Capítulo 22

PHOENIX, ARIZONA. 87 horas, 15 minutos.

– ¿Dio a Nabinger esta dirección? -preguntó Turcotte por tercera vez.

– Sí -respondió Von Seeckt desde la comodidad del sofá. La sala de estar del apartamento estaba a oscuras.

– ¿La dejó grabada en su buzón de voz?

– Sí

– ¿Y él dejó el primer mensaje en su buzón de voz? -insistió Turcotte.

– Sí

– Déjalo de una vez -dijo Kelly entre dientes, rebujada bajo una manta en una silla-. Pareces un fiscal. Ya hemos hablado de eso en el coche. ¿Hay algún problema?

Turcotte miró a través del centímetro que separaba la cortina y la ventana. Se había pasado allí la última hora, sin moverse mientras los otros dos dormían; el único signo de que estaba despierto era el parpadeo de sus ojos mientras observaba el exterior.

Hacía unos minutos había despertado a sus compañeros. Todavía estaba oscuro y en la calle no se movía nada bajo la luz de las farolas.

– Sí. Tenemos un problema.

Kelly apartó la manta y fue a encender la lámpara.

– No hagas eso -la voz de Turcotte dejó helada la mano en el interruptor.

– ¿Por qué?

– Si tengo que explicar todo lo que digo -repuso Turcotte volviendo la mirada hacia la habitación- vamos a cubrirnos de mierda cuando no haya tiempo para explicaciones. Me gustaría que te limitaras a hacer lo que digo cuando lo digo.

La ropa de Kelly estaba arrugada y no había tenido un sueño muy confortable en la silla.

– ¿Acaso nos encontramos en medio de una crisis sobre la cual no puedes explicar nada?

– No, por el momento -dijo Turcotte-. Os estoy preparando a los dos para cuando se produzca. Y eso -dijo señalando con su pulgar la ventana- se producirá en algún momento de la mañana.

– ¿Quién hay ahí fuera? -preguntó Von Seeckt levantándose del sofá e intentando arreglar su barba para que pareciera en orden.

– Hace menos de una hora, una camioneta atravesó la calle arriba y abajo -Turcotte señaló hacia la izquierda-, a unos sesenta metros. Durante quince minutos nadie se apeó. Luego salió un hombre, se dirigió hacia nuestro coche y colocó algo en la parte posterior derecha. Luego regresó, entró en la camioneta y ya no ha habido más movimiento. Imagino que han puesto vigilancia en la parte trasera del edificio.

– ¿A qué esperan? -preguntó Kelly, sacándose la manta de encima. Se puso en pie y empezó a recoger sus pocas pertenencias personales.

– Si han recibido los mensajes del buzón de voz de Von Seeckt, probablemente, lo mismo que nosotros. Están esperando a que Nabinger aparezca.

Kelly se quedó quieta al ver que Turcotte permanecía de pie, inmóvil.

– ¿Acaso habrán puesto vigilancia en este lugar tras secuestrar a Johnny?

– Tal vez -dijo Turcotte-. Pero esta camioneta no estaba ahí cuando llegamos por la noche. Cuando tú y yo salimos, examiné el lugar y no vi señales de que hubiera vigilancia. Creo que han aparecido en escena esta mañana. Esto me hace pensar que verificaron el sistema de buzón de voz del buen profesor.

– Sí-asintió Von Seeck-. Son capaces. He cometido un error ¿no?

– Sí. Y, por cierto, la próxima vez dígame lo que va a hacer antes de hacerlo. -Turcotte buscó en su chaqueta. Sacó una pistola, extrajo el cargador, lo comprobó y volvió a colocarlo y luego hizo deslizar una bala en la recámara.

– ¿Cuál es el plan? -preguntó Kelly.

– ¿Has leído el libro The Killer Angels? -preguntó Turcotte mientras se colocaba contra la pared y volvía a observar a través de la delgada rendija.

– ¿Aquel sobre la batalla de Gettysburg? -preguntó Kelly.

– Muy bien -dijo Turcotte, mirándola-. ¿Recuerdas qué hizo Chamberlain, del Veinte de Maine, cuando se encontraba en el flanco izquierdo de la línea de la Unión y a punto de quedarse sin municiones después de los ataques continuos de los confederados?

– Ordenó una carga -repuso Kelly.

– Eso es.

– ¿Vamos a hacer una carga?

– Justo cuando la vayan a hacer ellos -asintió Turcotte, sonriendo-. Estarán muy confiados y pensarán que ellos llevan la iniciativa. El tiempo lo es todo.

– ¡Joder! -musitó el mayor a los demás hombres de la camioneta. Miró con enojo el sofisticado aparato de comunicaciones instalado en el vehículo y luego activó el micrófono que colgaba del techo.

– Roger, señor. ¿Algo más? Cambio.

