Capítulo 20

Viernes, 20 de julio de 2007

Þora buscó el nombre de la mujer nada más volver al bufete. Lo escribió en un buscador de Internet y apareció un enlace a la página web de los edificios desaparecidos en la erupción de Heimaey, la misma que Þóra consultó durante su viaje a las islas. De eso le sonaba el nombre que leyó en el informe de la autopsia que tenía Alda entre sus pertenencias. Þóra estudió lo que decía sobre aquella mujer; la página indicaba que vivía allí en compañía de su esposo, Daði Karlsson, en la casa contigua al hogar de la infancia de Markús. Þóra leyó todo lo que había en la página concerniente a aquella pareja, pero casi no sacó nada en claro, aparte de que Valgerður Bjólfsdóttir trabajaba de enfermera en el hospital de Heimaey y que su marido era timonel. Ninguno de los dos regresó a las islas después de la erupción. No había ninguna relación clara con Alda, aparte de que esta había elegido la misma profesión que Valgerður. Quizá Alda admiraba tanto a esta mujer como para estudiar enfermería ella también, pero igualmente podía ser una simple casualidad. En aquella época no era tan habitual que las jóvenes aprendieran cualquier profesión, y la enfermería se contaba entre las preferidas por las mujeres. Parecía que la pareja no había tenido hijos, al menos en aquella página no se mencionaba ninguno. Así que la relación de Alda con Valgerður no había sido a través de una hipotética hija de esta. La respuesta no se podía encontrar en Internet, de modo que Þóra decidió llamar a Leifur, el hermano de Markús, para preguntarle por aquella pareja. Cuando habló con él después de la audiencia en la que se decidió la prisión provisional, Leifur le repitió una y otra vez que la ayudaría todo lo que pudiera y le había hecho prometer que le informaría si había alguna cosa en la que él pudiera proporcionarle ayuda de cualquier tipo.

Leifur respondió al segundo timbrazo. Þóra le dejó hacer primero unas preguntas sobre la apelación al Tribunal Superior antes de entrar ella en materia preguntándole sobre los antiguos vecinos. Su respuesta la pilló completamente por sorpresa.

– ¡Uf, esa gentuza! -exclamó Leifur-. ¿Por qué me preguntas por ellos?

– El nombre de Valgerður ha aparecido en relación con Alda y estoy tratando de averiguar cuál era la conexión. ¿Quizá eran parientes? -preguntó Þóra.

– No, que yo sepa -respondió Leifur-. Aunque eran vecinos nuestros, en realidad no sé demasiado sobre ellos. Valgerður no era de aquí, y no sé cómo conoció a Daði, su marido, que sí era de las islas. Se quedaron en tierra firme después de la erupción, de modo que no sé cómo puedes ponerte en contacto con ellos, si es eso lo que quieres.

– En realidad ella ha fallecido -dijo Þóra-. Aunque no sé si él estará vivo o muerto. Desde luego, no te llamé para ponerme en contacto con él, sino porque estaba pensando si pudo existir alguna relación especial entre Alda y la tal Valgerður. Lo que me pareció más probable es que fueran parientes, pero a lo mejor se trataba de alguna otra cosa.

– Yo no tenía ni idea de que existiera ninguna relación entre las dos familias -dijo Leifur-. Valgerður no era especialmente amiga de la madre de Alda, si no recuerdo mal, y sus maridos tampoco eran colegas. Esos dos eran tan antipáticos que no puedo imaginarme que ni un loco de atar hubiera buscado su compañía, a menos que fuera por obligación. A Daði le llamaron toda la vida, exclusivamente, Daði el «Malacara»… y no sin motivos. Y a Valgerður la apodaron «Malosmorros» en cuanto apareció por aquí.

– Ya entiendo -dijo Þóra, sin saber qué más preguntar-. Se me había ocurrido que a lo mejor Alda empezó a estudiar enfermería para seguir las huellas de Valgerður, pero ahora ya no me parece tan probable, en vista de lo que me acabas de decir.

