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Rick y Sam esperaban como futuros padres al final del pasillo de la segunda planta del hospital. Eran las once y media de la noche del domingo y Trey llevaba en el quirófano desde poco después de las ocho de la tarde. La jugada había consistido en un pase de treinta yardas al medio campo, cerca del banquillo de los Panthers. Sam había oído el chasquido del peroné. Rick no, aunque había visto la sangre y el fragmento de hueso que asomaba a través del calcetín.

Apenas dijeron nada mientras mataban el tiempo leyendo revistas. Sam opinaba que todavía podían clasificarse para los playoffs si ganaban los cinco partidos restantes, una gesta nada fácil puesto que todavía tenían que enfrentarse al Bérgamo. Y Bolzano volvía a estar en forma: acababan de perder ante el Bérgamo por solo dos puntos. Sin embargo, ganar parecía muy poco probable con los pocos atacantes que les quedaban y sin un solo estadounidense en la secundaria para neutralizar las jugadas de pase.

Reconfortaba más olvidarse del fútbol y hojear revistas.

Una enfermera los llamó y los acompañó a la tercera planta, a una habitación semiprivada donde estaban acomodando a Trey para pasar allí la noche. Tenía la pierna izquierda cubierta con una gigantesca escayola y le salían tubos de la nariz y el brazo.

– Dormirá toda la noche -les informó otra enfermera.

También les explicó que el médico había dicho que todo había ido bien, sin complicaciones, que se trataba de una fractura expuesta bastante común. Rick buscó una manta y una almohada y se instaló en una silla de vinilo que había junto a la cama. Sam prometió volver el lunes por la mañana a primera hora para ver cómo evolucionaba Trey.

Corrieron la cortina y Rick se quedó a solas con el último Panther negro, un chico de campo muy agradable del Mississippi rural a quien ahora enviarían a casa con su madre como mercancía estropeada. No le habían tapado la pierna derecha y Rick se la quedó mirando. Tenía un tobillo muy fino, demasiado para soportar la violencia del fútbol de la Southeastern Conference. Estaba demasiado delgado y le costaba coger peso, aunque había sido elegido integrante del Tercer Equipo ideal de la temporada en su último año en la Universidad de Mississippi.

¿Qué iba a hacer ahora? ¿Qué estaría haciendo Sly? ¿Qué harían todos ellos cuando por fin se enfrentaran a la realidad de que se había acabado?

La enfermera apareció cerca de la una de la madrugada y encendió las luces.

– Para dormir -le dijo a Rick, tendiéndole una pastillita azul.

Veinte minutos después estaba tan grogui como Trey.

Sam trajo café y cruasanes. Encontraron dos sillas en el pasillo y se lanzaron sobre el desayuno. Trey había armado un poco de jaleo una hora antes, lo bastante para despertar a las enfermeras.

– Acabo de ver al señor Bruncardo -dijo Sam-. Le gusta empezar la semana echando broncas a las siete de la mañana del lunes.

– Y hoy le ha tocado a usted.

– Evidentemente. Los Panthers no le reportan beneficios, pero tampoco le gusta perder dinero. O partidos. Tiene un ego bastante grande.

– Qué raro para ser el dueño de un equipo…

– Tenía un mal día. Su equipo de fútbol europeo de la liga menor ha perdido. El equipo de voleibol también. Y sus amados Panthers, con un quarterback de la NFL, han pinchado por segunda vez consecutiva. Creo que pierde dinero con todos los equipos.

– Tal vez sería mejor que se dedicara únicamente a la construcción o a lo que sea que se dedique.

– No le di ningún consejo. Quiere saber qué va a ocurrir el resto de la temporada y dice que no piensa gastarse ni un euro más.

