Capítulo 26

CARRETERA 64, NOROESTE DE NUEVO MÉXICO. 70 horas, 40 minutos.

Johnny Simmons empezó a chillar y, por más que Kelly se esforzaba, no lograba hacerlo callar. Decidió abrazarlo y lo mantuvo quieto mientras le susurraba palabras de consuelo al oído.

La salida de la instalación fue más sencilla que la entrada. Volvieron a la camioneta, pasaron por delante del guarda confiado y luego cambiaron de furgoneta. Después de devolver al conductor todavía inconsciente a su propio vehículo, entraron en su camioneta y volvieron a la ciudad sobre sus pasos para luego girar a la izquierda, hacia la carretera 64.

– ¿No puede hacer que se calle? -preguntó Von Seeckt desde el asiento del conductor, mirando por el espejo retrovisor.

– Yo también chillaría -respondió Kelly, molesta- si hubiera permanecido encerrada en aquella cosa durante cuatro largos días. Limítese a conducir. Nadie puede oírlo excepto nosotros.

Johnny se calmó y pareció caer en un letargo o, Kelly pensó, en la inconsciencia. Se volvió hacia Nabinger, que tenía sus manos envueltas en una toalla teñida de sangre. Kelly sacó el botiquín de primeros auxilios.

– ¿Qué le ha ocurrido, profesor?

– Había algo que quería tener y se encontraba en una urna de cristal. No pude encontrar la llave, así que rompí el cristal -respondió Nabinger.

– ¿No podía haber empleado otra cosa que no fuera su mano para romper el cristal? -preguntó Kelly mientras cubría la herida con gasa y esparadrapo.

– Tenía prisa -respondió Nabinger. Al cabo de un momento, añadió-: No pensé en mis manos.

– ¿Qué era eso tan importante? -quiso saber Kelly.

Nabinger desenvolvió con cuidado algo que llevaba en su chaqueta. Sostenía una pieza de madera, levemente curvada, de medio metro de largo, treinta centímetros de altura y dos centímetros de grosor. Incluso con la escasa luz de la parte trasera de la camioneta, Kelly vio que en ella había pequeños caracteres grabados.

– Es una tabla «rongorongo» de la isla de Pascua -dijo Nabinger-. Hay muy pocas ¿sabe? Sólo se conoce la existencia de veintiuna. Ésta debe ser una que había escondida.

– ¿Y esto qué es? -preguntó Kelly señalando con el dedo las fotografías en papel satinado que los dos hombres habían cogido.

De mala gana, Nabinger dejó de mirar la tabla para observar las fotografías apiladas.

– Von Seeckt dice que éstas son las fotografías que fueron tomadas por el primer equipo que entró en la caverna de la nave nodriza. Encontraron piedras planas grabadas con runa superior.

– ¿Y qué dicen? -preguntó Kelly mientras terminaba con una mano y empezaba a trabajar en la otra.

– Bueno, verá -repuso Nabinger mirando las fotografías-, esto no es como leer el periódico. Necesita su tiempo.

– Bien, pues ahora tiene un poco, así que a trabajar -dijo Kelly al terminar con la otra mano. Luego cogió un mapa de carreteras y localizó el lugar donde tenían que encontrarse con Turcotte.

– Tiene toda la noche -le informó-. Creo que deberíamos salir de esta carretera principal y tomar carreteras secundarias por las montañas en dirección hacia el oeste hasta que encontremos el punto de encuentro.

– ¿En cuánto tiempo estarán detrás de nosotros? -preguntó Nabinger.

– Ya están detrás de nosotros -comunicó Kelly-. Usted quiere decir, cuánto tiempo después de esta última aventura. Creo que nos irá bien. Sólo espero que Turcotte no haya tenido problemas.

– A mí no me preocupa que vayan detrás de nosotros -dijo Von Seeckt-. Lo que me importa es que sólo tenemos setenta y dos horas antes de que la nave nodriza emprenda el vuelo.


