VEINTICINCO

Ryan parte de la base de que Jonah, sentado en el asiento del conductor, disparó metódicamente dos tiros contra Suade. Esta imagen encaja a la perfección con la teoría de que, si bien Jonah pudo sentirse furioso, se tomó el tiempo necesario para ir a alguna parte, conseguir una pistola y luego regresar a la oficina de Suade. Todos éstos son los elementos de premeditación y alevosía, de la intención dolosa.

Sin pruebas que impliquen a Ontaveroz, ahora, a mitad del juicio, me veo obligado a replantearme la defensa, lo cual no está exento de riesgos.

La pistola de Suade es la clave. He considerado la posibilidad de utilizar a mi propio experto médico, de reconstruir la escena, las heridas, los residuos de pólvora, poniendo el arma en la mano de Suade. La imagen de la persona que la matase, quienquiera que fuese, luchando por su vida.

El problema es que Jonah dice que no estuvo allí. ¿Qué ocurre si monto esta defensa y luego lo llamo a testificar? «Mi cliente no lo hizo, pero quienquiera que lo hiciese estaba actuando en defensa propia.» Absurdo.

La alternativa es no llamar a Jonah a declarar. Pero si mi teoría es la defensa propia, el jurado se preguntará por qué un hombre que se defiende hasta el extremo de acabar con la vida de otra persona se niega a sentarse en el banquillo de los testigos para defenderse durante el juicio. Hay que olvidarse de la instrucción que se da al jurado en el sentido de que no debe sacar conclusión alguna del silencio.

Planté la semilla con el experto en armas de fuego de Ryan.

Peltro ha hecho todo lo posible por arrancar esa semilla. Incluso me ha llamado a su despacho, donde me ha advertido que si vuelvo a intentar algo así, tendré que pagar una buena cantidad de multas y sanciones después del juicio.

Harry y yo pasamos la hora del almuerzo con Jonah en una de las celdas de detención, que tiene un inodoro de acero inoxidable contra una pared y un camastro a juego atornillado al suelo.

Estamos repasando la lista de testigos de Ryan, tratando de separar el grano de la paja, de discernir a quién llamará realmente.

Jonah no tiene buen aspecto. Sentado en el camastro, parece pálido y demacrado. Los médicos están probando distintas medicinas para tratar su hipertensión, pero no tienen demasiado éxito.

– La comida es peor que en el ejército -nos dice. Tiene la mirada en mi sándwich, y se pregunta por qué a él sólo le han dado sopa de pollo y gelatina.

– Estás a dieta -le digo.

– Ya puestos, ¿por qué no me matan?

– Dales tiempo -dice Harry-. Lo están intentando.

Jonah juguetea con la gelatina, haciéndola estremecerse con la punta de la cuchara.

– ¿Puedes hablarnos de estas personas? -le pregunto-. ¿El antiguo marinero? ¿Tu jardinero? El dentista. Nos sería de gran ayuda poder reducir la lista.

Ryan los ha incluido a todos en la lista de testigos. A todos aquellos que fueron interrogados por la policía durante la investigación. Sin Murphy, ahora Harry y yo tenemos que hacer su trabajo. Debemos repartirnos la lista y entrevistar a aquellos que, en nuestra opinión, puedan saber algo. En el caso, claro está, de que ellos quieran hablar con nosotros.

– Ed Condit y yo pescamos juntos. -Jonah se refiere a su dentista. Todos los que lo conocen salen con él en el barco-. No sabe nada. ¿Qué va a saber?

– ¿No hablas con él cuando te empasta los dientes? -pregunta Harry.

– ¿Cómo voy a hablar con él si tiene los dedos metidos en mi boca?

– ¿Nunca le has hablado de Jessica? -pregunto-. ¿No le dijiste nada acerca de Suade?

Él niega con la cabeza.

– ¿Podemos tachar su nombre?

– Por lo que a mí respecta, sí.

– ¿Qué me dices de este tipo, Jeffers?

– ¿Floyd? No sé por qué lo han incluido en la lista. -Está echado hacia adelante y lee el papel que yo, que estoy sentado en el camastro junto a él, tengo entre las manos-. Llevo dos años sin verlo. Estuvo un tiempo trabajando en el barco. Siempre andaba por los muelles. Pero, desde luego, nunca discutí de temas personales con él.

