55 En lo profundo

Había un hervidero de sirvientes a lo largo de los pasillos por los que Nynaeve corría, haciendo preguntas a gritos, frenéticos. No percibirían el encauzamiento, pero sí que habían sentido cómo el palacio había sido medio destruido. Nynaeve se abrió paso entre ellos como una criada más atenazada por el pánico.

El saidar se desvaneció a su alrededor a medida que corría por los pasillos y a través de los patios. Mantener la ira resultaba difícil cuando la intranquilidad por Elayne crecía de manera paulatina. Si el Ajah Negro la había encontrado… A saber qué más tenían en su poder aparte del ter’angreal de fuego compacto. La lista que les habían proporcionado no indicaba la utilidad de todos ellos.

En cierto momento vio a Liandrin, con sus pálidas trenzas, y a Rianna, con aquel mechón blanco en el negro cabello, bajando a toda prisa un tramo de la ancha escalera de mármol; no vislumbró el brillo del saidar alrededor de las dos mujeres, pero por el modo en que los sirvientes gritaban y se apartaban de un salto de su camino, se iban abriendo paso con el Poder. Se alegró de no haber intentado mantenerse en contacto con la Fuente Verdadera, ya que la habrían localizado entre la multitud de inmediato por el halo y, hasta que hubiera descansado un poco, no estaba en condiciones óptimas para enfrentarse a ninguna de ellas y mucho menos con las dos a un tiempo. Ya tenía lo que había ido a buscar. Lo otro tendría que esperar.

La muchedumbre había ido disminuyendo hasta desaparecer para cuando llegó al estrecho pasillo del ala oeste del palacio, que era el punto de encuentro. Las otras mujeres la esperaban junto a una pequeña puerta tachonada de bronce que atrancaba un gran cerrojo de hierro. Amathera estaba con ellas, muy tiesa; se cubría con una capa de fino lino, echado el embozo. El vestido blanco de la Panarch habría pasado por el atuendo de una criada si uno no se fijaba bien en él y advertía que era de seda, aunque el velo de lino que no ocultaba su rostro era ciertamente igual que los de la servidumbre. El sonido de gritos llegaba apagado a través de la puerta; por lo visto, la algarada continuaba en pleno apogeo. Ahora sólo cabía esperar que los hombres estuvieran haciendo el resto de la parte del plan que se les había asignado.

Haciendo caso omiso de Egeanin, Nynaeve estrechó a Elayne en un breve abrazo.

—Estaba tan preocupada… ¿Tuviste algún problema?

—Ni el más mínimo —contestó la heredera del trono. Egeanin rebulló ligeramente y la mujer más joven le lanzó una mirada admonitoria antes de añadir—: Amathera nos planteó algún pequeño inconveniente, pero lo solucionamos.

—¿Inconveniente? —Nynaeve frunció el entrecejo—. ¿Y qué motivo podíais tener para causar dificultades? —Esta última pregunta se la dirigió a la Panarch, que mantuvo alta la barbilla, rehusando mirar a nadie. Elayne parecía igualmente reacia a sostener la mirada de su compañera, de modo que fue la seanchan la que respondió:

—Trató de escabullirse para levantar a sus soldados y expulsar de palacio a las Amigas Siniestras. Después de haberle advertido que no lo hiciera.

La antigua Zahorí seguía empeñada en no mirar a Egeanin.

—No pongas ese ceño, Nynaeve —dijo Elayne—. La alcancé enseguida y sostuvimos una pequeña charla. Creo que ahora está totalmente de acuerdo conmigo.

Un tic nervioso crispó una mejilla de la Panarch.

—Lo estoy, Aes Sedai —corroboró con precipitación—. Haré exactamente lo que vos digáis y os proporcionaré salvoconductos con los que incluso los rebeldes os dejarán paso libre sin poneros impedimentos. No hace falta… sostener ninguna otra pequeña charla.

Elayne asintió como si todo aquello tuviera sentido e hizo un gesto a la mujer para que guardara silencio, a lo que la Panarch obedeció prontamente; quizá con un gesto un tanto hosco, pero a lo mejor sólo se debía a la forma de su boca. En cualquier caso, saltaba a la vista que había habido extraños tejemanejes y se proponía llegar al fondo del asunto. Después. El angosto pasillo seguía vacío en ambas direcciones, pero los gritos de pánico todavía resonaban en el interior del palacio. Al otro lado de la pequeña puerta, el populacho continuaba voceando.

