SEIS

En diez minutos he dicho todo lo que tenía que decir y he enumerado las escasas opciones que se nos presentan.

Harry piensa que lo mejor es que no hagamos caso. Que no le demos el gusto a Suade. Que luego la demandemos, si a Jonah le apetece hacerlo.

– Esto es increíble. -Jonah tiene el rostro congestionado. La sangre se le ha subido a la cabeza. Camino de mi bufete, ha tenido oportunidad de pensar, y ahora quiere respuestas-. Según tú, no podemos hacer nada, ¿no? Pues eso equivale a decir que lo de buscarme un abogado ha sido una pérdida de tiempo y de dinero.

– Lo único que digo es que no podemos evitar de ningún modo que Suade haga un anuncio público.

– ¿Aunque lo que diga sea un montón de cochinas mentiras?

– ¿Por qué no te sientas? -Señalo con un ademán uno de los sillones destinados a los clientes.

– No quiero sentarme. Además, te mancharía los muebles. -Está cubierto de la mugre del puerto, de sangre seca y de sabe Dios qué más. El despacho comienza a apestar.

– ¿No podemos demandarla ya? ¿Conseguir que se dicte un mandamiento judicial contra ella?

– No. -Harry es la imagen de la profesionalidad, con los brazos cruzados y displicentemente apoyado en la librería-. Eso sería una restricción previa de la libertad de expresión. Bien venido al mundo de la Primera Enmienda. Hasta que ella publique, no podemos hacer nada.

– ¿Qué es eso de que publique?

– Hasta que ella difunda públicamente esa información…

– Cochinas mentiras -dice Jonah.

– Ya lo sé -dice Harry-. Cálmate. No ganaremos nada si se te revienta una vena. Hasta que ella no difunda esa información a terceros, en este caso la prensa, no podemos ni tocarla. Una vez lo haya hecho, podremos demandarla por difamación, calumnias, invasión de la intimidad, en el caso de que tengas derecho a ella.

– Bonito consuelo. -Jonah lo dice mirando a Harry.

– Podría ser peor -dice Harry-. Podrías ser un personaje público.

– ¿Qué quieres decir con eso de «personaje público»?

– No nos metamos en eso -le digo a Harry.

– No, quiero saberlo -dice Jonah-. ¿Qué es eso del «personaje público»? ¿De qué está hablando?

– Le conviene enterarse -me dice Harry-. Tú ganaste la lotería, aceptaste el dinero. El tribunal podría considerar que eso te convierte en un personaje público. Si tú, voluntariamente, te has expuesto a la mirada del público, la gente tiene derecho a hacer comentarios pertinentes acerca de tu carácter.

Los ojos de Jonah refulgen como si alguien hubiese prendido fuego a una bengala en el interior de sus pantalones.

– ¿Qué es eso de «comentarios pertinentes»? Me acusan falsamente de haber violado a mi hija y sometido a abusos deshonestos a mi nieta. ¿Cómo pueden ser pertinentes esos comentarios? -La mirada de Jonah se posa en mí y después vuelve a Harry.

– No son ni pertinentes ni justos -dice Harry-. Yo lo sé. Y Paul también lo sabe. Lo malo es que si el tribunal decide que eres un personaje público, el caso se hace más difícil. Podríamos vernos obligados a probar ciertas cosas antes de poder demandar a Suade.

Le recuerdo a Harry que las acusaciones falsas de conducta criminal son difamatorias por sí mismas.

– Además -continúo-, ganar el primer premio de la lotería no convierte a nadie en un personaje público. Así que ella no puede acogerse a lo de los comentarios pertinentes.

– Es posible -dice Harry-. No existe jurisprudencia acerca del tema. Lo he consultado. -Harry me dirige una de esas miradas que se le dan tan bien, y que él me lanza cuando estoy a punto de meterme en un berenjenal.

