Capítulo 4

NASHVILLE, TENNESSEE. 234 horas, 45 minutos.

«Habla Johnny. Estoy fuera de la ciudad por unos días. Vuelvo el diez. Deja un mensaje al oír la señal. Adiós.»

Kelly colgó lentamente el teléfono sin molestarse en dejar un mensaje. Eran más de las nueve de la mañana del día diez.

– Johnny, en buena te has metido -murmuró para sí.

Estaba completamente segura de que Johnny Simmons estaba en apuros. Tenía un extraño sentido del humor, pero sería incapaz de enviarle la cinta y la carta como una broma. Sabía que era muy serio cuando emprendía una tarea. En cuanto él había comenzado a contarle lo ocurrido en El Salvador, ella comprendió perfectamente su seriedad. En su carta había escrito tres veces las nueve de la mañana. Seguro que no lo había olvidado ni lo había dicho sin más. Por lo menos, habría cambiado el mensaje a distancia, como se había comprometido.

Se volvió a su ordenador y entró en su servicio en línea. Para encontrar a Johnny tenía que seguirlo, y la información era el mejor modo de comenzar.

Tenía que seguir dos líneas de investigación. Sabía que, antes de partir, Johnny las habría consultado. Lo primero era obtener información sobre el Área 51 y la base aérea de Nellis. Lo segundo, más específico, consistía en observar el fenómeno de los ovnis en relación con el Área 51.

Kelly estaba muy bien documentada sobre ovnis; además de la amistad que los unía, ése era el motivo por el que Johnny le había enviado el paquete. Su problema, hacía ocho años, con la Fuerzas Aéreas en la base de Nellis tenía que ver con el tema y había destruido por completo una prometedora carrera en el periodismo documental. Lo que entonces a Kelly le había parecido una excelente oportunidad se convirtió en un desastre.

Kelly tomó el paquete que Johnny le había enviado, volvió a leerlo de nuevo y fue anotando las palabras clave en un bloc. Cuando terminó leyó sus anotaciones: «Matasellos de Las Vegas; el Capitán; transmisiones el 23 de octubre, base aérea de Nellis, Bandera Roja, F15; "Buzón"; Dreamland; Groom Lake».

Kelly accedió a su base de datos en línea y accionó un buscador de palabras clave. Comenzó con la fecha en cuestión, la combinó con «Base aérea de Nellis» y no hubo resultado. Añadió las fechas, veintitrés y veinticuatro de octubre, y buscó alguna noticia referida a aviones F15. Esta vez tuvo un resultado: un artículo del Tucson Citizen, fechado el día veinticuatro de octubre:

«UN F15 SE ESTRELLA. EL PILOTO FALLECE.

Los oficiales de la base aérea de DavisMontham confirmaron la pasada noche que un avión de combate F15 del escuadrón de entrenamiento táctico 355 se desplomó durante los ejercicios de ayer en la reserva de la base aérea de Luke. El piloto, cuya identidad no se ha facilitado pues todavía no se ha contactado con sus familiares, falleció en el impacto. El avión se desplomó en una zona rocosa y se han iniciado ya las operaciones de rescate.,(En el momento de la edición no se disponía de más información.)»

Kelly comprobó que en el periódico del día siguiente no aparecía ninguna información más, algo que resultaba raro. Desplegó un atlas. La base aérea de Luke estaba en Arizona, a cientos de kilómetros de la cordillera de la base aérea Nellis. Pulsó la tecla para borrar. No tenía nada que ver con lo que estaba buscando.

Pero entonces se detuvo. ¿Y si así fuera? ¿Con qué frecuencia se estrellan los F15? No era algo que ocurriese cada día. ¿Era sólo coincidencia? Kelly no creía en coincidencias. Se le hizo un nudo en el estómago. ¿Con qué tipo de asunto había tropezado Johnny? Si aquel F15 era el F15 de la cinta, las Fuerzas Aéreas se habían tomado muchas molestias para señalar a otra dirección que no fuera Nellis y el Área 51. Y no sólo se informaba de que el avión se había estrellado, además el piloto había fallecido. En cambio, en la cinta parecía estar bien vivo.

A continuación Kelly intentó combinar «Buzón» con «ovni». Ello arrojó tres resultados que identificaron el «Buzón» como uno existente en un camino de tierra a las afueras del complejo Groom Lake, donde los aficionados a los ovnis se reunían para ver naves extrañas circular encima de las montañas. Evidentemente, el hombre que había enviado a Johnny la cinta -el Capitán- era uno de ellos. Por lo menos, ahora sabía que, si lo precisaba, podría encontrar esa pieza del rompecabezas.

