Capítulo 27

Sábado, 21 de julio de 2007

La excursión terminó navegando casi al albur por un mar en calma, alrededor de Heimaey y las islas vecinas, mientras el viejo capitán hablaba y hablaba sin parar. Habría sido interesante ver el curso de su travesía en un mapa, pues solo el azar parecía decidir la dirección que seguía Paddi «Garfio» en cada momento. De cuando en cuando les señalaba lo más digno de ver y las ilustraba sobre los lugares y la naturaleza. Pero todos tenían perfectamente claro que no era ese el objetivo del viaje. Por eso no se esforzaba demasiado en explicar qué era lo que se ofrecía ante sus ojos, y daba la sensación de que se limitaba a cumplir los mínimos de su función de guía, de vez en cuando, para seguir una costumbre asentada de antiguo. En esos momentos, Þóra intentaba mostrarse interesada, aunque no le salía del todo bien. No por causa del lugar, pues el entorno era grandioso, sobre todo al sur de Heimaey, y Þóra pensó que era como si Heimaey se hubiera hecho pedazos cuando el todopoderoso la colocó en su lugar y los fragmentos hubieran formado los demás islotes, dispersos por todas partes. Cuando desembarcó con Bella, por fin, después de tres horas de navegación, Þóra estaba deseosa de saber todavía más sobre la vida en la isla en la época de la erupción, y sobre las personas que creía relacionadas con el caso. En realidad, Paddi no quiso reconocer que alguien hubiera sacado a colación el nombre de Alda en relación con la sangre del embarcadero, ni hubo forma de que cambiara su versión. El yate con tripulación extranjera había zarpado durante la noche.

Cuando estaban de nuevo en tierra, Þóra probó a mostrarle al viejo marino la fotocopia de la foto encontrada en la mesa de escritorio de Alda, con la esperanza de que pudiera reconocer al joven. Paddi sacudió la cabeza y dijo que ese hombre no era vecino de Heimaey, añadiendo que parecía extranjero. Þóra sonrió y volvió a guardarse la fotocopia en el bolso. Todo lo que había conseguido saber era la historia de la sangre del embarcadero y que Magnús estaba allí cuando se descubrió. Þóra pensó que era extraño que la mujer de Magnús hubiera asegurado con tan absoluta certeza que su esposo no salió de casa esa noche después de traer a su hijo ebrio. Claro que era posible que no se hubiera enterado siquiera de que salía, pero Þóra albergaba la sospecha de que no se trataba de eso, sino que le había mentido, simple y llanamente.

Þóra tenía aún fresca en la memoria la descripción de la violencia con que mataron a los hombres del sótano. Hacía falta una cierto tipo de temperamento para golpear de aquella forma a otros hombres, y todo parecía indicar que ese era el temperamento del padre de su cliente. Daði «Malacara» (e incluso otros más) le echaron una mano, sin duda alguna. Aquello era más plausible que la idea de que todo fuera obra de una quinceañera.

En el hotel, Þóra sintió calor en las mejillas, y en el primer espejo que encontró pudo ver que tenía la cara roja como un salmonete. Se insultó a sí misma por no haberse puesto el protector solar que había tenido la precaución de llevar a la travesía. Tampoco Bella tenía buena pinta. La secretaria bostezó, lo que permitió a Þóra comprobar que no tenía empastes en los dientes, cuestión que jamás le habría podido interesar lo más mínimo.

– ¿No te quieres ir a acostar? -preguntó Þóra, quien también notaba cierto sopor-. Yo tengo que hacer unas llamadas e intentar hablar con María, la mujer de Leifur. Así que puedes tomártelo con tranquilidad. Y cuando vuelva nos iremos a cenar.

