Capítulo 28

HANGAR DOS, ÁREA 51. 42 horas tras la modificación.

El mayor Quinn parpadeó con fuerza en un intento por mantener sus ojos abiertos, que se cerraban por falta de descanso. Se subió el cuello de su chaqueta de GoreTex y se estremeció. Por la noche en el desierto hacía frío, y el viento que entraba por las ventanas abiertas del coche no ayudaba. El general Gullick iba al volante, y él en el asiento de copiloto; hacía diez minutos que habían abandonado el hangar uno y ahora se aproximaban a la base de Groom Mountain. Se preguntaba por qué el general había escogido precisamente el único vehículo del parque de coches que no tenía techo en lugar de uno de los otros. Pero sabía que era mejor no preguntar.

No había carretera. Nunca hubo alguna. Las carreteras podían distinguirse en las fotografías por satélite. Se habían mantenido a cierta distancia del camino hasta que giraron y se encaminaron directamente hacia la ladera. Ahora cruzaban el desierto y la suspensión del vehículo soportaba muy bien el terreno abrupto. Gullick se inclinó hacia adelante y comprobó su GPS, el sistema de localización en tierra, que estaba conectado a los satélites que tenían sobre sus cabezas. Este sistema les indicaba su localización en un radio de un metro y medio, incluso al desplazarse. Los faros del vehículo, muy semejante a un todoterreno, estaban apagados y Gullick empleaba las gafas de visión nocturna, un aparato que les permitía desplazarse sin que la vista normal pudiera distinguirlos. La red externa de seguridad era estricta: esa noche no se querían observadores indeseables en White Sides Mountain. Todos los espacios aéreos estaban siendo controlados minuciosamente por los dedos invisibles del radar para alejar los vuelos indeseables. Unos helicópteros armados estaban dispuestos en la línea de vuelo en la parte exterior del hangar uno. Aun así, Gullick no quería correr riesgos. Frenó cuando una figura surgió de la oscuridad. El hombre avanzó hacia el vehículo con un arma dispuesta. Al reconocer al general Gullick, hizo el saludo militar. Aun con las gafas de visión nocturna, el general era inconfundible.

– Señor, los ingenieros están ahí delante, debajo de aquella red de camuflaje.

Gullick aceleró. Quinn quedó aliviado cuando finalmente se detuvieron cerca de varios camiones aparcados debajo de la red de camuflaje del desierto. Un oficial se acercó al vehículo y saludó rápidamente.

– Señor, soy el capitán Henson, del cuarenta y cinco de ingeniería.

Gullick devolvió el saludo y se apeó mientras Quinn lo seguía a poca distancia.

– ¿Cuál es la situación? -preguntó Gullick.

– Todas las cargas están en su sitio. Estamos completando el cableado final. Todo estará dispuesto al amanecer. -Sostenía un detonador por control remoto del tamaño de un teléfono móvil-. Luego todo lo que tendrá que hacer será activar esto. Va conectado al ordenador que controla la secuencia de fuego. -Henson mostró el camino hacia otro vehículo que estaba aparcado bajo la red de camuflaje y mostró al general un ordenador portátil-. La secuencia es muy importante para que la roca en la pared de salida ceda de un modo controlado. Es muy parecido a lo que ocurre cuando se echan abajo edificios altos en una zona muy edificada: hacer que los escombros caigan pero que no dañen la nave.

El general tomó el mando a distancia y luego lo pasó por sus manos, como si lo acariciara.

– Vaya con cuidado, señor -dijo el capitán Henson.

Gullick bajó la mano y sacó la pistola.

– No vuelva a atreverse a hablarme de esa manera, señor. ¿Lo ha entendido? -dijo Gullick, hundiendo el cañón debajo de la mandíbula de Henson. Con el pulgar quitó el seguro. El sonido sonó fuerte en el aire limpio de la noche.

– Sí, señor -logró decir Henson.

– He tenido que tragarme esa mierda de los asquerosos civiles durante treinta años -casi gritó Gullick-. Sería un maldito si ahora tuviera que aceptar la mínima señal de falta de respeto de un hombre vestido con uniforme. ¿Queda claro?

– Sí, señor.

Quinn estaba petrificado, estupefacto ante aquel estallido.

