Capítulo 32

Lunes, 23 de julio de 2007

El tiempo pasaba más deprisa de lo que Þóra habría deseado. Como de costumbre, le preocupaba no conseguir llegar a casa con tiempo suficiente para preparar la cena, y además tenía la sensación de que con cada minuto que pasaba aumentaban las probabilidades de que la policía solicitara una prórroga de la prisión provisional de Markús. Estaba sentada en el despacho del bufete esperando una llamada telefónica de Stefán, el comisario, para que le comunicara su decisión para el día siguiente. En todo caso, aquella conversación tendría que haberse producido hacía bastante rato. Þóra confiaba en que la decisión se hubiera demorado porque la policía estuviera dedicada a hacer encajar todo lo que había salido a la luz desde que encerraron a Markús, y que indicaba que eran otros, y no él, los culpables. Naturalmente, podía tratarse justamente de lo contrario. La policía no la había llamado porque estaban ocupados en rebuscar cualquier cosa que pudiera ser perjudicial para Markús. La incertidumbre era insoportable, y Þóra tenía problemas para encontrar algo que hacer. No quería aprovechar el tiempo para realizar llamadas por miedo a que Stefán intentara ponerse en contacto con ella justo en ese momento y no quisiera intentarlo otra vez. Eso era una auténtica tontería, pero Þóra no quería usar su teléfono de todos modos. Así que estaba en ascuas delante del ordenador. No olvidaba que tenía un montón de cosas que hacer, pero no podía concentrarse en ninguna de ellas. Así pasaron los minutos. Para empeorar aún más las cosas, no había podido aprovechar el tiempo a bordo del Herjólfur, en la travesía desde Heimaey. Había perdido la cobertura del móvil a las pocas millas y no volvió a tener hasta la entrada misma del puerto de Þorlákshöfn. Por eso no había conseguido seguir buscando a alguien que pudiera explicar cualquiera de los muchos cabos sueltos de aquel caso. En cambio, no había tenido más remedio que escuchar a Bella hablar de las oportunidades que se le habían presentado la noche anterior. Si Þóra no hubiese sabido que Matthew se pondría enseguida de camino al país, se habría tirado por la borda, avergonzada de que Bella tuviera una relación con el otro sexo mucho más divertida que la suya.

Las conocidas notas iniciales del Cumpleaños feliz sonaron en su teléfono móvil, y Þóra se apresuró a responder. Su hija Sóley había cambiado el timbre el día del cumpleaños de Þóra. Aunque le resultaba un tanto ridículo, no se atrevió a cambiarlo porque Sóley estaba encantada con él. Þóra no conocía el número de móvil desde el que hacían la llamada, y cruzó los dedos, al tiempo que respondía, con la esperanza de que fuera Stefán, por fin. Pero quien llamaba era el hijo de Markús, por si había noticias. Þóra le explicó brevemente la situación y le prometió llamarle en cuanto se enterase de algo. El chico parecía muy intranquilo, y farfulló algo así como que seguramente su padre seguiría en prisión. Þóra repitió que le llamaría más tarde, y se sintió un poco culpable por haber tenido que ser tan dura con el pobre chiquillo. Estaba pasando unos días muy difíciles, desde luego, y Þóra confiaba, por su bien, en que cuando marcara su número fuera para darle buenas noticias.

Þóra entró en Internet para comprobar si había salido algo en las noticias de la Red. Nunca se sabía si las noticias iban a llegar a los periódicos antes que a ella. No era así. La única noticia nueva que encontró sobre el caso comentaba brevemente que aún no estaba claro si se iba a solicitar la prórroga de la prisión provisional de Markús Magnusson, que concluía al día siguiente. Þóra se rindió y decidió telefonear a Stefán para poder concentrarse en alguna otra cosa que no fuera seguir esperando exasperada a que él decidiera llamarla.

– Pensamos solicitar dos semanas más de prisión provisional por complicidad en el asesinato de los hombres del sótano -respondió secamente Stefán-. La vista es mañana a las dos.

Þóra suspiró en silencio con desesperación, pero no dejó traslucir nada, sino que preguntó:

– ¿Entonces ya no es sospechoso de la muerte de Alda? -claro que no era más que un avance mínimo.

– No, pensamos que Markús no participó en eso, en vista de la declaración del agente inmobiliario y de las pruebas que la apoyan, aparte de alguna otra información que nos ha llegado recientemente.

