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De inmediato mi mano se preparó para impulsar hacia adelante la palanca de mandos, a fin de inmovilizar a la intrusa contra la parte alta de la cabina.

— ¡No os asustéis! — dijo ella —. ¡Soy amiga! — Y se echó a reír. — De mí es de quien menos debéis temer.

Mi mano se aflojó un poquito. Leslie la miró con fijeza, diciendo:

— ¿Quién…?

Nuestra pasajera vestía blue jeans y una blusa a cuadros; su piel era oscura y tersa; los ojos, negros como la medianoche; el pelo, moreno con tintes azulados, le llegaba a los hombros.

— Me llamo Pye — dijo —. Soy a vosotros lo que vosotros sois a aquellos que dejasteis en Carmel. — Se encogió de hombros, corrigiéndose —: Por varios miles.

Volví a poner el motor a velocidad de crucero y el ruido se perdió.

— ¿Cómo hiciste…? — pregunté — ¿Qué haces aquí?

— Se me ocurrió que podíais estar preocupados — dijo —. He venido a ayudar.

— ¿Por qué dijiste «por varios miles»? — inquirió Leslie —. ¿Eres yo venida del futuro?

Ella asintió, inclinándose hacia adelante al hablar.

— Soy vosotros dos al mismo tiempo. Pero no del futuro, sino de… — Entonó una curiosa nota doble. —..un ahora alternativo.

Me mona por saber cómo era posible que ella fuera nosotros dos al mismo tiempo y qué era un ahora alternativo, pero por sobre todo quería saber qué estaba pasando.

— ¿Dónde estamos? — le pregunté — ¿Sabes qué nos mató?

Ella sonrió, sacudiendo la cabeza.

— ¿Qué los mató? ¿Y por qué pensáis que habéis muerto?

— No sé —reconocí —. Estábamos descendiendo hacia Los Angeles; de pronto se oyó un fuerte zumbido y la ciudad desapareció. Eso es todo. Lo que era civilización se evapora en medio segundo y nos encontramos solos, por sobre algún océano que no existe en el planeta Tierra. Y cuando aterrizamos somos fantasmas frente a nuestro propio pasado, frente a los que éramos cuando nos conocimos, y nadie puede vernos, aparte de ellos; la gente pasa a través de nosotros con carritos. de ropa sucia y nuestros brazos atraviesan las paredes… — Me encogí de hombros, desolado. — Descontando eso, no se me ocurre por qué pensamos que hemos muerto.

Ella se echó a reír.

— Bueno, pues no habéis muerto.

Mi esposa y yo cambiamos una mirada; sentíamos una oleada de alivio.

— En ese caso ¿dónde estamos? — preguntó Leslie —. ¿Qué nos pasó?

— Esto no es tanto un lugar como un punto de perspectiva — dijo Pye — Probablemente, lo ocurrido se relaciona con la electrónica. — Miró nuestro tablero de instrumentos con el ceño fruncido. — Allí hay transmisores de muy alta frecuencia. Receptor loránico, transponedor, pulsos de radar… Pudo haber sido una interacción. Rayos cósmicos… — Estudió los instrumentos e hizo una pausa. — ¿Hubo un gran destello dorado?

— ¡Sí!

— Interesante — dijo ella, con una sonrisita —. Las posibilidades de que ocurra algo así son de una en trillones. — Se mostraba totalmente familiar, cálida y simpática. — No contéis con hacer este viaje con mucha frecuencia.

— Y volver ¿también se da una vez en trillones? — pregunté —. Mañana tenemos un congreso en Los Angeles. ¿Llegaremos a tiempo?

— ¿A tiempo? — Se volvió hacia Leslie —. ¿Tienes hambre?

— No.

Hacia mí:

— ¿Sed?

— No.

— ¿Y por qué suponéis que no hay hambre ni sed?

— Por la excitación — dije yo —. Por la tensión nerviosa.