– Cabrones. -La voz de Gullick era ahora un murmullo y, aunque todavía mantenía el arma contra el cuello de Henson, su mirada se había vuelto confusa-. He dado mi vida por vosotros -dijo Gullick en voz baja-. Todo lo he hecho… -La mirada del general volvió a ser la normal. Rápidamente guardó el arma y se volvió hacia el lado de la montaña tras el cual estaba la nave nodriza. Con un tono normal dijo-: Muéstreme las cargas.


PARQUE NACIONAL CAPÍTOL REEF, UTAH.

– ¡Están aquí! ¡Están aquí! -chilló una voz estridente.

Turcotte tenía su arma dispuesta, con el seguro bajado cuando abrió de una patada la puerta del conductor de la camioneta y bajó en cuclillas, mirando en la oscuridad en busca de un objetivo. Los chillidos continuaban y Turcotte se relajó un poco. Reconoció la voz y se levantó. Fue hacia el lado derecho y abrió la puerta.

Kelly sostenía a Johnny, fuertemente agarrado por los hombros.

– No es cierto, Johnny. Esto no es real.

Simmons estaba agazapado en la esquina izquierda trasera, mirando fijamente con los ojos abiertos.

– ¡Los veo! ¡Los veo! No voy a dejar que me cojan de nuevo. No voy a regresar.

– ¡Johnny! ¡Soy Kelly! Estoy aquí.

Por primera vez desde que lo habían rescatado, Johnny mostró cierta conciencia de lo que lo rodeaba.

– Kelly -Parpadeó intentando posar su vista en ella-. Kelly.

– Está bien, Johnny. Fui y te rescaté como tú querías. Fui y te rescaté.

– Kelly, son de verdad. Los vi. Ellos me cogieron. Me hicieron cosas.

– Está bien, Johnny. Ahora estás a salvo. Estás a salvo.

Johnny se volvió, se dobló como una bola y Kelly lo sostuvo. Turcotte miraba a Von Seeckt y a Nabinger.

– Duerman un poco. Pronto nos marcharemos. -Se volvió y fue hacia fuera, haciendo correr la puerta para que se cerrara.

Turcotte paseó en la oscuridad. Las estrellas brillaban por encima de las montañas que lo rodeaban por todos lados. Pronto amanecería. Podía notarlo en el pequeño cambio del cielo hacia el este. La mayoría de la gente no podría decirlo, pero Turcotte había pasado muchas noches esperando a que amaneciera.

Pensó en sus compañeros de la camioneta. Von Seeckt con sus demonios del pasado y los miedos del futuro. Johnny Simmons y los demonios que le habían introducido en su interior. Nabinger con sus preguntas del pasado y su búsqueda de respuestas. Y Kelly. Kelly parecía tener sus propios fantasmas.

Se giró al ver que la puerta de la camioneta se abría, Kelly salió y se dirigió hacia él.

– Johnny se ha dormido. O se ha desmayado. No lo sé.

– ¿Qué crees que le han hecho?

– Le han lavado el cerebro -dijo ella con amargura-. Le han hecho creer que ha sido secuestrado por extraterrestres, conducido a bordo de una nave espacial y que lo han sometido a todo tipo de experimentos.

– ¿Crees que se recuperará de esto? -preguntó Turcotte.

– ¿Para qué debería hacerlo? Fue secuestrado por extraterrestres -dijo Kelly.

– ¿Qué?

– Lo que sea que le hayan hecho en el cerebro, ha sido real. Para él, es real. Así que no, no creo que jamás se recupere de esto. La realidad nunca se puede superar. Lo único es continuar con la vida.

– ¿Y qué realidad te ocurrió a ti? -preguntó Turcotte. Kelly se quedó mirándolo-. Me dijiste que me lo contarías en cuanto tuvieras un momento -dijo, y se quedó esperando.

Al cabo de un minuto Kelly habló.

– Yo trabajaba en una productora de películas independientes. En realidad, formaba parte de una productora de películas independientes. Tenía una participación. Nos iba muy bien. Hacíamos documentales y tareas de periodismo independiente. National Geographic, en sus primeros tiempos en televisión, nos encargó algunas de sus obras. Eso era antes de que hubiera tantos canales como el Discovery y otros similares. Estábamos por delante de los tiempos. íbamos por el buen camino. Entonces recibí una carta. Todavía la tengo. Fue hace ocho años. Era de un capitán de las Fuerzas Aéreas de la base aérea de Nellis. La carta decía que las Fuerzas Aéreas estaban interesadas en hacer una serie de documentales. Algunos sobre el programa espacial, otros sobre sus actividades en medicina a gran altura y otras cosas.