«Naturalmente, podríamos conseguir establecer jurisprudencia a ese respecto -continúa-. Y las apelaciones durarían tres o cuatro años. -Arquea una ceja y me mira, como diciendo: «¿Realmente te apetece que nos metamos en ese follón?»

Estoy convencido de que Suade carece de pruebas. Eso hace que sus acusaciones sean, o premeditadamente falsas o, en el mejor de los casos, que hayan sido hechas con absoluto desdén hacia la verdad. Sea como sea, son difamatorias y encausables. El hecho de que merezca o no la pena demandarla es otra cosa. Volvemos al comienzo.

– Además, ¿qué más da? -dice Jonah-. No pretendo conseguir dinero. No me importan los daños y perjuicios. Lo único que quiero es recuperar a mi nieta.

– ¿Hemos conseguido algún avance a ese respecto? -me pregunta Harry-. ¿Te dio Suade alguna pista?

Yo niego con la cabeza.

– Y yo que, en mi inocencia, pensaba que alguien podría hacer algo -murmura Jonah.

Harry y yo nos miramos. Lo que Jonah quiere es lo que nosotros no podemos darle, y ahora, encima, van a arrastrarlo por las cloacas privadas de Zolanda Suade.

Durante todo esto hemos tenido a un silencioso espectador, que movía la cabeza de Harry a mí y de mí a Jonah, como el juez de red de Wimbledon. John Brower es uno de los detectives de Susan. El tipo, calvo y de ojos redondos y brillantes, está sentado ante mi escritorio en uno de los sillones destinados a los clientes. Sobre sus rodillas reposa un cuaderno con tapas de cuero, listo para tomar notas en cuanto haya algo que anotar.

En cuanto a Susan, ella está paseando por la zona despejada de mi despacho, leyendo una y otra vez el comunicado de prensa de Suade, como si de la página pudiera desprenderse una solución para nuestro problema.

Susan no ha dicho ni palabra desde que le entregué el comunicado de prensa, pero yo he notado indicios, he interpretado su lenguaje corporal: un ligero encogimiento de hombros, una leve inclinación de la cabeza… Como si todo esto fuera griego para ella. Esas señas no van dirigidas a mí, sino que las envía telepáticamente, como en código secreto, a Brower.

Aparentemente, Susan ha preferido no venir sola. Interpreto esto como un indicio de que considera que las amenazas de Suade son serias, aunque no necesariamente verosímiles.

Finalmente, ella se vuelve a mirarme.

– El comunicado de prensa sólo menciona el departamento de pasada -dice-. No da detalles.

– Ya.

– ¿Suade no te dijo nada más?

– Por lo visto, reserva los detalles para la rueda de prensa. Quiere tenernos unos días en ascuas. Hacernos pasar unas cuantas noches en vela. Tengo la sensación de que uno de sus placeres es torturar a la gente.

– ¿No te dio ninguna pista acerca de a qué se refiere? ¿Qué te dijo exactamente?

– Se puso a despotricar contra Jonah…

– No, me refiero al departamento. -Salta a la vista que Susan sólo está aquí porque Suade ha amenazado con sacar a relucir trapos sucios, y algunos de ellos pueden pertenecer al Servicio de Protección al Menor. Susan defiende lo suyo con la tenacidad de una leona defendiendo a sus cachorros.

»¿Qué dijo exactamente del departamento?

– No tomé notas -respondo-. Dijo que tenía documentos.

– ¿Qué clase de documentos?

– Se lo pregunté y no quiso decírmelo. Aseguró que los documentos demostrarían todas sus imputaciones.

Miro a Jonah.

– Cuando tu hija estaba en la cárcel, ¿le escribiste algo que pueda ser tergiversado y utilizado contra ti?

Él reflexiona un instante, y luego niega con la cabeza.

– No.

– ¿Ayudamos nosotros al señor Hale a conseguir la custodia de la niña? -Susan se lo pregunta a Brower-. Eso es lo que parece dar a entender Suade en el comunicado de prensa. Como si insinuase que hicimos algo irregular.