—¿Y qué te ha pasado a ti? —inquirió Elayne, que arrugó la frente—. Se suponía que tenías que encontrarte aquí hace media hora. ¿Has sido tú la causante de este alboroto? Percibí a dos mujeres encauzando suficiente Poder para sacudir el palacio en sus cimientos. Tuviste que ser tú. Tuve que contener a Egeanin para que no fuera a buscarte.

¿Egeanin? Nynaeve vaciló y luego se obligó a tocar el hombro de la seanchan.

—Gracias. —Daba la impresión de que Egeanin no entendía bien qué había hecho, pero inclinó levemente la cabeza—. Moghedien me encontró y, por estar absorta buscando el modo de llevarla a juicio, Jeane Caide estuvo a punto de dejarme sin cabeza con el fuego compacto. —Elayne dejó escapar un pequeño chillido, de modo que la antigua Zahorí se apresuró a tranquilizarla—, En realidad no llegó a acercarse a mí.

—¿Dices que capturaste a Moghedien? ¿A una de las Renegadas?

—Sí, pero después escapó. —Se acabó. Ya había admitido todo. Consciente de que todos los ojos estaban fijos en ella, rebulló con intranquilidad. No le gustaba cometer errores, sobre todo cuando había sido ella la que había hecho hincapié en que no se cometieran—. Elayne, sé lo que dije respecto a ser cautelosas, pero cuando la tuve en mis manos lo único que pensé era cómo llevarla a juicio. —Respiró profundamente y adoptó un tono de disculpa, cosa que odiaba hacer. ¿Dónde se habían metido esos estúpidos hombres?—. Lo puse todo en peligro porque me olvidé de la misión que teníamos, pero por favor, no me regañes.

—No lo haré, siempre y cuando seas más prudente en el futuro —dijo firmemente la heredera del trono. Egeanin carraspeó—. Oh, sí —añadió con premura. La espera parecía estar causando mella en la joven, cuyos pómulos presentaban rojeces—. ¿Encontraste el collar y los brazaletes?

—Aquí los tengo. —Palmeó la bolsita colgada del cinturón. El griterío en el exterior parecía ir en aumento, y también el que resonaba en los pasillos. Liandrin debía de estar poniendo el palacio patas arriba para descubrir qué había ocurrido—. ¿Por qué tardan tanto esos hombres?

—Mi Legión… —empezó Amathera. Elayne la miró, y la mujer cerró la boca bruscamente. Fuera lo que fuera lo que hubieran hablado, debía de haber sido muy serio. La Panarch hizo un puchero, como una niña que teme que la manden a la cama sin cenar.

Nynaeve volvió los ojos hacia Egeanin, pero la seanchan tenía la mirada fija en la puerta. Había intentado ir a buscarla. «¿Por qué no me deja que la odie? ¿Tan diferente soy de ella?»

De repente la puerta se abrió bruscamente. Juilin sacó dos ganzúas de la cerradura y se incorporó de la postura agachada en la que había estado. La sangre le corría por un lado de la cara.

—Aprisa. Tenemos que alejarnos de aquí antes de que la situación se nos vaya de las manos.

Nynaeve pasó ante el rastreador con los ojos desorbitados, preguntándose qué consideraría él «irse de las manos». Los marineros de Bayle Domon, por lo menos unos trescientos, formaban un semicírculo de dos filas alrededor de la puerta. El propio Domon estaba allí, enarbolando un garrote y dándoles ánimos a voz en grito para hacerse oír sobre el atronador tumulto que resonaba en la amplia calle. Los hombres empujaban, forcejeaban y bramaban formando una masa en ebullición que los marineros apenas lograban contener con sus bastones y garrotes. Aunque la gente no estaba realmente interesada en ellos. Esparcidos entre la multitud, pequeños grupos de Capas Blancas montados descargaban golpes de espada sobre los apiñados hombres que los acosaban con horcas, duelas de barril o simplemente con las manos. Andanadas de piedras llovían sobre ellos y a veces un casco salía despedido por un impacto, pero el rugido del tumulto ahogaba el ruido metálico. Un solitario caballo de un Capa Blanca relinchó de repente y se encabritó; cayó hacia atrás y enseguida se levantó sobre sus patas, pero en su grupa ya no estaba el jinete. Había más corceles sin jinetes aquí y allí, entre la turba. ¿Esto era lo que habían organizado sólo para cubrir su retirada? Procuró recordarse el motivo —la mano sobre la bolsa tanteó el bulto del sello de cuendillar, el collar y los brazaletes— pero costaba trabajo no olvidarlo. Sin duda ahí fuera estaban muriendo hombres.

