Capítulo 16

Nikki se embutió en su blusa mientras desfilaba escaleras abajo por la entrada principal, corrió hasta el coche patrulla y les pidió a los policías que la llevaran. Ellos se alegraron de romper la monotonía y salieron zumbando con ella en el asiento trasero.

A las cinco de la mañana no había demasiado tráfico en la autopista del oeste y pisaron a fondo.

– Conozco la zona, no hay acceso para vehículos en esta dirección -le dijo Nikki al conductor-. En lugar de perder el tiempo volviendo hacia atrás desde la 96, métete por la siguiente salida. Yo me bajaré en la parte superior de la cuesta y haré andando el resto del camino.

El policía estaba aún frenando al final de la rampa de cambio de sentido de la 79 cuando Heat le dijo que se bajaba. Les dio las gracias por encima del hombro por haberla llevado. Pronto Nikki estaba corriendo bajo la autopista, dejando sus huellas sobre excrementos secos de paloma mientras se dirigía hacia el río, donde podía ver, a lo lejos, las luces de la policía.

Lauren Parry estaba examinando el cadáver de Pochenko cuando Nikki llegó corriendo, jadeando y sudorosa por la carrera.

– Relájate, Nik, no se va a mover de aquí -dijo la forense-. Te iba a llamar para contarte lo de nuestro hombre, pero Ochoa se me adelantó.

El detective Ochoa se unió a ellas.

– Parece que este tío no te va a volver a molestar más.

Heat rodeó el cadáver para echarle un vistazo. El enorme ruso estaba tendido de lado en un banco del parque mirando hacia el Hudson. Era uno de esos lugares pintorescos para detenerse y descansar, situados sobre el césped entre el carril bici y la orilla del río. Ahora se había convertido en la última parada para descansar de Pochenko.

Se había cambiado de ropa desde la noche que había intentado matarla. Sus pantalones cargo y su camiseta blanca parecían nuevos, que era como los delincuentes fugados se vestían, usando las tiendas como si de sus propios armarios se tratase. La ropa de Pochenko parecía venir directa del expositor, a no ser porque estaba cubierta de sangre.

– La patrulla de control de los sin techo lo encontró -dijo Ochoa-. Han estado haciendo rondas para intentar coger a gente dentro de los conductos de aire acondicionado. -No pudo resistirse a añadir-: Parece que él sí que va a estar fresquito y a gusto.

Nikki captó el humor negro de Ochoa, pero con el cadáver allí delante no tenía ganas de bromas. No importaba cómo hubiera sido. Vitya Pochenko era ahora un ser humano muerto. Cualquier alivio personal que pudiera sentir por el fin de su amenaza, era eso, personal. Él había pasado ahora a la categoría de víctima y se le debía justicia como a otro cualquiera. Uno de los talentos de Nikki Heat para el trabajo era su capacidad de meter sus propios sentimientos en una caja y ser profesional. Miró de nuevo a Pochenko y se dio cuenta de que iba a necesitar una caja más grande.

– ¿Qué tenemos? -preguntó a Lauren Parry.

La forense le hizo señas para que fuera detrás del banco.

– Un solo tiro en la parte de atrás de la cabeza.

El cielo estaba empezando a resplandecer, y la luz del color de la mantequilla derretida permitía que Nikki viera más claramente el agujero de bala en el pelo cortado a cepillo de Pochenko.

– Ha sido a quemarropa.

– Sí. Desde muy cerca. Y mira la posición de su cuerpo. Es un banco grande, lo tiene todo para él, pero está en un extremo.

Heat asintió.

– Alguien estaba sentado a su lado. ¿No hay signos de lucha?

– Ninguno -contestó la forense.

– Así que lo más probable es que fuera un amigo o un socio el que se acercó tanto.

– Lo suficiente para un ataque sorpresa -aventuró Ochoa-. Va por detrás y pum -exclamó, haciendo el gesto detrás de ellas hacia la autopista del oeste, que ya estaba llena de personas que iban a trabajar-. Nada de testigos y el ruido del tráfico ocultó el disparo. Tampoco veo ninguna cámara del Departamento de Transporte.

