más desagradable, según Noah Paxton, era que su jefe con toque de Midas estaba llevando a su empresa a la ruina de forma imparable.
– Demuéstremelo -pidió la detective.
– ¿Quiere decir ahora?
– Ahora o en un escenario más… -conocía el baile y dejó que su pausa hiciera su trabajo- formal. Usted elige.
Abrió una serie de hojas de cálculo en su Mac y los invitó a sentarse dentro de la U de su lugar de trabajo para verlas en la gran pantalla plana. Las cifras eran alarmantes. Luego vino una progresión de gráficos que hacían una crónica del viaje de un vital promotor inmobiliario que prácticamente imprimía dinero hasta su caída en picado desde una montaña de números rojos, bastante antes de la crisis de los créditos hipotecarios, que le llevó a la debacle de la ejecución hipotecaria.
– ¿Así que esto no tiene nada que ver con los tiempos difíciles de la crisis económica? -preguntó Heat, señalando por encima del hombro de él lo que a ella le parecía una escalera pintada de rojo que conducía al sótano.
– No. Y gracias por no tocar mi monitor. Nunca he entendido por qué hay gente que tiene que tocar las pantallas de los ordenadores cuando señalan.
– Son los mismos que necesitan imitar un teléfono con los dedos cuando dicen «llámame». -Se rieron y a ella le llegó el aroma a cítricos y a limpio que él desprendía. L'Occitane, adivinó.
– ¿Cómo se las arregló para seguir en el negocio? -preguntó Rook cuando volvieron a sus asientos.
– Ése era mi trabajo, y no era nada fácil. Y le prometo que todo era legal -dijo, mirando a Nikki de forma reveladora.
– Explíqueme cómo -se limitó a decir ella.
– Muy fácil. Empecé a liquidar y a diversificar. Pero cuando el desplome inmobiliario llegó, nos comieron la tostada. Entonces fue cuando caímos en picado financieramente hablando. Y cuando empezamos a tener problemas para mantener nuestras relaciones laborales. Tal vez lo ignore, pero actualmente nuestras obras están paradas. -Nikki asintió y barrió con la mirada al campeón de Tommy el Gordo-. No podíamos pagar nuestra deuda, no podíamos continuar construyendo. Es una regla muy simple: no hay edificio, no hay alquiler.
– Parece una pesadilla -observó Heat.
– Para tener una pesadilla hay que ser capaz de dormir. -Ella se fijó en la manta doblada con la almohada encima del sofá del despacho-. Digamos que nuestras vidas se convirtieron en un infierno. Y esto es sólo el aspecto financiero del negocio. Ni siquiera he mencionado aún sus problemas personales de dinero.
– ¿La mayoría de los altos cargos de las empresas no ponen un cortafuegos entre su empresa y sus finanzas personales? -preguntó Rook.
Una pregunta realmente maravillosa. «Finalmente está actuando como un periodista», pensó Nikki, así que ella cogió el tren.
– Siempre había pensado que la idea era estructurar las cosas para que un fallo en los negocios no estropeara el lado personal, y viceversa.
– Y eso fue lo que yo hice cuando me puse al frente también de sus finanzas familiares. Pero en ambos lados del cortafuegos el dinero estaba ardiendo. Ya ve… -Se puso serio, y su joven rostro envejeció veinte años-. De verdad, necesito que me aseguren que esto es extraoficial. Que no saldrá de aquí.
– Yo puedo prometérselo -dijo Rook.
– Yo no -dijo la agente Heat-. Ya se lo dije. Ésta es la investigación de un homicidio.
– Ya -dijo él-. Matthew Starr tenía algunas costumbres personales que comprometieron su fortuna personal. Hacía daño. -Noah hizo una pausa y luego ya no pudo detenerse-: En primer lugar, era un jugador compulsivo. Y con ello me refiero a un jugador perdedor. No sólo sangraba a los casinos desde Atlantic City a Mohegan Sun, sino que también apostaba a los caballos y al fútbol americano con corredores de apuestas locales. A alguno de esos personajes les debía grandes cantidades de dinero.
Heat escribió sólo tres palabras en su cuaderno de espiral: «Corredores de apuestas».
– Y luego estaban las prostitutas. Matthew tenía ciertos… ¿cómo decirlo…? gustos sobre los que no vamos a entrar en detalles en este momento, a menos que usted indique lo contrario, quiero decir, y los satisfacía con prostitutas muy caras, de alto standing.
Rook no se pudo contener:
– Ésa es una colocación que siempre me choca: «alto standing» y «prostituta». ¿Es su nivel laboral o una postura sexual? -Recibió unas silenciosas miradas como respuesta y susurró-: Lo siento. Continúen.