Al probar con «Dreamland» y «Groom Lake» dio con una gran cantidad de historias sobre aquel paraje. Luego los relacionó con el Área 51, que era otro de los muchos nombres de un lugar cuyos objetivos eran desconocidos y cuya existencia oficialmente era desmentida.

Había varias teorías y Kelly conocía muchas de ellas. Había quien afirmaba que el gobierno había contactado con alienígenas en aquel lugar y que estaban intercambiando información y tecnología. Los teóricos más radicales, por su parte, decían que los seres humanos permitían que los alienígenas efectuaran mutilaciones al ganado y a otro tipo de fauna, y algunos incluso afirmaban que secuestraban seres humanos para experimentos oscuros. Kelly sacudió la cabeza. Eran historias de las que se convertían en titulares de los tabloides que se vendían en el supermercado, nada que interesase a periodistas de verdad.

Otra teoría postulaba que el Área 51 era el lugar donde el gobierno probaba un avión supersecreto y que el avión de combate F117 había realizado pruebas de vuelo en aquel lugar. El último avión secreto que supuestamente se iba a probar se llamaba Aurora, tenía una aspecto desconocido, se desplazaba entre Mach 4 y Mach 20 y era capaz de ascender hasta colocar satélites en órbita.

La versión oficial del gobierno era que el complejo Área 51 del Groom Lake no existía, una posición muy interesante si se consideraba que en los últimos cinco años las Fuerzas Aéreas se habían apoderado repentinamente de todos los terrenos circundantes.

En vista de la información que tenía ante sí, Kelly concluyó que evidentemente algo ocurría en el Área 51. Sabía que Johnny habría hecho la misma búsqueda, posiblemente más profunda, y que habría decidido que merecía la pena ir allí y comprobar si la cinta que le habían enviado era una trampa o, dado que Johnny conocía la experiencia que ella había tenido en Nellis, un montaje.

Al echar un vistazo a los artículos, destacó dos nombres: el de Mike Franklin, un supuesto experto en el Área 51 de la ciudad de Rachel, situada justamente en la parte exterior del complejo de la base aérea de Nellis, y el de Steve Jarvis, un científico que decía haber trabajado en el complejo Groom Lake/Área 51 y haber visto naves de alienígenas con las que el gobierno efectuaba pruebas de vuelo. Seguro que Johnny había visto los dos nombres.

Kelly levantó el auricular del teléfono y preguntó al servicio de información el número de teléfono de Franklin. Lo marcó y esperó a que sonara cinco veces. Cuando estaba a punto de colgar, alguien habló al otro lado del aparato. Era una voz de mujer y parecía triste.

– ¿Sí?

– Me gustaría hablar con Mike Franklin. Soy Kelly Reynolds.

– Mike ya no está aquí-dijo la mujer.

– ¿Sabe cuándo volverá?

– Ya no está aquí-repitió la mujer.

– Estoy trabajando en un artículo sobre ovnis para una revista importante -explicó Kelly, acostumbrada a que de vez en cuando le dieran la espalda-. Me gustaría hablar con…

– Le he dicho que ya no está aquí -la interrumpió bruscamente la mujer. Y, acto seguido, empezó a sollozar-. Mike ha muerto. Murió en un accidente la noche pasada.

La mano de Kelly se asió con fuerza al auricular.

– ¿Dónde ocurrió el accidente?

– En la carretera 375, a unos veinticuatro kilómetros de la ciudad.

– ¿Iba solo?

– ¿Cómo dice?

– ¿Iba solo en el coche?

– Sí. La policía dice que posiblemente se salió de la calzada, tal vez intentando esquivar un ciervo. Se comportaron como si hubiera bebido. Pero Mike nunca bebía tanto. No le gustaba. Alguien estuvo hojeando sus papeles aquí, en casa. Lo noté en cuanto entré esta mañana, y eso que habían intentado dejarlo todo en su sitio. Tengo miedo de que ellos vuelvan otra vez.

– ¿Quiénes son ellos? -preguntó Kelly.

La mujer soltó una risa aguda.

– Ellos. Ya sabe.

– No. No lo sé -dijo Kelly-. ¿A quién se refiere?

– Olvídelo -replicó la mujer-. Mike no debería haber hecho lo que hacía. Se lo advertí.

– ¿Cómo se llama usted?

