Diecisiete

Harry me alquiló una camioneta en Roppongi usando una identificación falsa por si acaso, mientras le esperaba en su apartamento para así exponerme lo menos posible. Su apartamento es un lugar extraño, abarrotado de equipos electrónicos misteriosos, pero nada que le aporte comodidades para vivir. Hacía varios años me había contado que había leído que la policía había atrapado a varias personas que cultivaban marihuana en una zona cubierta controlando las facturas de la luz; al parecer, los equipos hidropónicos consumen mucha más electricidad de la normal, y Harry cree que su firma eléctrica podría alertar a la policía. Así que no emplea aparatos eléctricos que no sean absolutamente necesarios: categoría que en el mundo de Harry no incluye la nevera, la calefacción ni el aire acondicionado.

Cuando regresó cargamos el equipo en la parte trasera de la camioneta. El material era bastante sofisticado. El láser lee las vibraciones de las ventanas causadas por las conversaciones del interior, luego transmite la información resultante a un ordenador, que transforma las secuencias en palabras. Y los infrarrojos leen el más mínimo cambio de temperatura en el cristal, la clase de cambio que produce el calor corporal en una habitación fría.

Una vez cargada, aparqué la furgoneta y regresé a Shibuya, y de camino realicé una PDV de lo más concienzuda.

Llegué al hotel poco después de la una en punto. Había comprado varios sándwiches en un puesto que encontré en una de las calles anónimas que salían serpenteando de Dogenzaka, y Midori y yo nos los comimos sentados en el suelo mientras la ponía al corriente de la situación. Le di el paquete que había traído y le dije que cuando saliera debería llevar el pañuelo y las gafas de sol. Le facilité la dirección de Harry, le dije que preparara sus cosas y que estuviera allí al cabo de dos horas.

Cuando llegué al apartamento de Harry, ya estaba trabajando con el disco de Kawamura. Media hora después sonó el timbre; Harry se dirigió hacia el interfono, oprimió un botón y dijo: «Haz».

«Watashi desu» fue la respuesta. «Soy yo.» Asentí mientras me levantaba para comprobar por la ventana y Harry apretaba el botón para abrir la puerta principal. Luego se encaminó hacia la suya, la abrió y echó un vistazo. Mejor comprobar quién viene antes de ser localizado ya que todavía habrá tiempo para reaccionar.

Al cabo de un minuto abrió por completo la puerta y le hizo señas a Midori para que entrara.

– Te presento a Harry -le dije en japonés-, el amigo del que te hablé. Es un poco tímido con las personas porque se pasa todo el día con los ordenadores. Si eres agradable con él se abrirá relativamente rápido.

Hajimemashite -dijo Midori volviéndose hacia Harry e inclinándose. Encantada de conocerle.

– Encantado de conocerle -replicó Harry en japonés. Parpadeaba rápidamente y me di cuenta de que estaba nervioso-. Le ruego que no haga caso a mi amigo. El Gobierno lo utilizó para ensayar drogas experimentales durante la guerra, y eso le ha provocado la senilidad prematura.

«¿Harry?», pensé, impresionado por su repentino desparpajo.

Midori hizo una mueca de inocencia perfecta.

– ¿La culpa fue de las drogas?

Me alegré al ver que le caía bien. Harry me miró con una sonrisa radiante, como si me hubiera ganado la batalla y, quizá, hubiera encontrado una aliada.

– Vale, veo que os llevaréis bien -dije, interrumpiéndoles antes de que Harry emplease el valor recién descubierto para hacer vete a saber qué-. No tenemos mucho tiempo. Éste es el plan. -Le expliqué a Midori lo que haría.

– No me gusta -dijo cuando hube acabado-. Podrían verte. Podría ser peligroso.

– No me verá nadie.

– Deberías darnos más tiempo a Harry y a mí para descifrar el código musical.

– Ya he hablado de eso con Harry Haced vuestro trabajo y yo haré el mío. Es más eficaz. No me pasará nada.


Conduje la camioneta hasta las instalaciones de Convicción en Shibakoen, justo al sur del distrito gubernamental de Kasumigaseki. Convicción ocupaba parte de la segunda planta de un edificio en Hibiya-dori, al otro lado del parque Shiba. Utilizaría el láser para determinar la procedencia de las conversaciones en las oficinas y luego, basándome en el análisis de Harry sobre la información interceptada, sabría cuál sería la mejor habitación o habitaciones para el micro. El mismo equipo me indicaría cuándo se quedarían vacías las oficinas, seguramente bien entrada la noche, y ése sería el momento en que entraría para colocar el micro. El vídeo nos ayudaría a identificar a cualquiera que estuviera implicado en la Agencia y en Convicción y nos facilitaría más pistas sobre la naturaleza de la relación entre los dos organismos.

