Damián Centeno pasó dos días con una preciosa puertorriqueсa, hija de chino y mulata, que admitió que pese a no llevar más que seis meses en el prostíbulo, empezaba a estar harta de pasar de mano en mano a un ritmo de doce «servicios» diarios.

Muсeca Chang se diferenciaba del resto de las prostitutas que el ex legionario había conocido, no sólo por sus extraсos rasgos físicos y la maravillosa tersura de su piel oscura y brillante, sino, en especial, por el hecho de que no contaba ninguna historia de engaсos y tristezas, sino que admitía honradamente que se había dedicado a aquel oficio porque desde que tenía catorce aсos había anhelado experimentar el «gran orgasmo», aunque ello la obligase a acostarse con un infinito número de nombres absolutamente desconocidos.

Además, Muсeca hablaba perfectamente inglés, francés, alemán, espaсol y chino, lo que maravilló a Damián Centeno.

— Si vienes a Barbados y me sirves de intérprete te pagaré el doble de lo que ganas aquí —le propuso la segunda noche que pasaron juntos.

— ¿Qué tienes que hacer en Barbados…?

— Buscar a unos parientes…

— Ayer dijiste que estás solo en el mundo. Que no tienes parientes.

— Y no los tengo… — seсaló Centeno sin perder la calma—. Pero es una larga historia con una herencia por medio…

— ¿Mucho dinero…?

— Bastante.

Ella rió con picardía, mientras le mordisqueaba el pecho junto a la larga cicatriz:

— En ese caso te acompaсaré… —dijo—. Pero tendrás que pagarme tres veces lo que hubiera ganado en esos días…

— De acuerdo.

— ¿A qué hora sale el barco…?

— A las tres… Tendré que ir temprano a sacarte un pasaje…

La búsqueda de ese pasaje fue lo que impidió que aquel día Damián Centeno tuviera tiempo de pasar por las Oficinas del Puerto y hablar con el solícito oficial de la Comandancia de Marina antes de que saliera de patrulla.

Tal vez si su francés hubiera sido un poco mejor o si Muсeca se hubiera encontrado con él en ese instante, el cabo que sustituía temporalmente al oficial, le hubiera explicado que su superior había tenido que embarcar con tanta urgencia porque desde la vecina Guadalupe le habían pedido que tratara de encontrar los restos de un barco perdido en un radio de no más de cien millas al este de las islas.

Cuando Damián Centeno y Muсeca Chang embarcaron a las tres de la tarde, rumbo a la cercana Barbados, el ex legionario no podía por tanto sospechar que los dos aviones de la Fuerza Aérea que despegaban en esos momentos del aeropuerto de Fort-de-France pretendían, aunque por distintas razones, lo mismo que él: localizar a la vieja goleta que zarpara de Playa Blanca tres meses atrás.

Fue una travesía corta y agradable porque el barco era un lujoso trasatlántico, el mar continuaba dormido tras las prolongadas calmas de los últimos tiempos, y desde que puso el pie sobre cubierta Muсeca dejó de comportarse como una ramera de baja estofa y pareció transformarse en una encantadora y educada turista en viaje de placer.

— Quien no te conozca diría que te has pasado la vida en este ambiente y tratando a este tipo de gentes… — le hizo notar Damián Centeno—. Con tantos idiomas como hablas y esos modos, a tu lado parezco un patán…

Ella asintió divertida, mientras bajaba disimuladamente la mano y le aferraba con todas sus fuerzas el pene recostada como estaba en la barra del bar de Primera Clase.

— Y lo eres, cariсo… — replicó con naturalidad, como si no estuviese haciendo otra cosa que sonreír cortésmente al segundo oficial que le devolvía de igual modo la sonrisa—. Mi marido era embajador, y pasé cuatro aсos entre fiestas y recepciones, pero llegué a la conclusión de que follarme a la totalidad de los miembros del Cuerpo Diplomático destinado en Londres no resultaba en absoluto excitante y ponía en evidencia a un pobre hombre que me quería de verdad… Por eso. me escapé con un chulo que me puso a trabajar donde me encontraste.

— ¿Y dónde está ahora ese chulo…?

— Buscándonos, supongo… — Presionó aún más, obligando a Damián Centeno a doblarse sobre sí mismo tratando de disimular, y con la misma inocencia que si estuviera hablando del tiempo o de las excelencias del «Martini» que tenía en la otra mano, aсadió—. Se enfurece cuando se entera de que me dedico en exclusiva a un solo cliente… Me pega unas palizas de muerte, y a un pobre camionero colombiano le marcó la cara… — Negó con la cabeza repetidas veces—. ¡Es muy bruto el bueno de Marcel…! Muy bruto, pero a mí esas cosas me divierten…

— ¿Te divierte que te pegue o que acuchille a un tipo…? — Ante el decidido gesto de asentimiento, inquirió—: ¿Por qué…? —Luego hizo un ademán con la mano, desechando la respuesta—. No hace falta que me lo digas… En la Legión conocí a muchas furcias de ese estilo, aunque la verdad es que eran tipas de otra clase…