La forma de hablar de Stefán parecía indicar que no estaba de acuerdo con esa conclusión. Él seguía tan convencido como antes de la culpabilidad de Markús, pero seguramente el abogado de la policía les habría explicado que no tenían posibilidades de confirmar las sospechas. Þóra tenía claro que la nueva información de la que hablaba Stefán procedía de Dís, la cirujana plástica. Bragi, el socio de Þóra en el bufete, le contó que se había reunido con Dís y que después habían ido a un lugar donde la doctora habría proporcionado a la policía una información de importancia para la investigación.

– ¿De qué va esa información?

– Como Markús ya no es sospechoso en el caso de Alda, a ti no te afecta -dijo Stefán-. Ahora solamente es sospechoso de complicidad en el caso de los cadáveres encontrados en Heimaey.

– ¡No pensaréis ignorar lo que conseguí descubrir sobre los hombres del sótano! -dijo Þóra con frialdad.

– No nos parece que eso cambié mucho el caso -dijo Stefán-. Ya nos había informado Guðni de algunos de esos particulares, entre otros del charco de sangre. Pero que el padre de Markús hubiera andado por allí no excluye en absoluto que él participara también.

– No comprendo la argumentación -dijo Þóra, que empezaba a ponerse de mal humor-. No hay nada que apunte a que Markús no está diciendo la verdad sobre la cabeza de la caja, y lo poco que se ha averiguado hasta ahora señala a otras personas, no a él.

– Ese hombre está implicado en el caso, te guste o no -repuso Stefán.

– ¿Sabéis quiénes eran esos hombres? Aunque a lo mejor a ti no te importa, mi representado desea que se aclare el caso.

– Sí -dijo Stefán sin parecer afectado por las palabras de Þóra-. Se trata de la tripulación de un barco desaparecido en la costa de Islandia en enero de 1973. Enviamos a Inglaterra fotografías de las dentaduras y ya los han identificado a todos.

– ¿Cómo? -exclamó Þóra. Recordó lo que había leído sobre dos naufragios en Nuestro Siglo: en uno se trataba de islandeses y nacidos en las islas Feroe, y en otro de cuatro ingleses, aunque solo habían encontrado a uno de los miembros de la tripulación. Había descartado aquellos accidentes porque no parecían encajar-. ¿De qué barco se trataba y cuándo se hundió? -preguntó.

– No creo que haga ningún daño contártelo -dijo Stefán, y se le oyó trastear con papeles-. Era un yate llamado Cuckoo que fue visto por última vez el 18 de enero cerca de la costa sur.

Þóra recordó el nombre.

– Leí una noticia antigua sobre él -dijo-. Decía que solo había llegado a tierra el cadáver de uno de los cuatro miembros de la tripulación, junto con parte del pecio. Si los cadáveres del sótano eran los miembros de la tripulación, surge la pregunta de a quién pertenece el cuarto cadáver, ¿no? -¿sería posible que, a fin de cuentas, no existiera relación alguna entre los tres cadáveres y la cabeza de la caja?

– No, no hay ninguna duda de quién es el cuarto hombre del sótano -dijo Stefán-. A tierra llegaron unos restos humanos -añadió-. Se trataba solamente del tronco. Faltaba la cabeza, y se supuso que se habría separado del cuerpo por la acción del mar. El cuerpo estaba realmente en muy mal estado y faltaban más cosas, un brazo y lo otro que apareció con la cabeza -carraspeó-. Es decir, metido en la boca.

Þóra comprendió a qué parte del cuerpo se refería. Intentó desesperadamente hacerse una idea clara de lo que podrían significar para Markús esas informaciones nuevas. La tripulación había desaparecido antes de la erupción, y entonces él estaba en la isla. En cambio, no podía imaginar que Stefán y sus colegas consiguieran demostrar la existencia de una relación entre Markús y aquellos hombres. Aquel tenía que ser el yate que estuvo una sola noche amarrado en Heimaey, justo cuando Markús estaba en el baile del colegio o en su casa prácticamente en coma etílico.

– ¿Esos hombres tenían alguna relación con el alcohol o el contrabando? -preguntó.

Stefán vaciló por un instante antes de responder.

– Bueno…, en realidad puede decirse que el contrabando sí que es parte de la historia. ¿Qué te han contado sobre eso? -Þóra le contó lo que sabía del caso del alcohol y que sospechaba que podía estar relacionado con los crímenes. Señaló asimismo que había hablado sobre el asunto con Guðni en la isla. Pero a Stefán no le pareció muy significativo-. No, el caso del contrabando de alcohol no tiene nada que ver, en absoluto -dijo entonces-. Esos individuos se dedicaban a robar pájaros y a buscar lugares de anidamiento para la primavera.