—¿Queréis moveros de una vez, mujeres? —gritó Thom al tiempo que hacía señas para que fueran hacia él. Tenía un corte ensangrentado sobre una de las espesas cejas, tal vez causado por una piedra, y su capa marrón ahora ya no servía ni para el ropavejero—. Si la Legión de la Panarch deja de huir y decide dar media vuelta, esto puede ponerse feo.

Amathera soltó una exclamación de estupor un instante antes de que Elayne la empujara firmemente para que avanzara. Nynaeve y Egeanin fueron detrás y, tan pronto como las tres mujeres hubieron salido, los marineros formaron un ceñido cerco a su alrededor y empezaron a abrirse camino forcejeando, alejándose del palacio. Nynaeve tenía dificultades para guardar el equilibrio, empujada y zarandeada por los mismos hombres que intentaban protegerla. En cierto momento, Egeanin resbaló y estuvo a punto de caer, pero Nynaeve le agarró el brazo y la ayudó a recuperar la estabilidad, por lo que se ganó una sonrisa agradecida. «No somos tan diferentes —pensó—. No iguales, pero tampoco tan diferentes una de la otra». Esta vez no tuvo que obligarse a sonreír a la seanchan para darle ánimos.

La alborotada multitud ocupaba varias calles alrededor del palacio, pero una vez que consiguieron salir del tumulto encontraron los estrechos y sinuosos callejones casi vacíos. Los que no participaban en la revuelta, se mostraban lo bastante sensatos para mantenerse alejados de la algarada. Los marineros abrieron el cerco un poco más, dejando más espacio a las mujeres. Empero, cualquier tipo malcarado que volvía los ojos en su dirección fue respondido con duras miradas. Las calles de Tanchico seguían siendo las calles de Tanchico, cosa que, en cierto modo, sorprendió a Nynaeve. Tenía la impresión de que había pasado semanas dentro del palacio; sin duda la ciudad tendría que haber cambiado.

Cuando el clamor quedó amortiguado en la distancia, Thom se las arregló para hacer una elegante reverencia a Amathera sin romper el ritmo de sus pasos renqueantes.

—Es un honor, Panarch —manifestó—. Si puedo serviros en algo, sólo tenéis que decirlo.

Sorprendentemente, Amathera lanzó una mirada de soslayo a Elayne, apretó levemente los labios, y respondió:

—Me confundís con otra persona, caballero. Sólo soy una pobre refugiada del campo a quien han rescatado estas buenas mujeres.

Thom intercambió una mirada estupefacta con Juilin y Domon; pero, cuando abrió la boca para decir algo, Elayne se le adelantó:

—¿Podemos continuar hacia la posada, Thom? Éste no es el lugar más apropiado para hablar.

Nada más llegar a El Patio de los Tres Ciruelos, se quedaron estupefactos cuando Elayne presentó a la Panarch a Rendra como Thera, una refugiada sin dinero que necesitaba un jergón y quizás algún trabajo para ganarse el sustento. La posadera se encogió de hombros resignadamente; pero, mientras conducía a «Thera» hacia las cocinas, ya le iba diciendo lo bonito que tenía el cabello y lo hermosa que estaría con el vestido apropiado.

Nynaeve no habló hasta que todos los demás hubieron entrado en la sala La Caída de las Flores y se cerró la puerta tras ellos.

—¿Thera? ¡Y ella te siguió el juego! ¡Elayne, Rendra la pondrá a servir mesas en la sala principal!

—Sí, probablemente. —Elayne no parecía sorprendida. Se dejó caer en una silla a la par que soltaba un suspiro; se descalzó y empezó a darse masajes en los pies—. No me fue difícil convencer a Amathera de que debería estar escondida unos cuantos días. No hace mucho sonaban los gritos de «La Panarch ha muerto» o «Muerte a la Panarch». Creo que ver la revuelta también influyó. No quiere depender de Andric para recuperar su trono; desea que sean sus propios soldados quienes lo hagan aunque para ello tenga que esconderse hasta poder ponerse en contacto con el capitán de la Legión. Me parece que Andric se va a llevar una sorpresa con ella. Lo malo es que él no la sorprenda a su vez. Esa mujer se lo merece. —Domon y Juilin intercambiaron una mirada y sacudieron la cabeza en un gesto de no entender nada. Por el contrario, Egeanin asintió en silencio como si ella, al menos, lo comprendiera y lo aprobara.

—Pero ¿por qué? —demandó Nynaeve—. Admito que estés molesta con ella porque tratara de escabullirse, pero ¿esto? Además, ¿cómo es que tuvo ocasión de intentarlo estando vosotras dos vigilándola? —Los ojos de Egeanin se volvieron hacia ella tan rápida y fugazmente que Nynaeve no estuvo segura de haber visto el gesto realmente.

