Capítulo 29

CARRETERA 375, NEVADA. 33 horas tras la modificación.

– Tengo que hacer una llamada por teléfono -dijo Turcotte. El ambiente había sido tranquilo durante la última hora a medida que se acercaban al Área 51. Nabinger y Von Seeckt estaban detrás, dormitando.

– ¿A quién? -preguntó Kelly.

El asfalto negro transcurría por debajo de las ruedas con un ruido sordo tranquilizador y rítmico. Turcotte había estado pensando durante las últimas dos horas y había tomado una decisión. Le explicó rápidamente a Kelly lo de la doctora Duncan y los motivos por los que había sido enviado al Área 51. Le explicó que había intentado contactar dos veces y que la línea estaba desactivada y también le habló de la llamada al coronel Mickell de Fort Bragg.

– ¿Intentarás de nuevo con el teléfono de ella o llamarás al coronel Mickell? -preguntó Kelly cuando él terminó de hablar.

– A Mickell. Si está legitimada necesitaremos a la doctora Duncan.

– ¿Por qué «si está legitimada»? -preguntó Kelly.

– Es posible que haya cosas que se escapen a su control y conocimiento -explicó Turcotte. Vio una gasolinera que estaba abierta toda la noche y se detuvo. Se apeó, dejó el motor en marcha mientras y fue hacia una cabina de teléfono. Cuando terminó, volvió al asiento del conductor y le dio a Kelly una hoja de papel.

– El número de teléfono de la doctora Duncan en Las Vegas -dijo-. Mickell dice que, por lo que ha averiguado, ella está legitimada.

– ¿Confías en Mickell? -preguntó Kelly.

– No estoy seguro de confiar en nadie -respondió Turcotte.

Después de haber recorrido varios kilómetros, Kelly habló con suavidad:

– Esta es la carretera en la que, según se informó, Franklin murió en un accidente.

La carretera se extendía como un largo lazo negro delante de ellos y las luces de los faros reflejaban puntos de brillo.

– Esto puede ayudarte. ¿Te acuerdas de aquel tipo, Prague? ¿El que te tendió la trampa? Era mi comandante en Nebraska.

Kelly se irguió.

– El que mataste.

– Ese mismo.

– Bien.


EL CUBO, ÁREA 51. 31 horas tras la modificación

– La policía de Utah ha informado hace treinta minutos de que han encontrado el cuerpo de Simmons -informó Quinn. Se encontraba trabajando en la sala de reuniones, alejado del ruido de la sala de control cuando el general Gullick entró.

– ¿Dónde? -preguntó Gullick.

– En el Parque Nacional Capitol Reef. Se encuentra en la zona centrosur del estado.

– ¿Alguna señal de los demás?

– No, señor.

– ¿Cómo murió?

– Parece que se tiró al despeñadero.

Gullick se quedó pensando durante unos momentos.

– Van en dirección hacia Salt Lake City. Envíe alguna gente de Nightscape ahí. Que controlen todos los puntos de prensa.

– Si enviamos gente ahí, señor, tendremos que reducir nuestra seguridad aquí -repuso Quinn. Al advertir la mirada feroz de Gullick se apresuró a decir-: Voy a encargarme inmediatamente de esto, señor.

– Quiero que vigilen el cuerpo -dijo Gullick.

– Sí, señor.

– Otro cabo que ya no está suelto -dijo Gullick en voz baja. Luego volvió su atención al ordenador y al informe de Dulce tras la acción que había estado leyendo-. ¿Qué es esa cosa «ronrorongo» que se llevaron?

– Proviene de la isla de Pascua, señor -contestó Quinn-. Es una de las fuentes de runa.

– ¿Así que ellos saben leer esa maldita cosa y nosotros nunca lo logramos?

– Si Nabinger está en lo cierto, así es, señor. -Quinn había abierto el mismo archivo que el general estaba leyendo-. También se llevaron las fotografías de las tablas que había en el hangar dos.

Gullick golpeó suavemente con el dedo en la mesa.

– ¿Nada en la prensa?

– No, señor.

– ¿Nada en ninguna otra fuente?

– No, señor.

– ¿Han desaparecido y dejado el cuerpo de Simmons sin más?

Por el tono se veía que era una pregunta teórica y el mayor Quinn no contestó.

– ¿Dónde está Jarvis? ¿Ha salido de la ciudad?

La pregunta pilló a Quinn por sorpresa. Sus dedos se movieron ágiles por el teclado.

– Mmm…, está en Las Vegas, señor.

– Lo quiero a mano. Dígale que controle a los majaras del Buzón. Estamos demasiado cerca para sufrir algún fallo en el perímetro como la última misión de Nightscape, la que provocó toda esta mierda.

– Sí, señor. Me encargaré de ello.

– Contrólelo todo -ordenó Gullick poniéndose en pie-. Infórmeme en el momento que haya alguna señal de esa gente o de alguna de nuestras fuentes de información.

– Sí, señor.

Quinn esperó a que el general Gullick abandonara la sala. Entonces dejó su butaca a un lado y se sentó en la que había al final de la mesa: la butaca de Gullick. Sacó el teclado que estaba colocado inmediatamente debajo de la mesa y puso en marcha el ordenador del general.

Empezó a buscar archivos. Quería encontrar alguna clave para entender lo que estaba pasando. ¿Por qué tanta prisa por hacer volar la nave nodriza? ¿Por qué las misiones de Nightscape pasaron de ser relativamente benignas a incluir secuestros y mutilaciones? ¿Cuál era el objetivo de seguridad nacional implicado que Quinn ignoraba?

Quinn se concedió diez minutos pues sabía que Gullick era un animal de costumbres y luego apagó el ordenador. No había encontrado nada, pero la próxima vez que el general entrara y se marchara, volvería a buscar.

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