– ¿Se te ocurre algún motivo para que lo hayan incluido en la lista? -pregunto.

– No. Creo que muchos nombres los han puesto por ponerlos.

Jonah tiene mucha razón, y Harry y yo lo sabemos. La fiscalía quiere hacernos perder tiempo en vano.

– ¿Lo empleaste como marinero? -pregunta Harry.

– Exacto. -Empuja un pedazo de gelatina con la cucharilla.

– ¿Por qué renunció? -pregunta Harry-. ¿Os peleasteis? -Una de las cosas que debemos buscar es a empleados descontentos.

– No, no. Nada de eso. En realidad, el día que renunció nos tomamos una copa juntos. Fuimos a una taberna del puerto deportivo. Había varias personas con nosotros.

Tengo la certeza de que Jonah pagó todos los tragos.

– No estaba enfadado conmigo -sigue nuestro cliente-. Me dejó porque le ofrecieron un trabajo mejor.

– ¿Sabías que tenía antecedentes?

En cuanto Harry dice esto, Jonah se vuelve hacia él.

– No, no lo sabía.

– Pues los tiene -dice Harry-. Cumplió una condena de dieciocho meses hace cosa de diez años. Acusado de hurto.

Jonah lo mira como si no comprendiese.

– Robo -aclaro yo.

– Ah…

Esto es algo que Ryan tiene que revelar, la existencia en la lista de testigos de un delincuente convicto. Jeffers podría ser objeto de recusación si la fiscalía lo llama a testificar. Sin embargo, Jonah dice que no es probable que Jeffers sea citado. Según él, no hay nada que pueda decirle al fiscal.

Seguimos repasando la lista, y encontramos a cuatro o cinco posibles testigos, gente que podría tener cosas malas que decir, un vecino que se ha peleado con él a causa de las líneas de demarcación de sus respectivas propiedades en la urbanización en la que vive Jonah, una mujer que en tiempos fue asistenta en la casa y que, según Mary, robó algo. La despidieron.

Ryan se ha mostrado muy concienzudo a la hora de recolectar trapos sucios.

Por la tarde, Ryan llama a testificar a Victor Koblinski, Vic para cualquiera que lo conozca, incluido yo. Lo vi aquella noche en el exterior de la oficina de Suade, mientras peinaban el lugar de los hechos en busca de pruebas.

Lamentablemente, Koblinski tiene buena memoria para las caras. Reconoce la mía. Moderadamente acicateado por Ryan, le dice al tribunal que yo estuve allí aquella noche. Esto confirma lo que ya testificó Brower. No dicen que se haya cometido ningún delito, pero Ryan puede ir encaminado hacia eso.

Pelo oscuro, con raya en la izquierda, grandes entradas y la coronilla al descubierto. Koblinski tiene grandes bolsas debajo de los ojos, un rostro que parece el de un perro sabueso, y su expresión resulta difícil de descifrar. Uno no sabe si está triste o simplemente adormilado.

– Sargento Koblinski. Hablemos de la noche en que vio al señor Madriani en el lugar de los hechos, acompañado del detective Brower. ¿Habló usted con él?

– No específicamente.

– ¿Los presentaron?

– No.

– O sea que usted no sabía que él era un abogado defensor que trabajaba para el señor Hale, el acusado.

– Protesto. En aquellos momentos, el señor Hale no estaba acusado de nada. No se habían presentado cargos contra él.

– Formularé de nuevo la pregunta -dice Ryan-. ¿Usted no sabía que el señor Madriani estaba trabajando para el señor Hale en aquellos momentos?

– No.

– Aquel día, usted estaba asignado a la recogida de pruebas menudas en el lugar de los hechos, ¿no?

– Exacto.

– ¿Puede usted decirle al jurado, en términos generales, en qué consiste la recogida de pruebas menudas?

– Se trata de la recogida de pequeñas partículas, a veces de cabello o fibras, a veces de material vegetal, minerales, partículas de arena, o cualquier cosa que pueda ser colocada en un portaobjetos y examinada bajo un microscopio o analizada de otro modo.

– ¿Y es usted un especialista en ese campo? ¿Cuál es su capacitación?

– Soy licenciado en Ciencia Policial, Criminología. Llevo once años en este trabajo. Cursos en Washington y Quantico, Virginia, en el Laboratorio Criminal del FBI. Seminarios anuales, en ocasiones dos veces al año, con la Asociación de Criminalistas de California. También he impartido cursos sobre la recogida de pruebas menudas en institutos comunales locales.