– Podría detallarle la tasa de despilfarro, aunque huelga decir que esos y otros hábitos acabaron con él financieramente. La pasada primavera tuvimos que vender la propiedad familiar de los Hamptons.
– Stormfall. -Nikki recordó el enfado de Kimberly Starr, que aseguraba que el asesinato nunca habría tenido lugar si hubieran estado en los Hamptons. Ahora entendía su profundidad e ironía.
– Sí, Stormfall. No es necesario que le cuente lo que se fue por el desagüe con la venta de esa propiedad tal y como está el mercado. Se la vendimos a algún famoso que salía en un reality show y perdimos millones. El dinero de la venta apenas afectó a la deuda de Matthew. Las cosas iban tan mal que me ordenó que dejara de pagar su seguro de vida, que dejó vencer en contra de mi consejo.
Heat apuntó dos nuevas palabras: «Sin seguro».
– ¿La señora Starr lo sabía? -Por el rabillo del ojo vio cómo Rook se inclinaba hacia delante en su silla.
– Sí, lo sabía. Yo hice todo lo que pude para ahorrarle a Kimberly los detalles más escabrosos de los gastos de Matthew, pero sabía lo del seguro de vida. Yo estaba allí cuando Matthew se lo dijo.
– ¿Y cómo reaccionó?
– Dijo que… -Hizo una pausa-. Tiene que entender que estuviera enfadada.
– ¿Qué dijo, Noah? ¿Cuáles fueron sus palabras exactas, si las recuerda?
– Dijo: «Te odio. No me vas a dar nada bueno ni muerto».
Cuando volvían en el coche a la ciudad, Rook fue directo a la afligida viuda.
– Vamos, detective Heat, ¿«no me vas a dar nada bueno ni muerto»? Tú dices que hay que reunir información para pintar un cuadro. ¿Qué te parece el retrato que hemos visto de Samantha, la Bailarina Erótica?
– Pero sabía que no tenía seguro de vida. ¿Dónde está el móvil?
Él sonrió burlón y la provocó de nuevo:
– Caray, no lo sé, pero mi consejo es continuar haciendo preguntas y ver adónde nos llevan.
– Que te den.
– ¿Ahora que tienes otros panes en el horno eres desagradable conmigo?
– Soy desagradable porque eres un gilipollas. Y no sé a qué te refieres con lo de otros panes.
– Me refiero a Noah Paxton. No sabía si tirarte un cubo de agua por encima o fingir que me llamaban al móvil para dejaros solos.
– Por eso eres un simple escritor de revistas jugando a los policías. Tu imaginación es mucho mayor que tu comprensión de los hechos.
Él se encogió de hombros.
– Supongo que estoy equivocado. -Y en su rostro apareció esa sonrisa, la que hacía que ella se ruborizara. Y allí estaba ella de nuevo, atormentándose por Rook por algo de lo que se tenía que haber reído. En lugar de eso, cogió su manos libres y utilizó el modo de marcación rápida para llamar a Raley.
– Raley, soy yo. -Inclinó la cabeza hacia Rook y su voz sonó enérgica y formal, para que él no se perdiera su intención, aunque rebosara de mensajes subliminales-. Quiero que investigues al tío de las finanzas de Matthew Starr. Se llama Noah Paxton. Sólo a ver qué aparece: condenas, arrestos, lo de siempre.
Cuando colgó, Rook la miró divertido. Eso no iba a llevar a ningún sitio que le gustara, pero tuvo que decirlo:
– ¿Qué pasa? -Él no respondió-. ¿Qué?
– Olvidaste pedirle que se enterara de qué colonia usa Paxton. -Y abrió una revista y se puso a leer.
El agente Raley levantó la vista del ordenador cuando Heat y Rook entraron en la oficina abierta.
– El tío ese que querías que investigara, ¿Noah Paxton?
– ¿Sí? ¿Has encontrado algo?
– Aún no. Pero acaba de llamarte.
Nikki evitó la mirada burlona que le dirigía Rook y echó un vistazo al montón de mensajes que tenía sobre la mesa. El de Noah Paxton estaba arriba de todo. No lo cogió. En vez de eso le preguntó a Raley si Ochoa había llegado. Estaba vigilando a Kimberly Starr. La viuda estaba pasando la tarde en Bergdorf Goodman.
– Dicen que ir de compras es un bálsamo para los afligidos -señaló Rook-. O tal vez la feliz viuda esté devolviendo algunos modelitos de diseño para conseguir algo de dinero.
Cuando Rook desapareció en el baño de hombres, Heat marcó el número de Noah Paxton. No tenía nada que ocultarle a Rook, simplemente no quería tratos con sus burlas de preadolescente. Ni ver esa sonrisa que la hacía derretirse. Maldijo al alcalde por la deuda que había hecho que ella tuviera que soportarlo.