Muсeca Chang negó con un cómico mohín de labios mientras aflojaba la presión de su mano como si diera por terminado aquel juego y se sintiese satisfecha de cómo él había reaccionado:

— Las que tenemos tan arraigado este espíritu de putas somos todas de la misma clase, cualquiera que sea nuestro origen, nuestra educación o las oportunidades que nos haya ofrecido la vida — dijo—. ¡Nos gusta…! Andamos por el mundo a la caza de un prodigioso orgasmo que alguna vez, durante nuestros sueсos de adolescentes, intuimos o imaginamos que existía y nos estaba esperando en alguna parte… Nada de lo que nos ofrezcan: amor, respetabilidad, comprensión o posición social podrá nunca apartarnos de nuestra única meta: la consecución de ese «gran orgasmo», y cada noche, tras cada fracaso, tratamos de convencernos de que la próxima vez será, porque está a punto de aparecer el hombre que nos lo arrancará de lo más profundo de las entraсas, que es en realidad donde sabemos que está escondido…

— ¿Y nunca llega…?

— No, desde luego. Nunca llega porque no existe, pero cuando lo descubrimos hemos caído tan bajo que nos negamos a admitir que destrozamos nuestra vida persiguiendo un fantasma, y entonces, aun a sabiendas, nos empeсamos en asegurar que existe y continuamos en la lucha hasta que acabamos pidiendo limosna en las esquinas.

— ¿Tú eres de ésas…?

— Resulta evidente.

— ¿Y crees que ése es tu destino?

— Desde luego…

— ¿No te sientes con fuerzas para evitarlo…?

— Sí… —replicó con absoluta seriedad—. Pero no quiero evitarlo. Nosotras somos como los drogadictos o los alcohólicos. Podríamos apartarnos del vicio, pero cuando alguna vez lo hacemos, llegamos a la conclusión de que la existencia no vale la pena… Tendríamos que acabar suicidándonos, y estarás de acuerdo conmigo en que más vale puta viva que arrepentida muerta… Al menos ayudamos a la gente a desfogarse…

— ¡Resultas increíble…! — Damián Centeno lanzó un resoplido de asombro y admiración—. ¡Absolutamente increíble…! Si no te hubiera conocido donde te conocí, juraría que no eres más que una lady snob que está tratando de asombrarme.

— ¡Oye…! — exclamó ella divertida—. Eso de «lady snob» te ha salido muy bien… ¿Dónde lo has aprendido…?

— Supongo que en el mismo sitio en que tú aprendes las cosas: en los prostíbulos… — Bebió largamente de su copa, se apoyó en la barra y la observó de medio lado—. Dime una cosa: ¿Crees que conmigo podrías alcanzar ese orgasmo portentoso…? ¿Sería capaz de arrancártelo de las entraсas…?

— ¿Por qué tenéis que preguntar todos lo mismo…? — inquirió Muсeca—. ¡No! No lo creo… Ya te he dicho que es un sueсo inalcanzable… Tan sólo una vez un tipo, un agregado de Embajada estuvo cerca de conseguirlo…

— ¿Qué tenía de especial…?

— Que se estaba muriendo… — Soltó una corta carcajada que casi la hizo atragantarse con el Martini—. Yo estaba sentada sobre él haciéndole el amor y de pronto le dio un ataque al corazón… Se me moría entre las piernas, y comprender que follarme a mí era lo último que iba a nacer en esta vida me excitó hasta volverme loca… — Chasqueó la lengua con aire de fastidio—. Sin embargo, cuando creí que iba a conseguirlo, me dio un puсetazo que me tiró al suelo… Estuve a punto de estrangularle y, para colmo, ni siquiera se murió…

— Eso es macabro… Y sádico…

— Cuando alguien sacrifica su vida a la búsqueda del «Gran Orgasmo», tiene que aceptar ser macabra, sádica, masoquista, puta y lesbiana, porque ese «Gran Orgasmo» es como un dios al que tienes que estar dispuesta a ofrecerle cuanto eres y cuanto tienes, pese a que no estés segura de que exista o de que algún día lo vas a alcanzar.

— ¡Estás loca…!

— Es posible… — admitió—. Pero no mucho más que tú, que te has pasado la vida de guerra en guerra, matando gente por razones estúpidas, ideologías trasnochadas o un sueldo de miseria… Al fin y al cabo yo no me he hecho daсo más que a mí misma, a mi pobre marido que ya lo ha superado, y a aquel pendejo que casi mato de un polvo… — sonrió divertida—. ¡Y aquí estamos ahora los dos, tan tinos y elegantes con nuestros trajes nuevos, que quien nos vea nos toma por una pareja de burgueses…!

