Capítulo 10

EL CUBO, ÁREA 51. 224 horas.

El general Gullick se sirvió una taza de café y ocupó su butaca en la presidencia de la mesa de reuniones. Sacó de su bolsillo un par de pastillas analgésicas y se las tragó ahogándolas con un sorbo de café muy caliente. Poco a poco empezaron a llegar informes.

– El Aurora regresa -informó Quinn-. Tiempo previsto de llegada, veintidós minutos. Tenemos el punto exacto en que el duende se hundió en el océano.

Gullick recorrió con la mirada el estrecho círculo de Majic12 que se encontraba en la sala. Cada hombre conocía su área de responsabilidad y, mientras se emitían las órdenes, cada uno ejecutaba la acción correspondiente

– Almirante Coakley, el duende se encuentra ahora dentro de su área de operaciones. Quiero que cualquier cosa que tenga flotando cerca de ahí se desplace exactamente encima de ese punto ya. Esté listo para una inmersión y para recuperar esa cosa.

– Señor Davis, transmita toda la información recogida por Aurora al mayor Quinn. Quiero saber qué era eso.

– Ya estamos trabajando en la transmisión digital -respondió Davis-. Tendré una copia de la grabación obtenida por la cápsula en cuanto el avión aterrice.

Gullick estaba enojado por todo lo que había pasado, pero le resultaba muy difícil pensar con claridad.

– ¿Cuál es la situación del lugar del accidente?

Quinn llevaba un audífono en el oído derecho que le proporcionaba información directa del hombre al mando en el suelo de Nebraska.

– El fuego está extinguido. El equipo de salvamento está de camino y llegará a la base en veinte minutos. Los presentes en la escena de Nightscape están haciendo tareas de desescombro y seguridad. Todavía no se ha producido una respuesta de los locales. Creo que lo limpiaremos bien.

Gullick asintió con la cabeza. Si conseguían eliminar todos los restos del helicóptero antes de que despuntara el día sin ser descubiertos, la misión de Nightscape habría sido un éxito. El duende era una cuestión totalmente distinta que él deseaba resolver en breve.

– ¿Qué hay de los supervivientes del accidente del helicóptero? ¿Están ya aquí? -preguntó el general Gullick.

– Al piloto lo están operando en el hospital de Las Vegas -repuso Quinn tras obtener la información en su ordenador-. El mayor Prague falleció en el accidente. El tercer hombre, un tal capitán Mike Turcotte, sufrió heridas leves pero está aquí, señor.

– Hágalo pasar.

Unos quinientos metros más arriba, Turcotte, sucio y magullado, llevaba media hora esperando. Su chaqueta de GoreTex estaba parcialmente rota, y él estaba negro de hollín y suciedad. El vendaje de urgencia que se había aplicado en el brazo en Nebraska estaba empapado de sangre, pero la hemorragia parecía haberse detenido. No estaba dispuesto a sacarse el vendaje para comprobarlo hasta que estuviera en un lugar donde tuviera una adecuada asistencia médica.

El helicóptero había aterrizado en la pista exterior, lo había depositado ahí y luego había continuado con el piloto hacia Las Vegas, donde el programa tenía un hospital, situado cerca de las instalaciones sanitarias de la base aérea de Nellis. Dos hombres de seguridad habían recibido a Turcotte y lo habían conducido hasta el interior del hangar.

Las puertas interiores estaban cerradas, pero cerca de la puerta del ascensor había un agitador. Turcotte estudió la nave y la reconoció como hermana de la que había visto volar antes en Nebraska, pensó incluso que podía tratarse de la misma. No hacía falta ser un genio para relacionar las mutilaciones de ganado, la firma falsa de aterrizaje grabada en láser en el maizal y esas naves para advertir que allí se estaba llevando a cabo una operación de camuflaje de grandes proporciones. Sin embargo, Turcotte no comprendía cómo encajaban las piezas. La misión que acababa de ver en Nebraska parecía de muy alto riesgo y no adivinaba un objetivo claro para ella. A no ser que se tratara de atraer la atención fuera de ese lugar, pero eso no acababa de encajar.

Una cosa era cierta. Ahora sí tenía algo de que informar. Encajar las piezas sería tarea de otro. Estaba contento de haber salido de todo aquello de una sola pieza. Miró su mano derecha. Los dedos le temblaban. Aunque no era la primera vez que mataba, matar a Prague le pesaba tremendamente. Volvió la mano y contempló por un momento la cicatriz.

