Capítulo 7

LAS VEGAS, NEVADA. 222 horas.

– ¿Steve Jarvis?

El camarero sonrió y le señaló un reservado situado al fondo de la sala. Mientras Kelly se encaminaba hacia él, estudió al hombre que estaba sentado allí. Aunque odiaba tener que admitirlo, lo cierto es que no tenía el aspecto que había esperado. Jarvis tenía el cabello negro y liso y llevaba gafas de montura de acero. Iba bien vestido en un traje deportivo y corbata. No era precisamente lo que cabía esperar por el tema y la conversación que habían mantenido por teléfono. La miraba mientras ella se iba acercando y ella notó su decepción. «Seguramente esperaba que fuera más alta y con más curvas», pensó.

Se levantó.

– ¿Llevas la pasta?

«La primera impresión es la que vale», pensó Kelly. Sacó un sobre y se lo dio. Ahora Johnny realmente estaba en deuda con ella. Jarvis miró el sobre, pasó un dedo por los billetes y luego se sentó haciendo una señal a la camarera.

– ¿Quieres tomar algo?

– ¿Es mi ronda o la tuya? – replicó Kelly.

Jarvis rió.

– La tuya, por supuesto.

– Tomaré un refresco de cola -dijo a la camarera mientras Jarvis pedía «lo de siempre».

– ¿Qué quieres saber? – preguntó Jarvis tras apurar de un sorbo la bebida que tenía ante sí.

– Área 51 -dijo Kelly.

Jarvis volvió a reírse.

– ¿Y? Ocurren muchas cosas ahí. ¿Quieres algo en concreto?

– ¿Qué tal si empiezas y ya te diré algo en concreto mientras continúas? – replicó Kelly.

– Bien -asintió Jarvis-. Así que, lo normal. Primero, claro está, querrás saber cómo sé algo del Área 51 ¿No es así? -No esperó la respuesta-. Bueno trabajé allí entre mayo de 1991 y marzo de 1992. Estuve contratado por la ORN, la Organización de Reconocimiento Nacional. Trabajaba en sistemas de propulsión, intentando realizar el diseño a la inversa… -se detuvo-. Bueno, deja que me desvíe un poco. ¿Sabes lo que tienen en Groom Lake? ¿No?

– ¿Por qué no me lo cuentas tú?

– Nueve naves espaciales extraterrestres -dijo Jarvis-. Se encuentran en un hangar cavado dentro de la montaña. El gobierno puede volar con algunas de ellas, pero no sabe cómo funcionan los motores. Por consiguiente, tampoco pueden copiarlos. Por esto me llamaron.

– ¿Dónde consiguió el gobierno estas naves? -preguntó Kelly.

– Me has pillado -repuso Jarvis, encogiéndose de hombros-. No lo sé. Hay quien dice que se negoció por ellas, como si fuera una especie de lote interestelar de coches usados, pero no lo creo. Tal vez simplemente las encontraron. Tal vez cayeron. De todos modos, las que yo vi parecían estar intactas y no mostraban señales de haber sufrido una caída.

– ¿Para qué te contrataron?

– Para averiguar el diseño de los motores. Mi tesis doctoral en el Instituto de Tecnología de Massachussets versaba sobre la posibilidad de propulsión magnética. De hecho, ya empleamos imanes en cosas como trenes de alta velocidad, y el ejército lleva tiempo trabajando en el diseño de un arma magnética. Sin embargo, todos estos sistemas generan un campo magnético propio, que precisa gran cantidad de energía. Mi teoría consistía en que si se conseguía manipular y controlar el campo magnético existente en el planeta con un motor, se dispondría de una fuerza ilimitada de energía para una nave en la atmósfera.

– ¿Así que el gobierno te escoge porque sí y te lleva a una instalación secreta?

– No, no me escogieron porque sí. Yo ya había trabajado para el gobierno antes, en White Sands. Un contrato de colaboración con el laboratorio de propulsión aeronáutica, por el que estudié la posibilidad de emplear una larga pista magnética inclinada en un lado de la montaña para poner satélites en órbita.

– No hay muchas montañas precisamente en White Sands -dijo Kelly.

– ¿Estás comprobando mi credibilidad? -preguntó Jarvis sonriendo.