– ¿Y la pistola? -preguntó Nikki a la forense.

– De pequeño calibre. Yo diría que de veinticinco, si me ponen una pistola en la cabeza.

– Lauren, cariño, necesitas salir más.

– Lo haría, pero el negocio va demasiado bien -replicó, y señaló al ruso muerto-. ¿Esa quemadura en la cara y el dedo roto son cosa tuya? -Heat asintió-. ¿Algo más que deba saber?

– Sí -intervino Ochoa-. Nunca te metas con Nikki Heat.


Rook estaba esperando en la comisaría cuando ella y Ochoa llegaron.

– Me he enterado de lo de Pochenko -dijo, haciendo una gran reverencia con la cabeza-. Mi más sentido pésame.

Ochoa se rió.


– Eh, el Mono Escritor empieza a pillarlo.

Una vez más, Nikki ignoró el humor negro.

– Ochoa, habla con los que están siguiendo a Miric. El socio conocido de Pochenko. Quiero saber dónde estaba su colega corredor de apuestas cuando le dispararon.

El detective Ochoa se abalanzó sobre los teléfonos. Rook se acercó con un vaso de Dean & DeLuca a la mesa de Heat.

– Toma, te he traído lo de siempre. Un café con leche desnatada y vainilla, doble y sin espuma.

– Ya sabes lo que opino sobre los cafés cursis.

– Y a pesar de todo, te tomas uno todas las mañanas. Qué mujer tan complicada.

Ella se lo arrebató y le dio un sorbo.

– Gracias. Muy considerado. -Su teléfono empezó a sonar-. Y la próxima vez acuérdate de las virutas de chocolate.

– Qué complicada -repitió él.

Nikki contestó. Era Raley.

– Dos cosas -dijo-. Agda está esperando en la entrada.

– Gracias, ahora mismo voy. ¿Y la otra?

– Antes de irme a casa anoche, hice una parada en el chino.


Agda Larsson se había arreglado para la entrevista. Llevaba ropa vintage del East Village y como accesorios un reloj Swatch rosa y blanco de los campeonatos de voley playa en una muñeca y una pulsera de cuerda con nudos en la otra. Mientras hacía girar uno de los nudos entre el índice y el pulgar, preguntó:

– ¿Estoy metida en algún lío?

– No, esto es sólo un formalismo. -Eso era cierto en parte. Con esta entrevista, Nikki pretendía básicamente poner los puntos sobre las íes. De todos modos, quería encontrar la respuesta a una cuestión, a aquella que la incomodaba. Se lo preguntaría cuando llegara el momento-. ¿Cómo lleva todo esto? Entre el asesinato y el robo, debe de estar a punto de regresar a Suecia.

Agda movió la cabeza con incredulidad.

– Es bastante desagradable, ¿sí? Pero tenemos asesinatos en mi país, también. Casi doscientos el año pasado, dicen.

– ¿En todo el país?

– Sí, ¿no es terrible? Es en todas partes.

– Agda, quiero hacerle unas preguntas sobre la vida dentro de la familia Starr.

Ella asintió lentamente.

– La señora Kimberly dijo que querrían hacerlo cuando le comuniqué que venía aquí.

Nikki puso la antena.

– ¿Le ha advertido que no hablara de esas cosas?

– No, me recomendó que dijera lo que quisiera.

– ¿Le dijo eso?

La niñera se rió entre dientes y sacudió su rubia cabellera para que cayera lisa.

– En realidad, dijo que no importaba porque la policía era una incompetente y que no descubrirían nada aunque les mordiera -contestó Agda. Vio que a Nikki no le hacía ninguna gracia y que fruncía el ceño en un inútil intento de parecer seria-. Dice lo que le apetece, la señora Starr.

Y consigue lo que quiere, pensó Heat.

– ¿Cuánto hace que trabaja para ella?

– Dos años.

– ¿Cómo es su relación con ella?