Turcotte tuvo que hacer un gran esfuerzo para dirigir su atención de nuevo a la situación actual. Todavía no lo veía claro. Estaba seguro de que el cuerpo quemado de Prague no suscitaría preguntas. Sabía que las demás tripulaciones de los helicópteros regresarían más tarde, por la mañana o incluso al día siguiente, en cuanto hubieran finalizado de limpiar por completo el lugar del accidente en Nebraska. En cuanto se hicieran los informes, saldría a la luz la detección de los dos civiles por parte de la otra tripulación del AH6. Entonces se harían muchas preguntas que él no podría contestar de forma adecuada. La marcha atrás de su carrera profesional ya se había activado; sin embargo, al contemplar la nave alienígena, Turcotte supo que en aquel asunto había implicadas cuestiones más importantes que la pensión. Sabía también que la reacción de los mandos cuando supieran que había soltado a los dos civiles podría significar algo peor que una carta de reprimenda en sus informes oficinales. Aquella gente jugaba muy fuerte y, al matar a Prague, él había entrado en el terreno de juego. Sólo deseaba poder salir de ahí y que luego Duncan le cubriera las espaldas.

Las puertas del ascensor se abrieron y el guarda que había dentro hizo un gesto para que entrara. Turcotte así lo hizo. El suelo parecía desplomarse mientras ambos descendían rápidamente. Las puertas se abrieron de nuevo y Turcotte entró en la sala de controles del Cubo. Echó un vistazo, pero los guardas los condujeron por aquella sala a un pasillo que había detrás. Luego entró en una sala de reuniones iluminada con luces muy tenues. Había varias personas sentadas en la sombra, cerca del extremo de la mesa. Turcotte se acercó al general de mayor rango.

No hizo siquiera el gesto de querer saludar; su brazo no se lo permitía.

– Capitán Turcotte a sus órdenes, señor. -Leyó el nombre que llevaba prendido en el pecho «Gullick».

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Gullick, tras devolver el saludo rápidamente.

Esa voz… Era la misma que le había dado órdenes a Prague por la radio. Entonces Turcotte recordó dónde la había oído antes: el grupo de interrogadores que habían investigado lo ocurrido en Alemania. Esa voz era una de las seis que le habían interrogado a través de un altavoz en la zona de seguridad de Berlín. Turcotte tomó aire y vació su mente de todo menos de la historia que tenía que contar. Más adelante ya habría tiempo para tratar otras cuestiones.

Turcotte procedió a describir los hechos ocurridos la noche anterior obviando, naturalmente, momentos decisivos como la interceptación de la camioneta con dos civiles y el asesinato de Prague. A Gullick le interesaba sobre todo el ataque por parte de aquella esfera pequeña, pero Turcotte no tenía mucho que decir al respecto puesto que cuando chocó contra el helicóptero él no estaba mirando hacia adelante.

Gullick oyó la historia y luego señaló hacia los ascensores.

– Irá al hospital por la mañana. Queda destituido.

«De nada», se dijo Turcotte al abandonar la sala. Gullick había sido el más franco al alabar su actuación en Alemania, una alabanza que había confundido y molestado a Turcotte. Pero, evidentemente, los acontecimientos de la pasada noche no eran del mismo tipo. Turcotte no tenía duda alguna de que si hubiera matado a aquellos dos civiles y hubiera presentado sus cuerpos como trofeos, habría recibido un palmarazo afectuoso en la espalda.

Las puertas del ascensor cerraron la sala de control de la vista de Turcotte mientras iniciaba su regreso a la superficie. Ahora ya podía escapar de todo aquello.

El mayor Gullick esperó a que las puertas del ascensor se hubieran cerrado tras el capitán del ejército. Luego dirigió su atención de nuevo al mayor Quinn.

– Eso no ha servido de nada. Quiero informes completos de todo el personal cuando regresen del PAM. ¿Ha analizado ya los datos del Aurora?

– Sí, señor. Tenemos algunas buenas tomas del duende.

– Ponga una en pantalla -ordenó el general Gullick.

La pantalla del ordenador de Gullick mostró una pequeña bola brillante.

– ¿Escala? -preguntó Gullick

Alrededor de los extremos de la pantalla aparecieron unas reglas.

– Mide aproximadamente un metro, señor -dijo Quinn.

– ¿Sistema de propulsión?

