Capítulo 15

AFUERAS DE KINGMAN, ARIZONA. 207 horas, 15 minutos.

Turcotte conducía, Kelly llevaba los mapas y Von Seeckt estaba sentado en el asiento de atrás contemplando el paisaje. Iban en el coche alquilado por Kelly, hacia el suroeste de Las Vegas, en la dirección aproximada de Dulce, Nuevo México, con parada en Phoenix.

Como la única carretera de Las Vegas que iba en aquella dirección era la autopista 93 a Kingman, Arizona, la mente de Kelly no se ocupaba mucho del mapa que tenía en su regazo. Había unos ciento treinta kilómetros hasta Kingman, sin ningún desvío por el camino.

– Usted dijo que encontraron la nave nodriza en el hangar, pero no ha dicho si también encontraron los agitadores ahí-dijo Kelly volviéndose sobre el asiento y mirando a Von Seeckt.

– ¡Ah! ¡Los agitadores! -exclamó Von Seeckt-. Sí, la nave nodriza fue el primer hallazgo de los americanos. En la misma cámara que la nave nodriza se encontraron también dos agitadores.

– ¿Y los demás? -preguntó Kelly.

– No estaban ahí. Se encontraron y se transportaron al Área 51.

– ¿Dónde se encontraron? -quiso saber Kelly.

– En otro lugar. -La atención de Von Seeckt estaba centrada en el desierto que atravesaban.

En el asiento delantero Kelly cruzó una mirada con Turcotte y luego se volvió hacia el asiento trasero.

– ¿Otro lugar? ¿Dónde? Recuerde que usted me ha contratado y que el pago a cambio es información.

– Pensé que su pago a cambio era encontrar a su amigo -repuso Von Seeckt volviendo a centrar la atención en el interior del coche.

– Johnny Simmons no está en este coche -dijo Kelly-. Espero y rezo para que encontremos a Johnny en Dulce y que podamos sacarlo de ahí sin incidentes. Usted, en cambio, está en este coche, y cuanta más información tengamos, mayores serán las oportunidades de sacar a Johnny de ahí.

– Los agitadores están ahora en el Área 51 -repuso Von Seeckt-. ¿Por qué le interesa su historia?

– Usted dijo que íbamos a Dulce para encontrar unas tablas que están relacionadas con ellos -arguyó Kelly.

Kelly se sorprendió cuando Turcotte dio un golpe contra el volante.

– Mire, Von Seeckt. Yo no quiero estar aquí. Desde el principio no he querido esta mierda de misión. Pero estoy aquí y los estoy ayudando. Así que usted colabora. ¿Queda claro?

– ¿Una misión? -preguntó Kelly con su instinto de periodista aguzado. Los dos hombres hicieron caso omiso de la pregunta.

– Hice la promesa de guardar el secreto -dijo Von Seeckt a Turcotte-. Sólo violo esa promesa para impedir una catástrofe.

– Pues ahora es un poco tarde para eso -le advirtió Turcotte-. Y lo estamos ayudando. Yo también hice algunas promesas y he violado una de ellas cuando salvé su vida y la de esa pareja de Nebraska. Usted ha pasado una línea y no puede volverse atrás. Entiéndalo. Ahora estamos metidos en esto. Los tres. Le guste o no. Le garantizo que personalmente a mí no me hace una mierda de gracia, pero estoy aquí y acepto lo que ello significa.

– Sé que he cruzado una línea -contestó Von Seeckt después de reflexionar unos segundos en todo aquello-. Supongo que mucho de lo que siento no es más que costumbre. Estoy acostumbrado a permanecer quieto y callado. Desde que fui reclutado en mil novecientos cuarenta y dos, no he hablado con nadie ajeno al programa. Me resulta bastante extraño hablar de esto de un modo abierto. -Hizo una pausa y luego prosiguió-: Existen nueve agitadores atmosféricos. Sabemos que están relacionados con la nave nodriza por su tecnología, por el material de que están hechos y porque encontramos dos, que se conocen como agitador número uno y número dos, enterrados junto a la nave nodriza.

