Lee entró en el callejón y paró el coche. Contempló el paisaje oscuro. Habían conducido durante más de dos horas, hasta asegurarse de que no les seguían, y luego Lee había llamado a la policía desde un teléfono público. Aunque parecía un lugar seguro, Lee no apartaba la mano de la pistola, preparado para desenfundarla en cualquier momento y fulminar a sus enemigos con los disparos de su mortífera SIG. Eso sí que tenía gracia.
Ahora era posible matar desde distancias inimaginables y con bombas más inteligentes que el hombre que quitaban la vida sin siquiera decir: «Hola, estás muerto.» Lee se preguntó si, durante la milésima de segundo que tardaban los pobres desgraciados en volatilizarse, el cerebro funcionaba lo bastante deprisa para pensar que era la mano de Dios la que le arrebataba la vida en lugar de algo fabricado por el hombre, el muy idiota. Lee, impulsado por un sentimiento más bien irracional, escrutó el cielo en busca de un misil teledirigido. Sin embargo, dependiendo de quién estuviera implicado en lo ocurrido, tal vez esa posibilidad no fuera tan descabellada.
– ¿Qué le has contado a la policía? -preguntó Faith.
– Lo justo y necesario. El lugar del crimen y lo que ha ocurrido.
– ¿Y?
– El policía que me ha atendido parecía bastante escéptico pero se ha esforzado por no colgarme.
Faith miró en torno a sí.
– ¿Éste es el lugar seguro del que me hablaste? -Faith se fijó en la penumbra, las grietas ocultas y el cubo de basura y oyó pasos lejanos en la acera.
– No, dejaremos el coche aquí e iremos a pie hasta el lugar seguro, que, por cierto, es mi apartamento.
– ¿Dónde estamos?
– En North Arlington. Aunque el lugar está cada vez más lleno de yuppies, todavía resulta un tanto peligroso, sobre todo a estas horas de la noche.
Bajaron juntos por el callejón y llegaron a una avenida flanqueada por casas adosadas idénticas y viejas pero bien conservadas.
– ¿Cuál es la tuya?
– Esa grande que está al final. El propietario está jubilado y vive en Florida. Tiene unas cuantas propiedades más. Le ayudo a resolver problemas y el alquiler me sale más barato.
Faith se disponía a abandonar el callejón, pero Lee la detuvo. -Espera un momento, quiero comprobar que todo esté en orden.
Faith lo agarró firmemente de la chaqueta.
– No pienso quedarme aquí sola.
– Sólo quiero asegurarme de que nadie nos haya preparado una fiesta sorpresa. Si ves algo raro, grita y estaré aquí en un abrir y cerrar de ojos.
Lee desapareció y Faith se arrimó a una grieta del callejón. El corazón le latía con tanta fuerza que llegó a temer que alguien abriese una ventana y le arrojara un zapato. Cuando creía que ya no aguantaba más, Lee reapareció.
– De acuerdo, parece que todo está en orden. Vamos.
La puerta exterior del edificio estaba cerrada, pero Lee la abrió con su llave. Faith se percató de que había una cámara sobre su cabeza.
Lee se volvió hacia ella.
– Fue idea mía. Me gusta saber quién viene a verme.
Subieron cuatro tramos de escalera hasta llegar al último piso y luego recorrieron el pasillo hasta la última puerta a la derecha. Faith vio que en la puerta había tres cerraduras. Lee las abrió con otra llave.
Cuando la puerta giró sobre sus goznes, Faith oyó un pitido. Entraron al apartamento. En la pared había un panel de alarma y, atornillada en la parte superior de la pared, una pieza de cobre sujeta a una charnela. Lee bajó el revestimiento de metal hasta cubrir por completo el panel de alarma. Introdujo la mano por detrás de la placa de cobre, pulsó varios botones del panel y el pitido cesó.
Miró a Faith, que observaba cada uno de sus movimientos.
– Radiación Van Eck. Probablemente no lo entenderías.
Faith arqueó las cejas.
– Probablemente tengas razón.
Junto al panel de alarma había una pequeña pantalla de vídeo empotrada en la pared. Faith vio en ella la entrada principal del edificio. Obviamente, el monitor estaba conectado a la cámara exterior.
