Capítulo 3

Supongo que tenía una idea correcta de lo que contenía el sobre antes de abrirlo. Cuando un hombre que se tira la vida a trancas y barrancas manteniendo los oídos abiertos, de repente, aparece llevando un traje de trescientos dólares, no es difícil imaginar cómo lo consiguió. Después de una vida vendiendo información, el Giros había descubierto algo demasiado bueno para vender. En vez de traficar información, ahora traficaba silencio. Los chantajistas son más ricos que los soplones porque su mercancía no se paga de una vez; la pueden alquilar a la misma persona repetidamente durante toda una vida.

El único problema es que su propia vida tiende a menguar. El Giros empezó a ser un mal riesgo para las compañías de seguros el día que alcanzó el éxito. Primero agobio y úlceras, luego un cráneo abollado y un baño de mucho tiempo.

Un chantajista necesita un seguro. Necesita alguna ventaja que convenza a su víctima de que no puede terminar con el chantaje terminando con el chantajista. Alguien, un abogado, una novia, cualquier persona espera al fondo con las pruebas que le hacen sufrir en primer lugar. Si se muere el chantajista, las pruebas van a la poli y todo se va la mierda. Todo chantajista asegura a su víctima que tiene este elemento adicional. A veces, no hay ningún cómplice, ningún sobre que mandar, porque pruebas sueltas son un peligro para todo implicado, así que el chantajista dice que las hay y espera que la víctima no le coja en un renuncio. A veces la víctima le cree y a veces no.

A lo mejor Giros Jablon le había contado a la víctima lo del sobre desde el principio. Pero en febrero, empezó a sudar. Había decidido que le estaban intentando matar, o que era posible que lo pretendieran, entonces reunió el sobre. Un sobre real no le iba a mantener vivo si la idea del sobre fallara. Estaría igual de muerto y lo sabía.

Pero, al fin y al cabo, había sido un profesional. Durante casi toda su vida, nadie hubiese apostado un duro por él pero, de todos modos, era un profesional. Y un profesional no se mosquea. Ajusta cuentas.

Sin embargo, había tenido un problema, que llegó a ser problema mío cuando abrí el sobre y miré el contenido. Porque Giros sabía que iba a tener que ajustar cuentas con alguien.

Sólo que no sabía con quién.


Lo primero que miré fue la carta. Estaba escrita a máquina, lo cual sugería que había robado una máquina más de las que podía vender y la había guardado. No la había usado mucho. Su carta estaba llena de palabras y frases tachadas, espacios entre las letras y suficientes términos mal deletreados como para hacerla interesante. Pero más o menos, era así:


Matt:

Si estás leyendo esto, soy un hombre muerto. Espero que esto termine, pero no estoy seguro. Creo que alguien me intentó matar ayer. Hubo un coche que casi sube la acera viniendo hacia mí.

Lo que llevo es chantaje. Me enteré de una información que vale una pasta gansa. Años de ir de gorra y finalmente me salió.

Son tres. Verás cómo está la cosa cuando abras los otros sobres. Ése es el problema, que haya tres, porque si estoy muerto, uno de ellos lo hizo y no sé cuál. Los manejo a todos como marionetas y no sé quién de ellos se está ahogando con las cuerdas.

Este Prager, hace dos años en diciembre su hija pilló a un niño que iba en triciclo y siguió de largo porque le habían quitado el permiso de conducir y estaba colocada de anfetas y hierba y no sé qué más. Prager tiene más dinero que el diablo. Lo repartió entre todo el mundo y no cogieron a su hija. Toda la información está en el sobre. Él fue el primero. Oí una mierda en un bar por casualidad, invité a uno de los tíos a copas y se me abrió. No le pido más de lo que puede pagar y me paga como pagas la renta, a primeros de mes, pero quién sabe cuándo se va a volver loco un tío y quizás eso es lo que ha pasado. Me quiere muerto, joder, podría contratarlo fácilmente.

La tía Ethridge fue pura suerte. Vi su foto en los periódicos por casualidad, una tía de alta sociedad y la reconocí por una película pomo que vi hace unos años. Hablando de recordar caras, ¿quién mira las caras?, pero quizás se la estaba chupando a algún tipo y se me grabó en la memoria. Leí sobre todos esos colegios a donde había ido y no encajaba, así que investigué un poco y había un par de años que se perdió de vista y se metió en historias un poco duras y tengo algunas fotos y otra mierda de veras. He tratado con ella y no sé si su marido sabe lo que está pasando o algo. Ella es muy dura y podría matar a una persona sin pestañear. La miras a los ojos y sabes exactamente lo que quiero decir.

Huysendahl era el tercero que manejaba y ya estoy atento a ver si oigo más, porque todo va bien. Lo que oigo es que su mujer es una tortillera. Bueno, esto no es nada espectacular, Matt, como sabes. Pero él tiene más perras que estiércol y está pensando en presentarse para gobernador, así que, ¿por qué no cavar un poquito? Lo de tortillera no es nada, demasiada gente ya lo sabe y si se corre la palabra sólo consigues votos de tortilleras, lo cual puede hacer que hasta consiga el puesto, así que eso no me importa, pero lo que pregunto yo es, ¿por qué sigue casado con la tortillera?, como ¿hay algo de pervertido en él? Así que me mato investigándolo y resulta que hay algo, pero sacar información es otra cosa. No es un marica normal, sino que lo suyo son los chicos jóvenes, cuanto más jóvenes mejor. Es una enfermedad y te puede revolver el estómago. Tengo cosas pequeñas, como este crío que hospitalizaron por lesiones internas, por el cual Huysendahl pagó las facturas de! hospital. Quería poder agarrarle bien, así que las fotos eran una trampa. No importa cómo las monté, pero hubo otra gente implicada. Debió haberse cagado cuando vio las fotos. La historia me costó un huevo, pero nunca se hizo una inversión mejor.