»También sabemos que los demás agitadores están relacionados con la nave nodriza porque gracias al material que descubrimos en el hangar de la nave nodriza pudimos encontrarlos otros siete agitadores. Cuando en mil novecientos cuarenta y dos se encontró la nave nodriza no sólo había los dos platillos primeros, también se hallaron algunas de las tablas de las que ya hemos hablado. A pesar de que la gente del programa no podía descifrar los símbolos que contenían, había también planos y mapas que sí podían entenderse.

– Un momento -lo interrumpió Kelly-. ¿Me está diciendo que los mejores cerebros que el gobierno consiguió reunir no pudieron descifrar esas runas superiores? Tenemos ordenadores capaces de descifrar códigos en segundos.

– En primer lugar -repuso Von Seeckt-, ha de saber que es extraordinariamente difícil descifrar un lenguaje o un sistema de escritura si se dispone de poco material con el que contrastar. Eso obliga a descartar el empleo de ordenadores, pues no hay suficientes datos. En segundo lugar, no necesariamente teníamos los mejores cerebros, como usted dice, trabajando en ello. Sólo había los que podían ser reclutados, pasaban una prueba de seguridad y firmaban además un juramento de confidencialidad. De hecho, eso hizo descartar a muchos de nuestros mejores cerebros. Por otra parte, a causa del secretismo del programa, esos científicos jamás accedieron por completo a la información. En tercer lugar, los que trabajaban en la descodificación de las runas estaban limitados por las convenciones de su disciplina. No entendían que las runas encontradas cerca de la nave nodriza pudieran estar relacionadas con las halladas en cualquier otro lugar. Por último, a causa del secretismo, la información con la que trabajaban estaba muy compartimentada. No tenían acceso a todos los datos disponibles.

– ¿Dónde había más runas de ésas? -preguntó Turcotte.

– Ya se lo explicaré en otro momento -contestó Von Seeckt-, mañana, cuando el profesor Nabinger se encuentre con nosotros.

Turcotte agarró el volante con tanta fuerza que en los nudillos se le vieron puntos blancos. Kelly se dio cuenta e intentó mantener el flujo de información.

– ¿Así que a pesar de no poder descifrar las runas -continuó Kelly-, sí lograron encontrar los demás agitadores?

– Sí-asintió Von Seeckt-. Como ya he dicho, había planos y mapas. No parecía haber duda de que se prestaba gran atención a la Antártica, a pesar de que no se indicaba un punto concreto. Era sólo una aproximación general al continente. No obstante, logramos definir un área de ochocientos kilómetros cuadrados. Desafortunadamente, las pocas expediciones a la Antártida que se hicieron durante los años de la guerra no pudieron ser equipadas por completo pues había otras necesidades más apremiantes para los hombres, además de los barcos necesarios para vencer a Alemania y también al Japón.

»En mil novecientos cuarenta y seis, en cuanto se dispuso de material y personal, el gobierno de los Estados Unidos montó lo que se dio en llamar Operación High Jump. Puede investigar sobre ella. Está muy bien documentada. Sin embargo, nadie se preguntó por qué en mil novecientos cuarenta y seis el gobierno se interesó tanto por la Antártida. ¿Por qué enviaban docenas de barcos y aviones al continente situado más al sur, inmediatamente después de la guerra? Fue una operación de gran alcance. La mayor en la historia de la humanidad dirigida hacia ese punto. High Jump hizo tantas fotografías de la Antártida que todavía hoy, al cabo de cincuenta años, no han podido verse todas. La expedición supervisó más del sesenta por ciento de la línea de la costa y miles de hectáreas de territorio que nunca antes había sido visto por el hombre.

»Pero el verdadero éxito de High Jump fue que se captaron señales de un objeto metálico enterrado bajo el hielo de una zona cuadrada de ciento treinta mil hectáreas a la que se otorgó especial atención, puesto que era lo que de forma secreta se estaba buscando en primer lugar. -Von Seeckt se inclinó hacia adelante-. ¿Saben cuál es el grosor del hielo allí? En algunos puntos alcanza los cinco kilómetros de profundidad. La línea de tierra que se encuentra debajo del hielo está, en realidad, debajo del nivel del mar, pero eso se debe a que el peso del hielo acumulado hunde el continente. Si se quitara el hielo, el terreno se elevaría kilómetros y kilómetros. Contando todas las expediciones habidas, incluida la de High Jump, el hombre sólo ha atravesado el uno por ciento de la superficie de ese continente.