Lee cerró la puerta y luego apoyó la mano en la misma.
– Es de acero y está encajada en un marco especial de metal que yo mismo construí. No importa lo resistente que sea la cerradura; lo que suele ceder es el marco. Con un poco de suerte, ponen uno estándar, el típico regalo de Navidad que da la industria de la construcción a los delincuentes. También tengo cerraduras a prueba de ganzúa en las ventanas, detectores de movimiento en el exterior y un sistema celular incorporado a la conexión telefónica de la alarma. Estaremos seguros.
– La seguridad te obsesiona un poco, ¿no? -dijo Faith.
– No, lo que pasa es que soy un paranoico.
Faith oyó ruidos en el salón. Se estremeció, pero se tranquilizó al ver que Lee sonreía y se dirigía hacia el lugar de donde procedía el ruido. Apenas unos segundos después, apareció un viejo pastor alemán. Lee se puso en cuclillas para jugar con el perro. Este se tendió de espaldas en el suelo, y Lee le frotó el vientre.
– Hola, Max, ¿cómo estás, muchacho? -Le dio unas palmaditas en la cabeza y el animal lamió cariñosamente la mano de su amo.
– Éste es el mejor sistema de seguridad jamás inventado. Cuando se tiene un perro, ya no hay que preocuparse por los apagones, las baterías descargadas o las traiciones personales.
– Entonces tu plan es que nos quedemos aquí.
Lee levantó la vista.
– ¿Te apetece comer o beber algo? Será más agradable trabajar con el estómago lleno.
– Un té caliente me vendría bien. Ahora mismo soy incapaz de comer nada.
Al cabo de unos minutos estaban sentados a la mesa de la cocina. Faith sorbía una infusión mientras Lee se preparaba una taza de café. Max dormitaba debajo de la mesa.
– Tenemos un problema -empezó por decir Lee-. Cuando entré en la casita activé algún dispositivo, por lo que mis imágenes están en la cinta de vídeo.
Faith parecía aterrorizada.
– Dios mío, pueden encontrarnos de un momento a otro.
– Quizá sea lo mejor. -Lee la miró con dureza.
– ¿Y eso?
– No me dedico a colaborar con los criminales.
– Así que piensas que soy una criminal, ¿no?
– ¿Acaso no lo eres?
Faith toqueteó su taza de té.
– Trabajaba con el FBI, no contra ellos.
– De acuerdo, ¿qué querían de ti?
– No puedo responder a esa pregunta.
– En ese caso no puedo ayudarte. Vamos, te llevaré a tu casa. -Lee se levantó.
Faith le sujetó el brazo con firmeza.
– Espera, te lo ruego. -La idea de quedarse sola le helaba la sangre.
Lee se sentó de nuevo y aguardó, expectante.
– ¿Qué es lo que debo contarte para que me ayudes?
– Depende del tipo de ayuda que quieras. No pienso hacer nada que infrinja la ley.
– No te lo pediría.
– Entonces el único problema que tienes es que alguien quiere matarte.
Faith, visiblemente nerviosa, tomó otro sorbo de té mientras Lee la miraba.
– No sé si es buena idea que nos quedemos aquí sentados cuando sabemos que en cualquier momento pueden averiguar quién eres gracias a la cinta de vídeo -dijo Faith.
– Froté un imán contra el vídeo para intentar estropear la cinta.
Faith lo miró con un destello de esperanza en los ojos. -¿Crees que borraste las imágenes?
– No estoy seguro, no soy un experto.
– Pero, al menos, tardarán un poco en arreglar la cinta, ¿no?
– Eso espero, pero no olvides que no son precisamente un grupo de aficionados. El equipo de grabación tenía un sistema de seguridad incorporado. Si la policía intenta sacar la cinta a la fuerza es posible que se autodestruya. La verdad es que daría los cuarenta y siete dólares que tengo en el banco si pasara eso. Me gusta la intimidad. Pero ahora necesito que me pongas al corriente.
Faith no dijo nada. Se limitó a clavarle la vista, como si se le hubiera insinuado sin que ella le diese pie.
