Esta vez llegué a la iglesia de San Pablo antes de que cerrara. Metí una décima parte de lo que había cogido de Lundgren en la caja de limosnas. Encendí unas pocas velitas por varias personas muertas que me vinieron a la mente. Me senté un rato y miré a la gente turnándose en el confesionario. Determiné que les tenía envidia, pero no la suficiente como para hacer algo al respecto.
Crucé la calle hasta Armstrong's y me comí un plato de judías con salchichas, luego una copa y una taza de café. Ahora se había acabado, todo se había acabado y podía beber normalmente otra vez, nunca emborrachándome, nunca quedando totalmente ebrio. Saludé a gente inclinando la cabeza de vez en cuando y algunos devolvieron el saludo. Era sábado, de modo que Trina estaba libre, pero Larry hacía igualmente bien el trabajo trayendo más café y bourbon cuando la taza estaba vacía.
La mayor parte del tiempo simplemente dejaba la mente vagar, pero de vez en cuando me encontraba repasando los sucesos desde que Giros había entrado y me dio el sobre. Probablemente hubiera habido maneras de hacer las cosas mejor. Si hubiera presionado y tomado interés al principio, tal vez habría podido incluso haber mantenido vivo a Giros. Pero había terminado y yo había terminado con ello, e incluso me quedaba algo de su dinero después de lo que le había pagado a Anita y a las iglesias y a varios camareros, y ahora podía relajarme.
– ¿Está ocupado este asiento?
Ni siquiera me había dado cuenta cuando entró. Levanté la vista y ahí estaba ella. Se sentó al otro lado de la mesa y sacó un paquete de cigarrillos de su bolso. Aflojó uno y lo encendió.
– Lleva el traje de pantalón blanco -dije.
– Eso es para que me reconozcas. Pues desde luego lograste dar la vuelta a mi vida, Matt.
– Supongo que sí. No van a acusarla de nada, ¿verdad?
– Ellos no podrían acusar un resfriado, cuanto menos un delito. Johnny nunca supo que Giros existía. Ése debería ser mi mayor quebradero de cabeza.
– ¿Tiene más quebraderos de cabeza?
– Por decirlo así, acabo de librarme de un quebradero de cabeza. Aunque me costó mucho deshacerme de él.
– Su marido.
Asintió con la cabeza.
– Decidió sin muchos problemas que yo era un lujo del cual tenía la intención de privarse. Se va a divorciar. Y no voy a recibir dinero de mantenimiento, porque si le causo problemas, me va a dar diez veces más problemas a mí y creo que sería posible que lo hiciera. No es que no haya bastante mierda en los periódicos ya en cuanto a eso.
– No he estado al tanto de los periódicos.
– Has perdido algo bonito. -Inhaló del cigarrillo y sopló una nube de humo-. Realmente bebes en los sitios de más clase, ¿verdad? Te busqué en el hotel, pero no estabas, entonces fui luego a La Jaula de Polly y dijeron que vienes aquí mucho. No puedo imaginarme por qué.
– Me sienta bien.
Inclinó la cabeza a un lado, estudiándome.
– ¿Sabes algo? Pues sí que te sienta bien. ¿Me invitas a una copa?
– Claro.
Atraje la atención de Larry y pidió un vaso de vino.
– Probablemente no sea buenísimo -dijo-, pero por lo menos es difícil que lo joda el camarero.
Cuando lo trajo, levantó su vaso por mí y le devolví el gesto con mi taza.
– Salud -dijo.
– Salud.
– Yo no quería que te matara, Matt.
– Yo tampoco.
– Hablo en serio. Sólo quería tiempo. De un modo u otro, habría manejado todo sola. Nunca llamé a Johnny, ¿sabes? ¿Cómo habría sabido comunicarme con él? Me llamó después de salir de la cárcel. Quería que le mandara dinero. Hacía eso de vez en cuando, cuando tenía problemas. Me sentía culpable de cambiar las pruebas del fiscal aquella vez, aunque había sido idea suya, pero cuando le tenía hablando por teléfono, no pude evitar contarle que estaba metida en un lío, y eso fue un error. Él constituía más problema que el que yo tenía.