– ¿Puede decirle al jurado qué observó usted a su llegada a la escena del crimen en Imperial City?

– La víctima se hallaba en un parking detrás de su oficina. Yacía con la parte alta del torso hacia arriba, y la parte inferior del torso ligeramente ladeada hacia la izquierda. Estaba parcialmente oculta de la calle por las ruedas traseras y la parte posterior de un gran automóvil. Más tarde nos enteramos de que aquel vehículo en particular pertenecía a la víctima.

– ¿Inspeccionó o examinó usted la zona de los alrededores inmediatos de la víctima?

– En efecto.

– ¿Y qué encontró?

– Había un gran charco de sangre. Algunas pisadas en torno a él. Más tarde establecimos que tales huellas encajaban con las de las suelas de los zapatos de uno de los paramédicos que llegaron a la escena del crimen en primer lugar.

– O sea que, antes de que usted llegase, los paramédicos habían intentado salvar a la víctima.

– Sí. Pero, por lo que me dijeron, ya había muerto.

– ¿Qué más encontró usted?

– Un casquillo de bala. A cosa de dos metros y medio del cuerpo. También había una mancha de sangre sobre el suelo, en el lugar en el que habían arrastrado a la víctima.

– ¿Arrastrado? -pregunta Ryan. Al decirlo se vuelve hacia el jurado.

– Sí. Parecía como si la hubiesen empujado o sacado de un vehículo después de recibir los disparos.

– ¿Y luego?

– La arrastraron de espaldas. Una de las heridas era hemorrágica y sangraba copiosamente.

– ¿Y eso dejó un rastro en el suelo?

– Sobre el pavimento -dice Koblinski-. También encontramos pequeños granos de gravilla del suelo incrustados en sus ropas, y abrasiones en los tejidos, que nos hicieron llegar a la conclusión de que la víctima había sido arrastrada.

– ¿Qué distancia?

– Quizá dos metros o dos metros y medio. No más. Sólo lo suficiente para permitir que el vehículo se moviese sin arrollar el cuerpo.

– ¿Qué más encontró, aparte del casquillo de bala y el charco de sangre? -En este punto, Ryan alza una mano-. Antes de seguir adelante: ¿determinó usted cuál era el calibre de la cápsula?

– Tres ochenta -dice Koblinski.

– Gracias. ¿Qué más encontró?

– Había una colilla de cigarro aplastada.

Ryan hace una pausa, rebusca en el carrito de las pruebas durante unos instantes, y luego tiende una de las bolsas de papel al alguacil, que a su vez la entrega al testigo.

Koblinski identifica rápidamente la colilla como la que fue encontrada en el lugar de los hechos.

– Tiene mi etiqueta identificadora -dice.

– ¿Mostró usted a alguien este cigarro en la escena del crimen?

– Sí.

– ¿A quién?

– A él. -Koblinski me señala-. Y a Brower. -Pronuncia el nombre de Brower como si fuera una palabrota.

– Que conste en acta que el testigo ha identificado al abogado defensor, el señor Madriani.

Ryan hace una marca a lápiz en el papel que tiene ante sí, sin duda para tachar un ítem que no deseaba olvidar.

– ¿Había algo en ese cigarro cuando usted lo encontró?

– Sangre -dice Koblinski.

– ¿Le fue posible establecer a quién pertenecía la sangre?

– A la víctima. Era del mismo tipo.

– ¿Le fue posible determinar cómo llegó la sangre a la colilla del cigarro?

– No estaba claro si la empujaron con el pie hasta allí, hasta el charco de sangre, o si quienquiera que la dejó caer lo hizo antes de que el charco de sangre se hubiese formado.

– ¿O sea que no pudo realizar la prueba del ADN con la saliva del cigarro?

– No. Había demasiada sangre. Determinamos que la muestra estaba contaminada.

Dos de los jurados miran con ojos críticos hacia Jonah en el momento en que éste dirige una mirada a Harry y se encoge de hombros, como si no le fuera posible evitarlo. La expresión de Harry es asesina. Un mensaje para acabar con el lenguaje corporal.

– ¿Qué más encontró usted en el lugar de los hechos?