– No la jodan. -La voz del general Gullick era inconfundible, incluso después de ser digitalizada y codificada y luego descodificada e interpretada por el instrumental-. Corto.

La radio enmudeció.

El mayor apartó de un golpe el micrófono y miró a los demás hombres.

– Esperaremos hasta que el otro objetivo se reúna en el apartamento. Hay que cogerlos con vida. A todos.

– Cuando el otro tipo llegue aquí ya será de día -dijo uno de los hombres en tono de protesta.

– Lo sé -repuso el mayor en un tono que no admitía discusión-. Lo arreglaré con la policía local y la mantendré fuera de la zona. -Levantó un objeto semejante a un arma sofisticada-. Recuerden, hay que cogerlos a todos con vida, utilicen sólo las armas paralizantes.

– ¿Y qué hay de Turcotte? -preguntó uno de los hombres-. Va a ser un problema.

– Es el objetivo prioritario cuando atravesemos la puerta. Con los demás resultará más fácil -dijo el mayor.

– No creo que Turcotte se tome la molestia de dejarnos a todos con vida -musitó uno de los hombres.

Pese a la larga noche, con una parada prolongada en DallasFort Worth International, el profesor Nabinger se sentía muy despierto y alerta cuando el taxi tomó la curva y apareció el edificio de apartamentos. En el aire había sólo un pequeño amago del amanecer por el este.

Tras sacar su maleta, Nabinger pagó al taxista. Dejó la maleta en la acera y, mientras buscaba el apartamento, se colocó bajo el brazo el maletín de piel con las fotografías que Slater le había dado. Dio un golpe en la puerta y esperó. La puerta pareció abrirse sola, porque allí no había nadie.

– ¿Hola? -dijo Nabinger.


– Entre. -Se oyó una voz de mujer que provenía del interior de la habitación a oscuras.

Nabinger dio un paso hacia adelante y un brazo de hombre que surgió por detrás de la puerta lo cogió por el cuello y lo condujo a la sala. La puerta se cerró tras él.

– Pero ¿qué…? -empezó a decir Nabinger.

– Silencio -ordenó Turcotte-. En unos segundos nos van a atacar. Vaya con ella. -En la mano llevaba una granada de explosión y destello que conservaba de la misión Nightscape. Retiró la lengüeta y se apoyó contra la puerta escuchando.

Kelly tomó a Nabinger del brazo y lo condujo a la esquina más alejada de la habitación, donde Von Seeckt estaba también esperando. Le dio un trozo de tela oscura tomado de las cortinas.

– Póngase esto en los ojos.

– ¿Para qué? -preguntó Nabinger.

– Hágalo y ya está.

La puerta explotó con el impacto de un ariete de mano y entraron unos hombres que buscaban a sus objetivos con la vista. Fueron recibidos por el enorme estruendo y el fulgor de una luz blanca que los cegó a todos por completo.

Turcotte se quitó la tela oscura que había sostenido para proteger sus ojos y se lanzó sobre los cuatro hombres dando golpes con los puños. En menos de un segundo dos de ellos quedaron inconscientes. Tomó un arma paralizante de una de las manos inertes y disparó a los otros dos con ella cuando intentaban recobrar sus sentidos.

– ¡Vámonos! -gritó Turcotte.

Kelly cogió a Nabinger y salieron corriendo por la puerta.

En la camioneta el mayor se quitó con rabia el auricular y lo lanzó contra la pared; todavía tenía los oídos taponados a causa de la transmisión de la granada de explosión y destello que había salido del apartamento a la calle.

– ¡Están saliendo! -exclamó el vigía en el asiento delantero de la camioneta.

El mayor abrió la puerta lateral y saltó a la calle con una metralleta con silenciador.

Turcotte se quedó inmóvil, y los otros tres miembros de su grupo se mantuvieron detrás de él. El oficial de la metralleta estaba acompañado por el hombre del asiento delantero, ambos apuntando con sus pistolas a Turcotte.

– ¡No se mueva ni un centímetro! -ordenó el oficial.

– ¿Qué piensa hacer? ¿Dispararme? -dijo Turcotte mientras calibraba el arma paralizante-. Entonces, ¿para qué va a emplear eso? Nos tenéis que capturar vivos ¿no? -Dio otro paso hacia los dos hombres-. Ésas son vuestras órdenes ¿verdad?

– Quédese exactamente donde está. -El oficial apoyó la empuñadura del arma en el hombro.

– El general Gullick se cabreará mucho si nos coses a balazos -dijo Turcotte.

– El se cabreará, pero vosotros estaréis muertos -replicó el mayor centrando su visor en el pecho de Turcotte-. Me importa una mierda…

La boca del mayor se quedó a media frase y en su rostro se dibujó la sorpresa.

Turcotte disparó al conductor; la bala paralizante le dio en el pecho, y aquél cayó al suelo junto a su jefe. Turcotte miró hacia atrás. Kelly bajó lentamente el arma paralizante que había cogido al salir.