– No quiero hablar con nadie. Voy a marcharme de aquí. No sé qué estaba haciendo Mike y tampoco quiero saberlo.

El teléfono enmudeció y Kelly bajó lentamente el auricular.

– Johnny, Johnny -dijo dulcemente-. Diste de lleno en el clavo y éste era más duro de lo que creías.

Kelly se levantó y miró la pizarra blanca donde anotaba sus citas y encargos para las semanas siguientes. Con unas cuantas llamadas, no había nada que no pudiera posponerse por un tiempo.

Tras hacerlas marcó el teléfono de una agencia de viajes y reservó un vuelo, que salía al mediodía, para Nashville, en Las Vegas. Luego llamó al servicio de información telefónica y le dieron el teléfono de Steve Jarvis en Las Vegas. Le respondió una voz masculina.

– ¿Diga?

– ¿Es usted Steve Jarvis?

– ¿Quién llama?

– Soy Kelly Reynolds. Soy una periodista independiente que escribe un artículo sobre…

– Mi tarifa por una entrevista es de quinientos dólares -la interrumpió Jarvis-. Eso le da derecho a una hora.

– Señor Jarvis, sólo pretendo encontrar…

– Quinientos dólares la hora -repitió-. En efectivo o por giro postal. No acepto cheques. No hay preguntas gratis.

Kelly calló para intentar contener sus emociones.

– ¿Podría verlo hoy?

– En el bar Elefante de Zanzíbar. Esté allí a las siete en punto.

– ¿Cómo lo reconoceré?

– Yo la reconoceré a usted – repuso Jarvis -. Lleve algo rojo. Algo sexy. Pida un trago al camarero.

Kelly apretó los dientes.

– Oiga. Soy una profesional y voy a Las Vegas para hacer un trabajo serio. No necesito…

– Evidentemente -la interrumpió de nuevo Jarvis-, no necesita entrevistarme. Ha sido un placer hablar con usted, señora Reynolds.

Kelly aguardó. Él no colgaba, y ella, tampoco. Habían llegado a un punto muerto.

– ¿Tiene el dinero? -Finalmente fue Jarvis quien habló-. ¿Quinientos dólares en efectivo?

– Sí.

– Bien. Pregunte sin más al camarero. Él le indicará. Estaré ahí a las siete.

Kelly colgó el auricular, una sombra de duda cruzó su mente. ¿Estaría exagerando la situación?

Se agachó un poco y sacó el archivo de Nellis de su escritorio. Se quedó mirándolo durante unos minutos mientras pensaba. Hubo un tiempo en que había ido tras aquella pista. Pero esta vez era distinto. Ella no iba simplemente tras una historia. Se trataba de Johnny, que estaba en algún lugar y Kelly esperaba que estuviera vivo.

Pero eso no significaba ir a ciegas. Revisó de nuevo el artículo sobre Jarvis y comprobó un detalle. Luego levantó el auricular del teléfono e hizo otra llamada.


EL CAIRO, EGIPTO 234 horas, 40 minutos

Peter Nabinger también estaba intentando responder a algunas preguntas, pero no entendía la información que le mostraba la pantalla del ordenador que tenía delante. Se hallaba en el departamento de investigación de la Universidad de El Cairo utilizando su base de datos para verificar la historia de Kaji. Estaba contento de disponer de un sistema tan sofisticado como el ordenador de la universidad, pues gran parte de lo que buscaba sólo se había publicado en revistas académicas y científicas o se encontraba en libros descatalogados, y aquel ordenador contenía cientos de miles de aquellos resúmenes. Además, el sistema tenía la ventaja de contener prácticamente toda la información recogida sobre Egipto y El Cairo.

No había indicio alguno de alemanes en la gran pirámide durante la Segunda Guerra Mundial, aunque tampoco confiaba en encontrar algo. Sin embargo, al buscar en los artículos de la prensa local de 1945 descubrió que, durante varios meses de aquel año, el acceso a la gran pirámide había estado cerrado y que, como Kaji le había dicho, alrededor del edificio se habían producido extrañas actividades militares de los aliados.

Al hacer una búsqueda cruzada de las palabras «Thule» y «nazismo», obtuvo un resultado sorprendente. Nabinger conocía el significado de la palabra Thule en la mitología antigua: era una región deshabitada del norte. Sin embargo, los nazis habían pervertido esa idea, como tantos otros mitos y leyendas, para sus propios fines y se habían servido de la ciencia de la arqueología para crear un fundamento de sus reivindicaciones.