– Es muy sencillo, Sam -contestó Rick, dejando la taza de café en el suelo-. En la primera parte de ayer marcamos cuatro touchdowns sin sudar. ¿Por qué? Porque tenía un receptor. Con mi brazo y un buen par de manos somos imparables y no volveremos a perder. Le garantizo que podemos marcar cuarenta puntos en cada partido, mierda, en cada parte.

– Tu receptor está ahí dentro con una pierna rota.

– Cierto. Que venga Fabrizio, ese chaval vale: es más rápido que Trey y tiene mejores manos.

– Quiere dinero. Tiene agente.

¿Qué?

– Lo que oyes. La semana pasada recibí una llamada de un abogado excesivamente obsequioso que decía representar al fabuloso Fabrizio, pidiendo un contrato.

– ¿Hay agentes de fútbol americano en Italia?

– Me temo que sí.

Rick se rascó la cara sin afeitar y consideró aquellas noticias tan desalentadoras.

– ¿Algún italiano ha cobrado alguna vez?

– Se rumorea que los chicos del Bérgamo cobran una paga, pero no estoy seguro.

– ¿Cuánto quiere?

– Dos mil euros al mes.

– ¿Cuánto aceptaría?

– No lo sé. No llegamos tan lejos.

– Negociemos, Sam. Sin él estamos perdidos.

– Rick, escúchame, Bruncardo no piensa gastarse un euro más. Le propuse meter otro jugador estadounidense y se puso como una fiera.

– Sáquelo de mi sueldo.

– No seas tonto.

– Lo digo en serio. Contribuiré con mil euros al mes durante cuatro meses por Fabrizio.

Sam le dio un trago al café, frunciendo el ceño, con la vista clavada en el suelo.

– Abandonó el campo en Milán.

– Sí, lo hizo. Es un crío, de acuerdo, eso lo sabemos todos, pero usted y yo vamos a abandonar el campo cinco veces más con el rabo entre las piernas si no encontramos a alguien que sepa atrapar un balón. Además, Sam, no puede abandonar si tiene un contrato.

– Yo no pondría la mano en el fuego.

– Páguele y me juego lo que quiera a que se comportará como un profesional. Le dedicaré todas las horas que haga falta y estaremos tan compenetrados que nadie podrá detenernos. Traiga a Fabrizio de vuelta y no volveremos a perder. Se lo garantizo.

Una enfermera les hizo un gesto con la cabeza y se apresuraron a entrar para ver a Trey. Estaba despierto y bastante incómodo. Intentó sonreír y contar un chiste, pero necesitaba medicación.

Arnie llamó el lunes por la tarde. Tras una breve discusión sobre lo meritorio de jugar en la AFL, pasó a tratar la verdadera razón de la llamada. Le aseguró que odiaba dar malas noticias, pero Rick tenía que saberlo. Mira el Cleveland Post en Internet, la sección de deportes del lunes. Muy desagradable.

Rick lo leyó, soltó los improperios pertinentes y salió a dar una vuelta por el centro de la parte vieja de Parma, una ciudad que de repente apreciaba como nunca antes.

¿Cuántas veces podía tocar fondo la carrera de un hombre? Habían pasado tres meses desde que se había ido de Cleveland y todavía seguían hurgando en la herida.

El juez Franco se encargó del asunto en nombre del equipo. Las negociaciones tuvieron lugar en la terraza de una cafetería de la piazza Garibaldi mientras Rick y Sam esperaban sentados cerca, tomando una cerveza y muertos de curiosidad. El juez y el agente de Fabrizio pidieron un café.

Franco conocía al agente y no le gustaba. Le explicó que dos mil euros era una cifra inaceptable, que muchos de los estadounidenses ni siquiera ganaban esa cantidad y que empezar a pagar a los italianos sería establecer un precedente peligroso porque, como era obvio, el equipo apenas ganaba para recuperar los gastos. Si a eso se le añadían unas nóminas, tendrían que cerrar el chiringuito.

