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Una bella mañana de sábado de abril, un precioso día de primavera en el valle del Po, los Briganti de Nápóles salieron de casa a las siete en un tren con dirección al norte para jugar el partido que inauguraba la temporada. Llegaron a Parma poco antes de las dos del mediodía. La patada inicial se lanzaría a las tres. El tren de vuelta saldría a las doce menos veinte de la noche y el equipo llegaría a Nápoles sobre las siete de la mañana del domingo, veinticuatro horas después de haber salido de casa. Una vez en Parma, los Briganti, una treintena en total, subieron a un autobús hasta el Stadio Lanfranchi y arrastraron el equipamiento hasta unos vestuarios donde ya no cabía nada más, en la otra punta del pasillo donde estaban los Panthers. Se cambiaron rápidamente y se distribuyeron por el campo de juego para llevar a cabo los estiramientos y seguir los rituales habituales previos al partido.

Dos horas antes de la patada inicial, los cuarenta y dos Panthers estaban en el vestuario, quemando calorías con tanto nervio y con ganas de golpear a alguien. El signor Bruncardo los sorprendió con nuevas camisetas para el equipo: negras con relucientes números plateados y la palabra «Panthers» escrita en el pecho.

Niño fumaba su cigarrillo de antes del partido. Franco charlaba con Sly y Trey. Pietro, el apoyador central, que mejoraba día a día, estaba concentrado con su iPod. Matteo iba de un lado al otro, frotaba músculos, comprobaba tobillos y reparaba el equipamiento.

Una previa al partido típica, pensó Rick. Vestuarios más pequeños, jugadores más pequeños, apuestas más pequeñas, pero ciertas cosas siempre eran las mismas en todas partes. Estaba preparado para jugar. Sam se dirigió al equipo, les hizo varias observaciones y luego los dejó ir.

Cuando Rick salió al campo noventa minutos antes de la patada inicial, las gradas estaban vacías. Sam había pronosticado que ese día habría un buen aforo, «quizá un millar de personas». Hacía un tiempo maravilloso y el día anterior la Gazzettadi Parma había publicado un extenso artículo sobre el primer partido de los Panthers y, en especial, sobre el nuevo quarterback de la NFL. El apuesto rostro de Rick, en color, aparecía a media página. Según comentó Sam, el signor Bruncardo había tirado de unos cuantos hilos y había hecho valer sus influencias.

Salir a un campo de juego en un estadio de la NFL, o incluso en uno de los Diez Grandes, siempre era una experiencia que ponía a prueba el temple de cualquiera. En el vestuario, todos tenían los nervios tan a flor de piel antes del partido que los jugadores salían en cuanto podían. Fuera, envueltos por enormes gradas de asientos y miles de seguidores, cámaras, bandas de música, animadoras y la increíble cantidad de gente que parecía tener acceso al terreno de juego, los jugadores pasaban los primeros minutos adaptándose a un caos asombrosamente bajo control.

Al salir al césped del Stadio Lanfranchi, Rick no pudo evitar reírse al ver adonde había ido ir a parar. Un universitario calentando para un partido de fútbol flag habría estado más nervioso.

Tras unos minutos de estiramientos dirigidos por Alex Olivetto, Sam reunió al equipo atacante en la línea de cinco yardas y comenzaron las jugadas de carrera. Rick y él habían escogido doce que pondrían en práctica durante el partido, seis terrestres y seis aéreas. Los Briganti eran escandalosamente flojos en la secundaria, donde no tenían ni a un solo estadounidense, y el año anterior el quarterback de los Panthers había lanzado para doscientas yardas.

De las seis jugadas de carrera, cinco eran para Sly. La única de Franco sería un drive de corta distancia, y solo cuando el partido estuviera ganado. Aunque al juez le encantaba golpear, también tenía la costumbre de perder el balón. Las seis jugadas de pase eran para Fabrizio.

Al cabo de una hora de calentamiento, ambos equipos regresaron a los vestuarios. Sam reunió a los Panthers para alentarlos y el segundo entrenador, Olivetto, los mentalizó para un feroz asalto sobre la ciudad de Nápoles.