Aparqué al otro lado de la calle, frente al edificio. El lugar se hallaba en una zona en la que no se podía aparcar, pero era una ubicación lo bastante buena como para arriesgarme a que un vigilante aburrido me multara.

Había acabado de montar el equipo y apuntar a las ventanas apropiadas cuando oí un golpecito en la ventanilla del pasajero. Alcé la vista y vi a un poli uniformado. Golpeaba la ventanilla con la porra.

«Oh, mierda.» Hice un gesto conciliador, como si estuviera a punto de marcharme, pero negó con la cabeza y dijo: «Dete yo». Salga.

El equipo apuntaba desde la ventanilla trasera del lado del conductor, por lo que no era visible desde donde estaba el policía. Tendría que arriesgarme. Me deslicé hasta el asiento del pasajero, abrí la puerta y salí.

Había tres hombres esperando en el ángulo sin visibilidad de la camioneta, donde era imposible verles sin salir. Iban armados con Berettas 92 Compacts y llevaban gafas de sol y abrigos gruesos; un método sencillo para cambiar la forma de la cara y la complexión. Supuse que si me resistía me dispararían, y contarían con los disfraces para confundir a los testigos potenciales. Todos tenían las típicas orejas del kendoka. Reconocí al tipo que estaba más cerca de mí; era el de la nariz chata que había entrado en el apartamento de Midori después de que yo hubiera tendido una emboscada a quienes querían secuestrarla. Uno de ellos dio las gracias al poli, que se volvió y se marchó de allí.

Me hicieron una seña desde el otro lado de la calle; no me quedaba más remedio que obedecer. Al menos así resolvería el problema de entrar en el edificio. Llevaba un auricular en el bolsillo, así como uno de los micros adhesivos y personalizados de Harry. Si se me presentaba la oportunidad ocultaría el micro en un lugar apropiado.

Me condujeron por la entrada principal, con las manos bien hundidas en los bolsillos de los abrigos. Subimos por las escaleras hasta la segunda planta; los tres hombres me rodeaban de tal manera que impedían cualquier maniobra de huida. Cuando llegamos al rellano, Narizchata me empujó contra la pared y me apretó el arma contra el cuello. Uno de sus colegas me cacheó. Buscaba un arma y no se percató del pequeño micro que llevaba en el bolsillo.

Cuando hubo acabado, Narizchata retrocedió un paso y, de repente, me dio un rodillazo en las pelotas. Me doblé en dos y me propinó una patada en el estómago y luego otras dos en las costillas. Me caí de rodillas, sin apenas poder respirar, sintiendo un dolor intenso por todo el torso. Intentaba levantar los brazos para evitar otro golpe cuando uno de ellos se colocó entre Narizchata y yo y le dijo: «Iya, sono kurai ni shite oke». Ya basta. Me pregunté si estaban jugando conmigo al poli bueno y al poli malo.

Nos quedamos así varios minutos; el colega retenía a Narizchata mientras yo intentaba respirar con normalidad. Cuando finalmente me incorporé, me condujeron por un pasillo circundado de puertas cerradas. Narizchata llamó a una de ellas y una voz respondió, «Dozo». Adelante.

Me llevaron a una sala espaciosa para los estándares japoneses, decorada según el tradicional estilo minimalista. Mucha madera de tonos claros y objetos de cerámica caros en las estanterías. Las paredes estaban repletas de hanga, grabados. Seguramente los originales. Había un pequeño sofá y sillones de piel en un rincón de la sala, dispuestos alrededor de una mesa de centro de cristal impoluta. El aspecto general era de limpieza y de prosperidad, y supuse que ésa era la impresión que querían proyectar. Quizá ocultaran a Narizchata y a sus colegas cuando tenían visita.

Había un escritorio de madera en el extremo más alejado de la sala. Apenas tardé unos instantes en reconocer al tipo sentado junto al mismo. Nunca le había visto con traje.

Era el judoka del Kodokan, contra el que me había enfrentado en randori.

– Hola, John Rain -dijo esbozando una sonrisa-. Hisashiburi desu ne. -Cuánto tiempo.

Le devolví la mirada.

– Hola, Yamaoto.

Se incorporó y se dirigió hacia la parte frontal del escritorio con los movimientos firmes y gráciles que había visto por primera vez en el Kodokan.

– Gracias por venir -dijo-. Le esperaba.