– Entre otras cosas, Valgerður era la enfermera de la escuela y dudo que hubiera podido despertar interés por su profesión en uno solo de los alumnos que tenían que acudir a su consulta. Era famosa por negarse a enviar a casa a los alumnos: para que los considerara enfermos tenían que desmayarse en sus narices o vomitar en mitad del pasillo. Si Alda la conocía de entonces, es un tanto absurdo pensar que eso la hubiera decidido a elegir su profesión.

Todo aquello no podía explicar de ninguna forma la causa de la muerte de Alda.

– Pero hay otra cosa más que quizá podrías hacer por mí, se refiere a unos papeles que tengo dificultades en conseguir -dijo Þóra, no demasiado feliz de tener que recurrir a Leifur-. Necesitaría una fotocopia de la lista de objetos que se sacaron de las casas que están excavando.

– ¿Quién tiene esa lista? -preguntó Leifur, que parecía preguntar más por guardar las formas que porque temiera carecer de las suficientes influencias para conseguir el documento.

– El arqueólogo encargado de la excavación se llama Hjörtur Friðriksson -respondió Þóra-. Dijo que iba a ver si podía dármelo, pero no he tenido noticias suyas.

– Yo me encargo -respondió Leifur, y Þóra no tuvo duda alguna de que él sí que lo conseguiría.

Pero cuando se despidió sabía tan poco sobre la relación entre Alda y Valgerður como antes de llamar. Sin embargo, leyó por encima el informe de la autopsia que Dís le había fotocopiado, aunque no entendió prácticamente nada, aparte de que Valgerður había sido ingresada en el hospital de Ísafjörður por una infección estreptocócica aguda y se le habían administrado antibióticos que provocaron una reacción alérgica anafiláctica. Aquello le provocó la muerte durante la noche. Alda no aparecía mencionada por ninguna parte en el texto ni en los márgenes, de manera que era imposible comprobar qué era lo que había despertado su interés por la defunción de aquella mujer.

Hannes volvió a rondarle a Þóra por la cabeza. A lo mejor él era capaz de sacar de aquel papel algo a lo que ella no tenía acceso por sí sola. Estaba claro que tendría que pedirle el favor más pronto o más tarde, aunque preferiría que fuera más tarde. Pero tendría que esperar unas horas: Hannes no llevaba el móvil en el trabajo y no se atrevía a pedir que le avisaran para luego tener que oírle quejarse de que le había importunado en mitad de una intervención.

Pero entretanto podía llamar a horas de oficina a la sexóloga a la que acudía Alda. Lo más probable era que no le contara demasiadas cosas, pero había que probar. Después de intentar en vano que la mujer le dijera algo sobre Alda, Þóra se rindió. Lo único que sacó de todos sus esfuerzos fue que la sexóloga negara que Alda fuese una obsesa sexual, como parecían dar a entender las páginas de Internet, y que añadiese que las vio por recomendación suya. No hubo forma de que aquella mujer dijese con qué fin se lo había recomendado, y así se quedó el tema.

A continuación, Þóra decidió ir a la comisaría, con la esperanza de poder echar un vistazo a las fotos que le enseñaron al muchacho de la recogida de latas, en las que señaló que era a Markús a quien había visto junto a la casa de Alda. Y ojalá la policía le entregara también la lista de llamadas telefónica de Markús y Alda la noche en la que se cometió el crimen.


– Esto es una broma -dijo Þóra, dejando las fotos. Señaló con el índice la foto que estaba encima-. Éste parece una mujer, e insisto en que otros dos andaban por los noventa y otro era un adolescente.

Stefán cogió el montón con un gesto de enfado. Las ojeó y el rubor de sus mejillas aumentó.

– Estas fotos están elegidas de forma aleatoria, exceptuando la de Markús, claro -volvió a dejar el montón de fotos-. Y esto es un hombre, no una mujer -dijo indicando la fotografía de un hombre que, en realidad, habría podido corresponder a uno u otro sexo.

– Debo solicitar que estas fotos se hagan llegar al tribunal de segunda instancia -dijo Þóra con decisión-. Esto es ridículo, y tú lo sabes perfectamente.