Paxton contestó y le dijo que había encontrado los documentos del seguro de vida que quería ver.
– Bien, enviaré a alguien a buscarlos.
– También he recibido la visita de esos contables forenses de los que me habló. Copiaron todos mis archivos y se fueron. Usted no bromeaba.
– Son los dólares de sus impuestos en acción. -No pudo resistirse a añadir-: ¿Paga sus impuestos?
– Sí, aunque no es necesario que se fíe de mí. Sus censores jurados de cuentas con placas y pistolas parecen capaces de informarla.
– Cuente con ello.
– Escuche, sé que no me he mostrado demasiado abierto a cooperar.
– Lo ha hecho bastante bien. Después de que lo amenazara.
– Me gustaría pedirle disculpas. Al parecer, no llevo bien el dolor.
– No sería el primero, Noah -dijo Nikki-, créame.
Esa noche se sentó sola en la fila central del cine, riendo y engullendo palomitas. Nikki Heat estaba hechizada, enfrascada en una inocente historia y embelesada por la maravillosa animación digital. Se dejó llevar como si fuera una casa atada a un millar de globos. Sólo noventa minutos después, volvió a soportar de nuevo su carga mientras volvía a casa atontada por la ola de calor, que hacía que ascendieran desagradables olores por las rejillas del metro e, incluso en la oscuridad, dejaba sentir el calor acumulado durante el día que irradiaban los edificios al pasar al lado de ellos.
En momentos como ése, sin el trabajo para esconderse, sin las artes marciales para tranquilizarse, siempre le volvían aquellas imágenes a la cabeza. Ya habían pasado diez años, pero seguía siendo la semana pasada y la noche pasada y todas ellas entretejidas. El tiempo no importaba. Nunca lo hacía cuando volvía a revivir «la Noche».
Eran las primeras vacaciones universitarias de Acción de Gracias desde que sus padres se habían divorciado. Nikki se había pasado el día de compras con su madre, una tradición de la tarde anterior a Acción de Gracias transformada en una misión sagrada por la nueva soltería de su progenitora. Había una hija decidida a tener, si no el mejor día de Acción de Gracias de su vida, al menos uno lo más parecido posible a lo normal, a pesar de la silla vacía en la cabecera de la mesa y los fantasmas de tiempos más felices.
Aquella noche, ambas se encerraron como siempre hacían en la cocina del apartamento tamaño Nueva York para hacer tartas para el día siguiente. Manejando el rodillo para estirar la masa congelada, Nikki defendía su deseo de cambiarse de inglés a teatro. ¿Dónde estaba la canela en rama? ¿Cómo se podían haber olvidado de la canela en rama? Su madre nunca usaba canela molida en las tartas de los días de fiesta. Rallaba ella misma un palito, y ¿cómo podían haberlo pasado por alto en su lista?
Nikki se sintió como si le hubiera tocado la lotería cuando encontró un tarro de ellos en el pasillo de las especias de Morton Williams en Park Avenue South. Para asegurarse, cogió el móvil y llamó a su casa. Sonó y sonó. Cuando saltó el contestador, se dijo que quizá su madre no oía el teléfono con el ruido de la batidora. Pero luego contestó. Se disculpó con los chirridos del contestador de fondo, se estaba limpiando la mantequilla de las manos. Nikki odiaba la aguda reverberación del contestador, pero su madre nunca sabía cómo apagar ese maldito trasto sin desconectarlo. Estaban a punto de cerrar, ¿necesitaba algo más del súper? Esperó mientras su madre iba con el teléfono inalámbrico a ver si había leche condensada.
Entonces Nikki oyó el ruido de cristales rotos.
Y los gritos de su madre. Se le aflojaron las rodillas y llamó a su madre. La gente que estaba en las cajas volvió la cabeza. Otro grito. Mientras oía caerse el teléfono al otro lado de la línea, Nikki dejó caer el tarro de canela en rama y corrió hacia la puerta. Mierda, era la puerta de entrada. La abrió a la fuerza y se precipitó hacia la calle, donde casi la atropella un repartidor con su bicicleta. Dos manzanas de distancia. Mantenía el teléfono móvil pegado a la oreja mientras corría, rogándole a su madre que dijera algo, que cogiera el teléfono, que dijera qué había pasado. Oyó una voz masculina como en medio de un forcejeo. Los gemidos de su madre y cómo su cuerpo se desplomaba cerca del teléfono. Un sonido de algo metálico rebotando en el suelo de la cocina. Sólo una manzana más. Un repiqueteo de botellas en la puerta de la nevera. El ruido de una lata al abrirse. Pasos. Silencio.
Y luego, el débil y apagado gemido de su madre. Y a continuación sólo un susurro. «Nikki…».