– Ya era hora -dijo Turcotte mientras hacía un gesto para que entrasen en la camioneta.

– La conversación era interesante -dijo Kelly-. Era tan… de machos

Ayudaron a subir a Von Seeckt y al confuso Nabinger en la parte trasera de la furgoneta. La calle estaba desierta.

– Tú conduces -dijo Turcotte, de pie entre la abertura de los dos asientos delanteros. -Quiero jugar un poco con los chismes de la parte de atrás.

– Próxima parada, Dulce -dijo Kelly mientras ponía en marcha la camioneta y partía dejando atrás el chirriar de los neumáticos.


EL CUBO.


– Señor, el jefe del equipo de Arizona informa que han perdido a los sujetos. -Por precaución, Quinn mantuvo los ojos bajos, clavados en la pantalla del ordenador.

Parecía que al general Gullick le bastaban tres horas de sueño para funcionar. Lucía un uniforme recién planchado; el final almidonado de la camisa de color azul que llevaba debajo de su americana color marino se le clavó contra el cuello al apartar su atención de los informes de la nave nodriza.

– ¿Perdido?

– Cuando el profesor Nabinger apareció, el equipo de Nightscape se dispuso a atrapar a todos los sujetos. -Quinn recitaba los hechos de forma monótona-. Parece que Turcotte estaba preparado. Empleó una granada de explosión y destello para desorientar al equipo de entrada. Luego, con las armas paralizantes del equipo de entrada él y los demás doblegaron al equipo de la camioneta y luego se marcharon con ella.

– ¿Tienen la furgoneta? -El general Gullick se reclinó en su butaca-. ¿Podemos seguir su pista?

Quinn cerró un momento los ojos. Aquel día había empezado muy mal y no parecía que fuera a mejorar dada la información que mostraba la pantalla.

– No, señor.

– ¿Me está usted diciendo que no disponemos de un detector en nuestros propios vehículos?

– No, señor.

– ¿Por qué no? -Gullick levantó la mano-. Olvídelo. Ya trataremos más tarde sobre esto. Envíe una orden para que se notifique su avistamiento a las autoridades locales. Déles una descripción de la camioneta y de la gente. -Levantó la vista hacia la pantalla grande situada en la parte frontal de la sala. En aquel momento se veía un mapa de los Estados Unidos-. Quiero saber hacia dónde van. Tenemos que impedir que acudan a la prensa. Avise al señor Kennedy para que tenga preparada a su gente en la zona para controlar las líneas telefónicas. Si tenemos el menor indicio de que Von Seeckt ha recurrido a alguien, quiero que Nightscape esté ahí. -Los ojos de Gullick resiguieron ávidamente el mapa-. Diga a todos los de Phoenix que permanezcan ahí. Quiero ver cubiertos también Tucson y Albuquerque. Se mantendrán alejados de los aeropuertos, así que los tendremos en tierra. Cuanto más tiempo estén por ahí fuera, mayor será el círculo.

Quinn se decidió.

– Señor, hay algo más.

¿Sí?

– La fuerza operativa del Abraham Lincoln informa que es negativa la presencia del caza Fu. Han explorado con el escáner el fondo del océano en un área de veinte kilómetros a la redonda de donde cayó el primer caza y no han encontrado nada. El minisubmarino del USS Pigeon ha peinado el fondo y…

– Que permanezcan allí y que continúen buscando -ordenó Gullick.

– Sí, señor. -Quinn cerró la tapa de su ordenador portátil y luego volvió a abrirla con nerviosismo.

– Señor, mmm. -Se humedeció los labios.

– ¿Qué? -gruñó Gullick.

– Señor, es mi deber, mm, bueno… -Quinn se restregó las manos y sintió la protuberancia de su anillo West Point en la mano derecha. Aquellas preguntas llevaban demasiado tiempo-. Señor, esta misión va en una dirección que yo no acierto a comprender. Nuestro cometido consiste en trabajar en el equipo alienígena. No sé cómo Nightscape y…

– ¡Mayor Quinn! -gritó el general Gullick, golpeando con el puño sobre la mesa.

– ¿Sí, señor? -Quinn tragó saliva.

Gullick se puso en pie.

– Voy a tomar algo para desayunar y luego tengo que asistir a una reunión. Quiero que envíe un mensaje a todo nuestro personal de campo y también a todos los que trabajan con nosotros.

Gullick se inclinó sobre la mesa y acercó el rostro a treinta centímetros del de Quinn.

– Tenemos tres malditos días antes de hacer volar la nave nodriza. Estoy harto de oír hablar de errores, fallos y otras jodidas. Quiero respuestas y resultados. He dedicado mi vida y mi carrera a este proyecto. No voy a consentir que quede empañada o destruida por la incompetencia de otros. No quiero que se me cuestione. Nadie me debe cuestionar. ¿Ha quedado claro?

– Sí, señor.

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