Brower abre su cuaderno de notas y mira algo. Desde mi posición no puedo ver qué es.

– A ver. Presentamos un informe al tribunal de familia. Hicimos una recomendación… en favor del abuelo. -Mira a su jefa y se da cuenta de que esto no le sirve de nada a Susan-. Pero el informe no se basó en nada que nosotros hiciéramos. -Brower lo dice como si se estuviera disculpando.

– ¿Realizamos algún tipo de investigación?

– No, no. Basamos nuestra recomendación en un informe de la junta de libertad condicional -dice Brower-. La madre tenía muchos antecedentes. -Está leyendo algo del cuaderno, con el índice sobre la página-. Consumo de drogas. Existían pruebas de que la niña había sido abandonada. Todo es bastante rutinario. No hay nada irregular en ello. No podríamos haber hecho otra recomendación.

– ¿Figura nuestra recomendación en las actas del tribunal? -Brower asiente con la cabeza-. ¿O sea que Suade puede haberla visto si ha ido al juzgado y ha consultado las actas del caso?

– Probablemente, sí.

– ¿Seguro que no investigamos el caso?

Brower hojea unas cuantas páginas y luego niega lentamente con la cabeza.

– Parece ser que no.

– ¿O sea que no tuvimos ningún contacto con el señor Hale?

Brower sigue leyendo.

– Por lo que aquí pone, no.

– ¿Acudió usted en alguna ocasiona nuestro departamento? -Ahora la pregunta de Susan va dirigida a Jonah.

– Un momento -la interrumpe Harry-. No le pedimos que viniera para que interrogase a nuestro cliente.

– ¿Estoy sometido a juicio? -quiere saber Jonah-. ¿Hice algo malo? -Lo pregunta mirándome a mí.

– No lo sé -responde Susan-. ¿Lo hizo?

– No, no lo hizo -responde Harry antes de que yo pueda hacerlo.

– Lo único que pretendo es averiguar qué armas puede tener Suade -dice Susan-. Vuestro cliente puede ser el único que lo sabe -dice, mirándome a mí.

– Esto no voy a permitirlo -dice Harry-. No puede venir aquí a interrogar a un cliente.

– No tengo nada que ocultar -dice Jonah.

– No me importa -responde Harry-. No digas nada.

– Creo que podemos partir de la base -comienza Susan- de que nosotros, el departamento, y vuestro cliente vamos a ser víctimas de las mentiras de Suade. Esa mujer tiene algún plan. No se me ocurre cuál puede ser, pero debemos descubrirlo.

Harry la mira como diciendo tal vez sí, tal vez no.

– Quizá Suade no tenga ninguna base para sus acusaciones. Pero sería de gran ayuda que conociéramos los detalles del asunto. Como, por ejemplo, si vuestro cliente se puso en contacto con mi departamento. -Susan vuelve a lo que más le preocupa.

– Nunca acudí a su departamento -dice Jonah-. Usted y yo nunca nos habíamos visto.

– No debería haber hablado necesariamente conmigo -contesta ella-. Tal vez trató con alguno de mis detectives. Quizá con un asistente social.

Jonah niega con la cabeza.

– Acudimos al juzgado. Yo tenía mi abogado. Él se ocupó de todo.

– ¿Cuál es el nombre de su abogado?

– ¿Vas a permitir esto? -me pregunta Harry.

Yo asiento con la cabeza.

– De momento, sí.

Jonah le da a Susan el nombre de su abogado. Susan mira a Brower, que vuelve a consultar el cuaderno y luego niega con la cabeza.

– No hubo ningún contacto con el abogado.

– O sea que ni siquiera tuvimos relación con el demandante -dice Susan-. No sé cómo se propone esa mujer convertir esto en un escándalo.