– Ella puede ser difícil. A la mínima, chasca los dedos: «Agda, llévate a Matthew al parque», o llama a la puerta de mi habitación en medio de noche: «Agda, Matthew se encontraba mal y ha vomitado, ven a limpiarlo».

– Anteayer, la señora Starr y su hijo se fueron de la ciudad.

– Es verdad, se fueron a Westport, a la casa que tiene el doctor Van Peldt en la playa. En Connecticut.

– Usted no fue con ellos. ¿Fue por su cuenta hasta allí, o quedó con ellos en Grand Central?

Agda negó con la cabeza.

– No fui con ellos.

– ¿Y qué hizo?

– Pasé la noche con un amigo en la universidad.

Heat apuntó «NYU» en su bloc.

– ¿Es eso poco corriente? Lo que quiero decir es que si la señora Starr llama a su puerta por la noche para que vaya a cuidar al niño, apuesto a que se la lleva a sus viajes fuera de la ciudad.

– Es verdad. Normalmente yo voy a las vacaciones y a los viajes para que ella pueda divertirse y para que su hijo no la moleste.

– Pero ese día no. -Nikki descubrió lo que la había estado incomodando-. ¿Había alguna razón por la que ella no quería que la acompañara? -La detective la miró amablemente y continuó-: ¿Hay alguna razón por la que la señora Starr no quisiera que usted estuviera cerca?

– No, sólo me quedé para poder gestionar la entrega del piano. Quería que Matty se despegara del ordenador y adquiriera un poco de cultura, así que le compró un magnífico piano. Es precioso. Cuando lo sacaron de la caja, casi me desmayo. Debe de costar una fortuna.

La pena adopta muchas formas, pensó Nikki.

– Hábleme de su relación con Matthew Starr.

– Es muy estrecha, como supondrá. Le caigo bien pero me llama de todo cuando le mando acostarse o apagar Hotel, dulce hotel: las aventuras de Zack y Cody para cenar. -Alzó las cejas mirando a Nikki, interrogante-. ¿Refiere a eso?

La detective Heat hizo una nota mental de que la que estaba sentada al otro lado de la mesa no era precisamente la poetisa más laureada de Suecia.

– Gracias, ahora permítame preguntarle por Matthew Starr padre. ¿Qué tipo de relación tenía con él?

– Muy buena.

– ¿En qué sentido?

– Bueno, era muy amable conmigo. La señora Starr chasca los dedos a mí, y siempre es como «Agda haz esto», o «Agda, haz que se esté quieto, es mi hora de yoga».

– ¿Agda? ¿Y el señor Starr?

– El señor siempre fue cariñoso. Me consolaba después de que ella me gritara. El señor Starr me da dinero de más e invita a cenar en mi noche libre. O me lleva a comprar ropa, o… Mire, él me regaló este Swatch.

– ¿La señora Starr lo sabía?

Tvärtom, no. Matthew dijo que guardar sólo para nosotros.

Nikki estaba sorprendida por su inocente exposición, y decidió mantener la bola en juego.

– ¿Su relación con el señor Starr llegó a ser alguna vez física?

– Por supuesto.

– ¿Hasta qué punto?

– Me frotaba los hombros para consolarme después de que me gritaran. A veces me abrazaba o me acariciaba el pelo. Era muy tranquilizador. Era muy amable.

– ¿Cuántos años tiene, Agda?

– Veintiuno.

– ¿Se acostó alguna vez con Matthew Starr?

– ¿Se refiere a hacer sexo? Skit nej! Eso no sería apropiado.


Evidentemente, durante su entrevista con la niñera había habido algunas carcajadas y algunos comentarios jocosos en la sala de observación a costa de los Starr que se trasladaron a la oficina abierta cuando los Roach y Rook la siguieron hasta allí.

– ¿Qué opinas de Agda? -preguntó Raley.

Rook se lo pensó un instante.

– Es como los muebles suecos -dijo-. Son bonitos para mirar, pero les faltan piezas.