«Parecía interesante, así que fui hacia Nellis a entrevistarme con aquel capitán. Hablamos de los distintos asuntos que él había indicado en la carta y luego, como si fuera algo intranscendente, me dijo que tenían algunas imágenes filmadas interesantes en la oficina de relaciones públicas.

»Le pregunté de qué eran esas imágenes y él me contestó que de un ovni aterrizando en aquella base aérea. Estuve a punto de tirarme el café encima. Lo dijo como uno hubiera dicho que el sol había salido esa mañana. Muy tranquilamente, casi con despreocupación. Sólo por eso tendría que haber adivinado que se trataba de un montaje. Pero yo tenía ambiciones. Todavía estábamos haciéndonos un sitio, y aquello era lo más grande con que nos habíamos topado.

«Entonces, naturalmente, me pasó la película. Eso despejó cualquier duda que pudiera haber. Se trataba de una filmación en blanco y negro. Me dijo que había sido hecha en mil novecientos setenta. Que habían captado un duende en el radar de Nellis. Pensaron primero que podía tratarse de un avión de civiles que se había extraviado. Enviaron un par de F16 para comprobarlo. La primera mitad de la película que vi había sido grabada por las cámaras de los aviones. Empezaba con un cielo vacío, luego se captaba el brillo de algo que se movía a gran velocidad por el cielo. La cámara se centraba y se veía un objeto con forma de platillo. Resultaba difícil precisar el tamaño porque no había una escala de referencia. Pero podía ver el desierto y las montañas detrás, moviéndose. El disco atravesó una vasta extensión de terreno. Si sólo hubiera estado en el cielo lo habría cuestionado. Parecía medir unos nueve o diez metros de diámetro y era plateado. Se desplazaba en oscilaciones bruscas hacia adelante y hacia atrás.

»Si era un truco, estaba muy bien hecho. No era nadie con un tapacubos del coche colgado fuera de la ventana del coche y filmándolo con una cámara de vídeo. Créeme, he visto esas películas. -Kelly avanzó unos pasos hacia la vista panorámica y Turcotte la siguió-. Así que la cámara captó aquel platillo y luego descendió. Se veía una pista de aterrizaje situada en la base de alguna montaña. Entonces pensé que era la base aérea de Nellis, pero ahora sé que seguramente era la pista de Groom Lake. El platillo descendió casi hasta el suelo y el F16 se marchó, y ahí terminaron las imágenes con aquella cámara. Entonces había un corte en la cinta y aparecía una vista en colores desde tierra. Prague me dijo que era una toma hecha desde la torre de control.

– Un momento -la interrumpió Turcotte-. Di otra vez ese nombre.

– Prague. Era el capitán de las Fuerzas Aéreas con el que me entrevisté y que me envió la carta. ¿Por qué?

– Te lo diré cuando hayas terminado -repuso Turcotte-. Sigue.

– Bueno, pues entonces el platillo se quedaba suspendido sobre la pista y permanecía así durante unos minutos. Se veía cómo se desplegaban los vehículos para emergencias, y los coches de bomberos con sus luces en marcha. Se distinguía el reflejo de las luces en el revestimiento del platillo, un efecto muy difícil de imitar, casi imposible de hacerlo con la tecnología de aquel momento. Entonces se desplegaban también vehículos policiales. Luego el platillo empezó a ascender, hasta superar la posibilidad de que el operador siguiera su recorrido con la cámara y desaparecer.

«Pregunté a Prague por qué quería darme esa película y me respondió que las Fuerzas Aéreas intentaban sacarse de encima a las personas relacionadas con el Proyecto Blue Book. Me dijo que querían mostrar que las Fuerzas Aéreas no escondían nada y que no había esa gran conspiración que muchos aficionados a los ovnis denunciaban. Así que me marché de Nellis y fui directamente a las dos mayores distribuidoras y les conté lo que acababa de ver. Evidentemente no me creyeron y, claro, Prague no me había entregado una copia de la película. Me dijo que primero tenía que obtener la autorización de sus superiores y para ello necesitaba saber a través de quién pensaba distribuirla.