»La Antártida contiene el noventa por ciento de todo el hielo y la nieve del mundo y es un temible enemigo, como pronto descubrieron los hombres que trabajaban en secreto amparados en la operación High Jump. Un avión equipado con esquís aterrizó en el lugar donde se había captado la señal metálica. Dicho sea de paso, a pesar de la ayuda de los planos de las tablas, fueron necesarios cinco meses de búsqueda por parte de miles y miles de hombres para encontrar dicho lugar.

»La climatología allí abajo es impredecible y brutal. Pues bien, se produjo una tormenta que destruyó el avión, y la tripulación murió congelada antes de poder ser rescatada. Se organizó una segunda misión en el lugar. Se determinó que la señal captada se encontraba a dos kilómetros y medio debajo del hielo. En ese momento no teníamos la tecnología para hacer ninguna de las dos cosas necesarias para continuar explorando: sobrevivir en el hielo el tiempo suficiente y hacer una perforación suficientemente profunda. Así pues, durante nueve años aprovechamos bien el tiempo y nos preparamos. Teníamos, además, los dos agitadores de Nevada en que trabajar. No estábamos seguros de lo que había allá abajo, en la Antártida, pero, por los símbolos de las tablas, parecía que serían más agitadores, así que la prioridad del esfuerzo de recuperarlos no era tan alta como podría haber sido.

– ¿Quiere decir que había otros lugares y otros símbolos y otros niveles de prioridad? -preguntó Kelly.

– Es usted muy astuta, jovencita -dijo Von Seeckt mirándola a los ojos-, pero dejemos ese tema a un lado. En mil novecientos cincuenta y cinco la Armada puso en marcha la Operación Deep Freeze, liderada por el almirante Byrd, un experto en la Antártida. Para aquella operación se establecieron cinco estaciones en la costa y tres en el interior. Por lo menos, eso fue lo que se dijo a la prensa y se registró en los libros de historia. Pues bien, también se creó una novena estación, secreta. Una que jamás se indicó en ningún mapa. A principios de lo que se considera verano en la Antártida de mil novecientos cincuenta y seis fui allí en avión. La estación Scorpion, éste era su nombre, se encontraba a más de mil trescientos kilómetros de la costa, en el centro de… -Von Seeckt iba a decir algo, pero luego se encogió de hombros-, bueno, en realidad, en el centro de nada. Sólo había kilómetros y kilómetros de hielo, una de las razones por la que fue tan difícil encontrar el punto. Me enseñaron el lugar en el mapa pero no importa. En aquel punto, la capa de hielo era de cuatro kilómetros.

»Les llevó todo el verano del cincuenta y cinco transportar todo el equipo necesario. En mil novecientos cincuenta y seis empezaron la perforación. Al cabo de cuatro meses llegaron a unos dos kilómetros y medio del objetivo. Por suerte, al fin toparon con una cavidad en el hielo. Temíamos que los agitadores, si realmente estaban allí abajo, estuvieran cubiertos por hielo y congelados dentro de la capa de hielo. En ese caso, no habríamos tenido ninguna posibilidad de recuperarlos. Pero no fue así, la perforadora topó con aire. Enviaron cámaras abajo y buscaron. Y sí, en aquella cavidad había más agitadores.

»Tuvieron que ampliar el orificio, hacerlo suficientemente grande para que una persona pudiera ir abajo y mirar. ¡Era increíble! Se trataba de una cámara excavada en el hielo. No era tan grande como el hangar dos, pero muy grande. Allí estaban los otros siete agitadores. Alineados y perfectamente conservados. Cualquier cosa dejada en la Antártida se conserva perfectamente -agregó Von Seeckt-. ¿Sabían que se encontraron alimentos en los campos de la costa que habían sido abandonados hacía más de cien años y que todavía podían comerse?

– ¿Por eso se dejaron esos agitadores en aquel lugar? -preguntó Kelly-. ¿Para que se conservaran perfectamente?

– No lo creo -dijo Von Seeckt-. Los dos que había aquí, en Nevada, eran operativos. El aire del desierto también es muy bueno para conservar cosas; en la caverna con la nave nodriza estaban resguardados de los elementos.