– ¿Contrabando de aves? -dijo Þóra-. ¿Halcones, quizá?

– Pues sí, halcones y águilas y quizá otras aves que desconozco -respondió Stefán-. En el extranjero se pueden obtener por ellas cantidades astronómicas. Cuando esos hombres llegaron aquí, seguramente alguien comentó que iban por el país preguntando por lugares de anidamiento. Probablemente pensaban regresar en verano a recoger huevos y pollos. Si no se hubieran ido, está claro que al menos les habrían citado para interrogarles. Se piensa que las cicatrices que tenían en los brazos habían sido causadas por las garras de aves de presa. Debían de llevar muchos años dedicados a eso.

– ¿Sabes si llevaban un halcón o alguna otra ave? -preguntó Þóra, que le contó a Stefán las palabras de Magnús y sus reiteradas referencias a un halcón.

– No, que yo sepa, no -respondió Stefán-. Pero ya sabes que no se puede hacer mucho caso de lo que dicen los enfermos de Alzheimer.

– Claro, pero eso indica a las claras que Magnús está involucrado en el caso -dijo Þóra, enfadada con su objeción-. También mencionó un cuco, y cuco en inglés es precisamente cuckoo. Probablemente hablaba del yate.

– Yo no estaría tan seguro -dijo Stefán-. Naturalmente, hemos tenido en cuenta todas las posibilidades, pero tu hombre no quedará libre por mucho que su padre haya soltado un par de cosas que, en una interpretación muy libre, pudieran tener relación con el caso.

– ¿De modo que no tenéis intención de comprobar qué hay del padre de Markús, o de Daði? Que uno sea anciano y el otro esté muerto no tiene que ser un obstáculo para que la investigación tome un nuevo rumbo.

– Naturalmente estamos considerando todas las posibilidades, como te he dicho -respondió Stefán-. Entre otras cosas, estamos investigando el cuchillo y el mazo de salmones que encontraste en el sótano. Es demasiado pronto para adelantar los resultados del estudio. Por eso no es preciso andarse con alegatos sobre nuestros métodos de trabajo. Por el contrario, no ha aparecido nada que demuestre sin lugar a dudas que tu representado no es cómplice del asunto. Ni hablar. Es el único que se puede demostrar que se ha manchado en el asunto directamente. Por ejemplo, nunca ha negado haber tenido la cabeza en sus manos.

– Es perfectamente conocida la explicación que ha aportado -dijo Þóra enfadada-. Una explicación de la que no se ha apartado en ningún momento, pese a los interrogatorios y el encarcelamiento.

– Quizá porque sabe que no hay nadie que pueda dar otra versión -dijo Stefán-. Y a lo mejor él mismo se encargó de que no lo hubiera.

Þóra consideró conveniente no responder a aquellas insinuaciones sobre la participación de Markús en el asesinato de Alda. Markús tenía coartada, además de que las declaraciones de Dís hubieran apartado los focos de él. Por eso daba igual lo seguro que pudiera estar Stefán de su participación, ningún juez pensaría que Markús la había matado.

– Como es natural, me opondré enérgicamente a vuestra solicitud de prórroga de prisión provisional -dijo, molesta-. Por vuestro bien, espero que mañana tengáis algo que presentar, además de simples opiniones -lo dejó así, para que Stefán no tuviera tiempo de prepararse para sus preguntas.

– Sí, claro, claro -dijo Stefán-. Hazlo, hazlo. Nos veremos entonces, y tan amigos.

Þóra no hizo caso de aquel estúpido comentario y se limitó a despedirse. Se permitió poner voz de enfado y eso hizo que se sintiera mejor. Todo indicaba que esa tarde sería muy distinta a la deliciosa velada televisiva junto a su hija con la que había soñado. Al parecer, no conseguiría quedar libre de aquel caso antes de la llegada de Matthew. Þóra se levantó y empezó a recopilar las actuaciones que tenía que repasar para prepararse. Con suerte podría hacerlo en casa sin que Sóley sufriera una decepción demasiado grande. Dejó de pensar en Sóley y recordó que tenía que llamar a Hjalti, el hijo de Markús. El muchacho respiró aceleradamente después de exclamar «¡No!» cuando Þóra le informó de la decisión de la policía.

– Te recuerdo que aunque la policía dé ese paso, no quiere decir que la decisión vaya a ser a su favor -dijo Þóra.