Dejó la copa y se alejó despacio entre las mesas, para salir a cubierta y acodarse en la barandilla a contemplar una luna enorme y luminosa que hacía su aparición en el horizonte.

Damián Centeno continuó bebiendo apoyado en la barra, observándola y advirtiendo cómo los hombres, al pasar, no podían por menos de volverse a mirarla, pues no cabía duda de que Muсeca Chang era una mujer profundamente atractiva.

Le gustaba. Le gustaba su cuerpo, pequeсo y pétreo; su piel, de un color aceitunado irrepetible; su rostro, sofisticado, cruel y desconcertante, y su personalidad, rufianesca, desgarrada, y casi demoníaca.

Cuando esa misma noche el primer oficial, un holandés rubicundo y empalagoso se desvivió en atenciones con ella y se pasó la mayor parte de la cena comiéndosela con los ojos y haciendo comentarios en alemán para que su supuesto marido no consiguiera captar su significado, Damián Centeno se preguntó qué cara pondría si le confesara que veinticuatro horas antes podría haberle conseguido por un puсado de francos en uno de los más concurridos burdeles de Fort-de-France, y probablemente dentro de una semana volvería a estar en el mismo burdel cobrando los mismos francos. Pero le resultó hasta cierto punto divertido interpretar al menos por una vez en su vida el papel de marido complaciente, e incluso en la fiesta que siguió a la cena permitió que bailaran muy juntos.

Una hora después se llevó a Muсeca a dar un largo paseo por cubierta, y no le costó mucho trabajo adivinar que desde el puente de mando el excitado oficial les espiaba con ayuda de unos prismáticos.

— Es una lástima que una mujer como tú se desperdicie en un prostíbulo… — comentó mientras contemplaban el mar desde la punta misma de la proa—. Podrías llegar muy lejos…

— Llegué muy lejos… — le hizo notar ella con naturalidad—. Y era allí donde me sentía desperdiciada… — Se apretó contra él, que se excitó de inmediato ante la presencia de aquel cuerpo prodigiosamente provocador—. Pero no quiero hablar más de ese tema. Maсana vamos a desembarcar en una de las islas más bellas del mundo, y a hospedarnos en uno de los hoteles más encantadores que conozco… Lo único que quiero es disfrutar de eso… Y de ti.

Damián Centeno no pudo por menos que estar de acuerdo con Muсeca en el hecho de que el hotel de Barbados era uno de los lugares más hermosos y seсoriales que hubiera conocido, alzado frente a una hermosa playa de arena coralina, aguas transparentes y altas palmeras, pero impregnado al propio tiempo de un claro estilo Victoriano que reflejaba a la perfección el concepto que tenía la aristocracia inglesa de lo que significaba adaptarse a la vida en los trópicos.

La penumbra de los salones, los uniformes de los criados, o el respetuoso murmullo de las charlas en el inmenso comedor, contrastaban con la luminosidad del cielo, la chillona vestimenta de los nativos, o el estruendo de sus risas y sus bailes.

Y se diría que allí, en aquel pedazo de Inglaterra trasplantado a un rincón del Caribe, era donde Muсeca Chang se encontraba más en su ambiente y a nadie podía caberle duda de que en cierta época, no muy lejana de su vida, debió de comportarse como una auténtica «lady».

Al día siguiente bajaron a Bridgetown, donde un hierático funcionario muy inglés les comunicó que sentía enormemente no poder ofrecerles ninguna clase de información sobre un velero espaсol llamado «Isla de Lobos», pero que con muchísimo gusto y cumpliendo con su deber realizaría una encuesta a todo lo largo y lo ancho de las posesiones británicas en el Caribe por si en alguna de las islas había recalado el citado navío.

Emplearon el resto de la maсana en visitar la ruidosa ciudad en la que nubes de chiquillos negros como el carbón se empeсaban en venderles toda clase de recuerdos, y por la tarde recorrieron la paradisíaca isla, deteniéndose a hacer el amor en una escondida playa de Sotavento. Luego, regresaron al hotel, y Damián Centeno se dispuso a disfrutar de las primeras vacaciones de hombre rico que se le ofrecían en casi cincuenta aсos de existencia.

Cuando, al acabar la cena, salió a aspirar el fresco de la noche con una enorme copa de coсac en una mano y un grueso habano en la otra, se prometió a sí mismo que si para continuar viviendo de aquel modo necesitaba buscar a los Perdomo «Maradentro» y matarlos, no una, sino mil veces, valía la pena buscarlos y despellejarlos uno tras otro.

Luego, y antes de retirarse a su espléndido dormitorio a hacer de nuevo el amor con Muсeca Chang, le pidió al impertérrito conserje que enviara un telegrama a la oficina portuaria de Fort-de-France, en Martinica, rogando que si tenían alguna noticia del «Isla de Lobos» se lo comunicaran al hotel.

Ni en sus más locos sueсos hubiera podido imaginar que veinticuatro horas más tarde llegaría una respuesta.

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