— ¡Por el miedo! — dijo Leslie.

— ¿Tenéis miedo? — preguntó Pye.

Leslie lo pensó por un momento y le sonrió. — Ya no.

Yo no podía decir lo mismo. El cambio no es mi deporte favorito. Pye se volvió hacia mí.

— ¿Cuánto combustible estáis usando?

El indicador aún seguía petrificado.

¡Nada! — exclamé, comprendiendo súbitamente — Gruñón no está consumiendo combustible. No consumimos combustible porque el combustible, el hambre y la sed se relacionan con el tiempo y aquí no hay tiempo.

Pye asintió.

— La velocidad también está relacionada con el tiempo — señaló Leslie — sin embargo, nos movemos.

— ¿Os movéis? — Pye arqueó las cejas oscuras en una interrogación dirigida a mí.

— A mí no me mires — pedí —. ¿Nos movemos sólo en convicción? ¿Nos movemos sólo en…?

Pye me hizo un gesto de aliento que decía «tibio, tibio», como si estuviéramos jugando a las adivinanzas.

— ¿…conciencia?

Se tocó la punta de la nariz, encendiendo una sonrisa brillante.

— ¡Exacto! Tiempo es el nombre que se da al movimiento de la conciencia. Cada acontecimiento que pueda suceder en el espacio y en el tiempo sucede ahora, al unísono, simultáneamente. No hay pasado, no hay futuro: sólo el ahora, aunque tengamos que usar un lenguaje basado en el tiempo para poder entendernos. Es como… — Buscó una comparación en la parte alta de la cabina. — Es como la aritmética. En cuanto uno aprende el sistema, sabe que todos los problemas con números ya están resueltos. El principio de la aritmética ya sabe la raíz cúbica de seis, pero a uno puede llevarle lo que llamamos tiempo, algunos segundos, descubrir cuál ha sido siempre la solución.

La raíz cúbica de ocho es dos, pensé; la raíz cúbica de uno es uno. ¿La raíz cúbica de seis? Algo entre uno y dos, tirando a más… ¿Uno coma ocho? Y sin duda alguna, mientras calculaba comprendí que la respuesta había estado esperando desde antes de que yo me formulara la pregunta.

— ¿Todos los acontecimientos? — preguntó Leslie —. ¿Todo lo que puede ocurrir ya ha ocurrido? ¿No hay futuro?

— Ni pasado — dijo Pye —, ni tiempo.

Leslie, siempre práctica, estaba exasperada.

— En ese caso, ¿por qué pasamos por todas estas experiencias en este… este tiempo de mentirillas, si ya todo está hecho? ¡A qué molestarse?

— Lo importante no es que todo esté hecho, sino que tenemos infinitas posibilidades de elección — dijo Pye — Nuestras elecciones nos llevan a experiencias; con la experiencia comprendemos que no somos las pequeñas criaturas que parecemos ser. Somos expresiones interdimensionales de la vida, espejos del espíritu.

— ¿Dónde ocurre todo esto? — pregunté — ¿Hay en el cielo algún gran depósito, con estantes para todos esos posibles acontecimientos entre los que se puede elegir?

— Un depósito no. No es un lugar, aunque podría pareceros tal — dijo ella —. ¿Dónde pensáis que podría estar?

Meneé la cabeza y me volví hacia Leslie. Ella también hizo un gesto negativo.

Pye preguntó otra vez, con dramatismo: — ¿Dónde?

Mientras, nos miraba a los ojos, levantó la mano y señaló hacia abajo.

Bajamos la mirada. Debajo de nosotros, bajo el agua, giraban aquellos infinitos senderos en el fondo del océano.

— ¿Los diseños? — dijo Leslie —. ¿Bajo el agua? ¡Oh! ¡Nuestras elecciones! El diseño representa los senderos que tomamos, los giros que escogimos. Y todos los giros que pudimos haber escogido, los que hemos escogido en…

— ¿…vidas paralelas? — pregunté, mientras las piezas caían en su sitio — ¡Vidas alternativas!