– Te he pagado quinientos dólares -repuso Kelly-. Soy yo quien hace las preguntas.

– Vale. Tienes razón -admitió Jarvis-. Es verdad que no hay muchas laderas en White Sands. Nosotros simplemente trabajamos en un plano teórico, en pequeña escala. En el mejor de los casos jamás superamos un modelo de uno treinta. Eso puede hacerse en una duna de arena.

– Así que luego te enviaron al Área 51 -interrumpió Kelly, tomando nota en un pequeño cuaderno.

– Sí. Fue bastante raro. Me presenté para trabajar en el aeropuerto McCarren de aquí, en Las Vegas, y nos pusieron en ese 737, que nos sacaba de ahí. Yo tenía una acreditación Q por mi anterior trabajo, así que todo resultaba perfecto. Sin embargo, tenían el sistema de seguridad más alto que he visto en mi vida. No podías tirarte un pedo sin que alguien te estuviera observando. El personal de seguridad daba realmente miedo, siempre husmeando con esas cazadoras negras, las gafas de sol y las metralletas.

– ¿Te quedabas a dormir en el Área 51?

– No. Nos traían y llevaban cada día en el 737. Por lo que sé, las únicas personas que vivían allí eran los militares. Todos los científicos y las abejas obreras… todos íbamos en aquel avión.

– ¿Ese avión sale cada día?

– Cada día laborable. Es un 737 sin marca con una banda roja en la parte baja del lado.

– Volvamos al Área 51 -dijo Kelly, pasando una página-. ¿Cómo era?

– Como te he dicho, estaba tremendamente vigilada. Todo estaba oculto. Los platillos estaban dentro de un gran hangar. Tenían tres de ellos parcialmente desmontados. Estuve trabajando en ellos. Tenían un diámetro de unos nueve metros. Un revestimiento de metal plateado. Parte baja, plana. Unos tres metros de los extremos a la parte superior del platillo, hemisférico hasta convertirse en un semicírculo plano de dos metros y medio de diámetro. -Jarvis finalizó su bebida y pidió otra antes de continuar.

»Lo jodido de trabajar en los motores era que realmente no había ninguno. Eso era lo que inquietaba a los militares. Ya sabes cómo está diseñado un avión: básicamente consiste en un gran motor con un pequeño sitio para que el piloto pueda sentarse. Bueno, pues esos discos estaban prácticamente vacíos en su interior. Había unas depresiones del tamaño de una persona en el centro. Supongo que era donde se sentaba la tripulación.

»Pero dejémoslo. Volvamos al tema de los motores inexistentes. Ya te he contado mi teoría: una propulsión magnética que funciona a partir de un campo de energía ya existente. La mayoría de los motores convencionales ocupan mucho sitio porque tienen que producir energía. Los motores de los discos simplemente tenían que redirigirla. Disponían de unas bobinas a lo largo del borde del disco, que estaban incorporadas en los bordes y también en el suelo. -Jarvis hizo una pausa y sonrió-. Eso explica también por qué tienen forma de platillo o de disco. Las bobinas son circulares y tienen que estar en orden para poder redirigir la energía en cualquier dirección.

Kelly empezó a caer en el embrujo de Jarvis. Sus palabras tenían sentido, la segunda sorpresa con que había tropezado en el día. Tuvo que recordarse a sí misma lo que había sabido por la llamada de teléfono esa misma mañana antes de partir hacia el aeropuerto.

– La configuración de las bobinas es relativamente sencilla. -siguió diciendo Jarvis -. El problema es que no podíamos copiarlas. Ni siquiera podíamos describir el metal de que estaban hechas. De hecho, no era metal, sino más bien… -Jarvis se detuvo-. Basta con decir que era distinto y que nuestros mejores cerebros no podían descomponerlo.

– ¿Por qué finalizó tu contrato? -preguntó Kelly.

– Como ya he dicho, no logramos descubrir nada, así que no había necesidad de tenernos por ahí. Supongo que llevaron ahí otro tipo de personal.

– ¿Qué sabes de un nombre llamado Mike Franklin?

– ¿El chalado de Rachel?

– Ha muerto -dijo Kelly mirando atentamente a Jarvis.