La reacción de Stefán dejaba a las claras que veía aquellas fotos por primera vez, y que no estaba nada satisfecho con la elección.

– Este sería un caso fácil de ganar -dijo con brusquedad-. La descripción del muchacho por sí sola es suficiente. Estas fotos son solo el punto sobre la i.

Þóra no dijo nada, pero no estaba de acuerdo. Había leído la descripción del chico, y era bastante genérica y, además, la había hecho varios días después de prestar declaración. Albergaba muy serias dudas de que fuera capaz de recordar en detalle un hombre con el que se había cruzado en la calle.

– ¿Tienes los informes de las llamadas telefónicas? -preguntó.

– En parte -dijo Stefán, pero no dio muestras de ir a buscar la lista para dársela a Þóra. Se irguió y cruzó los brazos sobre el pecho-. Markús es culpable -dijo en cuanto creyó que se había puesto ya suficientemente solemne-. Te lo puedo jurar.

Þóra le sonrió.

– No pongo en duda tu convicción -dijo Þóra-. Pero creo que es muy difícil que tengas razón -dejó desaparecer la sonrisa-. ¿Habéis averiguado la procedencia del bótox? Markús no lo llevaba, eso está claro.

Stefán dejó caer las manos.

– Estamos trabajando en ello. Pero, de acuerdo con nuestras hipótesis, el producto tenía que estar en la casa. La mujer era enfermera. De todas formas, como te digo, estamos investigando precisamente ese particular.

– Yo os habría podido informar sobre el trabajo de Alda y os habríais ahorrado así el tiempo que dedicasteis a investigar eso -dijo Þóra con ironía, y añadió-: Uno de los doctores de la clínica en la que trabajaba Alda me dijo que no habíais aparecido por allí todavía a pedirles información sobre el medicamento en cuestión. Dicen que ella no tenía acceso al bótox excepto en el interior de la clínica -chasqueó los labios-. Luego volveré a este asunto. No me parece lógico que os centréis de tal manera en un solo hombre cerrando los ojos a todas las demás posibilidades.

– No cerramos los ojos a nada ni a nadie -dijo Stefán, molesto-. Estamos escasos de personal y eso lleva su tiempo. Los dos médicos vendrán por aquí a declarar -dirigió a Þóra una sonrisa fría-. Volveremos sobre este asunto. Además de que aún no hemos conseguido encontrar una sola persona que viera a tu cliente durante las horas en que dijo que había realizado el viaje. No solo estamos buscando a alguien que pueda acusarle. Aunque yo estoy convencido de la culpabilidad de Markús, quiero asegurarme completamente. La convicción por sí sola no es suficiente y a veces puede engañar, aunque en este caso me parece que no va a suceder tal cosa.

– ¿Tienes la lista o no? -preguntó Þóra, enfadada-. Quiero revisarla antes de que empiece la audiencia -frunció las cejas-. A lo mejor no te apetece mucho entregármela porque en ella se confirma que Markús habló con Alda, tal como él afirma.

– Eso no quiere decir nada -repuso Stefán, confirmando así las sospechas de Þóra-. Naturalmente que te daremos la lista. Te la están fotocopiando. No te esperaba tan temprano.

– ¿Así que Markús habló con Alda? -dijo Þóra intentando ocultar lo exultante que se sentía por su victoria.

Stefán no movió un músculo de la cara.

– No -respondió-. No del todo. Hubo una llamada del teléfono de Alda al de Markús. No es lo mismo. Cualquiera habría podido contestar con el teléfono de Markús, y sospecho que es parte de una coartada preparada de antemano. No sabemos todavía quién le ayudó, pero ya lo averiguaremos. Sospecho, como te acabo de decir, que Markús llamó desde el teléfono de casa de Alda a su propio teléfono móvil.

– ¿Hiciste comprobar dónde estaba el teléfono de Markús cuando tuvo lugar la llamada? -preguntó Þóra, feliz y contenta del resultado de su visita. Todo iba mejor aún de lo que ella había esperado, pese a los intentos de Stefán por quitar peso a las buenas noticias y darles la vuelta según sus propios deseos.