El diseño se desparramaba majestuosamente debajo de nosotros. Lo devoramos con los ojos, maravillados.

— Si volamos alto — dije, estremecido, por la captación —, tenemos perspectiva. Vemos todas las alternativas, las bifurcaciones, los cruces de rutas. Pero cuanto más bajo volamos, más perspectiva perdemos. Y cuando aterrizamos, nuestras perspectiva de todas las otras alternativas desaparece. Nos concentramos en el detalle: el detalle diario horario diminuto, olvidadas las vidas alternativas.

— ¡Qué bella metáfora habéis elaborado para explorar el quiénes sois! — comentó Pye — Un esquema bajo el agua infinita. Aunque os sea preciso pilotear vuestro hidroavión hacia un lado u otro para visitar a vuestros yos alternativos, es una herramienta creativa. Y funciona.

— Este mar que tenemos por debajo, entonces — dije —, no es un mar, ¿verdad? En realidad, el diseño no está allí.

— Nada en el espacio-tiempo está realmente allí —dijo ella —. El diseño es una ayuda visual que habéis elaborado; es vuestro modo de comprender las vidas simultáneas. Es una metáfora del vuelo, porque os encanta volar. Cuando aterrizáis, vuestro avión flota por sobre el diseño y vosotros sois observadores, fantasmas en mundos alternativos. Podéis aprender de vuestros otros aspectos sin tomar como real el ambiente que los rodea. Cuando habéis descubierto lo que necesitabais descubrir, os acordáis de vuestro avión y, con sólo impulsar el regulador hacia adelante, ascendéis en el aire para volver a vuestra perspectiva grandiosa.

— ¿Nosotros mismos diseñamos este… esquema? — preguntó Leslie.

— Las metáforas para expresar las vidas del espacio-tiempo son tantas como las disciplinas que os fascinen — dijo Pye — Si os encantara la fotografía, vuestra metáfora podría haberse basado en niveles de enfoque. El enfoque hace que un punto sea nítido y todo lo demás, borroso. Enfocamos una vida y pensamos que no hay otra cosa. Pero los otros aspectos, los borrosos, los que tomamos por sueños, deseos y pudo-haber-sidos, son tan reales como cualquiera. Nosotros elegimos el enfoque.

— ¿Es por eso que nos fascina la física — pregunté —, la mecánica cuántica, la atemporalidad? ¿Nada de eso es posible, pero todo eso es verdad? ¿No hay vidas pasadas ni vidas futuras, pero desciendes a un punto, crees que se mueve y has inventado el tiempo? ¿Nos dejamos involucrar y creemos que ésa es la única vida existente? ¿Es así, Pye?

— Bastante aproximado — dijo ella.

— Entonces podemos seguir volando — dijo Leslie —, más allá del sitio donde dejamos a Richard y a Leslie jóvenes, en Carmel, y aterrizar más adelante, para averiguar si siguieron juntos o no. ¡Podemos ver si aprovecharon esos años que nosotros perdimos!

— Ya lo sabéis — dijo nuestra guía del alter-mundo.

— ¡No! — protesté —. Se nos arrancó…

Pye sonreía.

— Ellos también tienen alternativas. Un aspecto de ellos está asustado y huye de un futuro demasiado pleno de compromisos. Otro llega a la condición de amigos, pero no de amantes; otro llega a la condición de amantes, pero no de amigos; otro se casa y se divorcia; otro decide que cada uno vea en el otro a su alma gemela, se casa y ama por siempre jamás.

— ¡En ese caso somos aquí como turistas! — dije — No construimos el paisaje; sólo elegimos qué parte deseamos ver.

— Es una bonita manera de expresarlo — dijo Pye.