Eso resultaba obvio.

– Siento no haber llamado antes -repliqué.

– No, no, en absoluto. Eso no lo esperaría nunca. Pero me imaginaba que tomaría la iniciativa; al fin y al cabo, como judoka se siente más cómodo a la ofensiva y sólo usa la defensa como una forma de amago.

Hizo una seña a sus hombres con la cabeza y les ordenó en japonés que esperaran fuera. Les observé salir en silencio; Narizchata no dejó de mirarme hasta que cerraron la puerta tras de sí.

– ¿He hecho algo que ofendiera al feo? -pregunté mientras me frotaba las costillas-. Tengo la impresión de que no le caigo bien.

– ¿Ha sido duro con usted? Le pedí que no lo fuera, pero le cuesta controlarse. Ishikawa, el hombre al que usted mató fuera de su apartamento, era su amigo.

– Lo siento.

Negó con la cabeza como si todo se tratara de un malentendido.

Dozo, suwatte kudasai -dijo-. Siéntese, por favor. ¿Le apetece tomar algo?

– No, gracias, no tengo sed. Y estoy más cómodo de pie.

Asintió.

– Sé qué está pensando, Rain-san. Sé cuán rápido es usted. Por eso hay tres hombres armados al otro lado de la puerta… por si acaso lograra librarse de mí. -Sonrió seguro de sí mismo y, al recordar lo sucedido en el Kodokan, sabía que la seguridad estaba más que justificada-. Sería un enfrentamiento interesante, pero no es el mejor momento. Por favor, póngase cómodo para así encontrar el modo de resolver nuestro problema mutuo.

– ¿Problema mutuo?

– Sí, el problema es mutuo. Tiene algo que quiero o sabe dónde está. En cuanto esté en mi poder, usted dejará de ser un impedimento y podremos decir lo de «vive y deja vivir». Pero si no lo obtengo la situación será más complicada.

Permanecí en silencio para ver si quería añadir algo más.

– Me gustaría hablar con usted -añadió al cabo de unos instantes-. Dozo kakete kudasai. -Siéntese, por favor.

Incliné la cabeza dirigiéndome a uno de los sillones situado frente al sofá, y mientras lo hacía introduje las manos en el bolsillo como para adoptar un aire resignado. Activé el transmisor. Independientemente de cuál fuera el desenlace de la situación, al menos Harry lo oiría todo.

– Gracias -dijo al tiempo que se sentaba frente a mí en el sofá-. Dígame, ¿cómo me ha encontrado?

Me encogí de hombros.

– Su hombre Ishikawa entró en mi apartamento e intentó matarme. Conseguí su móvil y lo usé para averiguar que estaba relacionado con usted. El resto consistió en tomar la iniciativa, como bien ha dicho; la mejor defensa es un buen ataque.

– Ishikawa no fue a su apartamento para matarle sino para interrogarle.

– Si Ishikawa tenía esa idea de un interrogatorio -dije-, debería haberle enviado a Dale Carnegie.

– No importa. No vamos tras usted, sino tras el disco.

– ¿Disco?

– Por favor, no insulte mi inteligencia. Está protegiendo a Midori Kawamura.

La aseveración me sorprendió. Pero entonces caí en la cuenta de que los hombres que le esperaban en el apartamento seguramente eran los de Yamaoto. La habían estado siguiendo, ya que pensaban que si tenía las cosas de su padre era probable que tuviera el disco, y entonces aparecí yo. Comenzaron a perseguirme sólo después de que les hubiera tendido la emboscada y Midori pasara a la clandestinidad.

– ¿Qué tiene que ver ella con todo esto?

– Sé que su padre tenía el disco cuando murió. Por lo tanto es probable que ella lo tenga ahora. Y se esconde.

– Por supuesto que se esconde. Recibió la misma fiesta de bienvenida en su apartamento que yo en el mío. Sabe que corre peligro pero no comprende por qué.

– Lo más normal es que, en una situación como la suya, hubiera acudido a la policía, pero no lo ha hecho.

– No sé nada al respecto. No confío en la policía.

– ¿Dónde está?

– No lo sé. Se marchó tras la emboscada en su apartamento. Creía que yo estaba con sus hombres.

– ¿De veras? No ha vuelto a dar señales de vida.

– Quizá esté con unos amigos… en el campo o algo. Parecía muy asustada.

– Entiendo -dijo mientras entrelazaba los dedos-. Ya sabe, Rain-san, que el disco contiene información que podría perjudicar a Japón, que sería útil para sus enemigos si saliese a la luz. Esos enemigos también buscan el disco.