– Mi parte preferida -añadió Ochoa- fue cuando contó cómo ese tío básicamente se la estaba camelando delante de las narices de su mujer y luego dijo que no se había acostado con él porque sería inapropiado.

– Es lo que se llama camelus interruptus -intervino Raley desde lejos, al lado de la cafetera-. Yo creo que Agda es simplemente uno de los tratos que Matthew Starr nunca tuvo la oportunidad de cerrar antes de que lo asesinaran.

Rook se volvió hacia Nikki.

– Resulta difícil de creer que sea del mismo país que inventó el Premio Nobel. ¿Te ha dicho algo útil?

– Eso no se sabe hasta que se sabe -dijo Heat.

Empezó a sonar la banda sonora de Cazafantasmas, de Ray Parker Jr.

– Rook, por favor, dime que eso no viene de tus pantalones -dijo ella.

– Es un tono personalizado. ¿Te gusta? -Sostuvo en alto su teléfono móvil. En la identificación de llamada se podía leer «Casper»-. Cazafantasmas, ¿lo pillas? Disculpe, detective Heat, mi informador puede tener datos relacionados con el caso -dijo Rook, y salió dando grandes zancadas para responder a la llamada dándose aires de importancia.

En menos de un minuto estaba de vuelta, todavía al teléfono, pero sin arrogancia alguna.

– Pero yo fui el que te la presentó… ¿No me lo puedes decir a mí? -Cerró los ojos y suspiró-. Vale -claudicó, y le tendió el teléfono a Nikki-. Dice que sólo te lo contará a ti.

– Soy Nikki Heat.

– Un placer, detective. En primer lugar, asegúreme que Jameson Rook está angustiado.

Miró a Rook, que se estaba mordiendo el labio inferior esforzándose para escuchar a hurtadillas.

– Bastante.

– Bien. Si alguna vez alguien ha necesitado que lo hagan caer de un pedestal es él. -El tono de voz suave y misterioso del anciano le calentó el oído. Oír a Casper sin verlo aislaba su voz y era como escuchar a David Bowie con unas notas de la afabilidad de Michael Caine-. Al grano -dijo él-. Tras su visita, estuve haciendo horas extras porque supuse que el tiempo se le echaba encima.

– Nunca he tenido un caso en el que no haya sido así -admitió la detective.

– Y aunque usted le restó importancia, cree que hay un asesinato relacionado con el robo de los cuadros.

– Sí, le resté importancia y sí, es lo que creo. Tal vez dos asesinatos.

– Una maravillosa tasadora, una agradable mujer que conocía bien su trabajo, ha sido asesinada esta semana.

Nikki se puso en pie de un salto.

– ¿Sabe algo de eso?

– No, sólo conocía a Barbara de alguna reunión esporádica hace años. Pero era de las mejores. Digamos que haberme enterado de que su muerte podría formar parte de esto, no hace más que aumentar mi compromiso con su investigación.

– Muchas gracias. Por favor, llámeme si descubre algo.

– Detective, ya tengo información. Créame, no estaría malgastando nuestro tiempo si no tuviera algo sustancioso que ofrecerle.

Nikki abrió bruscamente su bloc.

– ¿Ha intentado alguien vender los cuadros?

– Sí y no -respondió Casper-. Alguien ha vendido uno de los cuadros, el Jacques-Louis David. Pero esa venta se llevó a cabo hace dos años.

Nikki empezó a caminar de aquí para allá.

– ¿Qué? ¿Está completamente seguro?

Se produjo una larga pausa antes de que el elegante ladrón de arte respondiera.

– Querida, piense en lo que sabe de mí y considere si es realmente necesario que me haga esa pregunta.

– Ha quedado claro -dijo Nikki-. No dudo de usted, sólo estoy confusa. ¿Cómo puede estar un cuadro en la colección de Matthew Starr si lo han vendido hace dos años?

– Detective, usted es una persona inteligente. ¿Qué tal se le dan las matemáticas?

– Bastante bien.

– Entonces para encontrar su respuesta tendrá que ponerlas en práctica.

Y Casper colgó.

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