Antes de bajar del metro entre Broadway y la 110 estaba mucho menos impresionado por la coincidencia que había descubierto. Si Prager hubiera decidido matarme, bien directamente o a través de gente contratada, no había mucho motivo para robar un coche a dos manzanas del apartamento de su hija. A primera vista parecía conducir a un lugar determinado, pero no estaba seguro de que lo hiciera.
Claro que si Stacy Prager tenía un novio y si resultaba que era el hombre Marlboro…
Parecía merecer la pena probar. Encontré su edificio, de piedra marrón rojizo, de cinco plantas que ahora hacían de cuatro apartamentos por planta. Toqué el timbre y no hubo respuesta. Llamé a otro par de puertas de la última planta -es sorprendente lo a menudo que la gente te llama de esa manera-, pero no había nadie y la cerradura del portal parecía ser muy fácil. Usé una horquilla y no pude haberla abierto más rápido con una llave. Subí tres tramos pendientes de escaleras y toqué en la puerta del 4º-C. Esperé y llamé de nuevo, y entonces abrí las dos cerraduras de su puerta y me sentí como en casa.
Había una habitación bastante grande con un sofá cama y unos pocos muebles del Ejército de Salvación. Miré en el armario y en la cómoda, y todo lo que supe fue que si Stacy tenía un novio, vivía en otro lado. No había señales de presencia masculina. Miré el sitio muy por encima, sólo intentando sacar alguna idea de la persona que vivía allí. Había muchos libros, la mayoría en rústica, casi todos versando sobre algún aspecto de la psicología. Había una pila de revistas: Nueva York, Psicología Hoy y Digest Intelectual. No había nada más fuerte que aspirina en el botiquín. Stacy mantenía su apartamento bien ordenado y eso a su vez daba la impresión de que su vida también estaba bien ordenada. Me sentía como un violador, allí de pie, en su apartamento, mirando los títulos de los libros, revolviendo la ropa de su armario. Me sentía más y más incómodo en el papel, y la falta de encontrar algo que justificara mi presencia aumentaba la sensación. Salí de allí y cerré. Cerré una de las cerraduras, la otra tenía que ser con llave, e imaginaba que ella pensaría que se le había olvidado cerrarla al salir.
Podría haber encontrado una foto del hombre Marlboro en un bonito marco. Habría sido útil, pero simplemente no había ocurrido. Dejé el edificio y di la vuelta a la esquina, tomé un café en una cafetería. Prager, Ethridge y Huysendahl, uno de ellos había matado a Giros y había intentado matarme a mí también, y no me parecía llegar a ningún sitio.
Imaginemos que fue Prager. Las cosas parecían seguir una regla, y aunque realmente no encajaba todo muy bien, lo parecía. Estaba en el anzuelo en primer lugar por un caso de atropello y fuga, y hasta el momento se había usado coche en dos ocasiones. La carta de Giros mencionó que uno subió la acera hacia él, y por supuesto que hubo uno detrás de mí la pasada noche. Y parecía ser que sentía financieramente la mordida. Beverly Ethridge buscaba evasivas para ganar tiempo, Theodore Huysendahl estaba de acuerdo con mi precio y Prager decía que no sabía cómo reunir el dinero.
Así que imaginemos que fue él. De ser así, había acabado de intentar cometer un asesinato, pero no logró llevarlo a cabo, y a lo mejor se encontraba un poco tembloroso por ello. Si fuera él, ahora era un buen momento para agitar los barrotes de su jaula. Y si no había sido, estaría en mejor posición de confirmarlo yendo a visitarle inesperadamente.
Pagué mi café, salí y llamé un taxi.
La chica negra levantó la vista cuando entré en su oficina. Tardó un segundo o dos en reconocerme y entonces sus ojos negros tomaron una expresión cautelosa.
– Matthew Scudder -dije.
– ¿Para el señor Prager?
– Sí.
– ¿Le está esperando, señor Scudder?
– Creo que me querrá ver, Shari.
Parecía sorprendida de que me acordara de su nombre. Se puso de pie indecisa y salió de detrás de la mesa de ébano en forma de «U».
– Le diré que está usted aquí.
– Muy bien.
Se deslizó por la puerta de Prager, cerrándola rápidamente tras ella. Me quedé sentado en el sofá de vinilo mirando el paisaje marino de la señora Prager. Concluí que los hombres estaban vomitando por los lados del barco. No cabía duda.
Abrió la puerta y volvió a la recepción cerrando la puerta tras sí otra vez.
– Le verá dentro de cinco minutos -dijo.
– Bien.
– Supongo que usted tiene un asunto importante que consultar con él.
– Bastante importante.
– Sólo espero que las cosas vayan bien. Ese hombre no ha sido él mismo últimamente. Parece ser que cuanto más duro trabaja y más éxito tiene, más tensión tiene encima.
– Supongo que ha estado bajo mucha tensión últimamente.
– Ha estado bajo mucha tensión -dijo. Sus ojos me desafiaron, sosteniéndome como responsable de las dificultades de Prager. Era una acusación que no podía negar.
– Quizás las cosas se arreglen pronto -sugerí.
– Espero que sí, de verdad.
– Me imagino que será un buen hombre para el que trabajar.
– Un hombre muy bueno. Siempre ha sido…
Pero no llegó a terminar la frase, porque en ese momento hubo un ruido de petardeo de camión, sólo que los camiones hacen eso al nivel del suelo, no en la planta veintidós. Ella estaba al lado de su mesa, y se quedó allí congelada, con los ojos desorbitados, la parte de atrás de la mano metida en la boca. Mantuvo esa postura suficiente tiempo como para que llegara a la puerta antes que ella.
La abrí de golpe y Henry Prager estaba sentado en su mesa y por supuesto que no había sido un camión petardeando. Había sido una pistola. Una pistola pequeña, calibre 22 ó 25 a primera vista, pero cuando metes el cañón en la boca y lo inclinas hacia el cerebro, realmente no te hace falta más que una pistola pequeña.
Me quedé de pie en la puerta, intentando bloquearla y ella estaba junto a mi hombro, con sus pequeñas manos golpeando en mi espalda. Durante un momento no cedí y luego me pareció que ella tenía tanto derecho como yo a mirarle. Di un paso en la habitación y ella me siguió y vio lo que sabía que iba a ver.
Entonces empezó a gritar.