– Sí -respondió Stefán a regañadientes-. Estaba justo en la zona de Hela -carraspeó-. Pero eso no quiere decir nada, como ya te he señalado antes. Cualquier idiota sabe que hoy día se pueden rastrear las llamadas de los teléfonos móviles. Markús habría estado realmente mal de la cabeza si hubiera contestado con su propio móvil desde casa de Alda. Por eso buscó a alguien que cogiera el teléfono por él, y ni siquiera es necesario pensar que quien lo hiciera tuviera la menor idea de que su gesto pudiera tener consecuencias poco honorables.

– Eso es excesivamente rebuscado -respondió Þóra-. Ahora Markús ya está en los periódicos y su nombre aparece en todas partes, se sabe que es sospechoso de homicidio. ¿Crees seriamente que si alguien hubiera aceptado responder con su teléfono sin tener ni idea de este espléndido complot, no se habría puesto en contacto con vosotros al momento?

– He dicho que el cómplice quizá desconocía el plan. Si actuaba a sabiendas, no tendría ganas de llamar la atención -respondió Stefán rápidamente-. A lo mejor, Markús le pagó y ahora le asusta demasiado que lo consideren cómplice si reconoce su participación.

– Si tenéis idea de utilizar esto ante el juez, no os vendrá mal que encontréis al hombre misterioso. Tú sabes tan bien como yo que no sirve de mucho presentar hipótesis, pues sin pruebas son totalmente inútiles -Þóra se sentía atacada de los nervios por lo convencido que parecía Stefán de la culpabilidad de Markús. Aquello no auguraba nada bueno, pues seguramente dejarían para más adelante la búsqueda de cualquier otra posibilidad. Pero insistir sería una pérdida de tiempo-. ¿Cómo va la identificación de los hombres del sótano? -preguntó-. Tengo entendido que estáis en contacto con las autoridades británicas.

– Por el momento no hemos conseguido identificarlos -respondió Stefán sin decir ni palabra sobre los países con los que podrían haber contactado-. Sin embargo tenemos ciertos datos que parecen prometedores. Aunque en estos momentos prefiero no entrar en más pormenores.

– ¿Y cómo es eso? -preguntó Þóra con curiosidad. Empezaba a conocer a Stefán lo bastante bien como para saber que no desvelaría lo que sabía-. ¿Tiene Interpol una lista de personas desaparecidas sin dejar huellas?

– También nos hemos puesto en contacto con ellos -respondió Stefán, sin descubrir su juego.

– Alguien me contó que un cierto número de militares americanos echaron una mano en los trabajos de salvamento durante la erupción -dijo Þóra-. ¿Podría tratarse quizá de hombres de la base militar?

– No -respondió Stefán-. Lo hemos comprobado y eso está completamente excluido. Tal como te he dicho, confiamos en disponer muy pronto de una explicación, pero hasta entonces no se puede afirmar nada.

Þóra comprendía perfectamente su discreción, tampoco ella le contaba a Stefán sobre sus propias actividades nada más que lo imprescindible.

– Hablando del extranjero -dijo Þóra-, ¿se ha sabido algo del laboratorio al que mandasteis la caja de cartón con la cabeza para su examen?

A juzgar por el gesto de Stefán, los resultados del análisis debían de haber llegado, y parecía que no le habían gustado mucho. Asintió vacilante.

– ¿Y? -preguntó Þóra-. ¿Cuál fue el resultado?

– En la caja se encontraron muchas huellas dactilares parciales antiquísimas -dijo Stefán-. Una gran parte correspondían a personas desconocidas, pues una caja como esa viaja mucho -carraspeó-. Todas se compararon con las huellas dactilares de Markús y Alda y resultó que ambos habían tocado la caja en su tiempo.

Toda Þóra se transformó en una deslumbrante sonrisa.

– Lo que apoya considerablemente la declaración de Markús, como seguramente ya te habrás dado cuenta tú mismo.