No hizo falta decírselo dos veces a Bella. También Þóra fue a su habitación, aunque solo para darse una ducha y cambiarse de ropa, quitarse los vaqueros y el chaquetón de sport y ponerse algo más limpio y presentable. Después se sintió mucho mejor. El cansancio le desapareció del cuerpo al mismo tiempo que la sal desapareció de sus cabellos. Mejor así, porque necesitaba estar bien despejada si quería salir con bien de las conversaciones telefónicas que la esperaban. Una de ellas era con Markús, pues quería hablarle del asunto de su padre y contarle que iba a informar a la policía del relato de Paddi sobre la sangre. También pensaba comunicar a la policía la presencia del yate, y que ella pensaba que los cadáveres encontrados podían corresponder a sus tripulantes. No podía imaginarse cómo acabaron aquellos hombres en el sótano de la casa familiar de Markús, si era verdad que abandonaron la isla unos días antes de la erupción, pero pese a todo tenía la corazonada de que eran ellos. Parecía indudable que en esos días no había más extranjeros en la isla, de modo que no existían muchas más opciones. No podía perder el tiempo dándole vueltas al asunto, porque tenía otras muchas cosas que hacer. Empezó llamando a los niños.

– ¿Ya has conseguido el apartamento para la fiesta? -preguntó Gylfi. Nada de: «Hola, mamá, cómo estás».

Þóra optó por no entrar en explicaciones de que había estado demasiado ocupada intentando sacar de la cárcel a un inocente como para entretenerse en los preparativos de la fiesta del comercio. No serviría de nada.

– No, aún no he encontrado nada -dijo; y no mentía. Nadie le había dicho que hubiera apartamentos vacíos, seguramente porque no había preguntado a nadie-. Tengo que llamar a un señor que quizá pueda ayudarme -Leifur era una de las personas con las que Þóra tenía que contactar, y si él no podía conseguir un apartamento, nadie podría hacerlo. Aunque quizá sus cálculos fallarían, porque Þóra estaba a punto de acudir a la policía para informarles de la posible relación de su padre con los cuerpos del sótano. Le esperaba una tarea más que ardua haciéndole comprender que aquello era lo mejor para su hermano y que él tenía la obligación de permitir que se supiera la verdad de lo sucedido.

– No lo olvides -dijo Gylfi por si acaso-. Tenemos que ir.

Uno tiene que cepillarse los dientes, tiene que comer comida sana, pero no tiene necesariamente que ir a una fiesta, pero Þóra prefirió no soltarle todo eso a su hijo, y le preguntó por su hermana. Se quitó el teléfono del oído cuando Gylfi gritó varias veces el nombre de su hermana, como si creyera que estaba al lado de Þóra y estuviera intentando hacerse oír a través del teléfono.

– Hola, Sóley -dijo Þóra-. ¿Qué tal en casa de la abuela? -los chicos estaban en casa de los padres de Hannes, que siempre estaban quejándose de lo poco que veían a sus nietos, aunque cada vez que Þóra necesitaba que se quedaran con ellos siempre tenían alguna excusa. Andaban bien de dinero y viajaban mucho, pero esta vez todo había salido a pedir de boca, y los chicos pudieron quedarse en el caserón de Arnarnes. En realidad, ese fin de semana les tocaba estar con su padre, pero Hannes tenía que asistir con su nueva mujer al cuadragésimo cumpleaños de un amigo suyo esa misma noche.

En realidad, Þóra nunca había acabado de conectar con su antigua familia política, aunque no hubiera tenido con ellos ningún conflicto en especial. Era sencillamente cuestión de lo distintos que eran, sobre todo ella y su ex suegra.

– Hola, mami -dijo Sóley-. Estoy con la abuela en la piscina. ¿Sabes quién está aquí también?

– No -respondió Þóra, confiando en que no se tratara del experto en adelgazamiento al que acudían últimamente sus ex suegros. Þóra no tenía el más mínimo interés en que su hija de ocho años escuchase todas esas historias sobre pérdida de peso.

– ¡Orri! -gritó Sóley, encantada-. Está con nosotros en la piscina, y se ha hecho pis -esto último lo dijo Sóley en un susurro. Þóra tuvo dificultades para no responderle de la misma manera. Hacía tiempo que no se reía, y no se atrevió a empezar por miedo a no ser capaz de parar. Charló un ratito con ella antes de decirle que volverían a estar todos juntos al día siguiente.

Þóra llamó luego a Matthew. El teléfono había tenido cobertura pero luego la perdió mientras estaba en el mar, y no sabía si Matthew había estado intentando hablar con ella, aunque eso ya no importaba. Quería saber cuáles eran sus intenciones. Þóra sonrió en el momento mismo en que oyó la voz del alemán.