Muchas personas que no eran arqueólogos conocían la existencia de la piedra Rosetta, hallada en 1799, cuando el ejército de Napoleón invadió Egipto.

Esa piedra fue, en muchos sentidos, la llave que abrió el estudio del antiguo Egipto; cuando Champollion logró descifrar por fin el código de los jeroglíficos egipcios tradicionales, se desveló gran cantidad de información.

Pese a sus estudios universitarios, la información que Nabinger leía era nueva para él. Nadie le había explicado que, en 1842, el rey de Prusia había encabezado una expedición a Egipto que representó un avance en la descodificación de los textos y marcas antiguos del antiguo Egipto. Un egiptólogo alemán, llamado Richard Lepsius, acompañó al rey y se quedó allí durante tres años, haciendo planos y mediciones de las tres pirámides.

En el transcurso de los años que siguieron, los alemanes invirtieron bastante tiempo y energía en el estudio de las pirámides, los jeroglíficos y la runa superior. Evidentemente, si la historia de Kaji era cierta, todos aquellos esfuerzos habían dado su fruto.

En la década que siguió a la Primera Guerra Mundial, varios grupos alemanes se basaron en los mitos y la arqueología para tejer una extraña y complicada doctrina que favorecía su filosofía racista y antisemítica. La cruz esvástica, un símbolo que había sido utilizado por varios pueblos antiguos, resucitó. List, una influencia temprana de Hitler, se sirvió de su propio sistema de descifrado de la runa superior para justificar sus creencias.

Nabinger detuvo el avance de pantallas en el ordenador y se rascó la barba. A pesar de que el descifrado de la piedra Rosetta había ayudado mucho a la comprensión de los jeroglíficos, no había servido para descifrar la runa superior, que él creía más antigua que los jeroglíficos.

Nabinger recordó que Kaji había dicho que los alemanes se habían servido de una especie de mapa con dibujos para encontrar el camino. ¿Qué habrían descubierto? ¿Tal vez un modo de descifrar la runa superior que continuaba siendo desconocido para el resto del mundo? ¿Utilizaron un documento antiguo o, tal vez, algo dibujado por Lepsius en el siglo XIX? O, más fácil, ¿habían empleado un mapa copiado de algún otro sitio y continuaban sin entender la runa superior?

Nabinger conocía la fascinación de los alemanes por el mito del santo grial y por la búsqueda de la lanza que supuestamente se había empleado contra Jesús tras su crucifixión, pero sus profesores de la universidad habían tachado a los nazis de aficionados en el campo de la arqueología por estar más interesados en la propaganda que en la ciencia. Sin embargo, Nabinger se preguntaba si habría habido otras búsquedas con mejores resultados. Pensó en su propia hipótesis de la conexión entre la runa superior de América del Sur y Central con la de las pirámides. Tenía la certeza de que tampoco nadie se lo tomaría en serio si intentaba publicar sus conclusiones.

Nabinger continuó leyendo. A finales de la Primera Guerra Mundial, muchos grupos secretos surgidos en Alemania antes de la guerra tomaron fuerza aprovechando el profundo y amargo descontento de la población por la derrota y la paz impuesta a su país. El nombre de Thule se empleó como tapadera para esos grupos.

Nabinger se irguió. En 1933 en Alemania se publicó un libro titulado Bévor Hitler kam,(«Antes de la llegada de Hilter»). Al parecer, trataba acerca de la conexión entre el movimiento nacional socialista de Hitler y el movimiento Thule. Lo interesante era que, tras la publicación, el autor había desaparecido en circunstancias misteriosas y que todos los ejemplares del libro existentes en Alemania se habían destruido. El autor de aquel libro era el barón Rudolf von Sebottendorff.

Nabinger se sorprendió al comprobar que el ordenador guardaba un resumen del libro. Sebottendorff había tomado el antiguo mito de la Atlántida y el de Thule y los había reinventado de acuerdo con sus oscuras motivaciones.

En opinión de Sebottendorff, Thule había sido el centro de una gran civilización que, finalmente, había sido destruida por una gran inundación. Esta opinión se basaba en una teoría anterior postulada por la Sociedad Teosófica. Nabinger rogó que el ordenador le permitiera hacer una referencia cruzada en cuanto solicitara datos sobre esta última información.

