Capítulo 6

El salón de cócteles del Pierre está iluminado por velitas colocadas dentro de pequeños cuencos azules, uno en cada mesa. Las mesas son pequeñas y bien separadas unas de otras, redondas y blancas con dos o tres sillas de terciopelo azul cada una. Me quedé parpadeando en la oscuridad, buscando una mujer que llevara un pantalón de traje blanco. Había cuatro o cinco mujeres solas en la sala, ninguna de ellas con traje de pantalón. Así que busqué a Beverly Ethridge y la encontré sentada en la mesa del fondo al lado de la pared. Llevaba un vestido ceñido azul marino y un collar de perlas.

Le di mi abrigo al mozo del guardarropa y fui directamente a su mesa. Si miró cómo me acercaba, lo hizo de reojo. En ningún momento giró la cabeza en mi dirección. Me senté en una silla al otro lado de ella y sólo entonces me miró a los ojos.

– Estoy esperando a alguien -dijo, y miró para otro lado, despidiéndose.

– Soy Matthew Scudder -dije.

– ¿Se supone que eso tiene que decirme algo?

– Es usted bastante buena -dije-. Me gusta su traje de pantalón blanco, le sienta bien. Quería usted comprobar si podía reconocerla para saber si tenía las fotos o no. Supongo que eso es inteligente, pero ¿por qué no pedirme que trajera una?

Volvió los ojos y tomamos unos minutos para mirarnos mutuamente. Era la misma cara que había visto en las fotos, pero era difícil creer que fuera mucho más madura. Más que eso, había un aire de aplomo y sofisticación que resultaba bastante incompatible con la chica de aquellas fotos y sus historiales de arrestos. La cara era aristocrática y la voz mostraba buenos colegios y buena educación.

Entonces, dijo:

– Un jodido poli. -Y su cara y su voz la traicionaron y toda aquella educación se desvaneció-. ¿Cómo lo descubrió usted?

Me encogí de hombros. Empecé a decir algo, pero se acercaba el camarero. Pedí bourbon y café. Ella le señaló con la cabeza que le trajera otra de lo que estaba tomando. No sé lo que era. Contenía mucha fruta.

Cuando se fue, dije:

– El Giros tuvo que dejar la ciudad durante una temporada. Quiso que le cuidara el negocio en su ausencia.

– Ya.

– A veces, las cosas ocurren así.

– Ya. Usted le echó el guante y le dio mi historia como pasaporte. Tenía que ser un poli corrompido el que le pescara.

– ¿Estaría usted mejor con uno honesto?

Se puso la mano en el pelo. Era liso y rubio con un corte que creo que se llama Sassoon. Había sido considerablemente más largo en las fotos, pero del mismo color. Quizás el color era natural.

– ¿Uno honesto? ¿Dónde lo encontraría?

– Dicen que hay dos o tres sueltos por ahí.

– Ya. Como guardias de tráfico.

– De todos modos, no soy policía. Solamente corrompido. -Sus ojos se levantaron-. Dejé la policía unos años atrás.

– Entonces no entiendo. ¿Cómo se hizo usted con el material?

O verdaderamente estaba perpleja o sabía que Giros estaba muerto y era realmente muy buena actriz. Ése era todo el problema. Estaba jugando al póker con tres extraños y no podía sentarlos a todos en la misma mesa.

Vino el camarero con las copas. Sorbí un poco de bourbon, bebí un centímetro de café y vertí el resto del bourbon a la taza. Es una manera estupenda de emborracharse sin cansarse.

– Vale -dijo.

La miré.

– Mejor que me lo diga, Sr. Scudder. -Ahora la voz cultivada y la cara volviéndose a su estado anterior-. Según lo que me dice, me va a costar.

– Un hombre tiene que comer, señora Ethridge.

De repente, sonrió; no sé si espontáneamente o no. Se le iluminó toda la cara con la sonrisa.

– Creo que deberías llamarme Beverly -dijo-. Me resulta extraño que me llame formalmente un hombre que me ha visto con una polla en la boca. ¿Y cómo te llaman a ti? ¿Matt?

– Generalmente.

– Ponle un precio, Matt. ¿Cuánto va a costar?

– No soy goloso.

– Seguro que eso se lo dices a todas las chicas. ¿Hasta qué punto no eres goloso?