– Me alegro de que se sienta usted tranquila -dice Jonah-. Mientras tanto, mi nieta ha sido arrancada de la única familia que ha conocido, y es rehén de una madre drogadicta. Me gustaría saber qué piensan hacer ustedes para remediar eso.

Susan menea la cabeza y se encoge de hombros.

– Si la niña está en el condado, haremos cuanto esté en nuestra mano -dice.

– Eso no es suficiente -dice Jonah-. ¿Y si se halla en otro estado, o en México?

– Haremos lo que podamos.

Jonah reconoce tales palabras como lo que son, el tango del gobierno, tú nos llevas, nosotros te seguiremos.

– ¿Sabe usted cuántos niños son secuestrados en este país todos los años por padres descontentos? -Antes de que Jonah pueda responder, Susan se lo aclara-: Más de ciento sesenta mil. La mayor parte de ellos son utilizados como arma para vengarse del otro cónyuge. Y, a veces, de un abuelo. Y las cifras van en constante aumento.

– ¿En alguna ocasión consiguen recuperar a algún niño? -pregunta Jonah.

– A veces. -Ésa es una estadística que Susan prefiere no mencionar, aunque la tenga en la punta de la lengua.

– ¿A veces? -Jonah mira a su alrededor, con las palmas de las manos vueltas hacia arriba y la mirada en el techo-. ¿A veces? ¿Eso es todo? ¿Que harán lo que puedan? ¿Que a veces consiguen recuperar a algún niño? Yo creía tener la custodia.

Yo creía que la ley servía para algo. Hice las cosas como es debido. Acudí ante los tribunales. No me habría costado nada llevarme a la niña. Desaparecer. Supongo que eso habría hecho si hubiera sabido entonces lo que ahora sé. Me habría llevado a Amanda al otro lado de la luna, a algún lugar en el que ni Jessica ni esa… esa Zolanda Suade nos hubieran encontrado jamás. Pero no lo hice.

– Actuó usted como es debido -dice Susan.

– Me abstuve de hacerlo porque pensé que la ley protege a los inocentes. Pero es evidente que no es así.

– Eso no es cierto -afirma Susan.

– Entonces, ¿por qué no está usted en estos momentos en la oficina de Suade, obligándola a confesar dónde está Mandy?

– Porque no es así como funciona la ley.

– La ley no funciona, eso es lo que pasa -dice Jonah-. ¿Sabe usted lo que yo haría? Iría a ver a esa hija de puta y le retorcería el cuello. Averiguaría el paradero de la niña aunque tuviese que…

– ¡Jonah!

– Aunque tuviese que matarla -dice Jonah mirándome. Su expresión añade énfasis a sus palabras-. Lo último que esa mujer dirá es dónde está Mandy. Existen otras formas de conseguir información. Quizá no recurrí a las personas adecuadas. ¿Por qué demonios no va usted tras ella?

Jonah lo ha preguntado mirando a Brower. Éste se encoge de hombros, como diciendo: «No me mire a mí. Yo no soy más que un mandado.» Luego mira a Susan.

– Hemos hecho todo lo posible. Créame.

– ¿Qué han hecho? ¿Hablar con ella? -Me señala con un ademán, porque fui el último que conversó con Suade.

Jonah ha estado masticando un cigarro apagado que ahora enciende.

– Espero que no les moleste -dice.

Niego con la cabeza. Probablemente, fumar será la única satisfacción que conseguirá aquí. En estos momentos, Jonah podría incendiar el bufete sin que yo pusiese la más mínima objeción.

Él mete la mano en el bolsillo superior de su camisa, que está teñida de sangre de pez seca, y saca unos cuantos cigarros, cada uno de ellos metido en un pequeño cilindro de aluminio.

– ¿Quieren ustedes? -pregunta, ofreciéndolos a todos.

Yo niego con la cabeza.