– Hola -dijo con voz de tonta-. He estado sin cobertura casi todo el tiempo, y seguramente tú también. Si no, lo habría intentado alguna vez más.

– No importa -dijo Matthew-. He estado intentando conectar contigo varias veces pero no he tenido suerte. ¿Qué tal va todo? ¿Ya has encontrado el tronco?

Þóra sonrió.

– No. En realidad, tampoco lo busco, me basta con intentar descubrir lo que sucedió. Va despacio -no sabía si debía perder tiempo en contarle todo lo que había pasado durante el día-. Y además, hay otros cadáveres.

– ¿Cómo? -preguntó Matthew-. ¿Has encontrado más?

– No en el mismo sitio -respondió Þóra-. La mujer que habría podido ayudar a mi cliente apareció muerta. Primero pensaron que se había suicidado, pero luego resultó que la habían asesinado.

– Ah -dijo Matthew, alargando la vocal-. Espero que vayas con cuidado. Ya te dicho que quien le cortó el órgano sexual a aquel hombre era peligroso.

– No se sabe si se trata de la misma persona -dijo Þóra-. Todos los hombres que parecen estar relacionados con ese viejo asunto, o han muerto o han perdido la razón, como ya te conté.

– ¿Y quién dice que se tiene que tratar de un hombre? -preguntó Matthew-. Las mujeres pueden ser tan neuróticas como los hombres. A lo mejor, eso del órgano sexual tiene que ver con algo que le hizo el hombre a alguna mujer.

Þóra había llegado a pensar en algún momento que aquello habría podido ser obra de una mujer, pero las mujeres no contaban con la fuerza física para matar a unos hombres a golpes. Mucho menos las amas de casa de la época, que no practicaban ejercicios físicos ni deportes. En realidad, usando un objeto contundente con mucha furia, esos daños habría podido causarlos una mujer, pero era mucho más probable que fuera obra de uno o más hombres. Þóra entró en el tema que le interesaba.

– Bueno, dime qué idea tienes. Tengo que saber lo que piensas sobre tu futuro trabajo -cerró los ojos y cruzó los dedos. «Ven -pensó-. Coge el nuevo trabajo y vente conmigo».

– Estoy pensando en lanzarme a ello -dijo Matthew. Su voz mostraba tanta cautela como si ella fuera a intentar hacerle desistir-. Vaya, al menos veremos qué pasa.

– ¡Estupendo! -la misma Þóra se extrañó de aquella exclamación, que le había salido directamente del corazón-. No hay ningún sitio como Islandia -añadió como una idiota. Guardó silencio un instante para no seguir haciendo el ridículo-. Me alegro muchísimo. ¿Cuándo vienes?

– Todavía tengo que dar los últimos retoques, pero confío en tener la última reunión con esa gente en menos de quince días. En la reunión se decidirá cuándo me traslado -dijo Matthew, y Þóra se dio perfecta cuenta de que su reacción le había gustado-. Tengo ganas de verte -continuó-. Espero que cuando llegue no estés en el mar o en algún sótano.

– Quizá deberías retrasar el viaje uno o dos días para mayor seguridad -dijo Þóra. Sería horrible que el caso impidiera que se pudieran ver-. Vuelvo mañana a casa desde las Vestmann, pero nunca se sabe cuándo tendré que viajar de nuevo.

Se despidieron y Þóra marcó el número de la prisión de Litla-Hraun con una sonrisa en los labios. Al cabo de un rato, Markús se puso al teléfono.

– Me alegro mucho de oírte -dijo cansado, tras intercambiar las cortesías de rigor-. He recordado una conversación que mantuve cuando estaba viajando, y que seguramente es la que corresponde al número oculto -dijo de lo más contento-. No me atreví a decir nada hasta consultarte, pero me entraron unas ganas tremendas de llamar a la policía para declarar.

– Muy bien -dijo Þóra, contenta con la noticia y con que hubiera decidido esperar para hablar con ella-. ¿Quién te llamó?