– ¿De qué manera la dominaba a usted?
– No sé, pero siempre lo hacía.
– Le señaló que era yo. Aquella noche en La Jaula.
– Quería echarle un vistazo.
– Lo echó. Entonces fijé una cita con usted para el miércoles. Lo gracioso de eso era que quería decirle que estaba libre. Había pensado que ya tenía al asesino, y quería informarle de que el número del chantaje había terminado completamente. En vez de eso, pospuso el encuentro un día más y le mandó detrás de mí.
– Él iba a hablar contigo. Asustarte, buscar tiempo, algo así.
– Él no lo veía así. Usted se debió haber figurado que iba a intentar lo que intentó.
Vaciló un momento, entonces dejó caer los hombros.
– Sabía que era posible. Él era… Tenía mucha violencia. -Su cara se iluminó de repente y algo bailaba en sus ojos-. Quizás me hiciste un favor -dijo-. Quizás esté mucho mejor con él fuera de mi vida.
– Más de lo que sabe.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que él tenía un motivo muy bueno para quererme muerto. Sólo estoy adivinando, pero me gustan las conjeturas. Usted habría estado feliz buscando evasivas hasta que llegara un dinero, que ocurriría cuando Kermit cobrara la parte principal de su herencia. Pero Lundgren no podía permitirse el lujo de tenerme alrededor ni ahora ni más adelante. Porque tenía grandes planes para usted.
– ¿Qué quiere decir?
– ¿No puede adivinarlo? A lo mejor le dijo que se divorciara de Ethridge una vez él hubiera conseguido el suficiente dinero como para hacerlo merecer la pena.
– ¿Cómo lo supiste?
– Ya se lo dije. Sólo una conjetura. Pero no creo que lo hubiera hecho así. Habría querido todo. Habría esperado hasta que su marido heredara su dinero, y entonces habría tomado tiempo para matarlo y de repente usted se convertiría en una viuda muy rica.
– ¡Dios mío!
– Entonces se volvería a casar y su nombre sería Beverly Lundgren. ¿Cuánto tiempo supone que habría tardado en añadir otra marca a su navaja?
– ¡Dios mío!
– Claro, sólo es una conjetura.
– No. -Se estremeció y de repente su cara perdió mucho de su finura y se pareció a una chica que había dejado de serlo hacía mucho tiempo-. Lo habría hecho exactamente así -dijo-. Es más que una conjetura. Así es justamente como lo habría hecho.
– ¿Otro vino?
– No. -Puso su mano sobre la mía-. Estaba toda preparada para estar enfadada contigo porque le diste la vuelta a mi vida. Quizás eso no sea todo lo que hiciste. Quizás me la salvaste.
– Nunca lo sabremos, ¿verdad?
– No. -Apagó su cigarrillo-. Bueno, ¿adónde puedo ir ahora? Estaba empezando a acostumbrarme a una vida de ocio, Matt. Pensaba que lo llevaba con cierto estilo.
– Y eso es verdad.
– Ahora de repente tengo que encontrar una manera de ganarme la vida.
– Pensarás en algo, Beverly.
Su mirada se posó en la mía.
– Ésta es la primera vez que utilizas mi nombre de pila, ¿sabes?
– Lo sé.
Nos quedamos allí un rato mirándonos. Cogió un cigarrillo, cambió de idea y lo volvió a meter en el paquete.
– Bien, ¿qué es lo que sabes?
– No dije nada.
– Pensaba que no te excitaba nada. Estaba empezando a preocuparme de que perdía mi talento. ¿Hay algún sitio adónde podamos ir? Me temo que mi casa ya no es mi casa.
– Se puede ir a mi hotel.
– Me llevas a todos los lugares de clase -dijo. Se puso de pie y cogió su bolso-. Vamos. Ahora mismo, ¿eh?