EL CUBO, ÁREA 51


El general Gullick no parecía un hombre que había sido despertado hacía cinco minutos. Su uniforme estaba bien planchado y su cara perfectamente afeitada. El mayor Quinn se preguntó si Gullick se afeitaba la cara y la cabeza antes de acostarse cada noche por si se daba una situación como la que se había producido aquella noche y así estar siempre listo para la acción. De repente, a Quinn se le ocurrió que tal vez el general no durmiera nunca. Tal vez simplemente descansara en la oscuridad, totalmente despierto, esperando la próxima crisis.

– Déjeme oírlo desde el principio -ordenó Gullick mientras los demás miembros de Majic12, con excepción de la doctora Duncan, iban llegando.

No había mucho que contar. Quinn resumió la información que un jefe de seguridad nervioso de Dulce le había comunicado por teléfono. Mientras recitaba la breve lista de hechos referentes a la intrusión, la liberación del periodista Johnny Simmons y el robo de fotografías de los archivos, Quinn se dio cuenta de que en el Cubo se sabía más porque, dada la descripción que habían hecho los guardas y la mujer científica que estaba de guardia, era evidente que habían sido Von Seeckt, Turcotte, Reynolds y Nabinger actuando en común.

– Los subestimé -admitió Gullick cuando Quinn acabó-. Especialmente, a Von Seeckt y a Turcotte.

– Tenemos un problema -dijo Kennedy, inclinándose hacia adelante-. Van a ir a la prensa con Simmons.

– ¿En qué estado de acondicionamiento estaba Simmons? -preguntó Gullick.

Quinn estaba atónito. ¿De qué estaban hablando?

– Se encontraba a un sesenta por ciento de la fase cuatro -respondió Kennedy tras consultar su cuaderno de notas.

– ¿Usted qué opina? -inquirió Gullick mirando al doctor Slayden.

– No puedo decirlo con certeza -repuso el doctor Slayden, pensativo.

– ¡Mierda! -El puño de Gullick arremetió contra la mesa-. Estoy harto de que la gente me venga con chorradas cuando hago una pregunta.

La sala se quedó en silencio por un momento, luego Slayden habló.

– Desconectaron a Simmons antes de completar el tratamiento. Tiene que haber sido un shock para su sistema y nadie sabe cómo reaccionará su mente. Si no pasa nada más, el sesenta por ciento que tenía será suficiente para desacreditar a Simmons si habla ante el público. Por decirlo de un modo poco científico, se lo considerará un majadero.

– ¿Qué hay de las fotografías que robaron? -preguntó el general Brown.

– Eran de las tablas con runas superiores -dijo Gullick-. Aunque Nabinger consiga descifrar ese lenguaje, pasará mucho tiempo hasta que los demás científicos den el visto bueno a su traducción. Las tablas no son un problema. Incluso si llegan a la prensa, será preciso que pase el tiempo para que alguien crea la historia. De hecho, no tienen ninguna prueba. -La voz de Gullick apenas denotaba emoción, pero en cambio una vena latía en su frente-. Muy bien. Entonces volvemos al problema original: Von Seeckt y Turcotte. Ellos son la amenaza, pero creo que a estas alturas podremos manejarlos durante un tiempo. Por lo menos, el suficiente para finalizar la cuenta atrás. Y eso es lo importante.

A Quinn le pareció difícil de creer. ¿Y luego qué? quiso preguntar, pero mantuvo la boca cerrada. Sabía que con aquella pregunta sólo obtendría un fracaso, así que optó por otra pregunta.

– ¿Y los cazas Fu?

– También nos encargaremos de eso y de este nuevo problema -dijo Gullick con brusquedad-. Que todo esté dispuesto en veinticuatro horas.

– Pero… -empezó a decir Quinn. De nuevo el general lo interrumpió con una mirada de odio.

– Quiero que el hangar esté al descubierto mañana -dijo Gullick-. Y quiero que el vuelo sea mañana por la noche. -Dirigió su vista a la mesa-. Creo que todos tienen mucho trabajo, así que les sugiero que se pongan en marcha. -Cuando todos estaban en pie, su voz los detuvo-. Por cierto, quiero cambiar las órdenes de captura de Von Seeckt y de sus amigos. Ya no se trata de capturarlos a cualquier precio. Se trata de terminar con ellos con la sanción más alta.

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