– Yo había hecho una oferta para comprar un apartamento en la isla para que lo usara mi hijo. Va mucho por allí y siempre se queda en casa de Leifur y María. Ahora que ya es mayor, no puede seguir así. He recordado que el agente de la inmobiliaria me llamó al concluir el plazo que había dado al vendedor para que aceptara la oferta que le había hecho. Hablamos de lo que se podía hacer, y finalmente le autoricé para que aumentara la oferta. He tenido negocios con él ya antes, de modo que me conoce perfectamente y por eso puede atestiguar que era yo, sin duda alguna, quien estaba al teléfono.

Þóra tuvo unos deseos enormes de soltar un grito de alegría. Las cosas empezaban a mejorar.

– Fantástico -dijo-. Informaré inmediatamente a la policía y ellos hablarán con ese hombre mañana mismo, al terminar el plazo de la prisión provisional. No creo que, si tienes una buena coartada, pidan la prórroga -oyó a Markús dejar escapar un suspiro de alegría.

– Estupendo, porque no puedo seguir aquí mucho más tiempo -dijo-. Esto es como estar enterrado en vida. No hay forma de saber lo que pasa, no puedo leer la prensa ni siquiera ver las noticias de la televisión. Tengo acciones en bolsas extranjeras y esto es inaguantable de todo punto. Podría haber perdido decenas de millones de coronas.

– Ya queda poco -dijo Þóra-. No sé si volveré a ponerme en contacto contigo antes de mañana, porque dudo que consiga encontrar hoy a nadie de la brigada criminal. En último caso podría hablar con Guðni, claro, pero preferiría hacerlo con Stefán en persona. Pero ahora hay otra cosa de la que quería hablar contigo.

– ¿No hay forma de salir de aquí esta misma tarde, ya que tengo una coartada? -preguntó Markús.

Þóra no sabía bien si había oído lo que acababa de decirle.

– Naturalmente, veré qué se puede hacer -dijo Þóra -. Pero seguramente no, porque eres sospechoso de más delitos, no solo del asesinato de Alda. Te tendrán encerrado todo el tiempo que puedan, por lo de los otros cuerpos. Aún no hemos llegado a mar abierto, aunque vayamos para allá a toda máquina. Precisamente de eso quería hablarte -añadió Þóra, contenta de poder encauzar el tema otra vez-. Conseguí información sobre tu padre y otras cosas que sucedieron en la isla unos días antes de la erupción. Quizá no haya relación con los cadáveres del sótano, pero creo que existe una conexión muy estrecha -Þóra esperó a la reacción de Markús, pero esta no se produjo.

– ¿De qué estás hablando, exactamente? -preguntó Markús por fin-. ¿Es algo malo para mi padre?

– Sí -Þóra no vio razón para endulzarlo-. Vieron a tu padre en el mismo lugar donde encontraron una gran cantidad de sangre que no se pudo explicar nunca. La sangre puede haberse producido en el transcurso de la paliza, o después de la agresión que tuvo como consecuencia última que aquellos hombres terminaran en el sótano. Naturalmente, aún tiene que averiguarse con certeza, pero para confirmarlo o descartarlo, la policía tiene que saber esos hechos.

– ¿Existe alguna razón para contárselo? -preguntó Markús-. Porque eso a lo mejor no tiene nada que ver con el caso.

– Espero que la policía consiga averiguar si esos hechos están relacionados -dijo Þóra-. Si resulta que sí, podrán investigar lo que sucedió, y confío en que descubrirán quiénes eran esos hombres y cómo acabaron de esa forma tan horrible -Þóra respiró hondo-. Necesitas que se aclare ese asunto, Markús. La verdad no te perjudicará.

– ¿Y cuándo dicen que vieron a mi padre en la matanza esa? -preguntó Markús, y Þóra fue incapaz de leer nada en su voz.

– La noche del viernes anterior a la erupción, la misma noche en que tuviste tu primera borrachera -respondió Þóra-. No le vieron en el acto mismo de la matanza, sino en el lugar donde se descubrió sangre en gran cantidad a la mañana siguiente. Naturalmente, no tiene por qué haber conexión entre las dos cosas, y quizá se encuentre una explicación lógica para todo ello que no tenga nada que ver con él… ¿Recuerdas tú si tu padre volvió a salir esa noche después de llevarte a casa?