La Sociedad Teosófica había sido fundada en 1875 en Nueva York por una mujer llamada madame Helena Blavatsky. Según la teoría de esta mujer, los habitantes de la Atlántida, o Thule, como la denominaban los nazis, pertenecían a la cuarta raza, la única línea auténtica de hombre, algo que, naturalmente, los nazis consideraron muy conveniente para su teoría sobre la raza aria. Según el resumen del libro, los habitantes de Thule se parecían mucho a las figuras esculpidas en piedra de la isla de Pascua. Nabinger pasó la mano por la barba. ¿Cómo esa mujer había podido hacer tal conexión?

Nabinger creyó que estaba perdiendo el hilo, pero continuó leyendo. La degeneración de la verdadera línea de hombre, los atlantes o thuliantes, se había producido al mezclarse con seres inferiores. Por consiguiente, la raza superior necesitaba pureza, concepto que encajaba muy bien con la teoría de la raza superior de los nazis.

¿Los nazis se habían interesado por la Atlántida? ¿Qué tenía eso que ver con Egipto? Se reclinó en la silla y cerró los ojos. Unas ideas inquietantes acudían a su mente mientras revisaba lo que ya sabía y lo que acababa de descubrir. ¿Por qué los nazis habían destruido el libro? ¿Qué le había ocurrido a Sebottendorff? Excepto por la palabra «Thule» inscrita en la daga, no parecía haber otra relación directa con la historia de Kaji; no obstante, Nabinger estaba acostumbrado a profundizar intelectualmente del mismo modo que lo hacía en la tierra. Tal vez hubiera más de lo que parecía haber en realidad.

Nabinger abrió los ojos y volvió al resumen del libro. Al parecer, el libro y la información sobre él habían sido destruidos porque Hitler quería que el pueblo pensara que las ideas eran suyas, que no se había aprovechado de otras fuentes.

Nabinger decidió profundizar un poco más en la línea de investigación actual. Al buscar «Atlántida», obtuvo una larga lista de entradas, más de tres mil. Evidentemente, los alemanes no eran los únicos interesados. Nabinger fue mirando los títulos hasta que encontró uno que parecía dar una visión general de la historia del continente legendario.

A menudo la Atlántida se consideraba un mito mencionado originariamente sólo por Platón. Muchos historiadores creían que el filósofo había creado el mito de la Atlántida para subrayar una idea y que sólo había sido un recurso literario. Entre quienes pensaban que representaba un lugar real, los dedos apuntaban en direcciones opuestas. Había quien creía que era la isla de Thera en el Mediterráneo, destruida por una erupción volcánica. El cráter del volcán Santorini había sido examinado en búsqueda de indicios por oceanógrafos reputados. Otros la situaban en el centro del océano Atlántico. Se mencionaban también las islas Azores: en la isla de Sao Miguel, el lago de las Siete Ciudades es un gran volumen de agua dentro de un cráter volcánico. A la capital de la Atlántida se la situaba sumergida en aquel lago o, por lo menos, así lo afirmaban quienes apoyaban aquella teoría.

Nabinger avanzó hacia el final del artículo para no tener que leer el cuerpo central del artículo y poder averiguar cuáles eran las últimas teorías. Unos años antes, el descubrimiento de grandes piedras ensambladas en el litoral de las islas Bimini, en las Bahamas, había provocado cierta excitación, pero el misterio de su creación y emplazamiento nunca pudo aclararse de forma adecuada. Esto hizo recordar a Nabinger una cosa. En el transcurso de una conferencia de arqueología a la que había asistido el año anterior, una conferenciante de Bimini había hablado del lugar. Creyó recordar que allí también había runa superior que tampoco se había descifrado.

Nabinger puso sobre la mesa, junto al ordenador, su maletín y hurgó en él. Cuando cruzaba el océano por motivos de trabajo, siempre llevaba consigo una carpeta con información imprescindible. En la última parte había varias páginas con protectores de documentos, cada uno diseñado para contener doce tarjetas. Allí encontró la que Helen Slater, la conferenciante de Bimini, le había dado. La sacó de la carpeta y se la puso en el bolsillo de la camisa.

Nabinger pulsó la tecla F3 para imprimir el artículo y pasó a otro que hablaba sobre un congresista norteamericano del siglo XIX, Ignatius Donelly, que había publicado un libro titulado Atlantis: The Antediluvian World,,(«La Atlántida: el mundo antidiluviano»), que tuvo un gran éxito en aquel tiempo. La hipótesis de Donelly se basaba en las similitudes entre las civilizaciones precolombinas de América y Egipto. A Nabinger le pareció estar leyendo el comienzo de su propio artículo no publicado sobre la runa superior. Las dos culturas habían tenido pirámides, embalsamamientos, un calendario de 365 días y una leyenda sobre una antigua inundación. Las teorías de Donelly fueron rebatidas por los científicos de su época, algo que no sorprendió a Nabinger. La misma conexión había sido establecida por gente del siglo XX y había obtenido también una fría recepción, una razón poderosa de que el artículo de Nabinger no se hubiera publicado todavía.