– Polvo de ceniza -dice Koblinski-. Muy fino. Y dos colillas de cigarrillo. Una de ellas, encima del cuerpo. Ambas con lápiz de labios en las puntas.

– ¿Pudo usted establecer la procedencia de tales cigarrillos?

– Eran de la misma marca de los que encontramos en el bolso de la víctima, que también estaba cerca del cuerpo. Analizamos el lápiz labial del bolso. También era el mismo que encontramos en las colillas de los cigarrillos.

– ¿Tiene usted alguna teoría acerca de cómo fueron a parar los cigarrillos y el polvo de ceniza sobre el cuerpo de la víctima?

– Sí. Creemos que la persona que la mató arrastró el cuerpo lejos del coche, y luego, probablemente, le vació encima el cenicero del vehículo.

– ¿Qué más encontró?

– Escamas de pescado -dice Koblinski.

– ¿Escamas de pescado? -repite Ryan.

– Exacto. Y restos de sangre seca en el fondillo de los pantalones de la víctima, bajo las piernas.

– O sea que esa sangre procedía de las heridas de la víctima.

– No -dice Koblinski-. La que encontramos en el fondillo de los pantalones no era sangre humana. Era piscina.

– ¿Perdón?

– Sangre de pez -dice Koblinski-. El análisis serológico determinó eso.

– ¿Se refiere al análisis de sangre efectuado en el laboratorio?

– Exacto. Parecía que parte de esa sangre, parcialmente coagulada, se había adherido a la parte alta de la pernera derecha de los pantalones de la víctima. A la parte superior del muslo. Ella debió de sentarse sin darse cuenta en un pequeño glóbulo que aún estaba húmedo. La sangre actúa así cuando empieza a coagularse. Luego se extendió sobre los pantalones y allí se secó.

– En la parte posterior de los pantalones.

– Exacto.

– ¿Quiere usted decirnos qué fue lo que le llamó la atención de la sangre que había en la parte posterior de los pantalones de la víctima? A lo que voy es a que, por la forma como ha descrito usted el cuerpo según se hallaba en el lugar de los hechos, da la sensación de que había una considerable cantidad de sangre.

– Es cierto. Pero toda ella estaba en la parte superior del torso, empapada en las ropas, en una chaqueta tipo bolero y en la blusa. En los pantalones no había más sangre que la mencionada. Pensamos que tal vez hubiéramos tenido suerte y la sangre perteneciera al agresor.

– ¿Pero no fue así?

– No. Al menos, no directamente -dice Koblinski.

– Concentrémonos ahora en las escamas de pez. ¿Les fue posible analizarlas?

– En efecto.

– ¿Pudieron establecer a qué clase de pez pertenecían?

– A un pez aguja. Color azul neón. Ese tipo de peces se pesca en las aguas de la costa, aquí y más hacia el sur. Muchas personas los marcan y luego los sueltan.

Pero no Jonah. Me doy cuenta de adónde quiere ir a parar Ryan.

– En el transcurso de sus investigaciones, ¿tuvo usted ocasión de inspeccionar el barco del acusado, el Amanda?

– En efecto.

– Antes de decirnos lo que encontró en él, ¿podría describir el barco en cuestión?

– Es un gran pesquero deportivo. Casco de acero. Trece metros de eslora. Motores diésel gemelos.

– ¿Se trata de una embarcación costosa? -pregunta Ryan.

– Me gustaría tener una así -dice Koblinski.

Leves risas entre el jurado.

La sonrisa de Jonah es forzada. Nuestro cliente no tiene buen aspecto.

– ¿Y qué encontró a bordo? -Rastros de sangre. Gran cantidad de sangre de pez.

– ¿Le fue posible establecer si era igual que la sangre encontrada en las ropas de la víctima?

– No. Había demasiada contaminación. Demasiadas clases distintas de sangre de pez.

– ¿Qué más encontró?

– Escamas de pez.

– Eso debe de ser bastante frecuente en un barco de pesca, ¿no?

– Sí.

– ¿Encontró usted escamas como las que halló en la ropa de la víctima?

– No. Pero lo que sí encontré fue una foto.

– Un momentito -dice Ryan. Susurra algo a uno de sus subalternos, un ayudante que se sienta a la mesa junto a Avery. El joven abogado va hasta el carrito de las pruebas, coge un sobre y se lo entrega al alguacil.

Koblinski lo coge y lo abre.