– Entonces, ¿por qué la Antártida? -interrogó ella.

– No estoy seguro.

– ¿Una suposición, tal vez? -apuntó Turcotte-. Seguro que usted tiene algunas ideas.

– Creo que los dejaron allí porque es, probablemente, el lugar más inaccesible de la Tierra.

– ¿Así que quien fuera que los dejó allí no quería que los encontraran? -preguntó Turcotte.

– Así parece. O, al menos, quería que los que los encontraran tuvieran la tecnología adecuada para afrontar las condiciones del Antártico -dijo Von Seeckt.

– Sin embargo, dejaron la nave nodriza y dos agitadores en Nevada -señaló Kelly-, que es un lugar más accesible que la Antártida.

– El terreno y el clima de Nevada son más accesibles para el hombre -corroboró Von Seeckt-, pero la caverna donde se escondía la nave nodriza no lo era. Tuvieron mucha suerte en tropezar con ellos, y hubo que hacer un gran esfuerzo para entrar en el lugar. No; yo creo que las naves estaban escondidas con la intención de que no se encontraran.

– ¿Por qué siete en la Antártida y dos en Nevada? -se preguntó en voz alta Kelly.

– No lo sé -dijo Von Seeckt-. Eso deberíamos preguntárselo a quien los dejó allí.

– Continúe explicando lo que ocurrió en la Antártida -instó Turcotte.

– Tardaron tres años en subir los agitadores. Primero los ingenieros tuvieron que ampliar el orificio a doce metros de circunferencia. Recuerden que sólo podían trabajar seis meses del año. Luego tuvieron que perforar ocho puntos intermedios de parada en el camino, para así levantarlos por fases. Después fue necesario llevar los agitadores a la costa y cargarlos en un barco de la Armada para transportarlos a los Estados Unidos. Todo aquello fue un fabuloso trabajo de ingeniería. A continuación empezó la verdadera tarea en el Área 51, esto es, intentar descubrir cómo volaban. Habíamos estado trabajando en los dos primeros, pero al tener nueve, nos podíamos permitir desmontar alguno. Al cabo de todos estos años, ahora podemos volar con ellos, pero todavía no sabemos cómo funcionan los motores. Y a pesar de que efectivamente es posible pilotarlos, no creo que podamos emplearlos más que al mínimo de su capacidad. Todavía hay instrumental a bordo de la nave que no sabemos cómo funciona ni para qué sirve.

Von Seeckt contó luego a Kelly la historia del accidente del motor del agitador. Opinó que era una historia fabulosa. Si no hubiera sido por Johnny, ya habría telefoneado para hacer pública la historia. Pero sabía que, si ella hubiera desaparecido, Johnny también lo haría por ella.

– ¿Qué más decían las tablas? -preguntó Turcotte.

– Algunos otros lugares. Otros símbolos. Todo era muy incompleto -dijo Von Seeckt.

– ¿Por ejemplo? -preguntó Kelly

– No me acuerdo de todo. El trabajo se compartimentó muy pronto. No se me permitió tener acceso completo a las tablas, las cuales al principio del proyecto fueron trasladadas a la instalación de Dulce. Tampoco tenía autorización para ver los resultados de la investigación en Dulce. La última vez que estuve ahí fue en el cuarenta y seis. No me acuerdo muy bien. No creo que tuvieran mucha suerte con las tablas, si no, los del Área 51 habríamos visto los resultados.

Kelly pensó que todo aquello era muy extraño. Su instinto periodístico se agitaba. ¿Acaso habían excluido a Von Seeckt del círculo más estrecho hacía años? ¿O Von Seeckt escondía algo más?

– Por eso es preciso contactar con ese Nabinger -prosiguió Von Seeckt-. Si él sabe descifrar la runa superior, entonces se resolverá el misterio no sólo de cómo funciona el equipo, sino también de quién lo dejó ahí y por qué.

Kelly tuvo que contenerse para que las palabras no se le escaparan de la boca. Eso no era lo que Von Seeckt había dicho en la habitación del hotel. Unas horas antes su principal preocupación era parar la nave nodriza. Maldito Johnny. Estaba metida en ese coche con esos dos por culpa de él. Kelly se hundió en el asiento de copiloto y los kilómetros transcurrieron en silencio.

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