– Desconocido.

– ¿Análisis espectral?

– La composición de su recubrimiento ha resistido todas las pruebas de…

– Por lo tanto, desconocido. -Gullick dio un golpe sobre la mesa, escrutando la fotografía como si pudiera penetrarla-. ¿Qué cono sabemos de eso?

– Mmm… -Quinn se paró y tomó aire-. Bueno, señor, hemos constatado lo siguiente.

– ¿Qué?

Como respuesta Quinn dividió la pantalla; a la izquierda se veía una fotografía del duende tomada por el Aurora y, a la derecha, en blanco y negro, un objeto idéntico.

– Dígame, Quinn -refunfuñó Gullick-. Dígame.

– La fotografía de la derecha se… -Quinn se detuvo de nuevo y se aclaró la garganta con una tos nerviosa-. La foto de la derecha se tomó en un Thunderbolt P47 el día veintitrés de febrero de mil novecientos cuarenta y cinco, sobre el río Rhin en Alemania.

Los hombres de Majic1 2 sentados alrededor de la mesa se movieron nerviosos.

– ¿Un caza Fu? -preguntó Gullick.

– Sí, señor.

– ¿Qué es un caza Fu? -quiso saber Kennedy.

Gullick se quedó en silencio, mientras digería aquella revelación. Con la mirada puesta en la información que había mostrado en su pantalla del ordenador, Quinn prosiguió la explicación para los demás de la sala que desconocían su historia de la aviación.

– El objeto de la derecha recibió el nombre de «caza Fu». Durante la Segunda Guerra Mundial hubo numerosos avistamientos de estos objetos por parte de las tripulaciones. Como al principio se creyeron armas secretas niponas y germanas, toda la información referente a ello se consideró confidencial. Los informes sobre los cazas Fu se remontan a finales de mil novecientos cuarenta y cuatro. Se describen como esferas metálicas o bolas de fuego de un metro aproximado de diámetro. La información se tomó en consideración porque las tripulaciones de los bombarderos que informaron de ello eran habitualmente veteranos y, en ocasiones, las cámaras de los cazas de escolta lograron registrarlos, lo cual dio un soporte táctico a aquellas suposiciones.

Quinn estaba en su elemento. Antes de ser asignado al proyecto había colaborado en el Proyecto Libro Azul, un grupo de estudio de las Fuerzas Aéreas sobre ovnis, informes de naves no identificadas distintas a las que se guardaban en el Área 51. El Libro Azul había sido también una cortina de humo para el proyecto del Área 51 y un proveedor de desinformación para llevar a error a investigadores serios. Los cazas Fu se encontraban consignados en los archivos del Libro Azul y muchos aviadores habían oído hablar de ellos.

– La cantidad de avistamientos y los reportajes sobre cazas Fu en la prensa -prosiguió Quinn- impidieron ocultarlo por más tiempo; se llegaron a mencionar incluso en algunos libros sobre ovnis. Sin embargo, lo que no llegó a trascender fue que con los cazas Fu perdimos doce aparatos. Cada vez que uno de nuestros cazas o bombarderos intentaba acercarse a uno de ellos o dispararle, al fin y al cabo eran enemigos, los cazas Fu se volvían y chocaban contra el atacante, dejando el aparato indefenso ante la colisión. Es lo mismo que le ocurrió a Nightscape Seis. A causa de esos encuentros, la comandancia superior de las Fuerzas Aéreas emitió una orden confidencial para dejar de lado los cazas Fu. Al parecer, la medida funcionó pues dejaron de emitirse informes sobre ataques.

«Después de la guerra, cuando el servicio de espionaje pudo examinar la información de los japoneses y los alemanes, descubrió que también ellos habían chocado contra cazas Fu y experimentado los mismos resultados. Por lo que encontramos, sabemos que no eran de ellos. De hecho, por la información recogida, ellos pensaban que aquellas esferas eran nuestras armas secretas. Merece especial atención un incidente que todavía está clasificado como confidencial en grado Q, nivel cinco. -Quinn dudó, pero Gullick le hizo un gesto para que prosiguiera-. El día seis de agosto de mil novecientos cuarenta y cinco, cuando el Enola Gay volaba en su primera misión atómica contra Hiroshima, fue acompañado durante todo el camino por tres cazas Fu. La misión estuvo a punto de ser abortada, pero el comandante en tierra en el aeropuerto de despegue de Tinian decidió proseguir. No hubo ninguna acción hostil por parte de los cazas Fu; al cabo de unos días, durante la misión contra Nagasaki, aquella situación se repitió.

