NOTA DEL AUTOR

Sé que muchos se escandalizarán por lo que aquí se dice. Sé que otros se burlarán.

Sin embargo, este relato -en el fondo- sólo ha sido escrito para aquellos cuya mente no ha perdido la juventud. Para los que, en definitiva, ya han aprendido a vibrar con el leve aleteo de los lirios o con el estruendo mudo de las estrellas.

Sólo de un hecho puedo responder. Y esto quiero asentarlo con firmeza. Sólo, digo, de la aparición en el cielo de lo que otras siete personas y yo calificamos como OVNIS. Sólo de esto, y no es poco…

No puedo responder del resto de las afirmaciones que me hicieron los miembros del llamado «Instituto Peruano de Relaciones Interplanetarias» («IPRI»).

Y no puedo hacerlo porque -como profesional del periodismo- sólo me inclino ante lo que ven mis ojos.

En suma: no dispongo de pruebas que demuestren la definitiva autenticidad de dichas afirmaciones. Y bien que me gustaría tenerlas, puesto que la belleza y profundidad de dicho relato tocan siempre el fondo de cada espíritu. Al menos, de los más sensibles…

Que cada lector, por tanto, saque sus propias conclusiones.


J. J. BENITEZ


Fue como si un caballo me hubiera golpeado en el vientre. Salté casi hacia atrás y al volverme vi entre las nubes una luz blanca. Tan intensa que formaba una aureola…

Y eran las nueve y quince minutos de la noche, ¡La hora fijada por los extraterrestres para su aparición sobre el desierto peruano de Chilca!

Pero mis ojos -desencajados- seguían fijos en aquel disco de luz blanca. «¿Cómo era posible? -me repetía mentalmente-. ¿Cómo era posible que así, de una forma tan sencilla, estuviéramos ante un ovni?»

Pero antes de que ninguno del grupo pudiera reaccionar, aquél disco deslumbrante lanzó sobre tierra un rayo de luz blanca y todos quedamos boquiabiertos. Atónitos. Confundidos…

Y yo, que había acudido con los miembros del «IPRI» hasta los Arenales de Chilca empapado de dudas y escepticismo, sentí a lo largo de mi espalda un escalofrío…,

Y es que aquellos discos de luz blanca como jamás había visto, eran, efectivamente, dos naves…

Y todo -según mi reloj- pudo durar cinco minutos…

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