Markús dejó escapar un gruñido.

– Me desmayé en cuanto llegamos a casa, ni siquiera pude llegar hasta mi habitación, sino que desperté en el sofá, después de vomitar en la alfombra, para gran alegría de mi madre. Pero dudo que mi padre estuviera de humor para ir a ningún sitio. Aunque mis recuerdos son bastante nebulosos, aún me acuerdo de lo furioso que estaba.

– ¿De manera que tu padre habría podido salir sin ningún problema después de dejarte en casa? -preguntó Þóra con cautela-. Tú ni te habrías enterado.

– No -dijo Markús lentamente-. Supongo que no -reflexionó un momento y continuó-: Pero, al mismo tiempo, tengo perfectamente claro que mi padre no mató a nadie y que no metió a nadie en el sótano esa noche. Desde luego, allí no había ningún cadáver cuando llevé la caja varios días después. No veo qué relación pueda tener eso con el caso, ni qué necesidad hay de explicarle a la policía si salió o se quedó en casa esa noche.

– Si tu padre no hizo nada, quedará perfectamente aclarado -dijo Þóra, aunque con grandes dudas. Había pasado mucho tiempo desde aquellos sucesos, y no estaba claro que se pudiera explicar nada después de tanto tiempo.

– Yo no puedo limpiar mi nombre echándole a mi padre la culpa de todo -dijo Markús lleno de indignación-. Yo no soy de esos.

Þóra echó la cabeza hacia atrás y miró hacia lo alto. Demonios.

– Él no cargará con ninguna culpa aunque informe a la policía de lo que sucedió, Markús -dijo ella, haciendo una pausa en sus palabras para darles mayor peso-. Pero si él hizo algo, es injusto que seas tú el sospechoso, y creo que a él no le importaría en absoluto si comprendiera lo que está pasando. ¿Tú le harías algo así a tu propio hijo?

– No -dijo Markús con voz apagada-. ¿Querrás hablar con mi chico esta tarde y decirle que tengo una coartada en lo del asesinato de Alda?

Þóra no pensaba dejar escapar a Markús tan fácilmente.

– Lo haré, pero primero tú tienes que asimilar bien lo que te estoy diciendo. Estoy a punto de llamar a la policía con una información que te puede ayudar a ti pero que quizá podría ser perjudicial para tu padre. Tienes que entender que estoy haciendo algo conveniente para ti, porque mi cliente eres tú. No tu padre -al otro lado de la línea solo le respondió el silencio-. ¿Sabías tú algo de esa sangre? La encontraron en el embarcadero del muelle.

– Sí -dijo Markús un tanto avergonzado-. Recuerdo algo, vagamente. Lo cierto es que después de la borrachera tenía otras cosas en que pensar. Naturalmente, en el colegio no se hablaba nada más que del baile, y ni yo ni los otros chicos teníamos demasiado interés por aquel otro asunto, que sucedió al mismo tiempo y que nos parecía muchísimo menos importante que lo que nos había pasado a nosotros.

Þóra sospechaba que Markús recordaba bastante más de lo que afirmaba, naturalmente lo debía de haber tenido presente todo ese tiempo, aunque no quiso decirle nada a ella por miedo a dirigir la atención hacia su padre. Ella podía comprenderlo, más o menos, pero en aquellos momentos, el motivo no tenía importancia alguna.

– Todo se aclarará -dijo como despedida-. En el mejor de los casos, tu padre no tuvo nada que ver con los cadáveres. En el peor, tuvo parte en el asunto. Por desgracia, a él no se le puede preguntar.

– Pero él no fue quien mató a Alda, eso es indudable -dijo Markús.

– No, desde luego -repuso Þóra-. A lo mejor, la muerte de Alda no tiene nada que ver con los cadáveres -¿era imaginable esa posibilidad? ¿Quién iba a querer hacerle daño a Alda si no existía ninguna conexión con la cabeza?


Þóra oyó el parloteo sin prestar atención. Hannes estaba en su elemento cuando hablaba de sí mismo, especialmente si podía exponer los nobles principios de su propia ética. Así que aquella conversación telefónica era todo un regalo del cielo.

