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Las discusiones de última hora con la cadena que emitiría el partido por cable hicieron adelantar su inicio a las ocho de la tarde del sábado. Televisarlo en directo, aunque fuera a través de un canal de poca audiencia, era importante para la liga y el deporte, y una Super Bowl bajo los focos significaba una entrada más nutrida y un público más bullicioso. A última hora de la tarde los aparcamientos que había alrededor del estadio estaban a rebosar de incondicionales del fútbol americano que celebraban la versión italiana del picnic al lado del coche. Llegaron autobuses abarrotados de seguidores de Parma y Bérgamo. Las pancartas envolvieron el campo, como solía hacerse en los estadios de fútbol europeo. Un dirigible diminuto flotaba sobre el campo. Como siempre, era el día más importante del año para el football americano y su pequeña pero leal legión de seguidores acudieron a Milán para asistir al último partido. El recinto era un pequeño estadio muy bien cuidado que se utilizaba para la liga de fútbol europeo local. Habían retirado las porterías para la ocasión y el campo estaba meticulosamente delineado, no habían olvidado ni las líneas interiores. Una de las zonas de anotación estaba pintada de blanco y negro con la palabra «Parma» en el centro. Cien yardas (exactas) más allá, la zona de anotación del Bérgamo estaba pintada de color dorado y negro.

Varios representantes de la liga dieron pequeños discursos previos al partido y se presentó a antiguas leyendas. A continuación se realizó la ceremonia del lanzamiento de la moneda del sorteo de campo, que ganaron los Lions, y se anunciaron las largas alineaciones de los titulares. Cuando por fin los equipos ocuparon sus posiciones para la patada inicial, la tensión se mascaba en ambos banquillos y el público estaba impaciente.

Incluso Rick, el tranquilo quarterback de nervios de acero, caminaba a grandes zancadas por la línea de banda, daba palmaditas en las hombreras de sus compañeros mientras pedía sangre a gritos. Así se suponía que tenía que ser el fútbol.

El Bérgamo llevó a cabo tres jugadas y despejó. Los Panthers no habían preparado una nueva jugada estilo «Kill Maschi». Maschi no era tan estúpidó. De hecho, cuantas más grabaciones veía Rick, más admiraba y temía al apoyador central. Podía echar por tierra una ofensiva, igual que el gran L.T. En el primer down, Fabrizio recibió el doble mareaje de los dos estadounidenses -McGregor y el Catedrático-, tal como Rick y Sam esperaban. Una estrategia inteligente para el Bérgamo y el inicio de un día duro para el quarterback del Parma y su ofensiva. Rick ordenó una ruta por la banda. Fabrizio atrapó el balón, recibió un fuerte empujón del Catedrático y acabó placado por la espalda por McGregor. Sin embargo, no hubo banderas. Rick abordó a uno de los árbitros mientras Niño y Karl el danés fueron a por McGregor. Sam irrumpió en el campo, gritando y maldiciendo en italiano, y no tardó en ganarse una falta personal. Los árbitros consiguieron evitar una pelea, pero el revuelo duró unos minutos. Fabrizio estaba bien y volvió renqueante a la agrupación. En la segunda y veinte, Rick lanzó un pase largo a Giancarlo y Maschi le juntó los tobillos de golpe en la línea. Entre una jugada y otra, Rick seguía abroncando al arbitro mientras Sam incordiaba al juez de gol.

En tercera y larga, Rick decidió entregar la pelota a Franco y rezar para superar la típica pérdida de balón del primer cuarto. Franco y Maschi colisionaron con fuerza, por los viejos tiempos, y gracias a la jugada avanzaron un par de yardas sin perder la posesión del balón.

Los treinta y cinco puntos que habían anotado ante el Bérgamo el mes anterior de repente les parecieron un milagro.

Los equipos intercambiaron despejes y las defensas dominaban. A Fabrizio le faltaba el aliento y, con sus ochenta kilos, no había jugada en la que no recibiera empujones por todos lados. A Claudio se le cayeron dos pases cortos que habían sido lanzados con demasiada fuerza.

El primer cuarto terminó sin que subiera ningún punto al marcador y el público se preparó para asistir a un partido aburrido. Tal vez aburrido de ver, pero a lo largo de la línea de golpeo los encontronazos era feroces. Cada jugada era la última de la temporada y nadie quería ceder ni un centímetro de terreno. Tras un mal saque, Rick corrió hacia la banda derecha con la esperanza de salir del campo cuando Maschi apareció como por arte de magia y lo embistió, casco contra casco. Rick se puso en pie de un salto, no había pasado nada grave, pero en la línea de banda se frotó las sienes e intentó aclarar la mente.