Lee ladeó la cabeza en su dirección.
– Vamos a ver. Yo soy el detective, ¿cierto? Haré varias deducciones y tú me dirás si estoy en lo cierto o no, ¿qué te parece? -Faith no contestó y Lee prosiguió-. Sólo vi cámaras en la sala. La mesa, las sillas, el café y las otras cosas también estaban allí. Accioné el láser o lo que fuera sin querer y, al parecer, eso puso en marcha las cámaras.
– Supongo que eso tiene sentido -comentó Faith.
– No, no lo tiene. Tenía el código de acceso de la alarma -repuso Lee.
– ¿Y?
– Pues que introduje el código y desactivé el sistema de seguridad. Entonces, ¿por qué seguía funcionando el dispositivo que activaba las cámaras? Tal como estaba instalado todo, incluso cuando el tipo que iba contigo desconectaba el sistema de seguridad, las cámaras debían de ponerse en marcha. ¿Por qué querría grabarse a sí mismo?
Faith parecía confundida.
– No lo sé.
– Vaya, o sea que tal vez te hayan grabado sin que lo supieras. Veamos, el lugar apartado, el complejo sistema de seguridad, los agentes del FBI, las cámaras y el equipo de grabación, todo apunta en la misma dirección. -Lee se calló mientras elegía las palabras que emplearía a continuación-. Te llevaron allí para interrogarte. Tal vez no estuvieran seguros de hasta qué punto cooperarías o creyeran que alguien intentaría matarte, así que querían grabar el interrogatorio por si acaso desaparecías del mapa.
Faith esbozó una sonrisa de resignación.
– Pues menudas dotes de adivinación, ¿no crees? Me refiero a lo de «desaparecer del mapa».
Lee se puso de pie y miró por la ventana mientras cavilaba. Acababa de ocurrírsele algo muy importante, algo que debió pensar mucho antes. Aunque no conocía a Faith, se sentía como un gusano por lo que iba a decirle.
– Tengo malas noticias para ti.
Faith parecía sorprendida.
– ¿A qué te refieres?
– El FBI iba a interrogarte. Seguramente también te hayan detenido para mantenerte bajo custodia. Uno de los suyos ha muerto al protegerte y creo que he herido al tipo que se lo ha cargado. Los del FBI tienen una cinta con imágenes mías. -Guardó silencio por unos instantes-. Tengo que entregarte.
Faith se levantó de un salto.
– ¡No puedes hacerlo! ¡No puedes! Dijiste que me ayudarías.
– Si no te entrego, es probable que pase bastante tiempo en un lugar donde los tíos se hacen muy amigos de otros tíos. Como mínimo, perderé la licencia de investigador privado. Estoy seguro de que si te conociera mejor me dolería aún más tener que entregarte, pero, a fin de cuentas, entregaría incluso a mi abuela para ahorrarme todos esos problemas. -Se puso la chaqueta-. ¿Quién es la persona que responde de ti?
– No sé cómo se llama -respondió Faith con frialdad.
– ¿Tienes un número de teléfono?
– No serviría de nada. Dudo mucho que pudiera atender la llamada en estos momentos.
Lee la miró con recelo.
– ¿Acaso insinúas que el tipo que ha muerto es tu único contacto?
– Exacto. -Faith mintió sin la menor vacilación.
– Ese tipo era quien respondía de ti y ni siquiera se molestó en decirte su nombre. Ésas no son precisamente las normas del FBI.
– Lo siento, no sé nada más.
– ¿De veras? Mira, te diré lo que yo sé. Te he visto en la casita en otras tres ocasiones con una mujer. Una morena alta. Veamos, ¿la llamabas Agente X? -Lee se inclinó hacia el rostro de Faith-. Regla número uno para embusteros: asegúrate de que la persona a quien mientes no puede demostrar lo contrario. -Enlazó el brazo de Faith con el suyo-. Vámonos.
– Sabes, Adams, tienes un problema sobre el que tal vez no hayas pensado.
– ¿De verdad? ¿Te importaría hablarme de ello?
– ¿Qué es lo que vas a decirles a los del FBI cuando me entregues?