– Así que comprenderás por qué no puedo comentar nada que toque cuestiones confidenciales del hospital -dijo tan contento. Þóra tuvo la sensación de que se estaba mirando en un espejo mientras hablaba.

– Sí, claro -dijo Þóra reprimiendo un bostezo-. Negociemos -dijo a continuación.

– ¿Cómo? -preguntó Hannes, extrañado.

– Te puedes llevar tus palos de golf a cambio de esa información. Nunca le diré a nadie de dónde la saqué, ni la utilizaré contra ti -dijo Þóra, y que pasara lo que tuviese que pasar. Los palos de golf en cuestión le habían correspondido a ella en el divorcio, aunque no los quería para nada. No le causaba ningún perjuicio quitárselos de encima, en realidad estaría encantada de perderlos de vista, porque estaban en el garaje cubriéndose de polvo desde que Hannes se fue a vivir a otro sitio. En su momento hizo mucho hincapié en quedárselos, única y exclusivamente porque sabía la importancia que tenían para Hannes. En opinión de este, aquello había sido un error y muchas veces había sacado el tema, después del divorcio, con la esperanza de que Þóra le permitiese recuperar los palos-. Es un buen trato -añadió Þóra-. Naturalmente, esa información podría conseguirla por otras vías.

Como tantas veces sucede con los apóstoles de la ética cuando llega el momento de la verdad, las convicciones de Hannes no resultaron suficientes y acabó vendiendo su sagrada lealtad a la empresa por unos palos de golf. Þóra había embocado un hoyo en uno.

Al concluir la conversación, Þóra sabía todo lo que necesitaba saber sobre los motivos de que Alda hubiera dejado de trabajar temporalmente en urgencias. Claro que Hannes nunca trabajaba noches ni fines de semana, de modo que solo la conocía de vista. Pero al mismo tiempo lo sabía todo sobre ese asunto, porque se había hablado mucho de ello en el trabajo. No fue cuestión de uso indebido de medicamentos ni de relaciones íntimas con colegas o enfermos, sino que se debía a una diferencia de opiniones. Alda se había puesto en contra de la víctima en un caso de violación. Era una chica a la que Alda recibió cuando se produjo la denuncia de violación. Alda tendría que seguir atendiéndola como una especie de consejera. Al principio, su relación con la chica había sido muy buena, e hizo todo lo que tenía que hacer. Hannes recordó que, si acaso, Alda se tomó el asunto con especial interés y ayudó mucho a la joven. Luego sucedió algo que hizo que Alda cambiara de postura, y que de pronto empezara a pensar que toda la historia de la violación era una pura invención. Hannes no sabía qué la había hecho cambiar de opinión, pero la enfermera responsable de la atención a las víctimas de violaciones dijo que no estaba de acuerdo con Alda en que la acusación careciese de fundamento. Según ella, Alda estaba atravesando una crisis psicológica y no podía seguir trabajando hasta que no la superara. De ahí que pidieran a Alda que dejara de trabajar provisionalmente, cosa que hizo.

Hannes no recordaba el nombre de la chica, y afirmó no haber sabido nunca el nombre del violador. No importaba mucho, porque Þóra creía saber quién era. Tenía que tratarse de la presunta violación realizada por Adolf Daðason. Además de que eso podía explicar su cambio de postura, pues Alda conocía a los padres del joven; el momento en que sucedieron las cosas encajaba perfectamente. Además, Hannes señaló que había oído algo sobre métodos de trabajo inapropiados con los pacientes en general, pero pensaba que nunca se había podido confirmar tal extremo y que no fue aquello la causa de que Alda se tomara unas vacaciones.

Antes de concluir la conversación, Þóra también le mencionó a Hannes el informe de la autopsia de Valgerður.

– ¿Me hablas de eso que pasó en Isafjörður? -preguntó de pronto Hannes.

– Vaya -dijo Þóra extrañada-. ¿Sabes algo al respecto?

– Bueno, algo sí que sé -respondió Hannes-. Creo que hablas de la mujer que al parecer murió por un error médico en el hospital de Isafjörður. No puede haber muchos casos parecidos, y los que se producen despiertan mucho interés en la clase médica, como es fácil comprender. Los parientes de la mujer han mantenido despierto el tema con la esperanza de conseguir una indemnización, y se está negociando un acuerdo que aún no está cerrado. Será interesante ver cuál es el resultado.