Franco le ofreció quinientos euros durante tres meses: abril, mayo y junio. Si el equipo llegaba a la Super Bowl en julio, entonces tendría una prima de mil euros.

El agente sonrió con educación mientras rechazaba la oferta, le parecía demasiado baja. Fabrizio es un gran jugador, etcétera. Sam y Rick tenían sus cervezas en la mano, pero no oían nada. Los italianos regateaban en animada conversación. Ambos parecían sorprenderse por las propuestas del otro y a continuación se burlaban de alguna minucia. Las negociaciones parecían llevarse a cabo con educación, pero no estaban faltas de tensión, aunque de repente hubo un encaje de manos y Franco chascó los dedos para llamar al camarero. Trae dos copas de champán.

Fabrizio jugaría por ochocientos euros al mes.

El signor Bruncardo agradeció la oferta de Rick de aportar parte del salario, pero la rechazó. Era un hombre de palabra y no iba a reducir la paga de un jugador.

En los entrenamientos del miércoles por la noche, el equipo entero conocía los pormenores de la vuelta de Fabrizio. Sam le pidió a Niño, a Franco y a Pietro que se encontraran antes con la estrella receptora y que le explicaran cuatro cosas, con la intención de mitigar el resentimiento. Niño llevó la voz cantante en la discusión y prometió, con todo lujo de detalles, ponerse a romper huesos si Fabrizio volvía a hacer de las suyas y abandonaba el equipo. Fabrizio accedió de buen grado a todo, incluso a lo de los huesos rotos. No habría problemas. Tenía muchas ganas de volver a jugar y haría lo que fuera por sus amados Panthers.

A continuación, Franco se dirigió al equipo en los vestidores antes del entrenamiento y les confirmó los rumores. En efecto, Fabrizio iba a cobrar una paga. La mayoría de los Panthers no se lo tomó demasiado bien, aunque nadie dijo nada. A unos cuantos les dio completamente igual, si el crío se sacaba algo de dinero, mejor para él, ¿no?

Llevará tiempo, le dijo Sam a Rick, las victorias lo cambian todo. Si ganamos la Super Bowl, adorarán a Fabrizio.

Por el vestuario corrían unas hojas de papel de manera disimulada. Rick había rezado para que el veneno de Charley Cray no saliera de Estados Unidos, pero se equivocaba, gracias a Internet. Alguien había visto el artículo, lo había impreso y ahora estaban leyéndolo sus compañeros.

A petición de Rick, Sam habló del tema y le pidió al equipo que no le diera importancia, solo se trataba del trabajo chapucero de un sórdido periodista estadounidense en busca de un titular. Sin embargo, produjo desasosiego entre los jugadores. Amaban el fútbol y jugaban por diversión, ¿por qué los ridiculizaban?

No obstante, la mayoría estaban más preocupados por su quarterback. Era injusto hacerle abandonar la liga y el país, pero seguirlo hasta Parma superaba cualquier crueldad.

– Lo siento, Rick -dijo Pietro mientras desfilaban hacia el campo.

De los dos equipos romanos, los Lazio Marines solían ser los más flojos. Habían perdido los tres primeros partidos por una media de veinte puntos y habían demostrado tener muy pocas agallas. Los Panthers estaban ávidos de victoria, por lo que el viaje de cinco horas en autocar hacia el sur fue muy entretenido. Era el último domingo de abril, un día nublado y fresco, perfecto para un partido de fútbol.

El campo, cerca de la extensa periferia de la histórica ciudad, a kilómetros y siglos del Coliseo y otras ruinas magníficas, daba la impresión de utilizarse únicamente para entrenar cuando llovía. El césped era ralo e irregular, y se veía la dura tierra gris entre las clapas de hierba. Las líneas de las yardas las había dibujado alguien que o bien iba borracho o era cojo, y dos secciones de gradas torcidas acogían a unos doscientos seguidores.