– Cómo no, claro que lo será -dijo Hjalti; en la voz se podía apreciar una rabia más propia de un niño que de un joven-. Le torturarán para que confiese -añadió.

– No podemos pensar que la policía vaya a hacer semejante cosa -dijo Þóra con tanta tranquilidad como pudo. Había empezado a conocer bien a los niños, pues en su casa los tenía de todas las formas y tamaños. El muchacho tenía que oír a un adulto decirle que todo iría bien. Que su padre quedaría libre enseguida, que estaría con él como siempre, y que le compraría un apartamento en Heimaey, como habían decidido-. Estos casos son tremendamente difíciles hasta que se solucionan, y no es raro que en medio del remolino haya alguien que no merece estar ahí. Es lo que está pasando con tu padre. Si no ha matado a ninguna de esas personas, no le condenarán. Yo me encargo de ello -iba a añadir algo como que siempre se descubría la verdad, pero el muchacho la interrumpió antes de que pudiera decirlo.

– Y si alguien no ha cometido el crimen y se ha limitado a ayudar al asesino, ¿qué pasa entonces? -preguntó el muchacho, hablando con rapidez.

Þóra sabía que ese alguien era el padre del muchacho, que se había dado cuenta de que era posible que su padre tuviese alguna relación con el asesino o los asesinos. No era tan tonto el chico, aunque se hubiera puesto muy nervioso.

– En mi opinión, nada indica que tu padre haya hecho nada que pudiera convertirle en culpable. Puede haber ayudado al asesino sin saberlo, pero eso no es punible -confiaba en que no fuera a preguntarle a qué se refería, pues Þóra no tenía ganas de hablar con el chico de la caja y la cabeza humana.

– Vale -dijo Hjalti, aún con dolor en la voz-. A lo mejor voy mañana a las dos. ¿Está bien?

– No creo que puedas ver a tu padre, si eso es lo que quieres -dijo Þóra-. Pero puedes ir y esperar fuera, si lo prefieres. Luego puedo verte y decirte cómo ha ido todo, si eso te hace sentirte mejor.

El chico dijo que así lo haría, aunque a Þóra no le apetecía nada la idea, y se despidieron.

Sonó el teléfono, era Bella.

– Ya he encontrado el tattoo -dijo-. Creo que lo mejor será que vengas y lo veas tú misma.


La prohibición de fumar, recientemente entrada en vigor, no se aplicaba en aquel salón de tatuajes. Bella exhaló una densa columna de humo en dirección a Þóra. El extraño propietario del salón tenía también un cigarrillo encendido entre los labios, de modo que Þóra optó por no recriminar a Bella y se limitó a entornar los ojos. Se preguntaba qué estaba haciendo allí; a fin de cuentas, Markús estaba ya libre de sospecha en lo relativo al crimen de Alda, y el tatuaje Love Sex no tenía ninguna relación con los cadáveres del sótano. Pero no quería menospreciar la investigación de Bella sobre el origen del tatuaje, e intentó aparentar que era un gran avance.

– ¿De modo que te parece improbable que otras personas se hayan hecho ese tatuaje? -preguntó Þóra.

– Sería una casualidad que te cagas -dijo el hombre sin quitarse el cigarrillo de la comisura de los labios. Dio una calada y dejó salir el humo sin tocarlo. Habida cuenta del éxito de Bella con los hombres en Heimaey, Þóra pensó un instante si habrían estado liados los dos-. Esa chica pidió dos tattoos de la carpeta -levantó un pie hacia una ajada carpeta negra que había en la mesa del sofá, delante de Þóra. La negra bota militar la empujó sobre la mesa.

Þóra sonrió cortésmente y se agachó para coger la carpeta.

– ¿Cómo es que te acuerdas tan bien? -preguntó, mirando a su alrededor. Todas las paredes estaban cubiertas de dibujos y fotografía de tatuajes-. Parece que haces un montón de estas cosas. No creo que puedas acordarte de todas -ciertamente era imaginable que aquel hombre fuera una versión contemporánea de los campesinos de otros tiempos, que, según se decía, reconocían todas las marcas del ganado lanar del país.

– Bueeeno -dijo el hombre, cruzando sus musculosos brazos. Al entrar en el pequeño y destartalado salón de tatuaje, Þóra creyó al principio que, bajo su chaleco de cuero, el hombre llevaba una extraña camiseta multicolor ceñida al cuerpo. Se equivocaba. Los brazos estaban cubiertos de imágenes de colores desde la muñeca hasta el hombro; tigres y plantas de la jungla se agitaban como movidos por el viento cuando tensaba los músculos-. En realidad, me acuerdo de muchos. Sobre todo de los más guapos, pero también de los más puñeteros.