– ¿Qué pasó en realidad? -preguntó Þóra, pues lo único que había entendido de la autopsia era que la mujer falleció por una reacción alérgica al antibiótico que le administraron para combatir una grave infección.

– La mujer estaba de viaje por la zona con una sociedad excursionista y sufrió una grave infección por estreptococos. Sus compañeros de viaje no reaccionaron con la suficiente celeridad y, entre otras cosas, tenía ya gangrena en una pierna cuando la trasladaron al hospital de Isafjörður. Llega allí y cometen el error de no preguntarle si es alérgica a la penicilina antes de aplicársela. Claro que no sé en qué estado se encontraba, pero se habría podido conocer su historial de alergia preguntando a sus familiares, si es que no estaba en condiciones de explicarlo ella. Lo cierto es que, de haberse sabido que era alérgica a la penicilina desde la adolescencia, se habría podido evitar lo que pasó. El resto es otra cuestión, porque no es del todo seguro que hubiese podido sobrevivirá la infección.

– Pero el hospital debe de tener normas de actuación para casos como ese, ¿no? -dijo Þóra-. ¿Quizá su estado era tan grave que pensaron que no había tiempo de llamar a ningún sitio, o de preguntarle a ella?

– Todo está perfectamente claro -respondió Hannes-. La mujer había estado ingresada allí mismo unos decenios antes, y en la historia clínica que tenían no decía que fuera alérgica, mucho menos que tuviera alergia con reacción anafiláctica. Sin duda hubo un error, pero no ahora sino hace todos esos años. Claro que solo he oído hablar del tema, no he leído nada al respecto, aunque tengo entendido que la historia señalaba que le habían administrado penicilina durante su ingreso en el centro años atrás, y no había la menor mención de que hubiera enfermado como consecuencia del antibiótico.

– ¿Puede suceder unas veces sí y otras no? -preguntó Þóra.

– No, eso es imposible -respondió Hannes-. Aquello debió de ser un error al redactar la historia, pues sin duda le debieron de administrar antibióticos que no contuvieran penicilina. A lo mejor ni siquiera le pusieron antibióticos y la confusión se debe a algún otro tipo de error a la hora de redactar la historia clínica. No recuerdo qué edad tenía cuando se le hizo la historia, pero en aquella época llevaba ya tiempo con la alergia. Nadie nace con alergia a los antibióticos, pero una vez que ha aparecido, no desaparece nunca. Si acaso, se habría agravado en caso de que se los hubieran administrado la primera vez que estuvo ingresada allí años atrás, pero no pasó nada. En todo caso, esta vez estaba consciente y, encima, llevaba una tarjeta en el bolso que advertía de la situación. Quizá se pueda decir que el lío se debió a que no buscaron la tarjeta, claro que dicen que al ingresar no llevaba bolso.

– ¿De forma que murió, sin más? -preguntó Þóra, intrigada-. ¿No se puede hacer nada en esos casos?

– Se asfixió al bloquearse la tráquea a consecuencia de la inflamación -dijo Hannes, que parecía estar explicando una rinorrea o cualquier otra afección sin importancia-. En la mayoría de los casos se puede intervenir, pero en ese caso parece que fue imposible, quizá por lo enferma que estaba la mujer ya al llegar. Realmente, no conozco las circunstancias.

– ¿Cómo se consigue la historia médica de una persona desconocida que no es pariente de uno? -preguntó Þóra. Hannes se extrañó.

– No me lo preguntes a mí, no tengo ni idea. Lo cierto es que habría pensado que es imposible. Los únicos que pueden solicitar una copia de la historia son los directamente afectados. Es imposible que una persona llame por teléfono y se la manden.

– ¿Por qué no hay una base de datos accesible con información sobre las alergias? -preguntó Þóra finalmente.

– Sería de lo más conveniente, y se ha hablado de hacerlo, pero aún no se ha llegado a nada -dijo Hannes. Enseguida cambió de tema y pasó a un asunto mucho más importante-: ¿Estás en casa? ¿Puedo ir a recoger los palos?

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