– Me gusta el arreglo que tenía con Giros. Lo que le sirve a él me sirve a mí.

Movió la cabeza pensativamente, una sombra de sonrisa en los labios. Metió la punta de un delicado dedo en la boca y lo mordisqueó.

– Interesante.

– ¿Sí?

– El Giros no te dijo mucho. No teníamos ningún arreglo.

– ¿No?

– Estábamos intentando pensar en uno. No quise que me matara poco a poco cada semana chupándome el dinero. Supongo que sumó un total de cinco mil dólares durante los últimos seis meses.

– No mucho.

– También me acostaba con él. Yo habría preferido darle más dinero y menos sexo, pero no tengo mucho dinero propio. Mi marido es un hombre rico, pero no es lo mismo, ¿sabes?, y yo no tengo mucho dinero.

– Pero tiene mucho sexo.

Pasó la lengua sobre los labios de una manera muy obvia. Eso no le hizo el gesto menos provocativo.

– No pensaba que te hubieras fijado -dijo.

– Me fijé.

– Me alegro.

Tomé un poco de café. Eché un vistazo al salón. Todo el mundo tenía un aire elegante y estaba bien vestido y me sentía fuera de sitio. Llevaba mi mejor traje y parecía un poli usando lo mejor de su ropa. La mujer al otro lado de la mesa había hecho películas pornográficas, se había prostituido, se había prestado a jugar con la inocencia de la gente para timarla. Y ella estaba perfectamente cómoda aquí mientras yo sabía que me encontraba fuera de sitio.

– Creo que preferiría dinero, señora Ethridge.

– Beverly.

– Beverly -repetí.

– O Bev, si prefieres. Soy muy buena, ¿sabes?

– Seguro que sí.

– Me dicen que convino el arte de una profesional con el ardor de una amateur.

– Y estoy seguro de que es así.

– Al fin y al cabo, has visto las pruebas fotográficas.

– Es verdad. Pero me temo que tengo más necesidad de dinero que de sexo.

Asintió con la cabeza, lentamente.

– Con Giros -dijo- estaba intentando llegar a un acuerdo. Ahora no tengo mucho dinero disponible en metálico. Vendí algunas joyas, cosas así, pero sólo para ganar tiempo. A lo mejor podría reunir algo de dinero si tuviera tiempo. Una cantidad sustanciosa, quiero decir.

– ¿Cómo de sustanciosa?

Ignoró la pregunta.

– Aquí está el problema. Mira, yo estaba en el juego, ya lo sabes. Era temporal. Era lo que mi psiquiatra llama una manera radical de sacar a la luz mis ansiedades y hostilidades. No sé de qué cojones habla y creo que él tampoco. Ahora estoy limpia, soy una mujer respetable, en cierta manera un miembro de la jet-set, pero sé las reglas del juego. Una vez que pagas, acabas pagando durante el resto de tu vida.

– Suele ser así, es verdad.

– No quiero que sea así. Quiero pagar una cantidad grande y que me des todo. Pero es difícil encontrar la manera de hacerlo.

– Porque yo siempre podría guardar copias de las fotos.

– Podrías tener copias. También podrías guardar información en la cabeza, porque la información sola es bastante para arruinarme.

– Así que necesitaría una garantía de que un pago fuera todo lo que tendría que pagar.

– Así es. Necesitaría cogerte a ti de tal manera que ni pensaras en guardar las fotos, ni volver a pedirme más.

– Es un problema -dije-. ¿Estaba intentando hacerlo así con Giros?

– Sí. Ninguno de los dos podíamos pensar en algo que gustara a los dos y mientras tanto lo mantenía a raya con sexo y cantidades pequeñas de dinero. -Lamió sus labios-. El sexo era bastante interesante. Su percepción de mí y todo. No creo que un hombre así tuviera mucha experiencia con mujeres jóvenes y atractivas. Y, por supuesto, la cuestión social, la diosa de la avenida Park, y a la vez tenía esas fotos de mí y sabía cosas de mí, de modo que llegué a ser una persona bastante especial para él. No le encontraba atractivo. Y no me gustaba, no me gustaban sus maneras y odiaba cómo me tenía agarrada. De todos modos, hicimos unas cosas interesantes juntos. Era sorprendentemente inventivo. No me gustaba el tener que hacer cosas con él, pero me gustaba hacerlas, si me entiendes.