– Von Seeckt estuvo en el aeropuerto de Tinian cuando el Enola Gay despegó con aquella bomba, ¿no es así? -intervino Kennedy.

– Sí, señor. Von Seeckt estuvo allí -respondió Quinn.

– Y todavía no sabemos nada sobre esos cazas Fu, ¿no es verdad?

– Así es, señor.

– ¿Los rusos? -preguntó Kennedy.

– ¿Cómo dice, señor? -preguntó Quinn, mirándolo sorprendido.

– ¿No podían ser los rusos? Esos hijos de puta nos vencieron con el Sputnik. Tal vez ellos construyeron esas cosas.

– ¡Oh, no, señor! No creo que hubiera ningún signo de que fueran los rusos -respondió Quinn-. Cuando la guerra terminó, durante un tiempo dejaron de producirse informaciones sobre cazas Fu.

– ¿Durante un tiempo? -repitió Kennedy.

– En mil novecientos ochenta y seis un control espacial captó un duende en la atmósfera y se le siguió la pista -informó Quinn-. El objeto no se ajustaba a ningún parámetro de nave conocida.

Quinn pulsó una tecla y en la pantalla apareció una nueva imagen. Parecía el dibujo de garabatos de un niño alocado con un rotulador verde. Había una línea que zigzagueaba por la pantalla y giraba sobre sí misma varias veces.

– Es la ruta de vuelo del duende captada en el ochenta y seis que volaba a unas alturas que oscilaban entre uno y cincuenta y cinco mil metros. -Quinn pulsó otro botón-. Éste es el patrón de vuelo de nuestro duende de anoche superpuesto al del ochenta y seis. -Ambos eran muy similares-. Hay algo más, señor.

– ¿De qué se trata? – preguntó Gullick.

– Poco después hubo otra serie de avistamientos inexplicables. La Marina, y el departamento de inteligencia llevaron a cabo una operación llamada Proyecto Aquarius. Se trataba, humm…, bueno, lo que estaban haciendo…

– Suéltelo ya, hombre -ordenó Gullick.

– Estaban experimentando la utilización de personas con poderes extrasensoriales para intentar localizar submarinos.

– ¡Dios mío! -murmuró Gullick-. ¿Y? -preguntó en tono de hastío.

– Aquellas personas lo estaban haciendo bastante bien. Una tasa de aproximadamente el sesenta por ciento de aciertos al indicar la longitud y la latitud aproximadas de submarinos sumergidos, sentados sin más en una sala del Pentágono y utilizando la imagen mental de una fotografía de un submarino concreto. Sin embargo, de vez en cuando ocurría algo inesperado. Alguna de esas personas con poderes extrasensoriales captaba la imagen de algo distinto en las mismas coordenadas que los submarinos. Había algo que se encontraba situado sobre el emplazamiento del submarino.

– Permítame que lo adivine -lo interrumpió Gullick-. No sabemos qué cosa era ésa. ¿Estoy en lo cierto?

– La vigilancia espacial captó… -Quinn escribió en el teclado y dejó que un esquema de ruta de vuelo hablara por sí mismo: otro patrón extraño de vuelo.

– ¿Alguien logró explicar alguno de estos avistamientos? -preguntó Gullick.

– No, señor.

– Así que ahora tenemos un ovni de verdad en nuestras manos, ¿no? -dijo Gullick.

– Uhmm…, sí, señor

– Bueno, esto está jodidamente bien -dijo Gullick con brusquedad-. Es todo lo que necesito por ahora. -Escrutó al admirante Coakley-. Quiero recuperar esa cosa y averiguar qué demonios es.

Cuando los hombres abandonaron la sala, Kennedy se paró ante el general Gullick y se sentó junto a él.

– Tal vez deberíamos consultar con Hemstadt en Dulce sobre estos cazas Fu -dijo-. Es posible que haya alguna información sobre ellos en la Máquina.

Gullick levantó la vista por encima de la mesa y miró fijamente los ojos de Kennedy.

– ¿Quieres ir a Dulce y conectarte a la Máquina?

Kennedy tragó saliva.

– Pensé que simplemente podríamos llamar y preguntar. Es posible que la Máquina esté controlando…

– Piensas demasiado -lo cortó Gullick poniendo fin a la conversación.

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