La heredera del trono se frotó la planta de un pie. Tenía que dolerle, porque sus mejillas estaban enrojecidas.

—Nynaeve, esa mujer no tiene ni idea de cómo vive la gente corriente. —¡Como si ella lo supiera!—. Parece albergar un sincero interés por la justicia, en mi opinión, pero sin embargo no la incómoda que en el palacio hubiera víveres para todo un año. ¡Le mencioné los comedores populares y no sabía a qué me refería! Le vendrá bien pasar unos cuantos días trabajando para ganarse el pan. —Estiró las piernas por debajo de la mesa y movió los dedos de los pies descalzos—. Oh, qué agradable. En fin, tampoco creo que pase muchos, si es que quiere reunir a la Legión de la Panarch para expulsar de palacio a Liandrin y las otras. Una pena, pero las cosas son como son.

—Bueno, es que tiene que hacerlo —adujo firmemente Nynaeve. Era agradable sentarse, aunque no comprendía la preocupación de la joven con sus pies. Apenas si habían caminado hoy—. Y cuanto antes mejor. Necesitamos a la Panarch, pero no en la cocina de Rendra. —No creía que tuvieran que preocuparse por Moghedien. La mujer había tenido oportunidades de sobra para salir a descubierto después de haberse liberado. Eso era algo que todavía la desconcertaba; debía de haber fijado mal el escudo. Sin embargo, si Moghedien no había hecho intención de enfrentarse a ella, cuando sin duda sabía que estaba casi exhausta, no le parecía muy probable que fuera tras ellas. Sobre todo tratándose de algo que aparentemente consideraba de poco valor. Empero, no podía decirse lo mismo de Liandrin. Si la hermana Negra descubría lo ocurrido, iría a darles caza.

—Puede que la justicia de la heredera del trono haga innecesaria la de la Panarch —murmuró Thom—. Había hombres entrando en tropel por aquella puerta cuando nos marchábamos y creo que algunos ya se habían abierto paso por la fachada principal. Vi humo saliendo por varias ventanas. Para esta noche quedará poco más que unas ruinas calcinadas. Entonces no serán necesarios los soldados para dar caza al Ajah Negro y, en consecuencia, «Thera» tendrá esos pocos días para aprender la lección que queréis que aprenda. Algún día seréis una magnífica reina, Elayne de Andor.

La sonrisa satisfecha de la joven se borró al mirar al juglar. Se levantó de la silla y se dirigió descalza hacia Thom a la par que rebuscaba en sus bolsillos; sacó un pañuelo y, a pesar de sus protestas, enjugó la sangre que el hombre tenía en la frente.

—Estaos quieto —le dijo en un tono que parecía el de una madre atendiendo a su revoltoso hijo.

—¿Podemos al menos ver eso por lo que hemos arriesgado el cuello? —pidió el juglar una vez que se hizo evidente que Elayne iba a hacer su santa voluntad.

Nynaeve abrió la bolsa que colgaba de su cinturón y vació el contenido sobre la mesa: el disco blanco y negro que contribuía a mantener cerrada la prisión del Oscuro y el collar y los brazales de metal negro que le provocaron una oleada de pesadumbre antes de que los hubiera soltado. Todo el mundo se arrimó para contemplar más de cerca los objetos.

—En cierta ocasión tuve una cosa como ésta. —Domon rozó con los dedos el disco.

Nynaeve dudaba mucho que tal cosa fuera cierta. Sólo se habían creado siete, de los cuales había tres rotos, por mucho que estuvieran hechos con cuendillar. Otro se encontraba en poder de Moraine. Para conservarlo en una pieza. ¿Hasta qué punto servirían cuatro sellos para mantener cerrado Shayol Ghul? Una idea escalofriante.

Egeanin tocó el collar y apartó los brazaletes. Si percibía las sensaciones encerradas en ellos, no lo demostró. Quizá la percepción iba unida a la capacidad de encauzar.

—No es un a’dam —manifestó la seanchan—. Los a’dam están hechos con plata y en una sola pieza.

Nynaeve deseó que la mujer no hubiera mencionado esa palabra. «Pero ella nunca llevó puesto el brazalete de uno de ellos. Y dejó en libertad a esa pobre mujer de la que nos habló. La tal Bethamin era una de las que controlaba a otras mujeres con un a’dam». Egeanin había demostrado más compasión de la que ella habría tenido en su lugar.

—Al menos es tan semejante a un a’dam como lo somos vos y yo, Egeanin. —La mujer pareció sobresaltarse pero, al cabo de un momento, asintió. No eran tan diferentes. Dos mujeres, cada cual haciendo las cosas lo mejor que sabía.