»Cuando esas empresas llamaron a Nellis e intentaron contactar con Prague, les dijeron que no había nadie con ese nombre. Al mencionar la película se les rieron a la cara, lo cual no les cayó nada bien. Me despidieron. Me consideraron loca y nadie quiso hacer negocios conmigo. A los tres meses me encontraba en bancarrota.

– Describe de nuevo el platillo que viste -dijo Turcotte.

Kelly así lo hizo.

– La película era verdadera -dijo Turcotte-. Parece que describas uno de los que hay en el hangar. Realmente te tendieron una trampa.

– Lo sé -repuso Kelly-. No habría ido a las distribuidoras para solicitar una financiación si no hubiera creído que la película era auténtica. Eso es lo que realmente me jodió de todo el asunto. -Al este el cielo iba tomando color-. Es astuto lo que han estado haciendo en el Área 51. Es real, pero a la gente que podía explicar la verdad la hacen pasar por farsante o majareta. También han destruido a Johnny -continuó Kelly, señalando hacia la camioneta, situada a unos nueve metros-. En su mente, después de lo que le han hecho en esa especie de cisterna, piensa que realmente ha sido secuestrado por alienígenas. Y la verdad es que ha sido realmente secuestrado. Probablemente vio cosas que no querían que viese. Pero si se presenta a la prensa así, se reirán de él. Ahora eso es cierto en su mente. Esto es casi lo peor que puedes hacerle a una persona aparte de matarlo físicamente. Puede volverlo loco. -Volvió el rostro hacia Turcotte-. Bueno, ahora ya sabes por qué no soy muy confiada.

– Lo entiendo.

– ¿Qué había en el subnivel uno? -preguntó Kelly.

Turcotte se lo explicó brevemente, si bien no le contó lo de las dos llamadas después de escapar.

Kelly se estremeció.

– Hay que detener a esa gente.

– Estoy de acuerdo -dijo Turcotte-. Y ya hemos empezado con eso. Seguramente te alegrará saber que Prague era… -Calló al oír un ruido de golpes en el interior de la camioneta.

Los dos se volvieron al ver que la puerta del vehículo se abría y aparecía Johnny blandiendo con violencia el apoyabrazos de una butaca.

– ¡No me atraparéis! -chillaba.

Turcotte y Kelly corrieron para cerrarle el paso, pero Johnny los esquivó y empezó a correr por el camino.

– ¡Johnny, para! -gritó Kelly.

– ¡No me atraparéis! -chillaba Johnny. Se detuvo blandiendo todavía el apoyabrazos-. No me atraparéis.

– Johnny. Soy Kelly -dijo ella dando un suave paso hacia adelante. Los demás salían ahora de la camioneta. Nabinger se frotaba la cabeza.

– No permitiré que me atrapéis. -Johnny se volvió y se subió encima de la barandilla.

– Baja, Johnny, baja, por favor -dijo Kelly-. Por favor, baja.

– No permitiré que me atrapen -dijo Johnny. Dio un paso en la oscuridad y desapareció.

– ¡Oh, Dios mío! -chilló Kelly, corrió hacia el borde y miró hacia abajo. Turcotte estaba justo detrás de ella. Con las primeras luces de la mañana sólo podían distinguir el cuerpo de Johnny sobre las rocas, a sesenta metros más abajo-. Tenemos que rescatarlo -gritó.

Turcotte sabía que no había modo de bajar por el barranco sin equipo de escalada. También sabía que Johnny estaba muerto; no sólo era imposible sobrevivir a aquella caída, sino que el modo en que el cuerpo había caído y su quietud no dejaban lugar a dudas.

Puso sus brazos alrededor de Kelly y la abrazó.

Quince minutos más tarde, el aspecto del grupo sentado en la camioneta era bastante sombrío. Nabinger tenía un chichón donde Johnny le había dado un golpe con el apoyabrazos antes de salir de la camioneta. Turcotte había tenido que emplear diez de esos últimos quince minutos en convencer a Kelly de que no podían ir hasta Johnny y que debería permanecer ahí donde había caído.