Matt, la cuestión es que si alguien me ha matado, fue uno de ellos, o contrataron a alguien para hacerlo, lo cual es lo mismo y lo que quiero es que los jodas bien. Al que lo hiciera, no a los otros dos que jugaron limpio conmigo, motivo por el cual no puedo dejar esto en las manos de un abogado y mandarlo todo a la policía, porque los que jugaron limpio conmigo merecen salvarse. Y claro, si cae en las manos de un mal poli, él sólo les sacaría dinero bajo amenazas, viviría como un rey y mi asesino libre, excepto que sigue pagando.

El cuarto sobre tiene tu nombre escrito porque es para ti. Hay tres mil dentro y son para ti. No sé si debería ser más o lo que debería ser, pero siempre existe la posibilidad de que lo metas en el bolsillo y mandes el asunto a tomar por el saco, en cuyo caso estaré muerto y no lo sabré. Creo que lo investigarás por algo que noté en ti hace mucho tiempo, y es que tú opinas que hay una diferencia entre el asesinato y otros crímenes. Yo opino lo mismo. He hecho cosas malas toda mi vida, pero nunca maté a nadie y nunca lo haría. He conocido a gente que ha matado, lo cual sé que es cierto o lo he oído, y no me acercaría a ellos jamás. Soy así y creo que tú también eres así y por eso puede que hagas algo, y vuelvo a decir que si no, no lo sabré.

Tu amigo:


Jake Giros Jablon


El miércoles por la mañana saqué el sobre de debajo de la alfombra y miré las pruebas durante mucho tiempo. Saqué mi libreta y anoté unos cuantos detalles. No iba a poder mantenerlo cerca, porque si hiciera cualquier cosa, me estaría exponiendo, y mi habitación ya no sería un escondite inteligente.

El Giros los tenía bastante apretados. Había pocas pruebas seguras que manifestaran que la hija de Henry Prager, Stacy, había dejado el escenario del accidente en el que se pilló y se mató a Michael Litvak, de tres años, pero en estas circunstancias no hacían falta pruebas contundentes. Giros tenía el nombre del taller donde se reparó el coche de Prager, los nombres de la gente del Departamento de Policía y de la oficina del Fiscal a quien se había sobornado, y otras cositas que servirían. Si dieras toda la información a un reportero investigador, no podría dejarlo.

El material sobre Beverly Ethridge era más gráfico. Podría ser que las fotos solas no fueran bastante. Había un par de fotos en color de diez por trece y una media docena de cortes de película de unas cuantas secuencias cada una. Estaba ella completamente identificable durante todo el tiempo y no cabía duda de lo que estaba haciendo. Podría ser que esto en sí no fuera a perjudicar tanto. Muchas cosas que hace la gente en su juventud para divertirse se disculpan al pasar unos cuantos años, sobre todo en esos círculos sociales donde cada uno tiene sus secretos.

Pero el Giros había investigado, como había dicho. Había seguido la pista de la señora Ethridge, entonces Beverly Guildhurst, desde el momento en que dejó Vassar en su bachillerato. Descubrió una detención en Santa Bárbara por prostitución, sentencia suspendida. Hubo una detención en Las Vegas por drogas, rechazada por falta de pruebas, con una fuerte implicación de que algún dinero de la familia le había salvado el pellejo. En San Diego montó un negocio de timos con un socio que era un chulo conocido. Se malogró una vez, ella le dio la vuelta a la acusación del fiscal y le dieron otra suspensión y a su socio le cayeron de uno a cinco años en Folsom. La única vez que pasó ella tiempo en la cárcel, que supiera Giros, fueron quince días por estar borracha y alteración del orden público.

Luego volvió y se casó con Kermit Ethridge, y si no hubiera salido su foto en el periódico en un mal momento, se habría librado completamente.

El material Huysendahl era difícil de tragar. La evidencia documental no era nada especial: los nombres de unos chicos prepubescentes y las fechas en las cuales, según se afirmaba, Huysendahl había tenido relaciones sexuales con ellos; una colección de historiales de un hospital, indicando que Huysendahl había pagado el tratamiento por lesiones internas y laceraciones a un tal Jeffrey Kramer de once años. Pero las fotos no te dejaban con la sensación de estar mirando al candidato para el próximo gobernador del estado de Nueva York.

Había exactamente una docena de ellas y mostraban un repertorio bastante completo. La peor mostraba al compañero de Huysendahl, un joven y delgado negro, con la cara retorcida de dolor mientras Huysendahl le penetraba por el ano. En esa foto, el crío estaba mirando justo a la cámara, como en varias otras, y era posible que la expresión facial de agonía no fuera más que teatro, pero esa posibilidad no iba a prevenir que nueve entre diez ciudadanos normales colocaran un dogal en el cuello de Huysendahl y le colgaran de la farola más próxima.


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