— Bueno — continué —, supongo que uno vuela a una tajada del diseño, aterriza e impide que su madre conozca a su padre. Si no se conocen, ¿cómo pudo uno haber nacido?

— No, Richie — intervino Leslie —; eso no nos impediría nacer. Nacimos en la parte del diseño donde ellos sí se conocieron, y nada puede alterar esa circunstancia.

— ¿No hay nada predeterminado? — inquirí —. ¿No hay destino?

— Claro que hay destino — dijo Pye —, pero el destino no te empuja adonde no quieres ir. Tú eres el que escoge. El destino depende de ti.

— Yo escogería volver a casa, Pye — dije — ¿Cómo volvemos?

Ella sonrió.

— Volver a casa es tan fácil como bajar de un tronco. Vuestro esquema es psíquico, pero el camino de regreso es espiritual. Orientaos por el amor… — Se interrumpió de súbito. — Perdonad la conferencia. ¿Querríais volver ya?

— Por favor.

— ¡No! — exclamó Leslie. Hablaba dirigiéndose a Pye, pero me buscó la mano: su modo de decir «escúchame hasta el final» —. Si he comprendido bien, los que éramos, los que iban volando hacia Los Angeles, están detenidos en el tiempo. Podemos volver a ellos cuando así lo deseemos.

— Por supuesto que podemos — dije —, pero un segundo después viene el estallido del rayo cósmico ¡y aquí estamos otra vez!

— No — dijo Pye — En cuanto volváis cambia un millón de variables. Cualquiera de ellas impedirá que esto vuelva a ocurrir. ¿Querríais volver?

— No — dijo Leslie, otra vez —. Quiero aprender de esto, Richie, ¡quiero comprender! Si sólo tenemos una posibilidad en trillones y es ésta, ¡tenemos que quedarnos!

— Pye — dije —, si nos quedamos, ¿podemos resultar heridos en algún otro tiempo, podemos lastimarnos a pesar de ser fantasmas?

— Podéis elegir que así sea, si lo deseáis — dijo ella.

— ¿Elegirlo?

Me sonaba ominoso. Suelo tomarme las aventuras con calma. Volar en lo absolutamente desconocido no es aventura, sino demencia. ¿Podíamos quedar atrapados en ese esquema de convicción y perder el mundo que teníamos? ¿Y si nos separábamos y jamás volvíamos a reunirnos? Las convicciones pueden ser trampas feroces. Me volví hacia mi esposa, algo nervioso.

— Creo que sería mejor volver, cielito.

— Oh, Richie, ¿de veras quieres dejar pasar esta oportunidad? ¿No es lo que siempre has leído en los libros, la fascinación de toda tu vida, las existencias simultáneas, los futuros alternativos? Piensa en lo que aprenderíamos. ¿No vale la pena correr un poco de peligro?

Suspiré. El pasado de Leslie es todo elecciones valientes en busca de la verdad y los principios. Ella prefería quedarse, por supuesto. Y apelaba al explorador que residía en las márgenes de mi mente.

— Está bien, queridita — dije, al fin.

En el aire pendían, densos, los riesgos subestimados. Me sentí como un aprendiz de piloto en el momento de despegar para practicar giros lentos sin cinturón de seguridad.

— Pye, di, ¿cuántos aspectos nuestros hay? — pregunté.

Ella se echó a reír y miró por la ventanilla hacia el diseño, allá abajo.

— ¿Cuántos puedes imaginar? No hay modo de contarlos.

— ¿Todo ese esquema es nosotros? — exclamó Leslie, atónita —. ¿Hasta donde podemos ver, hasta donde podemos volar, el esquema es nuestras elecciones?

Pye asintió.

Aún no hemos comenzado, pensé, y ya es increíble.

— ¿Y todos los demás, Pye? ¿Cuántas vidas puede haber en un solo universo?

Me miró desconcertada, como si no comprendiera mi pregunta.

— ¿Cuántas vidas en el universo, Richard? — preguntó —. Una.

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