– Pues aún les ha llevado un buen tiempo-. Fue su única respuesta mientras tomaba otra bebida.

– ¿A quién le ha llevado un buen tiempo? -preguntó Kelly.

– Al gobierno. -Jarvis se recostó-. Por lo que sé, Franklin era un fisgón. Llevaba gente arriba, en la White Sides Mountain, para que vieran el complejo de Groom Lake. Lo pillaron una vez y le dijeron que no volviera pero él insistió. ¿Qué se pensaba?

– No parece que te interese mucho cómo murió -replicó Kelly-. Parece que das por sentado que fue el gobierno quien le mató.

– A lo mejor tuvo un infarto -Jarvis se encogió de hombros-. Me importa una mierda.

– ¿Y no te preocupa que el gobierno vaya por ti? Parece que tú eres un peligro mayor que Franklin.

– Por eso estoy hablando contigo -respondió Jarvis-. Por eso asistí a aquel programa de entrevistas el año pasado. Por eso estoy siempre en el punto de mira del público.

– Pensé que era por los quinientos dólares -respondió Kelly con sequedad.

– Sí, el dinero ayuda. Pero realmente lo hago para mantener alejados de mi culo a los agentes secretos. El gobierno no me matará porque ello levantaría muchas preguntas y, de hecho, daría verosimilitud a mi historia. Pero han conseguido joderme bien jodido. No consigo ningún puesto de investigación en ningún lugar, así que tengo que ganarme la vida del mejor modo posible.

– Pensaba que tal vez lo hacías porque nunca lograste graduarte en el Instituto de Tecnología de Massachussets -dijo Kelly.

– Ya casi ha terminado nuestra hora -anunció Jarvis, colocando cuidadosamente su bebida en la mesa.

– Todavía no -repuso Kelly tras mirar su reloj-. Efectivamente, tú trabajaste en White Sands, pero los registros dicen que se trataba de la construcción de una instalación de investigación, no en la misma instalación. De hecho, no hay constancia de que hayas recibido ningún tipo de título superior al de diplomado en ciencias por la Universidad estatal de Nueva York de Albany en 1978.

– Si tienes más preguntas, mejor hazlas antes de que termine tu tiempo.

– ¿Has hablado con un hombre llamado Johnny Simmons?

– Este nombre no me suena.

Kelly le describió a Johnny, pero Jarvis sostuvo su desconocimiento. Decidió continuar con el ataque.

– Lo comprobé con Lori Turner, que te entrevistó el año pasado para la televisión por cable. Dice que la mayor parte de tu pasado no puede comprobarse. Eso me hace dudar de tu historia. Esto significa que o bien eres un mentiroso, o bien eres un cebo para dar información falsa. En cualquier caso, esto me dice que tu historia sobre el Área 51 es una pura mierda.

Jarvis se puso en pie.

– Ya es la hora. Encantado. -Se dio la vuelta y fue hacia la barra.

– Fantástico -se dijo Kelly para sí misma. Necesitaba un modo de entrar en el Área 51 y ciertamente Jarvis no lo era. Acababa de gastarse quinientos dólares y no había llegado a ningún sitio. Su esperanza era que Johnny hubiera contactado con Jarvis.

Miró las notas que había tomado durante la entrevista. ¿Qué habría hecho su padre en esa situación? El siempre decía que el mejor modo de superar un obstáculo era acercarse a él del modo menos esperado. También decía que si uno se encontraba en un lugar protegido, no había que acercarse a él por el lugar más débil, sino por el más fuerte, porque era el modo menos esperado.

¿Qué era lo más destacable del Área 51 de lo que Jarvis y la investigación decían? «La seguridad», se dijo contemplando todavía las notas. Tenía que haber personas empleadas en seguridad. Sise fuera con el coche a Groom Lake contactaría sin duda con el personal de seguridad, pero eso era lo que había hecho Johnny y ahora había desaparecido.

Hizo un círculo alrededor del 737 que había anotado en su libreta. Eso era. Por la mañana iría al aeropuerto para ver si alguien descendía del avión. Si así era, lo seguiría y entonces decidiría qué hacer. Y si eso no funcionaba por la mañana, entonces, siempre quedaba la noche.

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