Þóra carraspeó.

– Y ese, ¿a qué grupo pertenece? -preguntó señalando la fotocopia del tatuaje Love Sex que Bella había tomado prestada.

El hombre miró a Þóra con desprecio.

– Eso es una pasada, tía.

Þóra quería estar a buenas con aquel hombre, de modo que prefirió no malgastar palabras para corregir su expresión: ella no era su tía.

– ¿Y te acuerdas aunque hayan pasado seis meses desde que lo grabaste? -preguntó, sin saber con seguridad el verbo que se utilizaba para los tatuajes-. No veo ninguna foto de ese tatuaje en las paredes -añadió finalmente, aunque fuera imposible excluir que hubiera una foto de ese tatuaje concreto metida en algún sitio.

– Yo no me dedico a colgar esas cosas en las paredes, igual que no lo hago con los cientos de maripositas que se han ido poniendo las chicas en todos estos años -dijo el hombre, encogiendo los labios en una expresión de asco por las mariposas y otras gilipolleces semejantes-. Si tuviera que decir qué me parece más pasado, si las maripositas o esa barbaridad, te diría que el tattoo de Love Sex. Es lo más fuerte que he hecho nunca. Esa chica está majara, no tiene nada en el coco.

Þóra sonrió para sí, pues ella se había hecho el mismo juicio sobre él un poco antes.

– ¿Te explicó por qué se lo quería poner, lo que significaba?

– No -dijo el hombre-. Tampoco se lo pregunté. Intenté quitarle esa idea de la cabeza, pero ella no me hizo ni puto caso. Y eso que perdí el tiempo enseñándole otras estampas mucho más guapas, pero fue como echarle maripositas a un cerdo.

Þóra estuvo a punto de explicarle que lo que no hay que echar a los cerdos son margaritas, no maripositas, pero se contuvo.

– ¿Vino por aquí una mujer llamada Alda Þorgeirsdóttir a pedirte la misma información? -preguntó en vez de corregirle-. Era enfermera.

El hombre asintió con la cabeza.

– Como ya le dije a esta… -señaló a Bella-, es fuerte que varias personas quieran hablar conmigo de esa barbaridad. No ha habido las mismas reacciones que por los tattoos de los que estoy realmente orgulloso. Si queréis que os lo haga a vosotras, la respuesta es no.

– ¿Alda también quería hacerse el mismo tatuaje? -preguntó Þóra, muy extrañada.

– No -respondió el hombre con una sonrisa. Se vio un destello en sus grandes dientes, amarillentos por el tabaco-. La otra tía quería saber si el tattoo se había hecho aquí y en cuanto le dije que sí se empeñó en saber cuándo.

– ¿Y pudiste proporcionarle esa información? -preguntó Þóra.

– Sí, claro -respondió el hombre-. Tengo un fichero con esas cosas, así que lo miré. La tía estaba tan interesada que no pude decirle que no. Me contó que estaba haciendo una investigación para el servicio de urgencias, y que este asunto tenía su importancia -el hombre apagó el cigarrillo, que estaba quemado ya hasta el filtro-. Añadió que la investigación esa no tenía nada que ver conmigo ni con mi trabajo, aunque era lo lógico, pues yo tengo mucho cuidado con todo lo de la higiene.

– Te creo -dijo Þóra, prefiriendo no mirar las manchas que adornaban el chaleco de cuero negro-. ¿Hace mucho tiempo que llamó?

– No, no tanto -respondió el hombre-. Unas pocas semanas, quizá dos meses, como mucho. Dijo que antes había estado buscando el origen del tattoo por otros sitios porque no sabía de la existencia de mi estudio; es que no salgo en las páginas amarillas. Hacía poco que le había hablado de mí un chico que quería que le quitasen un tattoo que le había hecho yo -volvió a encoger la nariz-. Menudo idiota.

– Tal vez puedas darnos también a nosotras esa misma información -sugirió Þóra-. Tampoco nosotras la utilizaremos en contra tuya.

– Dejadme mirar un momento cuándo se hizo el tattoo -dijo el hombre con una sonrisa-. Por lo demás, a mí me es igual. Bueno, si lo encuentro rápido; acabo de cerrar y me gustaría irme a casa.

Lo mismo podía decirse de Þóra.

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