– De acuerdo -empezó a decir Turcotte-, Tenemos que decidir qué hacer. Lo primero es acordar un objetivo. Creo…

– Atrapemos a esos bastardos -lo interrumpió Kelly-. Los atrapamos y los matamos. Quiero que cada uno de ellos, cada uno de los que hay en el Área 51 y en Dulce, sea llevado delante de la justicia.

– Primero tendremos que detener el vuelo de la nave nodriza -intervino Von Seeckt-. Ése debería ser nuestro objetivo prioritario. Entiendo el deseo de venganza, pero la nave nodriza es un peligro para el planeta, nos lo confirma la traducción de estas tablas. Primero tenemos que detener eso.

– Es lo más urgente -convino Turcotte-. Tenemos que detener lo que están haciendo ahí y en Dulce, pero esto puede hacerse después de detener la prueba de vuelo de la nave nodriza. -Miró a Kelly-. ¿Estás de acuerdo?

Ella asintió de mala gana, con los ojos rojizos de llorar.

– De acuerdo -dijo Turcotte-. En mi opinión, si ése es nuestro objetivo prioritario tenemos dos opciones. Una es ir.a la prensa. Dirigirnos a la ciudad más cercana, tal vez Salt Lake City, e intentar llamar la atención de los medios de comunicación para detener la prueba. La otra opción es tomar el asunto en nuestras manos, regresar al Área 51 y detener nosotros la prueba. -Se volvió hacia Kelly-. Sé que esto es difícil pero necesitamos que nos ayudes. ¿Funcionará ir a la prensa?

Kelly cerró los ojos por un momento y luego los abrió.

– Para ser sincera, ir a la prensa es lo que habría que hacer. Es lo que me gustaría hacer a mí. El problema es que ir a la prensa no garantiza que la historia llegue a la opinión pública. No tenemos ninguna prueba de…

– Tenemos las fotografías de las tablas -la interrumpió Nabinger.

– Sí, profesor -dijo Kelly-. Pero usted es el único que puede traducirlas. Y, como va con nosotros, creo que la gente se lo mirará con cierto escepticismo. Una vez se encontró una piedra en Norteamérica, creo que fue en Nueva Inglaterra, cuyo descubridor decía que era la prueba de que los antiguos griegos ya estaban en el Nuevo Mundo un milenio antes que los vikingos. Por desgracia, la prueba de aquel hombre se basaba en su traducción de las señales encontradas en la piedra. En cuanto otros académicos estudiaron la piedra no estuvieron de acuerdo. Incluso en el caso de que encontrásemos académicos que aceptaran su traducción, eso tardaría demasiado. Sin duda más de dos días -Kelly miró a todos-. Lo mismo es válido para todos nosotros. Von Seeckt podría contar su historia, pero nadie se la creería así como así, sin pruebas. Los periodistas no publican todo lo que les llega porque muchas cosas que reciben son falsas, y nuestras historias, como mínimo, se salen de lo común. -Miró a través de la ventana-. Johnny ahora está muerto. Ni siquiera lo tenemos a él.

– Otra cosa que debemos tener en cuenta, -dijo Turcotte al recordar la conversación que había mantenido por la mañana con el coronel Mickell, – es que hemos cometido crímenes. Yo he matado personas. Todos entramos ilegalmente en las instalaciones de Dulce. Es posible que no tengamos ni siquiera la posibilidad de contar nuestra historia antes de ser arrestados y, en cuanto eso ocurra, estaremos bajo el control del gobierno.

– Entonces tenemos que hacerlo por nuestra cuenta -proclamó Von Seeckt-. Es lo que dije que tenía que ocurrir.

– No va a ser tan fácil como en Dulce -advirtió Turcotte-. No sólo tienen un mejor sistema de seguridad en el Área 51, sino que además van a estar preparados. Podemos estar seguros de que cuanto más cerca esté la prueba, más estrictas serán las medidas de seguridad del general Gullick.

– Usted conoce la zona y la instalación, -dijo Nabinger volviéndose hacia Von Seeckt-. ¿Qué le parece?

– Creo que el capitán Turcotte tiene razón. Será casi imposible, pero creo que debemos intentarlo.

– Empecemos a hacer planes -dijo Turcotte.

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