Rick no entendió ni una palabra, pero los italianos desde luego que sí. Estaban preparados para la guerra.

El pateador de los Briganti era un antiguo jugador de fútbol europeo con una patada potente y su ofensiva inicial avanzó hasta la zona de anotación. Mientras Rick corría para la primera serie, intentó recordar el último partido en el que había jugado de titular. Hacía un siglo, en Toronto.

Las gradas del equipo local estaban a rebosar y los seguidores sabían cómo armar jaleo. Ondeaban enormes pancartas pintadas a mano y gritaban a coro. El bullicio animó a los Panthers, decididos a sacar el hacha de guerra. Niño en particular parecía fuera de sí.

Twenty six smash -dijo Rick cuando se reunieron.

Niño lo tradujo y se dirigieron a la línea. En una formación en I, con Franco a cuatro yardas detrás de él en la posición de corredor de poder y Sly a siete yardas por detrás, Rick repasó rápidamente la defensa y no vio nada que le preocupara. El «smash» consistía en una entrega de balón profunda hacia la derecha que le daba al corredor de habilidad la opción de controlar el bloqueo y escoger un hueco. Los Briganti tenían cinco líneas y dos apoyadores, ambos más bajos que Rick. A los glúteos de Niño les había entrado el pánico y Rick ya hacía tiempo que se había decidido por un saque rápido, especialmente en la primera ofensiva. El quarterback pronunció un rápido «down». Una leve convulsión. Manos bajo el centro, una fuerte cachetada -porque un roce suave como una pluma habría conllevado que el centro realizara un movimiento ilegal-, a continuación un «set». Un latido. Y luego el «hut».

Todo se movió menos el balón durante una fracción de segundo. La línea se lanzó hacia delante, gruñendo, y Rick esperó. Cuando el balón finalmente llegó a sus manos, hizo una rápida finta para sorprender al profundo a contrapié y luego se volvió para la entrega de balón. Franco se tambaleaba cerca de él, bufándole al apoyador al que había decidido destrozar. Sly recibió el balón por detrás de la línea, hizo un amago hacia la línea y luego dibujó un amplio arco durante seis yardas antes de salir del terreno.

– Twenty seven smash -anunció Rick.

La misma jugada, pero a la izquierda. Avance de once yardas. Los seguidores reaccionaron con silbatos y bocinas. Rick nunca hubiera imaginado que apenas un millar de personas pudieran armar tanto bullicio. Sly corrió hacia la derecha, luego hacia la izquierda, derecha, luego izquierda y la ofensiva cruzó el medio campo. Se instaló en la línea de las cuarenta yardas de los Briganti y con la tercera y cuatro, Rick decidió enviarle un pase a Fabrizio. Sly estaba jadeando y necesitaba un descanso.

I right lex Z, sixty four curl H, swing -anunció Rick en la agrupación.

Niño tradujo casi sin aire. Un gancho para Fabrizio. Sus líneas estaban sudando y parecían felices. Estaban metiendo el balón en medio de la defensa, avanzando a placer. Al cabo de seis jugadas, Rick empezaba a aburrirse y tenía ganas de demostrar de lo que era capaz con su brazo. Después de todo, no le estaban pagando veinte de los grandes por nada.

Los Briganti adivinaron la jugada y avanzaron a todo el mundo menos a los dos profundos. Rick se lo vio venir y estuvo a punto de cambiar la jugada, pero tampoco quería arriesgarse a meter la pata. Los audibles ya eran lo bastante complicados en inglés. Retrocedió tres pasos, no demoró el pase y disparó una bala hacia el lugar donde se suponía que Fabrizio debería estar dirigiéndose, dibujando una ruta de gancho. Un apoyador golpeó a Rick de pleno en la espalda por el lado ciego y ambos cayeron al suelo. El pase fue perfecto, pero iba con demasiada velocidad para cubrir únicamente diez yardas. Fabrizio fue hacia él, estiró ambas manos y lo detuvo con el pecho. El balón salió rebotado hacia arriba y el profundo fuerte napolitano lo interceptó sin problemas.