– No lo sé, ¿qué te parece si les cuento la verdad?
– De acuerdo. Analicemos la verdad. Me seguías porque alguien a quien no conoces ni sabrías identificar te lo había encargado. Eso significa que sólo contamos con tu versión. Lograste seguirme a pesar de que el FBI me había asegurado que nadie lo haría. Estuviste en la casa. Te han grabado. Hay un agente del FBI muerto. Utilizaste tu arma. Dices que disparaste contra otro hombre, pero ni siquiera tienes pruebas de que allí había otro hombre. Así que la verdad indiscutible es que tú y yo estábamos en la casa, disparaste y hay un agente del FBI muerto.
– La munición que acabó con el agente del FBI no puede cargarse en la recámara de mi pistola -replicó Lee enojado soltando el brazo de Faith.
– Entonces te deshiciste de otra pistola.
– ¿Por qué diablos querría llevarte conmigo? Si fuese el tirador, ¿por qué no te maté allí mismo?
– No estoy diciéndote lo que pienso, Adams. Me limito a señalar que el FBI podría sospechar de ti. Supongo que si no tienes antecedentes el FBI te creerá -apuntó y añadió con brusquedad-: Te seguirían la pista durante un año y luego, si no descubriesen nada, te dejarían tranquilo.
Lee frunció el ceño. Su pasado más reciente era impoluto, pero si retrocedía un poco más en el tiempo, las aguas estaban más turbias. Cuando había comenzado a trabajar como investigador privado había hecho cosas que ahora ni se le pasarían por la cabeza. Nada ilegal, pero le costaría explicárselo a los curtidos agentes federales.
Además, estaba la prohibición de acercarse a su ex que el juez había dictado justo antes de que el afortunado de Eddie se hiciera de oro. Según ella, Lee la acechaba y tal vez fuera violento. De hecho, él se habría comportado de forma violenta si hubiera tenido la oportunidad. Por poco sufría una apoplejía cada vez que pensaba en los moretones que había visto en los brazos y mejillas de su hija cuando había ido a verla sin previo aviso a su apartamento destartalado. Trish le aseguró que Renee se había caído por las escaleras. Lee sabía que era mentira porque había reconocido la marca de unos nudillos en la tersa piel de su hija. Él había destrozado el coche de Eddie con una palanca y habría hecho lo mismo con el propio Eddie si éste no hubiera llamado a la policía escondido en el baño.
¿De veras quería que el FBI estuviera fisgoneando en su vida durante los siguientes doce meses? Por otro lado, si dejaba que Faith se marchara y los agentes del FBI daban luego con él, ¿qué le ocurriría entonces? Fuera a donde fuese, acabaría en un nido de serpientes.
– ¿Te importaría dejarme en la Oficina de Campo de Washington? Está en Fourth Street -dijo Faith en un tono agradable.
– De acuerdo, de acuerdo, tienes razón -replicó Lee con vehemencia- pero no pedí que esta mierda me cayera como llovida del cielo.
– Ni yo te pedí que te metieras en esto. Pero…
– Pero ¿qué?
– Pero de no ser por ti, ahora no estaría viva. Siento no haberte dado las gracias antes; te las doy ahora.
A pesar de su recelo, Lee notó que su enfado remitía. 0 Faith era sincera o bien era una de las personas más ingeniosas con quienes se había topado en la vida. Tal vez fuera una combinación de ambas. Al fin y al cabo, aquello era Washington.
– Siempre es un placer ayudar a una dama -dijo Lee con sequedad-. De acuerdo, supongamos que decido no entregarte. ¿Has pensado dónde pasar la noche?
– Tengo que largarme de aquí. Necesito tiempo para pensar y aclarar mis ideas.
– El FBI no permitirá que te marches sin más. Supongo que habrás llegado a algún acuerdo con ellos.
– Todavía no, pero si así fuera, ¿no crees que tengo motivos de sobra para acusarlos de incumplimiento?
– ¿Qué me dices de los que intentaron matarte?
– En cuanto haya reflexionado con calma decidiré qué hacer. Supongo que acabaré volviendo al FBI. Pero no quiero morir ni que nadie muera por mi culpa. -Faith fijó en él la mirada con intención.