– ¿Estás bien? -le gruñó Sam al pasar por el lado.

– Perfecto.

– Entonces haz algo.

– Vale.

Sin embargo, nada funcionaba. Tal como temían, Fabrizio estaba neutralizado y, por tanto, también el juego aéreo. Además, no había manera de controlar a Maschi. Era demasiado fuerte en el centro y demasiado rápido en los barridos. Lo hacía mucho mejor en el campo de lo que aparecía en las cintas de vídeo. Cada ataque arrancaba unos cuantos primeros downs, pero ningún equipo se aproximó a la zona roja. Los encargados de los despejes estaban empezando a cansarse.

A treinta segundos del final del primer tiempo, el pateador del Bérgamo consiguió cuarenta y dos yardas y los Lions se pusieron 3 a 0 por delante en el marcador antes de ir al vestuario.

Charley Cray -con diez kilos menos, la mandíbula todavía inmovilizada y con aspecto demacrado gracias a la piel fofa que le colgaba de la papada y los mofletes- se ocultaba entre el público, y durante la primera parte estuvo tomando algunas notas en su portátil:

Recinto decente para jugar un partido; estadio bonito, decorado para la ocasión y un público entusiasta de cerca de 5.000 espectadores.

Dockery podría andar perdido incluso aquí, en Italia; en la primera mitad completó 3 pases de 8 tentativas para 22 yardas y ningún punto.

Sin embargo, debo decir que esto es fútbol de verdad. Los golpes son brutales; el arrojo y la entrega son tremendos; nadie se escaquea; estos tipos no juegan por dinero, sino por orgullo, y es un incentivo muy poderoso.

Dockery es el único estadounidense del equipo del Parma y cabe preguntarse si no les iría mejor sin él. Ya veremos.

No hubo gritos en los vestuarios. Sam felicitó a la defensa por el soberbio esfuerzo que estaban haciendo. Seguid así. Ya encontraremos el modo de marcar.

Los entrenadores salieron y los jugadores hablaron. Niño, que fue el primero ¿orno siempre, alabó apasionadamente los heroicos esfuerzos defensivos y luego exhortó al equipo atacante a que consiguiera puntos. Es nuestro momento, dijo. Puede que algunos de nosotros no volvamos a vivir algo así. Hay que darlo todo. Hay que echarle agallas. Al terminar, se secó las lágrimas.

Tommy se levantó y proclamó su amor por los que estaban en aquella habitación. Dijo que era su último partido y que no había nada que deseara más que retirarse como campeones.

Pietro caminó hasta el centro. Aquel no sería su último partido, pero por nada del mundo iba a permitir que el Bérgamo decidiera su carrera. Fanfarroneó sin ningún pudor que los Lions no iban a marcar ni un solo punto en la segunda parte.

Franco estaba a punto de dar la charla por finalizada cuando Rick se acercó a él y levantó una mano.

– Ganemos o perdamos -dijo, con la ayuda de la traducción de Franco-, os agradezco que me hayáis permitido jugar en vuestro equipo esta temporada.

Alto. Traducción. La habitación se quedó en silencio. Sus compañeros estaban pendientes de sus palabras.

– Ganemos o perdamos, estoy orgulloso de ser un Panther, uno de los vuestros. Gracias por aceptarme.

Traducción.

– Ganemos o perdamos, os considero a todos, ya no como a mis amigos, sino como a mis hermanos.

Traducción. Hubo alguno que parecía a punto de echarse a llorar.

– Me lo he pasado mejor aquí que en la otra NFL y no vamos a perder este partido.

Cuando terminó, Franco le dio un abrazo de oso y el equipo lo vitoreó. Aplaudieron y le dieron manotazos en la espalda.

Franco, elocuente como siempre, echó mano a la historia del equipo. Ningún equipo de Parma había ganado la Super Bowl y la hora siguiente sería la definitiva. Hacía cuatro semanas le habían dado una paliza al Bérgamo, habían acabado con la racha invencible, los habían enviado a casa con el rabo entre las piernas y estaba seguro de que volverían a vencerlos.

Para el entrenador Russo y su quarterback, la primera mitad había sido perfecta. El fútbol base, muy alejado de las complejidades de los equipos universitarios y profesionales, a veces podía planearse como las batallas antiguas. Un ataque constante en un frente podía preparar el terreno para lanzar una sorpresa en otro y hacía tiempo que habían descartado el juego aéreo, aunque no habían estado creativos en las carreras. El Bérgamo lo había detenido todo y estaban seguros de que no se les había escapado nada.