Ya estamos, pensó Rick mientras se dirigía hacia la línea de banda. Su primer pase en Italia había resultado una réplica perfecta del último que había hecho en Cleveland. El público enmudeció. Los Briganti lo celebraron. Fabrizio se dirigió renqueante al banquillo, respirando con dificultad.

– Demasiado fuerte -dijo Sam, sin dejar lugar a dudas acerca del culpable.

Rick se quitó el casco y se arrodilló en la línea de banda. El quarterback del Nápoles, un jovencito de Bowling Green, completó sus primeros cinco pases, y en menos de tres minutos había colocado a los Briganti en la zona de anotación.

Fabrizio se quedó en el banquillo, haciendo muecas y frotándose el pecho como si tuviera rotas las costillas. El receptor suplente era un bombero llamado Claudio, y Claudio solo había atrapado la mitad de sus pases en el calentamiento previo al partido y aún menos durante los entrenamientos. El segundo ataque de los Panthers empezó en la línea de veintiuna yardas. Con dos entregas de balón para Sly recuperaron quince. Era una gozada verlo jugar desde la seguridad de la línea de golpeo. Era rápido y realizaba recortes perfectos.

– ¿Cuándo me vais a pasar el balón? -preguntó Franco en la agrupación.

Segunda y cuatro…, ¿por qué no?

Now -dijo Rick, y añadió-: Thirty two drive.

Thirty two drive? -repitió Niño, incrédulo.

Franco lo insultó en italiano y Niño le respondió del mismo modo, y mientras se deshacía la agrupación, la mitad del equipo atacante refunfuñaba por algo.

Franco recibió el balón en un rápido drive a la derecha y no solo no lo perdió, sino que demostró una sorprendente habilidad para mantenerse en pie. Un tackle lo golpeó y empezó a girar sin control. Un apoyador intentó detenerlo lanzándose hacia sus rodillas, pero él no dejó de mover las piernas. Un asegurador se acercó como una locomotora y Franco le propinó un manotazo extendiendo todo el brazo que habría impresionado al gran Franco Harris. Siguió avanzando por la mitad del campo mientras más jugadores rebotaban contra él. Un esquinero lo montó como si fuera un toro de rodeo y finalmente un tackle consiguió detener aquella escabechina y le juntó los tobillos a la fuerza. Avance de veinticuatro yardas. Al volver corriendo hacia el agrupamiento, Franco le dijo algo a Niño, quien, por descontado, se colgó todas las medallas del avance porque todo había sido gracias al bloqueo.

Fabrizio también se unió a la reunión en una de sus famosas recuperaciones. Rick decidió encargarse de él de inmediato. Comunicó una jugada de engaño y pase, con Fabrizio en una trayectoria de poste, y funcionó de maravilla. En primer down, la defensa cayó sobre Sly. El profundo fuerte picó el anzuelo y Fabrizio lo alcanzó sin esfuerzo. El pase fue largo, suave y perfectamente dirigido, y cuando Fabrizio lo recibió en plena carrera en la yarda quince, el joven estaba completamente solo.

Más fuegos artificiales. Más cánticos. Rick bebió un vaso de agua y disfrutó del alboroto. Saboreó su primer touchdown en cuatro años, algo que siempre hacía sentir bien a uno, estuviera donde estuviera.

Al final de la media parte habían anotado dos touchdowns más y los Panthers iban ganando por 28 a 14. En los vestuarios, Sam los abroncó por las faltas -el ataque había saltado cuatro veces- y se quejó del mareaje en zona que había permitido 180 yardas en pases. Alex Olivetto le echó un rapapolvo a la defensa porque no habían presionado al pasador y no habían derribado al quarterback ni una sola vez. La gente empezó a gritar y a señalarse con el dedo y a Rick lo que le interesaba era que se relajara todo el mundo. Una derrota ante el Nápoles arruinaría la temporada. Con solo ocho partidos en el calendario y con un Bérgamo decidido a volver a encabezar la tabla, no podían permitirse un mal día.

Tras veinte minutos de insultos dignos de admiración, los Panthers regresaron rápidamente al campo. Rick tenía la sensación de haber pasado por otro descanso de los de la NFL.

