19

Sin duda alguna, Pye tenía razón: es fácil dejarse guiar por el amor.

Aquellos dos que iban hacia una reunión en Los Angeles… quizá su pequeño planeta fuera un espejismo, pero era su espejismo, la tela que habían escogido para pintar el amanecer tal como lo veían, y amaban lo que estaban pintando. Nos concentramos en ese amor.

— ¿Listo? — preguntó Leslie.

La tomé de la mano y juntos tocamos los volantes de mando que teníamos adelante. Con los ojos cerrados, enfocamos el corazón en aquellos dos, en su mundo, camino a sus propios descubrimientos. Así como nos amábamos, así amamos nuestro hogar y volamos para devolverle lo que habíamos visto y aprendido. No era mi mano la que movía los mandos; tampoco la de Leslie: eran los mandos los que movían nuestras manos, como si Gruñón se hubiera convertido en algo vivo y supiera hacia dónde volar.

Al cabo de un rato nuestro barco volador aminoró la velocidad y describió un amplio giro. Abrí los ojos y vi que Leslie abría los suyos. Lo vimos de inmediato. Allá abajo, sumergido en el agua, en medio de los giros y los abanicos de nuestro esquema, había un dorado número 8. Era el mismo sendero curvo que Pye había dibujado en la arena, entre Ciudad Amenaza y la ciudad de la Paz.

— Pye dijo que podemos dar pistas a otros aspectos de nosotros… — recordé.

— ¡He allí nuestra pista! — exclamó Leslie —. ¡Nuestra querida Pye!

En cuanto apartamos la mente del amor nos vimos de nuevo librados a nuestros propios medios, como si se hubiera roto un hechizo. Gruñón dejó de ser nuestro socio para convertirse en sirviente que pide instrucciones. Moví el volante hacia la derecha para prolongar nuestro círculo por sobre el signo dorado; llevé el acelerador hacia atrás e inicié el giro final hacia aquel punto. El viento rizaba la superficie, haciendo danzar el oro.

— Las ruedas están subidas; los flaps, abajo.

Fue una tarea simple posar el hidroavión en la marca. Volamos contra el viento a pocos centímetros del agua, suspendidos en la velocidad aminorada del Avemarina. Justo antes de llegar al signo, corté la potencia y Gruñón descendió con un chapoteo.

De inmediato el esquema desapareció. Allí estábamos, bien visibles en el otro Gruñón, encima de Los Angeles.

Pero no éramos los pilotos. ¡Eramos otra vez pasajeros en el asiento trasero, fantasmas de polizones! Allí adelante estaban los dos que habíamos sido, vigilando el cielo por si hubiera otros aviones, preparando el código de transponedor para descender en Santa Mónica. A mi lado Leslie estaba por gritar, pero se cubrió la boca con la mano.

— ¿Cuatro seis cuatro cinco? — dijo Richard, el piloto.

— Eso — dijo su esposa —. ¿Qué harías sin mí? No nos habían visto.

En el momento en que clavaba nuestro acelerador fantasma hacia adelante sentí la mano de Leslie en la mía, el mismo miedo en ella. En movimientos atormentadoramente lentos, mientras esperábamos sin respirar, la escena se tornó difusa y desapareció.

Una vez más nos encontramos cortando las pequeñas olas, por sobre el diseño; un toque al volante nos arrojó al aire.

— ¡No, Richie! ¡Estaba segura de que ése era el único lugar donde podíamos aterrizar sin convertirnos en fantasmas!

Miré hacia abajo en medio del giro y busqué el símbolo dorado.

— ¡Está allí no más y no podemos volver a casa!

Miré hacia atrás, con la esperanza de ver a Pye. No eran las grandes verdades lo que necesitaba en ese momento, sino simples instrucciones. Pero ella no estaba allí. La señal, bajo las olas, era una cerradura de combinación que nos llevaba a nuestro propio tiempo, pero no sabíamos cómo hacer girar los números.

— ¡No hay salida! — dijo Leslie — ¡Dondequiera aterrizamos somos fantasmas!

— Salvo en Lago Healey…

— En Lago Healey estaba Pye — observó ella —. Eso no cuenta.

— … y donde nos estrellamos.

— ¿Donde nos estrellamos? — se extrañó ella —. ¡Yo sí era fantasma! Ni siquiera tú podías verme.