Jonah tiende uno a Harry, que lo acepta, y luego a Brower, que lo mira, alza una ceja y se lo mete en el bolsillo. Para más tarde. Jonah es demasiado viejo para que se le ocurra ofrecer un puro a Susan, pero ella lo está mirando, y él, al fin, le tiende uno. Ella lo acepta y se lo guarda en el bolso. Probablemente piensa utilizarlo esta noche para metérmelo encendido por el culo para ayudarme a recordar los detalles de mi conversación con Suade. Me espera un tercer grado.

Harry enciende el puro y al cabo de un momento mi despacho está lleno de humo azulado y de olor a tabaco.

– Hay algo que me gustaría saber -digo, mirando a Susan.

– ¿El qué?

– Hemos establecido que Jonah nunca acudió a tu departamento en el caso inicial de la custodia. ¿Qué sabe tu departamento acerca de las acusaciones criminales que Jessica formuló contra Jonah?

– ¿Qué quieres decir? -me pregunta Susan.

– ¿Las investigasteis? -Lo que intento es conseguir información.

– Eso tendría que haberlo hecho el fiscal de distrito -dice Susan.

– Pero seguro que, ahí dentro -al decirlo señalo el cuaderno de Brower, que ahora está cerrado y sobre las rodillas de su propietario-, dice si la investigación está cerrada. Por falta de pruebas, por ejemplo.

Susan mira a Brower.

– De eso no nos está permitido hablar -dice él.

– ¿Por qué?

– Las investigaciones criminales, abiertas o cerradas, son confidenciales, a no ser que se haya presentado alguna demanda -dice Brower.

– ¿O sea, que investigasteis las imputaciones?

– No puedo contestar -dice él-. Nos gustaría ayudarlos, pero nos está vedado.

– O sea que mi cliente tiene que permanecer a oscuras. Suade acude ante las cámaras, y él ni siquiera puede conseguir que el condado le diga si lo ha exonerado o no.

Brower mira a Susan, que permanece inexpresiva como una estatua, y luego se vuelve de nuevo hacia mí.

– Así son las cosas -dice-. No podemos hacer nada. -Ahora ya sé por qué Susan ha venido acompañada por su Pepito Grillo. Si hubiera estado sola con nosotros, le hubiese resultado difícil no revelarnos lo que sabe acerca del caso. En presencia de Brower se siente segura, al menos de momento.

– Bueno, ¿qué hacemos ahora? -pregunta Susan.

– Parece que a Jonah lo van a poner en la picota. De lo que ocurrirá contigo y con tu departamento no estoy seguro. Supongo que tendremos que esperar a la rueda de prensa.

– Lo que me gustaría entender es por qué nadie puede hacer nada cuando esa mujer fue a mi casa y amenazó literalmente con secuestrar a mi nieta -dice Jonah.

– ¿Cuándo hizo Suade eso? -pregunta Susan.

– Hace unas semanas. Cuando mi hija volvió tarde con mi nieta.

– Eso no me lo contaste -me dice Susan.

– Suade lo negará -contesto-. Tal vez admita que estuvo allí, pero en cuanto a sus palabras, negará que fueran una amenaza.

– ¿Qué dijo exactamente? -pregunta Susan.

– Que a no ser que yo devolviera a Mandy a mi hija, la perdería. Plantada en mi cocina, me dijo con todo el descaro del mundo que yo iba a perder a mi nieta.

Susan mira a Brower.

– ¿Tú que opinas?

– Después de eso, ¿cuánto tardó la niña en desaparecer? -pregunta él.

– Unos días. Quizá una semana.

– Tal vez eso nos resulte útil -dice Brower-. Podría demostrar que hubo intervención, que ella fue cómplice de la abducción. Al menos se puede argüir.

– Dices que, cuando hablaste con Suade, ella no negó haber estado allí -dice Jonah.

– No discutimos el asunto. No entramos en detalles. Pero no, no lo negó.

– Pues ya está. -Jonah mira a Susan, como si hubiese demostrado su tesis.