—¿Tenéis intención de seguir persiguiendo a Liandrin? —Juilin tomó asiento, con los brazos cruzados sobre la mesa, y estudió los objetos que había en ella—. Aunque tenga que huir de Tanchico seguirá estando libre. Y también las demás. Sin embargo, estos objetos parecen ser demasiado importantes para dejarlos en cualquier lugar. No soy más que un rastreador de delincuentes, pero opino que habría que llevarlos a la Torre Blanca para tenerlos guardados a buen recaudo.

—¡No! —Su vehemencia sobresaltó a la propia Nynaeve. Y también a los demás a juzgar por el modo en que la miraron. Lentamente, recogió el sello y volvió a guardarlo en la bolsa—. Esto irá a la Torre, pero eso otro… —No quería volver a tocar aquel artefacto negro. Si se llevaba a la Torre, las Aes Sedai podían decidir utilizarlo con el mismo propósito que el Ajah Negro: controlar a Rand. ¿Haría algo así Moraine? ¿O Siuan Sanche? No correría el riesgo—. Es algo demasiado peligroso para arriesgarse a que vuelva a caer en manos de Amigos Siniestros. Elayne, ¿puedes destruirlo? Fundir el collar y los brazaletes, quiero decir. Me importa poco si abrasas la mesa, pero ¡destrúyelos!

—Entiendo lo que quieres decir —manifestó la heredera del trono, haciendo una mueca de aversión. Nynaeve lo dudaba mucho, ya que Elayne confiaba plenamente en la Torre. Sin embargo, también confiaba en Rand.

La antigua Zahorí no vio el brillo del saidar, por supuesto, pero por la intensidad con que la joven miraba los repulsivos objetos supo que estaba encauzando. Los brazaletes y el collar continuaron sobre la mesa, inalterables. Elayne frunció el entrecejo; su mirada cobró aun mayor intensidad. Bruscamente, sacudió la cabeza. Alargó una mano con gesto vacilante y después la cerró sobre uno de los brazales para cogerlo. Lo soltó de nuevo a la par que lanzaba un grito ahogado.

—Transmite… Está rebosante de… —Inhaló hondo antes de proseguir—: Hice lo que me pediste, Nynaeve. Con el Fuego que tejí a su alrededor se habría derretido un mazo de hierro, pero esto no está siquiera caliente.

Así que Moghedien no había mentido. Sin duda creía que no tenía necesidad de hacerlo al dar por hecho que saldría victoriosa del enfrentamiento. «¿Cómo se liberó esa mujer?» ¿Qué podían hacer con el maldito objeto? Desde luego, no estaba dispuesta a dejar que cayera en manos de nadie.

—Maese Domon, ¿conocéis una zona muy profunda en el mar?

—Sí, señora al’Meara —respondió lentamente el capitán.

Con cautela, procurando aislarse de las sensaciones que transmitían, Nynaeve empujó el collar y los brazaletes hacia Domon.

—Entonces, arrojadlos allí, donde nadie puede volver a sacarlos a la superficie.

Al cabo de un instante, el hombre asintió.

—Lo haré. —Los guardó en el bolsillo de su chaqueta con premura, haciéndose patente su desagrado hacia un objeto relacionado con el Poder—. En la zona más profunda del mar que conozco, cerca de Aile Somera.

Egeanin tenía fija la vista en el suelo, con el ceño fruncido, pensando sin duda en la partida del illiano. Nynaeve no había olvidado que la seanchan se había referido a él como «un hombre bien plantado». Ella se sentía como liberada, con ganas de reír. La misión casi había concluido; tan pronto como Domon zarpara, el odioso collar y los brazaletes habrían desaparecido para siempre. Entonces podrían dirigirse hacia Tar Valon, y después… Después, de vuelta a Tear o adondequiera que se encontrara al’Lan Mandragoran. Enfrentarse a Moghedien, ser consciente de lo cerca que había estado de morir o algo peor, hacía mayor su afán de reencontrarse con él y solucionar su situación. Era un hombre que tenía que compartir con la mujer a la que odiaba, pero si Egeanin era capaz de ver con afecto a un hombre al que una vez había tomado prisionero —y, desde luego, no cabía duda de que Domon correspondía a ese interés— y si Elayne podía amar a un hombre sobre el que pendía la amenaza de la locura, entonces también ella tendría que ser capaz de encontrar algún modo de gozar de lo que Lan estuviera en condiciones de ofrecerle.

—¿Bajamos a la sala a comprobar qué tal está soportando «Thera» lo de ser una criada? —sugirió.

Muy pronto partirían para Tar Valon. Muy pronto.

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