– ¿Reconoce usted la foto? -pregunta Ryan.

– Sí. Es la que encontré en el barco.

– ¿Puede decirle al jurado qué aparece en esa foto?

– Es una instantánea del acusado, de pie en el muelle junto a su barco, y junto a un gran pescado, un pez aguja azul.

– ¿Que tiene el mismo tipo de escamas que usted encontró en las ropas de la víctima?

– Exacto.

– ¿Examinó usted algo más perteneciente al acusado aquel día o poco después?

– Sí.

– ¿El qué?

– Un mono de pesca. Lona cauchutada.

– ¿Dónde encontró ese mono?

– En el domicilio del acusado.

– ¿Y encontró en ese mono algún tipo de prueba menuda? -pregunta Ryan.

– Había en él mucha sangre de pez. Y otros restos orgánicos.

– ¿También escamas de pez?

– Por todas partes -dice Koblinski.

– ¿Escamas de un pez aguja azul?

– Sí.

– ¿Qué más?

– Nos incautamos de uno de los vehículos del acusado, un Ford Explorer verde modelo 1996. Lo remolcamos hasta el depósito municipal.

– ¿Inspeccionaron el vehículo?

– En efecto.

– ¿Y qué encontraron?

– Más de lo mismo -dice Koblinski-. Sangre de pez seca en las fundas de lona de los asientos delanteros y traseros.

– ¿En el lado del conductor y del acompañante?

– Exacto.

– ¿Y qué más?

– Encontramos gran cantidad de pruebas menudas en las fundas de los asientos, gran variedad de escamas de distintos tipos de pez. Pero en los dos asientos delanteros hallamos una gran concentración de escamas de pez aguja azul.

– ¿Puede usted describir las fundas de los asientos?

– Eran de lona -dice Koblinski-. Parecía como si originalmente hubieran sido utilizadas para otra cosa. Quizá fueran parte de una capota del barco. Eran de color verde, estaban cortadas formando grandes cuadrados y colocadas sobre los asientos.

– Y esas escamas de pez aguja, las pruebas menudas que ustedes encontraron, ¿estaban pegadas a la lona?

– No. Las escamas tienen bordes muy afilados, como se advierte cuando uno las mira por el microscopio. Se clavaron en el tejido de las fundas de los asientos.

– ¿También fue así como las encontró en las ropas de la víctima? ¿Clavadas en el tejido?

– Algunas de ellas.

– ¿Recogieron ustedes muestras de la sangre de pez seca y de las escamas encontradas en las fundas de los asientos del vehículo del acusado?

– En efecto.

– ¿Descubrieron ustedes algo más cuando examinaron el vehículo del acusado, el Ford Explorer verde?

– Sí. Encontramos una etiqueta, lo que parecía ser un recibo de un taxidermista que tiene su tienda en la parte sur de la bahía. Era antigua, y estaba fechada hacía cuatro meses. Pero corrimos el albur.

– ¿A qué se refiere?

– Fuimos a Sal's Taxidermy, la tienda que extendió el recibo.

– ¿Qué descubrieron?

– Que el recibo en cuestión fue extendido a nombre del acusado varios meses antes. Según los registros de la tienda, era para la preparación de una gran lubina.

– ¿Preparación?

– Disecado y montaje -dice Koblinski-. Pero también descubrimos que un pez mucho mayor había sido entregado a la tienda tres días antes, no por el acusado, sino por uno de sus marineros…

– Protesto. Testimonio de oídas.

– Se admite la protesta -dice Peltro.

– ¿Tuvo usted ocasión de ver otro pez mientras se hallaba en Sal's Taxidermy?

– Sí. Estaba almacenado en un frigorífico.

– ¿Podría describir ese pez?

– Era un gran pez aguja azul. Pesaba algo más de cuatrocientos cincuenta kilos. El peso estaba marcado en la etiqueta. Se trataba de un gran pez para la California meridional. A veces son más grandes, en Kona, Hawai, y en Australia. Pero cuatrocientos cincuenta kilos son muchos para la costa del Pacífico. Probablemente será cosa de El Niño. Muchos peces suben más hacia el norte de lo habitual.

– ¿Sabe usted algo acerca de los peces aguja?

– He ido a pescarlos un par de veces, en barcos alquilados.

– ¿Y el que nos ocupa era el mayor que había visto usted?

– Sí.