– Admitir que ella estuvo en tu casa conversando no es lo mismo que demostrar que ella fue cómplice de una abducción -le recuerdo yo.

– No obstante, nos vendría bien un testimonio por escrito -dice Susan-. ¿Estaría usted dispuesto a ir a mi oficina a hacer una declaración jurada?

– Pues claro que sí -dice Jonah-. Y mi esposa también, si hace falta.

– ¿Su esposa escuchó a Suade pronunciar esas palabras?

Él asiente con la cabeza.

– Las cosas mejoran -dice Brower.

– Los abogados de Suade echarán por tierra ese testimonio -les digo-. Unos abuelos cuya nieta ha sido secuestrada por su madre. Los abogados dirán que Jonah y Mary están furiosos con el mundo entero y dispuestos a hacer cualquier tipo de acusaciones contra cualquiera que se interponga en su camino. Y no existen pruebas tangibles.

– Si la persona que acudió a esa casa a formular amenazas fuese otra, tal vez -dice Susan-. Pero la justicia conoce a Suade. Llevaremos la declaración jurada ante el Tribunal de Familia, y solicitaremos de él que dicte una orden por la que Suade pueda ser declarada en desacato si se niega a informar del paradero de la niña.

– Olvidas que Suade ya ha interpuesto una demanda contra el condado por abuso de sus poderes discrecionales. Ningún juez estará dispuesto a correr riesgos sin contar con pruebas sólidas y contundentes de la implicación de Suade.

– No me hace gracia la idea de que un cliente vaya solo a su oficina. -Harry se refiere a la oficina de Susan.

– Entonces, vaya usted con él. -Ella le apaga el farol-. Proteja sus derechos.

– Por mí no hay inconveniente -afirma Harry.

Yo tengo la sensación de ver sangre corriendo por todas partes.

– ¿Tú qué dices? -me pregunta Harry.

– Yo tengo una cita. No estoy seguro de que sea una buena idea. Si la cosa no da resultado, sólo servirá para reforzar la posición de Suade.

– ¿Por qué? -pregunta Susan.

– Dificultará su prosecución si luego aparecen pruebas más sólidas. Si más tarde decidimos demandarla de nuevo, parecerá que tratamos de acosarla.

– ¿Se te ocurre alguna sugerencia? -Susan me mira a mí.

Yo, frustrado, niego con la cabeza.

– ¿Cuándo lo hacemos? -pregunta Jonah.

– Antes de que Jonah firme cualquier declaración, yo quiero verla -le indico a Susan.

Ella asiente con la cabeza.

Brower tiene otra cita. Consulta su reloj. Ya se le ha hecho tarde. Susan localizó a Brower por el busca, motivo por el cual él llegó solo al bufete. Harry tiene que devolver varias llamadas telefónicas.

– Yo puedo llevar al señor Hale en coche a mi oficina e ir preparándolo todo -dice Susan.

– Pero no hablen de nada hasta que yo llegue -dice Harry. Se lleva a Jonah aparte y le susurra algo al oído. Sin duda, le está diciendo que no suelte prenda si él no está presente. Harry me hace una seña con las palmas de las manos vueltas hacia abajo, como diciéndome que todo va bien, que no me preocupe.

Yo no estoy tan seguro.

– Bueno. -Susan es toda sonrisas-. Entonces, la cosa está decidida.

Brower se levanta de su butaca. Jonah ya va camino de la puerta. El fondillo de sus pantalones sigue lleno de suciedad del muelle.

Susan le pone una mano en el hombro y le habla al oído.

– Conseguiremos una orden que obligue a Suade a justificar sus acusaciones. Lograremos restarle importancia a la rueda de prensa de Suade. La posibilidad de ser declarada en desacato le borrará la sonrisa de los labios.

– Sospecho que no va a ser así -digo.

Susan se vuelve a mirarme.

– A esa mujer le encantan las amenazas -añado.

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