Al terminar de leer aquel artículo, decidió regresar a lo que le había llevado hasta ahí: la referencia cruzada entre «nazismo» y «La Atlántida». Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis enviaron expediciones a los desiertos helados de los dos extremos del planeta en búsqueda de La Atlántida, Thule y reliquias como la del santo Grial. Y también estuvieron en Centroamérica, donde había pirámides, ciertamente no tan grandes ni del mismo diseño que las de Egipto, pero también con runa superior.

Nabinger se tocó la barba. ¿Qué habrían encontrado los nazis que los condujera de nuevo a la gran pirámide y a la cámara que se había mantenido inaccesible durante más de cuatro mil años? ¿Habrían descifrado el código de la runa y encontrado una información importante? ¿Había algo escrito sobre pirámides en los demás yacimientos? Si la historia de Kaji fuera cierta, por lo menos habrían encontrado una información que los habría conducido hasta la cámara inferior.

Nabinger despejó la pantalla y volvió a la búsqueda por palabras. Lentamente escribió el nombre que Kaji le había dado: «Von Seeckt».

Un acierto. Nabinger abrió el archivo. Era un artículo sobre el cincuenta aniversario del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima. En él se detallaba el desarrollo de la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial. Nabinger avanzó por las pantallas. El nombre de Von Seeckt se encontraba en una lista de físicos que habían colaborado en el desarrollo y la comprobación de la bomba.

Pero, según Kaji, Von Seeckt había estado con los alemanes. ¿Cómo pudo llegar a América durante la guerra? ¿Por qué los alemanes habían llevado a un físico nuclear al interior de la gran pirámide? Y, sobre todo, ¿qué había descubierto y sacado Von Seeckt de la cámara inferior en 1942?

Los dedos de Nabinger se detuvieron sobre el teclado al recordar algo que había escrito ese mismo día, mientras se hallaba en la gran pirámide. Tomó su mochila y sacó su cuaderno de notas. Había estado trabajando en el panel de la cámara inferior que se encontraba sobre el lugar donde había estado originariamente el sarcófago. Había escrito en lápiz el texto de la runa parcialmente descifrada: «Poder, sol; prohibido; lugar origen,(???), nave,(???), nunca más,(???); muerte a todos los seres vivientes».

Las maldiciones contra intrusos en los monumentos del antiguo Egipto eran bien conocidas. ¿Acaso aquella maldición estaba relacionada con lo que Von Seeckt había sacado de la pirámide? ¿Por qué razón los aliados habían ocultado toda la información sobre la infiltración de la pirámide y el descubrimiento de una cámara inferior? Sin duda se trataba de algo mucho más importante que un simple hallazgo arqueológico.

Había un modo de saberlo todo. Al final del artículo se decía que Von Seeckt todavía estaba vivo y que residía en Las Vegas. Nabinger apagó el ordenador y se puso en pie. Al diablo el presupuesto del museo, ahí había un misterio y él era el único que estaba sobre la pista. Abandonó la biblioteca de la universidad y entró en la primera agencia de viajes que encontró para encargar un vuelo de regreso a Estados Unidos aquella tarde con una parada en ruta en Bimini para visitar a Slater.

En cuanto supo la hora de llegada, llamó al servicio telefónico de información de Nebraska. Efectivamente existía un tal Werner von Seeckt y Nabinger anotó el teléfono. Tras marcar el número tuvo que dejar un mensaje en el buzón de voz. En cuanto sonó el pitido, Nabinger dejó el mensaje siguiente: «Profesor Von Seeckt, me llamo Peter Nabinger. Trabajo en el departamento de egiptología del museo de Brooklyn. Me gustaría hablar con usted sobre la gran pirámide, en la que creo ambos tenemos interés. Acabo de descifrar algunas palabras de la cámara inferior en la que me parece que usted estuvo hace tiempo. Son las siguientes: "poder sol; prohibido; lugar origen, nave, nunca más; muerte a todas los seres vivientes". Es posible que usted pueda ayudarme con la traducción. Le ruego me deje un mensaje en mi buzón de voz para saber cómo contactar con usted». A continuación Nabinger indicó su número de teléfono.

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