– Dice usted que vio la etiqueta. ¿Aparecía en esa etiqueta el nombre de la persona que lo pescó?

– En efecto.

– ¿De qué nombre se trataba?

– Del acusado. Jonah Hale. -Koblinski mira a Jonah al decir esto.

– ¿Recogieron ustedes muestras de sangre y escamas de ese pez aguja, el que estaba a nombre del acusado en Sal's Taxidermy?

– En efecto.

– ¿Y examinó usted las escamas bajo un microscopio?

– Sí.

– ¿Sacó usted alguna conclusión u opinión de ese examen?

– Sí. Llegué a la conclusión de que las escamas recogidas de las ropas de la víctima Zolanda Suade, examinadas bajo el microscopio, parecían ser del mismo tamaño, color y tipo que las recogidas de las fundas de los asientos del vehículo del acusado. También parecían coincidir en tamaño, color y tipo con las escamas recogidas del pez aguja que se encontraba en un refrigerador de Sal's Taxidermy.

– Una última pregunta. ¿Recogieron ustedes muestras de la sangre seca de la ropa de la víctima así como de la procedente del pez aguja del almacén refrigerado y las enviaron a otro laboratorio para que las analizasen allí?

– En efecto. Junto con muestras de tejido del pez.

– ¿Y adónde enviaron todo ello?

– A Genetics Incorporated, en Berkeley, California.

– Gracias, señor Koblinski -dice Ryan. Y, volviéndose hacia mí, añade-: Su testigo.

Ryan ha conseguido un testimonio que nos es bastante perjudicial, pero se ha dejado algunas cosas que yo puedo aprovechar.

– Señor Koblinski… ¿Debo llamarlo señor, o agente?

– Señor -dice él. Koblinski no es agente jurado de la ley, sino técnico de laboratorio.

– Comencemos por el examen del vehículo del señor Hale, el Ford Explorer del 96. Registraron ustedes el vehículo, ¿no es así?

– En efecto.

– ¿Cómo lo hicieron?

– Le pasamos un aspirador especial provisto de filtros. Marcamos cada filtro en lo referente a localización, y luego metimos los filtros en bolsas de pruebas.

– ¿Fue así como recogieron los restos de sangre de pez seca y de escamas de pez?

– Así y por medio del examen con lupa. Algunos fragmentos los recogimos con pinzas.

– O sea que la búsqueda fue bastante minuciosa.

– Efectivamente.

– ¿Encontraron algún casquillo de bala en el coche del señor Hale?

– No.

– ¿Encontraron restos de sangre humana en el coche?

– Hubiera sido imposible distinguirla. El coche estaba excesivamente contaminado por la sangre de diversos peces.

– Pero no les fue posible encontrar algún resto de sangre humana, ¿verdad?

– No.

– ¿La buscaron?

– Desde luego.

– En el testimonio que acaba usted de prestar describió una de las heridas de la víctima como «hemorrágica».

– Debo protestar -dice Ryan-. El testigo no es médico.

– Fueron sus palabras exactas -digo.

– Desestimada la protesta.

– ¿No dijo usted que una de las heridas era «hemorrágica»?

– Es posible.

– ¿Qué quiso decir con ello?

– Que probablemente la bala había alcanzado una arteria principal.

– ¿Y eso habría hecho que la herida sangrase profusamente? ¿No es eso lo que describió cuando vio el rastro en el suelo? El rastro de sangre.

– Sí.

– Y, sin embargo, no encontró usted sangre humana en el coche del acusado, ¿verdad?

– Como ya he dicho, el vehículo estaba contaminado.

– Señor Koblinski: ¿había usted examinado escamas de pez anteriormente, ya fuera en el transcurso de otro caso o durante sus estudios?

– Desde luego.

– ¿Había usted examinado alguna vez escamas de pez aguja?

– No.

– ¿No es cierto que, bajo el microscopio, las muestras o especímenes de un pez aguja azul pueden parecerse mucho a las de cualquier otro pez aguja azul?

– Es posible. Pero la mayoría de la gente no se acerca tanto a esos peces como para terminar con escamas en el interior de sus coches.

Koblinski me está sonriendo, dándome la sensación de que he patinado. Yo podría dejar el tema, pero el jurado se preguntaría por qué.

– ¿Se refiere usted a que la mayoría de la gente no pesca peces aguja?