No dije nada.

– Te podría contar alguna de las cosas que hicimos.

– No se moleste.

– Puede que te excites escuchando.

– No creo.

– No te gusto mucho, ¿verdad?

– No mucho, no. Realmente no puedo permitirme que me guste, ¿no cree?

Bebió un poco de su copa y pasó la lengua por los labios de nuevo.

– No serías el primer poli que llevo a la cama -dijo-. Cuando haces las calles, eso es una parte. Creo que nunca conocí a un poli que no estuviera preocupado por su polla. Que si era demasiado pequeña, que si no la usaba bien. Supongo que viene de llevar una pistola y porra y todo lo demás, ¿no crees?

– Puede ser.

– Personalmente, siempre encontraba que los polis la tenían igual que cualquiera.

– Creo que estamos cambiando de conversación, señora Ethridge.

– Bev.

– Creo que deberíamos hablar del dinero. Una buena suma de dinero, por ejemplo, y entonces puede quedar libre del anzuelo y yo puedo dejar la caña.

– ¿De cuánto dinero estamos hablando?

– Cincuenta mil dólares.

No sé qué cantidad estaba esperando. No sé si ella y Giros habían hablado de dinero mientras daban vueltas en sábanas caras. Frunció los labios y silbó silenciosamente indicando que la cantidad que había mencionado era en efecto muy grande.

Dijo:

– Tienes ideas caras.

– Lo paga una vez y se acabó.

– Volvemos al principio, ¿cómo lo sé?

– Porque cuando me dé el dinero, yo le doy información sobre mí. Hice algo hace años. Me podrían mandar a la cárcel durante mucho tiempo por ello. Puedo escribir una confesión dando todos los detalles. Se lo daré cuando me dé los cincuenta mil junto con todo lo que tiene Giros sobre usted. Eso me para a mí, previene que haga algo.

– ¿No fue solamente corrupción policiaca?

– No, no lo fue.

– Mataste a alguien.

No dije nada.

Tomó tiempo para pensarlo. Sacó un cigarro y le dio golpecitos sobre una uña bien arreglada. Me imagino que estaba esperando que yo se lo encendiera. Me mantuve en mi sitio y dejé que lo prendiera ella misma.

Finalmente dijo:

– Puede que funcione.

– Estaría poniéndome la cabeza en un dogal. No tendría que preocuparse por mí, por si me echara atrás y tirara de la cuerda.

Asintió con la cabeza.

– Sólo hay un problema.

– ¿El dinero?

– Ése es el problema. ¿No podríamos bajar el precio un poco?

– No creo.

– Es que no tengo esa cantidad de dinero.

– Su marido sí que lo tiene.

– Eso no lo pone en mi bolso, Matt.

– Siempre podría eliminar al intermediario -dije-. Venderle la mercancía directamente a él. Él sí que pagaría.

– Cabrón.

– ¿Qué? Él pagaría, ¿no?

– Conseguiré el dinero de algún sitio. Cabrón. Para tu información, a lo mejor él no pagaría y entonces no tendrías dónde agarrarte, ¿verdad? No me tendrías agarrada, se fastidiaría mi vida y los dos acabaríamos sin nada. ¿Estás seguro de que quieres arriesgarte?

– No, si no es necesario.

– Quieres decir si consigo el dinero. Tienes que darme tiempo.

– Dos semanas.

Negó con la cabeza.

– Un mes por lo menos.

– Eso es más tiempo de lo que pensaba estar en la ciudad.

– Si lo puedo conseguir antes, lo conseguiré. Créeme. Cuanto antes te quite de encima, mejor. Pero me puede llevar un mes.

Le dije que un mes estaría bien, pero que esperaba que no tardara tanto. Me llamó cabrón e hijo de puta y repentinamente se volvió seductora y me preguntó si quería llevarla a la cama, de todos modos, para divertirnos. Me gustaba más cuando me insultaba.

Dijo:

– No quiero que me llames. ¿Cómo puedo ponerme en contacto contigo?

Le di el nombre del hotel. Intentó no mostrarlo, pero era obvio que la había sorprendido mi franqueza. Evidentemente el Giros no había querido que supiera dónde encontrarlo.

No lo culpaba.


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