En la segunda jugada del segundo tiempo, Rick amagó un drive a la izquierda dirigido a Franco, simuló un pase corto a la izquierda para Giancarlo y luego salió corriendo por la derecha sin ningún bloqueador. Maschi, siempre rápido para lanzarse a por el balón, estaba demasiado a la izquierda y fuera de posición. Rick corrió veloz para veinte dos yardas y salió del campo para esquivar a McGregor.

Sam se encontró con él cuando Rick volvía al trote hacia la agrupación.

– Funcionará. Resérvalo para más tarde.

Tres jugadas después, los Panthers volvieron a despejar. Pietro y Silvio salieron corriendo en busca de alguien a quien hacer trizas. Bloquearon el avance tres veces. Los despejes volaban por todas partes a medida que iba consumiéndose el tercer cuarto. Ambos equipos se vapuleaban en medio del campo como dos torpes pesos pesados en el centro del cuadrilátero intercambiando derechazos, dándose de tortas y sin retroceder ni un paso.

Al inicio del último cuarto, los Lions fueron acercando el balón centímetro a centímetro a la yarda diecinueve, la penetración más profunda que habían conseguido en todo el partido, y en cuarta y cinco su pateador anotó un gol de campo fácil.

A diez minutos del final y seis puntos por debajo, el pánico y la desesperación alcanzaron nuevas cotas en el banquillo de los Panthers, y otro tanto les ocurría a sus seguidores. El ambiente era electrizante.

– Ha llegado la hora del espectáculo -le dijo Rick a Sam mientras observaban la patada.

– Sí, ten cuidado.

– ¿Bromea? Me han noqueado mejores futbolistas.

En el primer down, Rick lanzó un pase corto a Giancarlo para cinco yardas. En el segundo, amagó el mismo pase, retuvo el balón y echó a correr como una bala por la derecha, sin mareaje y sin obstáculos para veinte yardas hasta que McGregor apareció, con la cabeza gacha y cargando con dureza. Rick bajó la cabeza y toparon en una colisión espeluznante. Ambos cayeron al suelo. No había tiempo para el aturdimiento o las rodillas magulladas.

Giancarlo barrió a la derecha y Maschi lo derribó. Rick amagó una entrega, salió corriendo con el balón a la izquierda y consiguió quince yardas antes de que McGregor cargara contra sus rodillas. La única estrategia para compensar la rapidez es conseguir despistar al adversario y de repente el equipo atacante adquiere otro aspecto: los corredores en movimiento, tres receptores en un lado, dos alas cerrados, nuevas jugadas y nuevas formaciones. Rick, bajo el centro en una formación wishbone, amagó un pase a Franco, se volvió hacia el campo y le lanzó un pase a Giancarlo justo cuando Maschi lo golpeaba bajo. Una oportunidad ejecutada a la perfección, y Giancarlo que avanza a toda velocidad para once yardas. Rick amagó otra entrega de balón desde la escopeta, se lanzó a correr con la pelota sin ningún bloqueador a la vista y salió del terreno en las dieciocho yardas.

Ahora Maschi estaba obligado a adivinar las jugadas en vez de limitarse únicamente a reaccionar. Tenía más en que pensar. McGregor y el Catedrático habían aflojado el marcaje de Fabrizio al verse repentinamente bajo la presión de tener que detener al imprevisible quarterback del Parma. Siete jugadas duras llevaron el balón hasta la yarda tres y en cuarta y gol Filippo anotó un gol de campo fácil. A seis minutos del final, el Bérgamo iba 6 a 3 por delante en el marcador.

Alex Olivetto reunió a la defensa antes de la patada. Maldijo, golpeó cascos y disfrutó enardeciendo a las tropas. Tal vez demasiado. En el segundo intento, Pietro arrolló al quarterback de los Lions y les regaló quince preciosas yardas por culpa de la falta personal. El avance se estancó en el medio campo y un gran despeje se detuvo en la línea de las cinco yardas.

Noventa y cinco yardas en tres minutos. Rick evitó a Sam al salir al campo. Vio miedo en la agrupación y les dijo que se tranquilizaran, que no podían permitirse perder el balón ni que los penalizaran, que se limitaran a golpear con fuerza y que estarían en la zona de anotación en un abrir y cerrar de ojos. No necesitaron traducción.

Maschi lo provocó cuando se acercaron a la línea.