Quedó pensativa, tratando de resolver el problema.

Yo viré en un círculo hacia la izquierda alrededor del oro, para mantenerlo a la vista desde mi lado. Parecía ondular bajo el agua, borroneándose como si fuera un símbolo en la mente, no en el esquema; se esfumaba según nuestro enfoque en el amor cedía paso a la aflicción. Me incliné hacia él, concentrado.

Se estaba esfumando, en efecto. ¡Socorro, Pye! pensé. Sin la marca importaría poco conocer o no la combinación. Empecé a memorizar el entrecruzamiento de rutas que había más allá. ¡No podíamos perder de vista ese sitio!

— …pero yo no era un fantasma observador — dijo Leslie —; creía haber muerto en el accidente. Como creía ser un fantasma real, lo era. ¡Tenias razón, Richie! ¡La solución está en el accidente!

— ¡Aquí todos somos fantasmas, wookie — dije, memorizando siempre —. Todo es apariencias, metro a metro.

Dos ramales hacia la izquierda, seis a la derecha, dos casi rectos hacia adelante. La señal de borrada poco a poco, pero yo no quería decir nada.

— El mundo donde nos estrellamos era real para ti — observó ella —. Tú creías haber sobrevivido; por lo tanto, no eras fantasma. Era un tiempo paralelo, pero sepultaste mi cuerpo, vivías en una casa, piloteabas aviones, conducías automóviles y hablabas con la gente…

De inmediato comprendí lo que estaba diciendo. La miré, atónito.

— Para volver a casa, ¿quieres estrellar otra vez el avión? ¡Pye nos dijo que sería fácil, como saltar desde un tronco! ¡No mencionó que hubiera que estrellar a Gruñón!

— No, es cierto. Pero en el accidente hubo algo… ¿Por qué no eras fantasma, después de él? ¿Qué hubo de diferente en ese descenso?

— ¡Que salimos! — exclamé —. No éramos observadores objetivos en la superficie, sino parte del esquema. ¡Estábamos en él!

Me volví para ver el signo; los restos del oro se estaban disolviendo. Giré en círculos sobre el lugar que había aprendido de memoria.

— ¿Valdrá la pena probar? — sugerí.

— ¿Probar qué? ¿Quieres decir…? ¿Quieres saltar al agua cuando aún estemos en vuelo?

Mantuvo los ojos fijos en el sitio donde había estado el símbolo.

— ¡Sí! Empezamos a acuatizar; dejamos que el avión baje la velocidad y, en el momento en que vamos a tocar el agua, saltamos.

— ¡Por Dios, Richard, es terrorífico!

— El esquema es un mundo de metáforas y la metáfora da resultado, ¿no te das cuenta? Para convertirnos en parte de un tiempo, para tomarlo en serio, tenemos que sumergirnos en él. ¿Recuerdas lo que dijo Pye sobre el flotar por sobre el esquema, sin dejarnos involucrar? ¿Y lo de saltar de un tronco? ¡Nos estaba indicando el modo de volver a casa! ¡El tronco es Gruñón!

— ¡No puedo! — aseguró ella —. ¡No puedo!

— Un vuelo lento, contra el viento — dije—; bajaremos a cuarenta y cinco kilómetros por hora. Prefiero saltar al agua antes que estrellarme…

Giré para el acercamiento final y me dispuse a acuatizar. Ella seguía la dirección de mis ojos.

— ¿Qué estás vigilando?

— La marca desapareció. No quiero perder de vista el lugar donde estaba.

— ¿Desapareció? —Miró por delante de mí el sitio vacío, allá abajo. — Bueno. Si tú saltas, saltaré. Pero una vez que lo hagamos no habrá manera de echarse atrás.

Tragué saliva, sin apartar la vista del sitio donde debíamos descender.

— Tendremos que desabrocharnos los cinturones de seguridad, abrir la cabina, salir y soltarnos. ¿Podrás?

— Tal vez convenga desabrochar los cinturones y abrir la cabina ahora mismo — observó ella. Desabrochamos los cinturones. Un segundo después oí el rugir del viento: Leslie había quitado el seguro a la cabina transparente. La garganta se me quedó seca.

Ella se inclinó hacia mí para darme un beso en la mejilla.

— Las ruedas están arriba; los flaps, abajo — dijo — Cuando quieras, estoy lista.

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