Fabrizio se ganó el sueldo de abril en el primer cuarto. El Lazio no lo había visto en las grabaciones, no sabía quién era y para cuando hubieron organizado como pudieron su línea secundaria, el joven había atrapado tres pases largos y los Panthers iban por delante 21 a 0. Con una ventaja así, Sam empezó a cargar en cada jugada y el equipo atacante de los Marines se derrumbó. Su quarterback, un italiano, sentía la presión antes de cada saque.

Manteniendo la formación escopeta y con una protección soberbia, Rick adivinaba el mareaje, comunicaba la ruta de Fabrizio con un gesto de la mano, se posicionaba cómodamente en el pocket y esperaba a que el joven se moviera, se desmarcara y avanzara con rapidez. Era una jugada estudiada. En la media parte, los Panthers iban 38 a 0 por delante y la vida volvía a sonreírles. Rieron y jugaron en los diminutos vestuarios, e hicieron caso omiso de Sam cuando este intentó reprenderlos por algo. En el último cuarto, Alberto dirigió la ofensiva y Franco atravesó el campo con un rugido. Los cuarenta jugadores acabaron con los uniformes embarrados.

En el autocar de vuelta a casa retomaron los insultos hacia los Lions de Bérgamo. A medida que la cerveza corría y los cánticos subían de volumen, los prodigiosos Panthers se sentían más envalentonados que nunca prediciendo la victoria de su primera Super Bowl.

Charley Cray estaba en las gradas, sentado entre los incondicionales del Lazio, viendo su segundo partido de football americano. Su artículo sobre el partido de la semana anterior contra el Bolonia había recibido tan buena acogida en Cleveland que su editor le había pedido que se quedara una semana más. Era un trabajo duro, pero alguien tenía que hacerlo. Había pasado cinco maravillosos días en Roma a expensas del periódico y ahora tenía que justificar sus pequeñas vacaciones con otro vapuleo de su asno preferido. En su artículo decía:


MÁS RUINAS ROMANAS


Roma, Italia. Detrás del sorprendentemente certero brazo de Rick Dockery, los feroces Panthers de Parma se han recuperado de una racha de dos derrotas consecutivas y hoy les han dado una paliza a los Marines Lazio, quienes todavía no han conseguido ni una sola victoria, en otro partido crucial en la versión italiana de la NFL. El marcador final: 62 a 12.

Jugando en lo que antes debía de ser una gravera y ante 261 seguidores que no pagan entrada, los Panthers y Dockery han acumulado casi cuatrocientas yardas en pases solo en la primera parte. Tras la acertada elección de una línea secundaria defensiva lenta, despistada y con temor a golpear, el señor Dockery lució su mercancía con su potente brazo y los maravillosos avances de un receptor nato, Fabrizio Bonozzi. El señor Bonozzi ha fintado con tanta destreza al menos en un par de ocasiones, que el profundo libre perdió una bota. Este es el nivel al que se juega aquí, en la NFL de Italia.

En el tercer cuarto, el señor Bonozzi parecía exhausto después de haber anotado tantos touchdowns y tan largos. Seis, para ser exactos. Y parecía que el gran Dockery tenía el brazo dolorido de tanto lanzar.

Los seguidores de los Browns quedarían sorprendidos al saber que, por segunda semana consecutiva, Dockery no le ha lanzado el balón al equipo contrario. Increíble, ¿no creen? Pero juro que ha sido así, yo lo he visto.

Gracias a esta victoria, los Panthers vuelven a estar en la carrera hacia la copa italiana. Aunque aquí en Italia no le importe a nadie.

Los seguidores de los Browns ya pueden dar gracias a Dios de que exista una liga como esta, que permite que chusma como Rick Dockery juegue lejos del lugar donde se lo toman realmente en serio.

¿Por qué, Señor, por qué Dockery no descubriría esta liga hace un año? Casi se me saltan las lágrimas al plantearme una pregunta tan dolorosa. Ciao.

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