– Tú puedes hacerlo, Asno. Lánzame un pase.

Sin embargo, Rick lanzó un pase corto a Giancarlo, quien atrapó el balón con fuerza y avanzó cinco yardas de un salto. En el segundo intento, dio un giro a la derecha, buscó a Fabrizio por el centro, vio demasiadas camisetas doradas y siguió avanzando con el balón. Franco, menos mal, abandonó la pila y le hizo un feo bloqueo a Maschi. Rick avanzó catorce yardas y salió del terreno de juego. En el primer down volvió a girar a la derecha, asió el balón con fuerza y se lanzó campo arriba. Fabrizio estaba dibujando con desgana una ruta de gancho, por inútiles que hubieran sido sus esfuerzos hasta el momento por culpa del doble mareaje, pero cuando Rick retrocedió y se volvió en busca de receptor, Fabrizio salió disparado a toda velocidad. McGregor y el Catedrático eran demasiado lentos para él. Rick se detuvo a unos centímetros de la línea. Maschi estaba abriéndose paso para placarlo.

En todos los partidos llega el momento en que el quarterback, desprotegido y vulnerable, ve a un receptor desmarcado y dispone de una fracción de segundo para tomar una decisión: o lanzar el pase y arriesgarse a un bloqueo peligroso o bajar el balón y echar a correr para ponerse a salvo.

Rick plantó los pies en el suelo y lanzó el balón todo lo lejos que pudo. Tras el lanzamiento, el casco de Maschi lo golpeó bajo la barbilla y casi le partió la mandíbula. El pase acabó siendo una espiral espléndida, tan alta y tan larga que el público aguantó la respiración sin dar crédito a lo que veían sus ojos. Estuvo en el aire el tiempo de un despeje perfecto, unos segundos eternos en los que todo el mundo se quedó helado.

Todo el mundo salvo Fabrizio, quien volaba intentando encontrar el balón. Al principio era imposible calcular dónde iba a caer, pero habían practicado aquel pase Ave María cientos de veces. «Tú ve a la zona de anotación -le repetía siempre Rick-. El balón estará allí.» Cuando la pelota inició el descenso, Fabrizio comprendió que hacía falta más velocidad. Echó toda la carne en el asador, sus pies apenas tocaban el suelo. En la línea de las cinco yardas, abandonó el suelo como si fuera un saltador de longitud olímpico y atravesó el aire con los brazos completamente extendidos y los dedos estirados para atrapar el balón. Tocó el cuero en la línea de gol, se golpeó contra el suelo con dureza, se levantó rebotando como un acróbata y agitó el balón para que todos lo vieran.

Y lo vieron todos, todos menos Rick, quien estaba a cuatro patas, balanceándose adelante y atrás, intentando recordar quién era. Franco lo hizo levantar del suelo al tiempo que un rugido ensordecedor recorría las gradas, y lo arrastró hasta la línea de banda, donde sus compañeros se le echaron encima. Rick consiguió permanecer en pie, pero no sin ayuda.

Sam pensó que estaría muerto, pero estaba demasiado pasmado con la recepción de Fabrizio para preocuparse por su quarterback.

Las banderas ondearon mientras la celebración se trasladaba al campo. Los árbitros finalmente restablecieron el orden y señalaron una penalización de quince yardas, luego Filippo anotó un punto adicional que habría sido bueno desde medio campo.

Charley Cray escribiría:

El balón atravesó 76 yardas en el aire sin la más ligera insinuación de oscilación, pero el pase en sí palideció ante la magnífica recepción en el otro extremo del campo. He presenciado grandes touchdowns pero, sinceramente, amantes del deporte, este encabeza la lista. Un italiano flacucho llamado Fabrizio Bonozzi salvó a Dockery de una nueva derrota humillante.

Filippo se dejó su sobrecargado pie en la patada y el balón planeó sobre la zona de anotación. En tercera y larga, el viejo Tommy fintó al tackle izquierdo y derribó al quarterback. Su última jugada como Panther fue la mejor de todas.

En cuarta y más larga, el quarterback del Bérgamo perdió el balón en un mal saque desde una formación escopeta y finalmente cayó sobre el balón en la línea de las cinco yardas. El banquillo de los Panthers volvió a estallar y los seguidores parmesanos acabaron desgañitándose.

A cincuenta segundos del final y con Rick en el banquillo aspirando amoníaco, Alberto se encargó de la ofensiva y cayó sobre el balón un par de veces. Fin del partido. Los Panthers de Parma habían conseguido su primera Super Bowl.

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