Recordé que Holtzer me había explicado que quería convertir al gobierno japonés en un «putón», algo que sólo él expresaría de ese modo.

Había algo que no entendía.

– ¿A qué vino el contacto en el Kodokan? -inquirí.

– Pura curiosidad -respondió Yamaoto con expresión meditabunda-. Quería saber qué impulsaba a un hombre con una historia como la suya. Si entonces hubiera sabido hasta qué punto se implicaría en este asunto habría evitado el contacto.

– ¿Qué quiere decir con eso de «historia»?

– Un hombre procedente de dos países y culturas tan diferentes.

– Creo que me he perdido algo. Salvo por el hecho de que llegué sin querer al apartamento de Midori al mismo tiempo que sus hombres, no sabía que nos conociéramos.

– Ah, por supuesto, era imposible que lo supiera, pero de vez en cuando he contratado sus servicios.

A través de Benny. Por Dios, el cabroncete se acostaba con cualquiera. Seguramente revendía mis servicios con un margen de beneficios. «Pero se acabó», me dije.

– Así que, hasta hace poco, nuestros intereses han ido de la mano. Si solucionáramos este asunto podríamos regresar al statu quo ante bellum.

Resultaba obvio que necesitaba el disco. Confiaba en que los algoritmos de Harry estuvieran actualizados.

– Como ya he dicho, el problema reside en que no sé dónde está el disco ni qué contiene -repliqué-. Si lo supiera se lo daría, pero no es así.

Frunció el ceño.

– Me apena oír eso. ¿Y la hija de Kawamura tampoco lo sabe?

– ¿Por qué iba a saberlo yo?

Asintió con gravedad.

– Pues vaya problema. Verá, hasta que no tenga lo que busco la hija de Kawamura será un impedimento. Estaría mucho más segura si yo recuperara el objeto.

En aquel momento sentí la tentación de creer que parte de lo que decía era cierto. Si recuperaba el disco, Midori dejaría de ser un impedimento.

Pero el disco también lo buscaban otras personas y era imposible que supieran que Midori ya no lo tenía. Además, los problemas logísticos eran irresolubles. Yamaoto no me dejaría marchar aunque le prometiera que regresaría con el disco y no pensaba revelarle dónde estaban Midori y Harry. Para colmo, no existía garantía alguna de que no se deshiciera de los cabos sueltos incluso después de haber recuperado el disco.

– Por si sirve de algo, creo que ella no tiene lo que busca -declaré-. De todos modos, ¿por qué cree que Kawamura se lo habría dado? Habría sabido que, de hacerlo, su vida correría peligro, ¿no?

– Quizá se lo diera sin querer. Además, como ya he dicho, el que no haya acudido a la policía resulta bastante elocuente.

No repliqué nada, esperé que prosiguiera.

– Basta de juegos -dijo finalmente. Se incorporó y se dirigió hacia el perchero, de donde descolgó una americana-. Tengo una reunión en otro lugar y no me queda tiempo para convencerle. Dígame dónde está el disco o dónde puedo encontrar a Midori Kawamura.

– Ya le he dicho que no lo sé.

– Por desgracia, sólo hay una manera para comprobar que dice la verdad. Creo que ya sabe cuál es.

Ninguno de los dos pronunció palabra alguna durante un minuto interminable. Le oí exhalar, como si hubiera estado conteniendo la respiración.

– Rain-san, se encuentra en una situación delicada, y yo soy comprensivo. Pero debe saber que conseguiré lo que quiero. Si me lo dice ahora, como amigo, confiaré en usted. Le dejaré marchar. Pero si mis hombres tienen que sonsacarle la información por otros medios, es posible que luego ya no pueda marcharse. ¿Lo entiende? Si no tengo el disco me veré obligado a eliminar sistemáticamente cualquier riesgo asociado con el mismo. Así que ya ve, sería mucho mejor que me lo dijera ahora.

Entrecrucé los brazos en el pecho y le miré. Mi expresión era de imperturbabilidad, pero en mi interior estaba trazando un mapa del pasillo y las escaleras en busca de una salida.

Seguramente había confiado en que me viniera abajo porque esperó mucho. Finalmente, llamó a sus hombres. La puerta se abrió y me vi rodeado de hombres que me obligaron a incorporarme. Les dio varias órdenes a gritos: «Averiguad dónde está el disco. Y Midori. Emplead cualquier método».

Me arrastraron fuera de la sala. A mi espalda Yamaoto dijo: «Me ha decepcionado», aunque apenas le oí. Estaba ocupado tratando de encontrar el modo de huir de allí.

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