– Agradezco que te preocupes por mí, pero sé arreglármelas solo. Entonces, ¿adónde y cómo piensas huir?
Faith se disponía a decir algo pero de inmediato cambió de idea. Bajó la vista, consciente de que quizá debía mostrarse más precavida.
– Si no confías en mí, Faith, nada saldrá bien -dijo Lee con delicadeza-. Si te dejo marchar, yo tendré que parar todos los golpes, pero todavía no he tomado esa decisión. Depende en gran medida de lo que estés pensando en estos momentos. Si los del FBI te necesitan para cazar a personas importantes y poderosas, porque está claro que esto no se trata de un simple robo, entonces tendré que ponerme de su parte.
– ¿Y si accediera volver al FBI siempre y cuando me garantizaran mi seguridad?
– Supongo que les parecería razonable. Pero ¿qué garantía hay de que volverás?
– ¿Y si me acompañas? -se apresuró a sugerir Faith.
Lee se puso tan tenso que, sin querer, le propinó una patada a Max, que salió de debajo de la mesa y miró a su dueño con expresión lastimera.
Antes de que Lee respondiese, Faith añadió:
– No tardarán mucho en identificarte. ¿Y si la persona a quien disparaste ofrece una descripción tuya a quienquiera que lo contratase? Creo que tú también corres peligro.
– No estoy seguro…
– Lee -lo atajó Faith-, ¿no se te ha ocurrido pensar que la persona que te contrató para seguirme quizá también te siguiese la pista a ti? Es posible que te usaran para montar el tiroteo.
– Si me siguieron entonces también te siguieron a ti -observó Lee.
– Pero ¿y si te tendieron una trampa para incriminarte de todo lo ocurrido?
Lee dejó escapar un suspiro de desesperación al percatarse de la situación en que se encontraba.
Joder, vaya nochecita.
¿Por qué diablos no se había dado cuenta antes?
Un cliente anónimo. Una bolsa llena de dinero. Un blanco misterioso. La casita apartada.
¿Había estado en coma o qué?
– Te escucho.
– Tengo una caja de seguridad en un banco de Washington. Contiene dinero y varios documentos falsos que nos permitirán ir a donde queramos. El único problema es que tal vez vigilen el banco. Necesito tu ayuda.
– No puedo acceder a tu caja de seguridad.
– Pero puedes ayudarme a inspeccionar la zona y comprobar si alguien me vigila. Ese trabajo se te da mucho mejor que a mí. Entro, vacío la caja y salgo lo antes posible mientras me cubres. Si vemos algo sospechoso, salimos pitando.
– Parece que planearas robar el banco -comentó él un tanto irritado.
– Te juro por Dios que todo lo que hay en la caja es mío.
Lee se pasó la mano por el pelo.
– De acuerdo, tal vez salga bien. ¿Y luego qué?
– Nos dirigimos al sur.
– ¿Adónde?
– A la costa de Carolina. Outer Banks. Tengo una casa allí.
– ¿Figuras como la propietaria? Podrían averiguarlo.
– La compré a nombre de una sociedad anónima y firmé los documentos con mi otro nombre, como miembro de la directiva. Pero ¿y tú? No puedes viajar con tu nombre verdadero.
– No te preocupes. He interpretado más papeles en mi vida que Shirley MacLaine y dispongo de los documentos necesarios para demostrarlo.
– Entonces todo está listo.
Lee miró a Max, que había posado la enorme cabeza sobre sus rodillas, y le acarició suavemente la nariz.
– ¿Cuánto tiempo?
Faith sacudió la cabeza.
– No lo sé. Tal vez una semana.
Lee suspiró.
– Supongo que la señora del piso de abajo podrá ocuparse de Max.
– Entonces, ¿lo harás?
– Siempre y cuando no olvides que, si bien no me importa ayudar a alguien cuando lo necesita, no estoy dispuesto a convertirme en el mayor pardillo del mundo.
– Me da la impresión de que a ti eso no puede pasarte.
– Si te apetece reírte un rato, cuéntaselo a mi ex mujer.