– No, aunque eso también es cierto. Pero la mayor parte de quienes los pescan, los marcan y los sueltan. Así lo hacen todas las personas que conozco. No los suben a bordo. El pez aguja es un trofeo deportivo. No es comestible. La mayoría de los pescadores deportivos son ahora conservacionistas -dice, mirando a Jonah. La mitad de los miembros del jurado hace lo mismo.

Podría argumentar con él. Aquél era un pez excepcional. ¿Cuántas veces se pesca una pieza de casi media tonelada? Pero sin duda, Koblinski entraría en detalles acerca de cómo se le dispara el arpón a un pez. Liberad a Willy y demás. Dejo el tema cuanto antes. Un testigo listo te puede perjudicar de infinitos modos.

– ¿Está usted familiarizado con la teoría de la transferencia? -pregunto.

El jurado aún está viendo el agua teñida de sangre. De momento no siente ningún interés por lo que yo estoy diciendo.

– Desde luego.

– ¿Y de la intertransferencia? -pregunto.

– Sí.

– ¿Puede usted explicarle al jurado de qué tratan ambas cosas?

– La transferencia es un fenómeno que se produce cuando pruebas microscópicas o macroscópicas se adhieren a un objeto. Por ejemplo, a la ropa a causa de la electricidad estática, o porque se queda pegado a la tela, y se transfiere de una superficie a otra.

– ¿Y la intertransferencia?

– Eso es lo contrario.

– Por ejemplo, fibras de la ropa de la víctima encontradas en la funda de un asiento de automóvil. O hebras de cabello de la víctima en el respaldo de un sillón.

Él asiente con la cabeza.

– Sí.

– ¿Encontró usted fibras procedentes de la ropa de la víctima en las fundas de los asientos del Ford Explorer verde del señor Hale?

– No.

– ¿Sabe usted de qué clase de tejido estaban hechas las prendas de la víctima?

– Eran de lana. Los pantalones y el top. Se trataba de una especie de traje torero.

– ¿No había esperado usted encontrar fibras de esas prendas en las fundas de los asientos?

– En este caso, no -dice Koblinski-. Existían indicios de que alguien había limpiado el vehículo recientemente. El cenicero estaba vacío. -Me doy cuenta de que acabo de pisar una mina.

Cuando miro a Ryan, veo que éste, sentado a su mesa, sonríe, satisfecho. Las cosas al fin le van saliendo bien. Este hecho no se le escapa al jurado. ¿Qué probabilidad hay de que un hombre que fuma cigarros con la suficiente frecuencia como para comprarlos por cajas a mil dólares la caja tenga por casualidad limpio el cenicero de su coche el día en que éste es examinado? Para que algo así ocurra tiene que haber una razón.

– También creemos que, probablemente, alguien sacudió las fundas de los asientos -dice Koblinski.

– Si la víctima fue arrastrada fuera del coche, ¿no sería de esperar que algunas fibras de sus ropas quedaran pegadas a los asientos o al suelo del vehículo?

– Es posible, pero, como le he dicho, si alguien sacudió las fundas de los asientos, puede ser que no.

– Pero el caso es que no encontró usted ninguna en el coche del acusado.

– ¿Se refiere a fibras de la víctima?

– Sí.

– No -dice Koblinski.

– ¿Encontró usted algún cabello de la víctima en el reposa-cabezas o en el asiento del acompañante?

– No.

– ¿Encontró usted algún cabello de la víctima en el resto del vehículo?

– No. Estaba bastante limpio.

– Y examinaron ustedes todos los filtros. Los filtros del aspirador especial forense que utilizaron para registrar el vehículo, ¿no es así?

– Sí.

– Y no encontraron nada.

– Encontramos sangre de pez y escamas. Estaban pegadas a las fundas de los asientos.

– Ya sabe usted a qué me refiero, señor Koblinski. Me refiero a indicios de intertransferencia, cabello y fibras pertenecientes a la víctima. ¿No sería de esperar encontrar muestras de ese tipo si la víctima hubiera estado sentada en el interior de ese coche? ¿No le parece probable, aun en el caso de que alguien sacudiera las fundas de los asientos, que hubieran quedado rastros menudos de la presencia de la víctima en ese vehículo?

– Es posible -dice Koblinski-. No sé decírselo. -Todo esto, con una amplia sonrisa en los labios.

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