– Aunque las huellas de Alda hayan aparecido en la caja, eso no significa en absoluto de manera definitiva que ella la hubiera tocado cuando la cabeza estaba en su interior. A lo mejor se trata simplemente de que Alda le prestó la caja a Markús cuando él le dijo que necesitaba una.

– Y a lo mejor la luna es un queso, a fin de cuentas -repuso Þóra, aún alegre por todas aquellas noticias-. Bueno -añadió, disponiéndose a levantarse-, espero que en adelante me deis todos los informes sin más dilación. Es un tanto absurdo tener que esperar a que el juez os ordene entregarme lo que tenéis -Þóra se refería a que el juez de distrito había ordenado a la policía que le entregara todas las actuaciones del caso-. ¿Lo que me disteis ayer es todo de verdad? -preguntó entonces.

– Por supuesto -respondió Stefán con brusquedad-. Todo lo que estaba disponible en ese momento.

– Y todavía tenéis que hablar con los colegas de Alda en el servicio de urgencias, porque no he visto informe alguno de declaraciones tomadas a esas personas. Naturalmente, hay mucho que hacer -dijo Þóra poniéndose en pie-. Porque tengo entendido que allí sucedió algo que podría tener relación con el caso.

En ese mismo instante entró en la sala una secretaria llevando unos papeles que entregó a Stefán. Éste separó los originales y le pasó a Þóra las fotocopias.

– Aquí está el resumen. Incluye las llamadas realizadas y recibidas del teléfono de Markús y las del fijo y el móvil de Alda. He marcado con círculos las llamadas que pertenecen al marco temporal que nos interesa, la tarde y la noche del domingo 8 de julio.

Þóra echó un vistazo a las hojas fotocopiadas.

– Aquí está la llamada de Alda a Markús -dijo, y luego pasó página hasta encontrar las correspondientes al teléfono de este-. Y aquí se puede ver la recepción de la llamada en el móvil de Markús -dijo sin poder ocultar su sonrisa de satisfacción-. Y aquí hay otra llamada casi a la misma hora -dijo contenta-. De esta no me habías hablado -levantó la mirada de los papeles y miró molesta a Stefán-. Naturalmente, sabes lo que eso significa -añadió.

– Si supiéramos quién llamó… -dijo Stefán, con un gesto que traslucía cualquier cosa menos alegría-. Como puedes ver, el número del teléfono es desconocido. Puede ser un número privado, o alguna llamada desde una red telefónica extranjera que no corresponda a la numeración usada en Islandia. Tal vez sea posible identificar el número, pero llevará su tiempo -se sentó mejor en su silla-. Mientras no sepamos quién llamó, tendremos que suponer que se trata del cómplice que mencioné antes.

– Menuda tontería -exclamó Þóra, ya enfadada de verdad. Si se pudiera descubrir quién había hecho aquella segunda llamada y esa persona declarase que Markús había contestado, su coartada no tendría fisura alguna-. ¿Habéis hecho algún intento de preguntarle a mi representado si recuerda la persona que le llamó?

– Sí, claro -dijo Stefán-. Fue lo primero que hice cuando vi la lista. Llamé a la prisión de Litla-Hraun y hablé con Markús. Pero dijo que no recordaba quién le había llamado, lo que resulta de lo más sospechoso.

– ¿Tú podrías hacer una lista de las personas que te llamaron hace casi quince días? -preguntó Þóra-. Claro que no -ya era suficiente-. Si Markús pudiera recordar quiénes le llamaron la noche en cuestión, entonces sería cuando esta llamada habría podido resultar misteriosa -se levantó.

Antes de salir del despacho se paró un momento a pensar si debería mencionarle el informe de la autopsia de la antigua vecina de Markús, pero decidió dejarlo para más adelante. En vista de cómo le daban la vuelta a todo para perjudicar a Markús, sería más prudente obtener más información antes de que Stefán y sus colegas encontraran el informe. Luego vería a Markús e intentaría sacarle toda la información posible, con la débil esperanza de que supiera algo más que su hermano Leifur sobre Valgerður la «Malosmorros».

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