Los Briganti empataron el partido a cuatro minutos del final del tercer cuarto y en el banquillo del Parma se seguía el juego con una intensidad que Rick no había visto en años. No dejaba de repetirle a todo el mundo que se tranquilizara, aunque no sabía si lo entendían. Los jugadores tenían depositadas sus esperanzas en él, su nuevo y gran quarterback.

A un solo cuarto del final, tanto Sam como Rick comprendieron que necesitaban más jugadas. La defensa se lanzaba a por Sly en cada saque y marcaba férreamente a Fabrizio. Sam estaba siendo superado por la astucia del jovencísimo entrenador del Nápoles, antiguo asistente del equipo de la Universidad de Ball State. Sin embargo, la ofensiva no tardaría en descubrir una nueva arma. En una tercera y cuatro, Rick retrocedió para pasar, pero vio un esquinero izquierdo que se abalanzaba sobre él a la carga. No había nadie que pudiera bloquearlo, así que amagó un pase y vio al esquinero pasar majestuosamente por su lado. A continuación se le cayó el balón y durante los siguientes tres segundos, una eternidad, intentó recuperarlo, desesperado. Al recogerlo, vio que no le quedaba más remedio que correr. Y eso hizo, igual que en los viejos tiempos en el instituto de Davenport South. Sorteó la pila sin pensárselo dos veces, donde los apoyadores estaban concentrados en su tarea, y se encontró de inmediato en la secundaria. El público rugió y Rick Dockery se lanzó de cabezar. Fintó a un esquinero y se lanzó por el centro igual que Gale Sayers en las películas de antaño, un verdadero as del regateo. La última persona de la que esperaba ayuda era de Fabrizio, pero el chico apareció a su lado y se lanzó a los pies del profundo del lado débil para darle suficiente tiempo a Rick a pasar corriendo de camino hacia la tierra prometida. Cuando el quarterback cruzó la línea de gol, le lanzó el balón al arbitro y no pudo evitar reírse de sí mismo. Acababa de correr setenta y dos yardas para sellar un touchdown, el más largo de su carrera. Ni siquiera en el instituto había marcado desde tan lejos.

En el banquillo, sus compañeros de equipo lo abrazaron y lo colmaron de felicitaciones, de las que no entendió ni la mitad.

– Se me ha hecho eterno -dijo Sly, sonriendo de oreja a oreja.

Cinco minutos después, el quarterback volvió a marcar. Repentinamente deseoso de demostrar su valía, escapó como pudo del pocket y dio la impresión de prepararse para una nueva excursión por el terreno de juego. Toda la secundaria descuidó el mareaje y, en el último segundo, a medio metro de la línea de golpeo, Rick lanzó una bala de treinta yardas hacia el centro del campo en dirección a Fabrizio, quien se dirigió disparado hacia la zona de anotación sin que nadie lo tocara. Final del partido. Trey Colby interceptó dos pases en los últimos minutos del último cuarto y los Panthers ganaron por 48 a 28.

Se reunieron en el Pólipo, donde tenían aseguradas toda la cerveza y la pizza que quisieran a cargo del signor Bruncardo. La noche se alargó con chistes verdes y canciones subidas de tono animadas por la bebida. Los estadounidenses -Rick, Sly, Trey y Sam- se sentaron juntos en un extremo de la larga mesa y se rieron con los italianos hasta que empezó a dolerles el estómago.

Rick envió a sus padres un correo electrónico a la una de la madrugada.

Mamá y papá: Hoy hemos jugado nuestro primer partido, hemos ganado al Nápoles por 3 touchdowns. 18 pases completos de 22,310 yardas, 4 touchdowns, una intercepción; también he corrido para 98 yardas, un touchdown; en cierta forma me recuerda a los viejos tiempos del instituto. Estoy pasándomelo. bien. Os quiero. Rick.

Y otro a Arnie:

Invicto en Parma; primer partido, 5 touchdowns, 4 aéreos, uno por tierra. Estoy hecho un toro. No, bajo ningún concepto jugaré en la AFL. ¿Has hablado con los Tampa Bay?

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